COMENTARIOS VERANIEGOS VIII
Son muchos los
temas que se suceden cada verano y que merecen un especial repaso y un análisis
riguroso como los que estoy realizando, entre ellos hay uno que conviene
destacar. El compromiso doméstico.
Dicho así no
parece muy bien definido y voy a intentar clarificar el concepto. Bien es
sabido que durante el año se suceden los pequeños desperfectos en el hogar o
surgen tareas que uno no encuentra tiempo en la vorágine del día a día para
abordar como merecen, el caso es que sea porque en verano los días son más
largos o porque tienes algo más de tiempo libre, cuando el verano comienza
sueltas, con la alegría que te dan los ánimos de un periodo más relajado, la
sentencia (y digo sentencia porque se convertirá en tu condena) : “Este verano
me pongo un día y hago …” Y en los puntos suspensivos añades eso que deberías
haber hecho hace tiempo y que no tienes ninguna gana de hacer jamás. Pueden ser
de cualquier índole: pintar el dormitorio, arreglar los enchufes, restaurar la
mesa de la terraza, limpiar el cuarto trastero, colocar la pérgola del jardín…Da
igual cual sea la cuestión que prometes abordar “un día de estos”, lo
importante es precisamente el peso del compromiso.
Aclaro que estoy
hablando de seres humanos normales, no incluyo a ese eslabón superior de la
raza humana que son los manitas. Esos seres son de otro mundo y no sólo lo
tienen todo niquelado sino que además lo hacen siempre hoy cuando podían
esperar a mañana.
A lo que iba es
que una vez que has abierto el melón y has expresado tu disposición a realizar
la tarea, aunque no hayas fijado fecha te va a perseguir todo el verano. Porque
es evidente que la frase (puede ser autodirigida, también les sucede a los que
viven solos) la dijiste en el momento de la euforia inicial que supone el
cambio de estación, pero esa euforia se diluye como el hielo en un vaso al sol,
y lo que entonces te pareció una buena idea se va convirtiendo en una terrible
losa que no crees que serás capaz de levantar jamás. Y comienzas a dilatar la cuestión con razones
bastante coherentes desde un punto de vista formal: “Ahora no, que hace mucho
calor”; “Mañana no, que hemos quedado”; “Hoy es imposible que estoy baldado que
ayer no dormí apenas”;…Vale, pero ocurre que mientras aceptan (aceptas) barco como
animal acuático, va creciendo la impaciencia por la tarea sin resolver y poco a
poco “la voz” ( la misma que te propone excursiones) comienza a creer que lo
único que te obligará a cumplir lo prometido es presionarte y como si fuera el
Atleti de Simeone comienza a reducirte los espacios para agobiar tu juego. Y
cuando estás tumbado viendo en la tele la octava repetición de “Callejeros
viajeros: Madagascar” con un reconfortante duermevela, “la voz” interrumpe la
magia del momento: “¿Hoy tampoco vas a hacer lo que dijiste?”. Y esas frases
van adquiriendo cada vez tonos más hirientes: “Qué vaguería y que mentiroso/a,
desde que dijiste que ibas a hacer eso y todavía está sin arreglar”. Este tipo
de comentarios se van agriando hasta que llega el momento que ningún hombre (este
caso no sirve para los que viven solos) puede resistir, es cuando te dicen: “Mañana lo
hago yo porque si no se queda sin hacer”. Efectivamente han tocado el resorte
correcto, porque sobre todo los varones tenemos dos interruptores que nos
impelen a emprender acciones que no hubiéramos aceptado de ninguna otra forma,
uno es la frase que acabo de mencionar, otro es lo de : “No hay cojones a …”.
En el caso que nos ocupa, la propuesta de que sea otro/a quien va a realizar lo
que dijimos despierta un inesperado momento orgullo.
Y la cuestión es demostrar dos cosas
fundamentales, la primera es que somos hombres de palabra y si dijimos que lo
hacíamos, lo hacemos, la segunda es que no sé si lo voy a hacer bien, pero no
soportaría que otro/a lo haga mejor. Porque
efectivamente al día siguiente cuando te propones comenzar la tarea reconoces
que la estrategia de la dilación no era por pereza o por falta de vigor, aunque
algo de ello hubiera también, la verdadera causa de los sucesivos retrasos es
la cobardía. Decía algún sabio que hay gente
que tiene tanto miedo a hacer algo mal que rara vez se atreven a hacer algo,
pues esa es una máxima que se cumple en la mayoría de los casos que nos ocupan.
