COMENTARIOS VERANIEGOS XIII


Lo cierto es que me está costando cerrar estos análisis tan serios de elementos diferenciados de la época estival, pero no es porque les haya cogido un cariño especial sino porque me cuesta encontrar temas que no hayan sido ya analizados por otros seres pensantes y caer en el lugar común, que de eso se trata, de tener una mirada distinta y fresca, lo que no sé si estaré consiguiendo. Hoy tengo que tirar de un hibrido entre dos cuestiones comentadas, el deporte y los programas de verano, para analizar: Las retransmisiones deportivas veraniegas.

 

Como ya señalamos la consecuencia directa de ver la tele en verano es que nos invade un sopor difícilmente controlable y eso no va a ser menos en el caso de que retransmitan un acontecimiento deportivo. El caso clásico y suficientemente referido es el ciclismo, verdadero remedio contra el insomnio que las farmacéuticas luchan por evitar que se dispute o al menos se emita en horario nocturno para que no les suponga un descalabro comercial a su línea de pastillas para dormir. Da igual que sea el Tourmalet, la subida a Alpe D´Huez o la crono por equipos, uno empieza a verlo superinteresado y en cuanto comienzan las rampas parpadea y se lo pierde (como la Formula 1), eso sí, el parpadeo duró no menos de 45 minutos. Pero no es el único caso en que se produce tal reacción a la acción. Durante el verano se retransmiten no pocos partidos de futbol correspondientes a la preparación de la temporada y el resultado es similar, nuestros sentidos se abotargan tanto como los músculos de los jugadores, que el partido de solteros contra casados de las fiestas del pueblo tiene más tensión dramática que estos encuentros, por ello aunque estemos deseando ver las evoluciones de los nuevos fichajes y si les queda igual de bien la camiseta a Xavi Alonso que años pasados, es darse el pitido inicial y caemos en los brazos de Morfeo (el hijo del Dios del sueño, Hypnos), no confundir con el negro de Matrix, ni con el amigo de Euridice que a ese le faltaba una M para hacernos dormir.

 


Pero si algo caracteriza a las retransmisiones deportivas de esta época es que se especializan en emitir otros deportes, quizá minoritarios, que apenas tienen cabida el resto del año aprovechando la celebración de alguna competición internacional de esas disciplinas. Así podemos ver o entrever, rugby con motivo del Mundial, natación con motivo del campeonato europeo, baloncesto con motivo también del Mundial o de su preparación y hasta balonmano femenino con motivo del torneo primaveral juvenil femenino entre países que empiezan por la letra E, que uno se pone a cubrir grandes eventos y no sabe donde parar. Y dentro de esa cobertura a deportes menos representados en la información deportiva cada cuatro años nos encontramos con el sumun del deporte televisivo en esta época. Los juegos Olímpicos de verano.

Ahí sí que ni el ciclismo puede competir, esta gran fiesta para deportistas y aficionados que es lo de tener casi 24 horas de emisión al día sirve para un roto y para un descosido. Enchufas el televisor y revives tiempos de nostalgia donde no había más canal que la primera, que era una, grande y libre por la gracia de Dios y de la dictadura. Ahora también, se te olvida para siempre aquello del zapeo porque a todas horas que mires el aparato hay una apasionante final, o semifinal o ronda clasificatoria de cualquier deporte imaginable. De vez en cuando “la voz”, la que te propone excursiones o te recuerda lo que aun no has hecho lo prometido, te sugiere que veáis otra cosa pero a poco que seas un enfermo del deporte le indicas la nueva modalidad de zapping, que se vaya a ver lo quiera a otro sitio. Finalmente y por aquello de la generosidad o porque deicidamente tu tienes el mango pero no la sartén agarrada por él, eres tu el que debes ceder el lugar principal y ver la primera ronda de tiro con arco en otra televisión, perdiendo pulgadas y definición, algo que es tan imprescindible para apreciar la belleza de esta disciplina.


Aun así durante todo el verano y merced a este magno espectáculo te empapas con el descenso con piraguas en aguas bravas, aunque el rio donde se celebren sea una especie de tobogán de un parque acuático y que parezca que las corrientes están provocadas por las manos de cientos de voluntarios que agitan el agua para formar remolinos. O hueles la pólvora de las escopetas de tiro con carabina a 250 metros, armas que tienen tal nivel de sofisticación que piensas que es imposible no acertar, aunque también recuerdas a John Wayne y te preguntas la cantidad de medallas de oro que se embolsaría el Duque si hubiera participado en esa competición, porque si con el rifle a la cintura, sin apuntar y con las riendas en la boca descerrajaba al más pintado que no lograría con tamaño adelanto tecnológico. Y así cienes y cienes de espectaculares deportes. No obstante, hay algunos más soporíferos que otros, aunque en estos días como ya he comentado todos inviten al sueño, pero podemos tomar la vela como ejemplo, no sólo es un deporte imposible de seguir, que no tienes ni idea de quién va primero ni cuanto saca al segundo porque eso del punto de vista es mucho más que una valoración subjetiva de la situación en este caso, ya que si te ponen la cámara por detrás parece que van todos juntos, si te la ponen por delante parece que las distancias son brutales y si te las ponen en un punto fijo, el que crees que está barriendo en realidad resulta pelear por no quedar el porras (o último), y todo esto amenizado con…nada. Que no hay nada que te haga sentir el viento en el rostro ni las salpicaduras del agua, que los veleros parece que no avanzan ni en sueños (ya estaremos dormidos a estas alturas) y que lo más emocionante que logras vislumbrar es la aleta de un voraz tiburón que siembra de muerte y destrucción toda la regata…efectivamente te has quedado sobado y has incluido al jefe Brody entre los regatistas en tu ensoñación.   

