COMENTARIOS VERANIEGOS III


Continuamos nuestro repaso a las costumbres veraniegas y hay que decir que otra cosa que es diferente al resto de las épocas del año es la alimentación.

 

En verano la alimentación se compone básicamente de dos tipos de menú: el frugal triste y el atracón sin sentido. El primero es el que haces de forma habitual cuando no estás de vacaciones, cuando mientras todos tus amigos/as, familia, compañeros/as y demás (en)seres están retozando en playas, piscinas, montes y hotelillos, tú sigues al pie del cañón con cara de mala leche y muy poca gana de ná. Esa inapetencia laboral se contagia al resto de actividades, tanto que eres incapaz hasta de zapear en la tele y cambiar de canal y te tragas el megarepetido capítulo de la temporada 6 de “Castle” porque la galbana te impide alargar el brazo para pillar el mando. De la misma forma ocurre con preparar la comida y abundan entonces los bocatas, sándwich caseros, el plato precocinado y en un exceso de esfuerzo los macarrones y la tortilla francesa…¿española?, pelar patatas es una actividad que consume más energía que la calefacción del Palacio de la Zarzuela y por tanto no es probable que asumas tal tarea con un mínimo de compromiso. Se da el caso de que con 40 grados en la umbría te abras la lata de cocido litoral y acompases tu temperatura corporal a la ambiental y que la ola de calor se confunda con los efluvios procedentes de tu organismo  y que en la hora de la siesta se escuchen a kilómetros no sólo tus ronquidos sino  la liberación del metano de tu organismo en su versión pedo sin filia.

 


El segundo, el abundante y desaforado consumo de alimentos se realiza cuando estás en el caso contrario, cuando disfrutas del solaz descanso en playas, montes, alojamientos rurales o del litoral costero (si no es redundancia). Como si no hubieses comido en todo el año y con la excusa de que el mar  o la montaña, que andar mucho o estar tumbado todo el tiempo,  que el fresquito o el calor, da mucho hambre te metes entre pecho y espalda en cada comida lo que habitualmente es alimento suficiente para toda una semana invernal. En el chiringuito pides como si fueras a batir un record, con mención especial a la paella. Es casi un imperativo legal que te empecines en pedirte una paella, que normalmente no probarías si la vieses en el menú de los del jueves del bar cercano a la oficina, sólo por el hecho de que estás de vacaciones. Se suele cometer este desatino el segundo día de tu llegada al lugar del disfrute (para el primero no da tiempo), como si fuera el pistoletazo de salida de tus verdaderos días de ocio. A partir de ahí ya sientes que has tomado posesión del lugar y puedes descansar como mereces, aunque la digestión te dure hasta el penúltimo día de tus vacaciones, en el que vuelves a repetir la operación a modo de despedida capicúa.

 

Un apéndice de esta brutalidad alimentaria se produce con el buffet. Como hayas cogido un alojamiento en régimen de media pensión, pensión completa, todo incluido (un caso especial) o incluso sólo alojamiento y desayuno, consideras que hay que sacar provecho a la comida casi gratis y te empeñas en sacar partido al suplemento, lo que podría ser sensato si no intentases hacerlo en la primera de las comidas y aun peor si continuas en el resto de los días que puedes aprovechar. Por ejemplo en el caso del desayuno, que normalmente queda servido a diario durante el resto del año con un cafetito y todo lo más, algún afortunado, con una tostadita, una magdalena o un par de churros, de repente se convierte en el verano en un aquellare de tragaldabas. Una tortillita de jamón y queso, cuatro lonchas de beicon, tres laminas de jamón york y dos de mortadela con un zumo de naranja. No está mal, pero eso era sólo lo salado. Queda el cafetito con dos corisantitos, 4 palmeritas, una tostada y pan con la mantequilla que sobraba y aun te levantas a por un poco de macedonia de frutas que es muy sano. Claro, la idea era irse a la playa a las 11 y para esa hora aun estás sentado en el wáter haciendo hueco para que te baje el desayuno porque la cena del día anterior ocupaba mucho espacio.

 


Pero como todo en esta vida contempla una tercera via, puede ocurrir que no estés de vacaciones y tus amigos tampoco, en ese caso a la alimentación frugal perezosa mencionada en primer lugar se le añade el otro gran momento alimenticio del verano: La barbacoa. Importante, nunca la organices tu, por mucho que se haga a escote sales perdiendo, hay cosas que no entran en la cuenta y pagas el pato: el carbón, los platos, vasos, el lavavajillas posterior, los hielos de las copas, etc. Y no sólo es por dinero sino porque hacer una barbacoa es el no va más de la insolidaridad, uno se lo curra todo y el resto disfruta del trabajo del explotado. Eso sí, increíblemente siempre hay algún voluntario para la ingrata tarea y en un alarde de vanidad se ofrece para demostrar al mundo lo bien que prepara el la panceta, los chorizos o la morcilla. Es ridículo, si lo único que puede pasar es que la jodas, no he encontrado en el mundo de los maestros chef barbacoeros ninguno que hiciera que las comidas supieran especialmente mejor, si acaso peor, que a algunos se les quema (problema del carbón que no era bueno), la morcilla se les deshace (es que había que haberla sacado antes del frigo)  o se les queda medio crudo (es que si se hace mucho pierde el sabor).

 
 
Así que ya sabéis si hay barbacoa ofreceros a llevar el vaso de sangría a quien con las pinzas lucha contra el fuego de las brasas, cual Pedro Botero con las calderas del infierno. Pero he mencionado la sangría y eso es cosa de otros comentarios.

 

Pasadlo bien y alimentaos.

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