Porque lo que en nuestras previsiones sobre el objeto de compromiso se trataba
de una tarea sencilla que íbamos a solucionar con solvencia y buen hacer, nos
encontramos ahora con dificultades inusitadas y un “no mandé mis barcos a
luchar contra los elementos”. La primera de ellas es comprender que no tenemos
las herramientas adecuadas, recordemos que somos seres normales y no “manitas”.
Lo de las herramientas era algo que intuías, pero que habías ido aparcando para
cuando llegara el momento de acometer la tarea. Ahora frente al desafío asumes
que tienes que ir al Leroy Merlín a por el destornillador, los tacos, el
tornillo, la cola o cualquiera que sea el elemento del que careces. Y te entra
el segundo de los miedos, ¿sabrás comprar aquello que necesitas?. Pues claro
que no. Y llegas al comercio y te das tres paseos por las estanterías tratando
de intuir por ciencia infusa cual de todos los productos que responden a tu
demanda es el que realmente vas a necesitar. Y finalmente como si estuvieras de
excursión campestre y te hubieras perdido decides humillarte y preguntar. Lo
que pasa es que para preguntar te pones el disfraz de autosuficiente y le
enchufas al dependiente tu requerimiento como si supieras de lo que estuvieras
hablando. Es obvio que el cabr…, digo, el que te atiende, se las sabe todas y
basta una pregunta para desnudarte y mostrar tus carencias (en sentido
metafórico lo de desnudarte, no lo de que cuando te desnudas se te ven las
carencias que eso es cierto y real y a veces no palpable). Con cara de pena te pones
a explicar como si fuera a ti mismo que es lo que te dispones a hacer y qué es
lo que te falta. Si el tipo se ha dado
por satisfecho y es buena gente no sólo te dará lo que necesitas sino que lo
mismo te da algún consejo para llevar a buen término tu misión. No obstante hay
casos en los que el castigo parecía no ser suficiente y entonces el dependiente te expone a toda serie de
cataclismos si realizas mal alguna de las complejas acciones y te dan ganas de
contratar a todo el Colegio de Arquitectos y a las últimas 5 promociones de Ingeniería
Industrial para que resuelvan el problema de equilibrar las patas de la mesa
del comedor, que te pones en lo peor y crees que por obra y gracia de tu segura
chapuza todos los amigos y familiares que vengan de visita a tu casa terminarán
haciéndose divertidas fotos montaje en las que parezca que sujetan la mesa
inclinada cual Torre de Pisa.
Apesadumbrado y
lleno de angustias vuelves a casa con la intención de reconocer que has
desmontado las teorías de Darwin y que en 30 minutos has dado un salto
involutivo hasta convertirte en insecto sin necesidad de adaptarte a las circunstancias
del ecosistema. Una retirada a tiempo es una victoria, piensas, porque parece
que siempre será mejor durante un breve tiempo te machaquen con que no cumples
lo prometido a las vejaciones seguras que te acarreará la contemplación diaria
del resultado de tu incapacidad. Pero al final lo superas, otro puñetazo al
estómago de tu vanidad con lo de: “pero si eso es una chorrada, si no te pones
tu lo hago yo o llamo a ….(aquí viene el nombre del vecino o amigo manitas, que
siempre hay alguno)” y se enciende la mecha de tu superhombría y te ves con
poderes de superhéroe capaz de obrar el milagro de no cagarla. El tema de la
ejecución es complejo, y no es objeto de circunstancias veraniegas en sí mismo,
pero cabe decir que el resultado puede no ser tan malo como pensabas y que
quedes o queden lo suficientemente satisfechos. Eso sí, guardarás en el cajón
de los secretos, que tu memoria no permitirá que se borre aunque el alzhéimer te
inunde de lagunas, el desperfecto ocasionado durante la reparación y que tan
bien has logrado ocultar al ojo humano. Lo que es complicado es ocultar las
consecuencias y cuando algún tiempo más tarde tratas de abrir la parte abatible
de la mesa del comedor y está extrañamente encajada simulas no caber en ti de
asombro y si has aprendido la moraleja decides que aquella mesa está para el
arrastre y que lo mejor es comprar una nueva. Salvo que te pille al inicio del
verano porque en ese caso lo mismo se te escapa y dices: “Le echo yo un vistazo
este verano y lo arreglo”.
Así somos, amigos
y este es otro comentario de los que me comprometí a realizar al inicio del
verano…si es que no aprendo.
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