 


Aun así, hay tres grandes grupos de deportes que se llevan la palma en esto de los Juegos olímpicos, el resto se reparten de forma desigual las migajas de nuestra atención. Estos grandes grupos son: La natación, la gimnasia y el atletismo. En todos ellos logramos el objetivo no propuesto de quedarnos dormidos, cada uno por diferentes causas. La natación: en principio es un deporte aburridísimo de practicar, os lo digo yo que una vez me hice dos anchos de una piscina hinchable redonda, que no puedes charlar con nadie, ni darle collejas, que tienes que ir con los ojos cerrados por el tema del cloro y que las vistas de las que puede disfrutar el participante, si usa gafas protectoras, se limitan a la pared donde debe hacer sucesivos giros. Nada de observar los graderíos repletos o montañas doradas si se practicase al aire libre, solo el aburrido movimiento regular de brazos y piernas para obtener una mayor velocidad de desplazamiento que sus rivales a los que sólo logra vislumbrar cuando llega al final y por fin puede observar que su brutal esfuerzo ha sido recompensado con una merecida derrota, pues cuando ha llegado ya están el resto tomándose unas cañas y ni siquiera le han esperado. Por tanto, ¿Qué tiene de divertido? Nada y por eso la práctica de este deporte se llama nadar. Pero eso para el deportista porque para el espectador tampoco resulta muy interesante porque como hay mogollón de participantes y pruebas distintas y además se duplican pues hay modalidad femenina y masculina,  nunca terminas de enterarte si la carrera que acabas de presenciar eran los 200 metros espalda (pedazo de espalda) femenino o los 100 metros estilos masculino de relevos. Sólo que te quedas con la cantinela y sea cual sea la modalidad el ruido de fondo, se supone que el que hacen los espectadores en la grada, es el mismo, un rítmico: he…he…he. Este grito tiene sentido en  la braza porque cuando están con la cabeza bajo el agua los nadadores no pueden escuchar los ánimos de los asistentes y así estos ahorran energías para dedicárselas cuando emerge, no obstante ya se ha popularizado de tal manera que hasta cuando baten los brazos cual mariposa, entre el movimiento de este estilo y el del grácil lepidóptero hay el mismo parecido que entre George Clooney y Chiquito de la Calzada, se escuchan esos canticos o al menos te parece escucharlos continuamente en el duermevela.
 
 
 

Otro gran grupo es la gimnasia: también hay femenina y másculina. La gimnastas femeninas son niñas casi de preescolar que carecen de columna vertebral, su flexibilidad es tal que para enviarlas a los juegos las meten a todas en un trolley de mano y se ahorran una pasta en Ryanair. Dan muchos saltos y piruetas difícilmente repetibles, pero observamos con asombro que, a las impresionantes cabriolas que realiza la primera de las chavalas, la locutora la denomina ¡¡el programa obligatorio!!. Los gimnastas por otra parte son enanos musculosos, son tan bajitos que la mayoría de las veces les tienen que aupar para engancharse a las anillas que son una especie de cadena del wáter pero en paralelo. También pegan enormes saltos y ejercicios de gran exigencia física. Uno de los aparatos más reconocibles de este deporte es el caballo con arcos que consiste en andar haciendo monerías sobre un potro de plinto con asas sin dejarte los huevos, afortunadamente los gimnastas no tienen dichos atributos según se puede observar con sus ajustadas mallas.
 

Y finalmente encontramos al Atletismo, el deporte por excelencia, el de la tradición ancestral, el germen de la civilización occidental, la herencia recibida de los griegos cuna de la Europa conquistadora del mundo mundial y efectivamente en este deporte se demuestra que la raza superior es la negra. O casi, porque por motivo de la evolución se demuestran las aptitudes y la adaptación de las razas a su experiencia histórica. Todo lo que sea correr es básicamente dominado por atletas negros, que tenían que huir no sólo de depredadores sino también del hombre blanco, sin embargo los lanzamientos es cosa de blancos: La jabalina con la que ensartaban a los negritos antaño, el peso, que es una bola de piedra que los primeros futbolistas descartaron como pelota, la cogían y decían: “con esto no se puede jugar y la mandaban a tomar por culo”, o el disco que como decía el gran Leo Harlem: “si es de OBK lo saco fuera del estadio”. También hay otra modalidad que se celebra fuera del estadio que es la marcha. No confundir con irse de copas hasta las tantas de la madrugada que eso es patrimonio de españoles y ahí no se compite, directamente se muere uno por no ser el primero en irse a casa. La marcha consiste en menear el culo con esmero mientras se anda por la calle, el temor a hacer el ridículo queda atrás, o lo que es lo mismo ojos que no ven corazón que no sienten y como los atletas no se ven por detrás no tienen vergüenza por sus risibles movimientos. Tienen que hacer un porrón de kilómetros de tan peculiar manera pero sólo un día que no es que se hagan el camino de Santiago así, que a poco que sean un poco mojigatos les negarían el albergue a estos deportistas. Muchos dicen que la gran prueba del atletismo es la Maratón…otro tostón, que te quedas frito porque te cansas con sólo verlos, pero la mayoría opinamos que es la final de los 100 metros lisos…si, esa que llevas esperando todas las olimpiadas para que el día que se celebre coincida con que “la voz” ha quedado con “nosequien” y te la pierdes. Pero aunque estés frente al televisor, como no te la vas a perder si dura lo que un parpadeo. Es una prueba espectacular donde lo único complicado es reconocer cual de los negros ha ganado la carrera.

 
Poco más, si a estas alturas aun estáis despiertos es que no os gusta el deporte, fijo.    


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