EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XVI)
¿No tiene usted
amigos?
El mejor amigo de un
muchacho es siempre su madre
PSICOSIS (Pysco). USA, 1960. Terror. Dir: Alfred
Hitchcock con Anthony Perkins, Janet Leigh, Vera Miles, Martin Balsam, John
Gavin (109 min)
Por muy increíble que nos pueda parecer hoy en día, hubo un
tiempo en el que Alfred Hitchcock carecía del aura de gran maestro que tiene
entre nosotros; el británico ni mucho menos gozaba del prestigio artístico que
después llegaría a alcanzar. Hitch llevaba ya años asentado en Hollywood y, con
alguna que otra excepción, sus películas solían funcionar en taquilla atrayendo
la atención del gran público. Sin embargo, la crítica norteamericana seguía
tachando al cineasta de comercial, sosteniendo que sólo sabía hacer películas
de evasión y entretenimiento para las masas. Tuvo que llegar como casi siempre
la crítica europea para poner los puntos sobre las íes y reivindicar a Sir
Alfred como lo que era, un autor serio y un artista. Fue más concretamente
Francçois Truffaut quien se encargó de ello en su magnífico libro-entrevista El cine según Hitchcock en 1962, cuando
ya habían aparecido todas esas películas que hoy consideramos obras maestras.
Parafraseando a Cocteau para a su vez referirse a Proust, Truffaut acuñó que la
obra de Hitchcock permanecería viva eternamente “como los relojes de pulsera de
los soldados muertos”.
Llegar a ser considerado un autor en el Hollywood de los
años cuarenta y cincuenta, con los sistemas de producción imperantes, era
prácticamente una quimera. No obstante, con su obsesión por querer ir siempre
más allá y abarcarlo todo, Hitchcock fue el cineasta que más se aproximó a ese
concepto de autoría; personalmente, creo que hasta el manido epíteto de mago
del suspense – que ni siquiera es un género como tal- se queda demasiado corto
para describir una personalidad como la suya. Hasta en eso, Hitch tuvo relativa
suerte, al toparse de primeras con un productor como David O ´Selznick que le
dio total libertad para hacer su primer film en Estados Unidos, y que llegaría
a definirle como “el único director al que de verdad le conferiría una
película”. Después de no pocas y arduas negociaciones, el influyente productor,
que acababa de triunfar con Lo que el
viento se llevó, logró traerse a Hollywood al director a finales de la
década de los treinta desde su Inglaterra natal. Allí Hitchcock había aprendido
el oficio comenzando a trabajar para la industria en principio como rotulista en
las películas mudas; más tarde sería montador, ayudante de guiones y finalmente
director. Su progresión en este último campo también fue ascendente, acorde a
la calidad de las películas, de sus primeras comedias sin prácticamente
repercusión hasta títulos como la excepcional Treinta y nueve escalones (1935) o la archicopiada Alarma en el expreso (1938). Films como
los citados fueron su mejor carta de presentación en Hollywood.
Para debutar en la Meca del cine, el director elige la
adaptación del clásico de Daphne du Maurier Rebeca que consigue un gran éxito y se alza con el Oscar a la Mejor
Película de 1940. Hitchcock consigue su primera nominación como director,
aunque lo pierde ante John Ford que compite por Las uvas de la ira. El cineasta será nominado otras cuatro veces más,
pero como se sabe nunca ganará la estatuilla, una de las grandes injusticias de
la pequeña historia de los premios. El éxito ata a Hitchcock con O´Selznick que
curiosamente lo cede a la RKO para sus dos siguientes películas. La relación
con éste se rompe en 1947 cuando el realizador decide rodar Encadenados cuya historia no convence
demasiado al productor. A partir de entonces, Hitchcock comenzará a producir él
mismo sus películas, aunque optará por no aparecer nunca en los créditos. La
decisión le permitirá ejercer un control absoluto sobre el resultado final de
sus trabajos, lo cual tratándose de un artista que va un poco por libre y
merece que le den de comer aparte no es ninguna tontería. Porque si algo
caracterizará siempre a Alfred Hitchcock es que como creador no deja que nada
ni nadie se le ponga por delante. Que hay que hacer una película en un solo
escenario que además confine a los personajes en el espacio de unos pocos
metros, pues se hace (Náufragos,
1944), que hay que rodar una película en un solo plano para demostrar que ni
Sokurov ni Iñárritu inventaron después nada, pues se rueda (La soga, 1948), que de lo que se trata
es de introducir el típico humor inglés en una cinta de Hollywood, descolocando
absolutamente al personal, ningún problema al respecto ( Pero ¿quién mató a Harry?, 1955). La carrera de Sir Alfred parecía
estar guiada siempre por aquella máxima circense del más difícil todavía.
En estas estamos cuando a finales de la década de los
cincuenta Hitchcock compra los derechos de una novelita francesa para rodar una
película que supondrá no ya sólo un hito en su filmografía sino también en la
propia historia del cine. Vértigo
adapta una obra de Pierre Boileau y Thomas Narcejac que cuenta la historia de
un detective de la policía de San Francisco que sufre de mal de altura – de ahí
el título- y al que le encargan vigilar a una misteriosa mujer de la que
termina enamorándose. No conviene desvelar mucho más por si acaso alguien se ha
dado recientemente un golpe en la cabeza que le ha hecho perder la memoria y
necesita volver a ver de nuevo la película. La memoria es precisamente un
elemento muy importante en un film que tiene como uno de los temas
fundamentales la necrofilia. No es la primera vez que el director aborda el
trhiller psicológico pero nunca quizá con tanta intensidad. Hitch se sumerge –
y nos sumerge- en una paranoia anunciada ya desde los alucinantes créditos
iniciales, un descenso a los infiernos del subconsciente y la represión. La
película habla también de los mecanismos ilusorios del propio cine, con un
relato que no excluye los detalles más morbosos y escabrosos. Todo ello sin
renunciar a la vez al estilo reconocible de su autor, con una banda sonora
mítica a cargo de Bernard Hermann (que se inspiró en las notas de la wagneriana
Tristan e Isolda, otra gran historia
de amor y muerte), y unas interpretaciones sobresalientes de James Stewart y
Kim Novak Vértigo obtuvo 2 nominaciones
al Oscar en el año de su estreno, los correspondientes a mejor sonido y a mejor
dirección artística; en San Sebastián Alfred Hitchcock recibió la Concha de
plata al mejor director y James Stewart el premio al mejor actor, aunque en
ambos casos el reconocimiento fue ex aequo, pues Hitch debió compartir el
galardón con Mario Moniceli que aquel mismo año presentaba en el certamen vasco
Rufufu, y Stewart tuvo que hacer lo
propio con Kirk Douglas que protagonizaba Los
vikingos de Richard Fleisher, también en competición. En 2012, la revista
inglesa Shigt and Sound designó Vértigo
como la mejor película de la Historia del Cine, y ahí seguirá al menos hasta
2022, el año en el que la publicación renovará su ranking.
Previamente a esta experiencia, Hitch había intentado
adaptar para el cine otra novela anterior de Boileau y Narcejac, Celle qui n´etait plus, aunque
finalmente no pudo conseguir los derechos de venta; quien se le adelantó no fue
otro que H.G. Cluzot que llevó la obra a la gran pantalla en 1955 con el título
de Las diabólicas. Tras Vértigo, y obsesionado por las
características y el ambiente malsano de los textos de Bolieau y Narcejac,
Hitchcock le echa el ojo a un relato breve de Robert Bloch, discípulo
aventajado del maestro del terror y del fantástico H. P. Lovecraft. Bloch había
publicado Psicosis en 1959 y
llegaría a editar posteriormente dos secuelas de la novela, aunque curiosamente
ninguna de ellas guarda relación con las continuaciones que se rodaron para el
cine. En el momento en el que la oficina de Hitch compra los derechos de la
obra, el director se encuentra preparando el que será otro de sus indiscutibles
clásicos, el film Con la muerte en los
talones, en el que vuelve a darle otra vuelta de tuerca a otro de sus temas
favoritos, el del falso culpable, esta vez en tono abiertamente de comedia.
Para escribir su novela y crear a su protagonista principal,
Richard Bloch se había basado libremente en el personaje real de Ed Gein,
famoso asesino en serie, profanador de tumbas y necrófilo, cuyos macabros
crímenes inspirarían después también otras obras del cine y de la literatura,
así como diversas letras de canciones y series de televisión. Estaríamos
hablando de películas como La matanza de
Texas (Tobe Hooper, 1974) o El
silencio de los corderos (Johnattan Demme, 1991) y de tantas otras que han
mitificado la figura del “psycokiller”. En 2000 Ed Gein tuvo su propio biopic
en una película que llevaba su nombre en el título, y que conquistó la edición
de aquel año del Festival de Sitges.
Hitchcock logró obtener los derechos para la adaptación de Psicosis a través de un agente por la
cantidad de 9.500 dólares. La Paramount
no quería producir la película por considerar la novela en la que se basaba
demasiado repugnante y poco cinematográfica, y al final la película debió ser
financiada por Shamley Productions que había producido ya a mediados de los
cincuenta los capítulos del serial televisivo Alfred Hitchcock presenta La intención del director, obligado a trabajar
con un presupuesto más bajo de lo acostumbrado, era realizar una película
utilizando los recursos de la televisión y los equipos de producción típicos de
un medio en el que ya tenía cierta experiencia.
James Cavannaugh escribió un primer borrador del guión que
no convenció a Hitchcock quien entonces puso sus ojos en Joseph Stefano, un escritor
con escasa experiencia hasta ese momento en Hollywood. Stefano introdujo algún
cambio en la película con respecto al texto literario, uno de los más
llamativos es el referido al destino de Marion Crane que en la novela es
asesinada en el primer capítulo; la originalidad de la película era que la
protagonista moría a la mitad del metraje en la famosa escena de la ducha, algo
inédito y nunca visto hasta entonces que fue considerado por casi todo el mundo
como una locura.
La película arranca pues en Phoenix, Arizona en el
transcurso de un caluroso mediodía de viernes. Allí, en la habitación de un
hotel barato, Marion Crane tiene una cita clandestina con su amante, Sam – en
la novela de Bloch, Marion y Sam son simplemente amigos- con quien sueña
fugarse algún día, siempre que se solucionen sus problemas de dinero. Después
Marion, que trabaja como secretaria en una inmobiliaria, acude a su oficina, y
allí se encuentra con que su jefe acaba de cerrar un trato con un cliente que
insiste en pagar la transacción económica en metálico. Como el dinero no se
puede quedar en la oficina todo el fin de semana, Marion se ofrece voluntaria
para ir al banco a depositarlo, antes de irse a casa, pues pretexta un terrible
dolor de cabeza. En lugar de cumplir con su deber, Marion decide huir con el
botín, 40. 000 dólares. En su fuga,
levanta las sospechas de un policía que la despierta mientras echa una
cabezadita dentro del coche en el arcén de la carretera. La chica entra en
pánico y visiblemente nerviosa se dirige a un servicio de venta de coches
usados para cambiar de vehículo, dejando al dependiente también con la mosca
detrás de la oreja.
A Marion la lluviosa noche se le echa encima, y decide parar
en un pequeño motel algo apartado de la carretera para pasar la noche. Entra en
la recepción pero no ve a nadie, y tras insistir con la campanilla, acude a la
llamada un joven de aspecto agradable y educado que le toma los datos en el
libro de visitas. Norman Bates, que así dice llamarse, le cuenta que vive con
su madre en la casa que se yergue contigua en una colina, y que el hotel no
suele recibir muchos clientes. Marion le comenta que no ha cenado, y el dueño del
motel la invita entonces a subir a casa y comer algo juntos con la Sra
Bates. Sin embargo, mientras la joven
está dejando el equipaje en su habitación escucha una fuerte discusión entre
madre e hijo. Acto seguido, