COMENTARIOS VERANIEGOS IX


Bueno pues lo cierto es que me empieza a costar encontrar temas de referencia en este periplo sobre las peculiaridades veraniegas, no obstante siempre se pueden rescatar los temas clásicos y uno de ellos es el que trataremos hoy. El cine de verano.

 

El cine de verano puede entenderse de dos maneras, una de ellas es la de las películas que se estrenan en época estival y otra es la de las “salas” al aire libre que en muchos municipios tienen a bien disponer para que los vecinos fijos y, sobre todo, los turistas disfruten de un entretenimiento más, que haga que aprecien el lugar donde pasan esta parte del año con el verdadero objetivo de que vuelvan el año siguiente. De este último es del que vamos a ocuparnos.

 


Efectivamente, cada verano muchos pueblos y ciudades habilitan algún lugar del municipio con espacio suficiente para instalar un proyector, una gran pantalla y una zona para los espectadores. En esta zona hay que señalar la primera de las características fundamentales de los cines de verano. La incomodidad.

 En algunos sitios se trata de gradas de piedra que se realizaron quien sabe cuándo y con qué menester, aunque parece claro que se utilizaban para torturar a los allí confinados sentándoles sobre dichas gradas el tiempo suficiente para sentir el culo como un steak  tartar, o lo que es lo mismo comprobar en sus propias carnes, nunca mejor dicho, la sensación de que se les machacan las posaderas por la acción de la gravedad que las aplasta contra la dura piedra de forma uniformemente acelerada aunque estén inmóviles.

Otra variedad, cuando el sadismo de los responsables del municipio no fue tan grande, es cuando se instalan sillas de quita y pon como las de las terrazas de algunos bares. Estas sillas, tanto en la versión única pieza de plástico duro como en la terrible y temible de tablitas o agujeritos en el asiento, provocan sufrimientos similares a los de las gradas, pero como aun son más frágiles, son propensas a algún accidente si quien las usa no ha persistido lo suficiente en la operación bikini, o ni siquiera llegó a planteársela. Hay incluso gente que vuelve cada temporada con aquella silla en la que se quedaron encajados el primer año y de la que aun no han podido desatascarse, que como al que le sale un juanete en el pie la asumen como un apéndice y aprenden a desenvolverse en la vida diaria sin mayores problemas, aunque a nosotros nos resultase algo molesto hasta cambiarnos de pantalón con una silla pegada en el culo. No obstante, hay que decir que independientemente de tu tamaño y peso, estas sillas logran que al acabar la proyección, tu trasero parezca una celosía y los dibujos del asiento se hayan quedado grabados en tus nalgas, confiriéndolas un aspecto de body painting de formas geométricas enrojecidas.

 


 
Y aun existe otra posibilidad, cuando ni siquiera hay asientos habilitados y los espectadores o se llevan su propio acomodo o se tienen que sentar directamente en el suelo. En el primer caso, muchos acarrean con la sillita plegable con la intención de estar más cómodos, pero hay que decir que a los riesgos antes comentados, también son frágiles y también te tatúan los dibujos en el pandero, se suma el incordio de cargar con ella hasta el lugar de la proyección y sobre todo volver desde allí. Aunque hay gente que se toma este tipo de espectáculo como si fuera un picnic y ya que se llevan las sillas también cargan con una nevera con viandas y bebidas, una mesa plegable y hasta las cartas por si la película no les entretiene lo suficiente. Sombrilla no se llevan porque el cine al aire libre suele ser nocturno por no sé qué razones de índole lumínico. El segundo caso, la opción de sentarse en el suelo, es quizá la peor de todas. En un principio y para evitar mancharse algunos tienden una toalla o manta donde aposentarse. Optimistas. Tanto si es en una playa como en un descampado y a la manera en que el sol quema las caras de los esquiadores dejando una marca con forma de antifaz blanquecino en la zona de los ojos que estaban cubiertos con las gafas, el culo es la única parte de la anatomía que habrá quedado impoluto del polvo en suspensión que irá cubriendo imperceptiblemente a tan previsores espectadores. Eso, sí han logrado en un ejercicio que no hay Pilates que supere mantenerse en una posición más o menos estable. Porque a nada que pasan unos minutos, el cuerpo tiende a incomodarse y a llamar la atención más que cualquier argumento que la película te depare y te va sugiriendo posturas, que no sería capaz de describir ni el autor del Kamasutra, para mejorar su acomodo. De hecho se piensa que algún contorsionista adquirió sus capacidades después de asistir a toda la programación de los cines de verano del municipio donde veraneaba.  

 

Pero aun hay más, te sientes donde te sientes y como te sientes, unos convidados al espectáculo se sentirán felices y sumarán un nuevo problema a tu maltrecho cuerpo. Los mosquitos. Porque ni manta, ni silla plegable, ni colchón inflable, lo que realmente se necesita en un cine de verano es ir pringado de Aután como si te hubieses duchado con el espray. Bien, es cierto que no está comprobado que dicho producto repela de manera absolutamente eficaz a tan encarnizado enemigo, lo que sí se puede comprobar es que como dejes una mínima grieta en el unte, aun cuando sea en un lugar aparentemente inaccesible y cubierto con toda tu vestimenta y ropajes, el avispado (entiéndase listo y no himenóptero) insecto encontrará el lugar desprotegido y hará que recuerdes por siempre tu poca destreza en defender todos los pliegues de tu piel.

 

Porque al día siguiente cuando vayas a la playa o a la piscina, no será de extrañar que a la vista de tus huesos resquebrajados, las marcas de las sillas que aún persisten, toda tu ropa algo blanquecina menos por en la zona del culo y unos habones provocados por las picaduras que pareces una contundente fabada, algún espabilado te pregunte entre risas: “¿Qué tal la película de anoche?”.         

 

Así es amigos, cosas del cine.

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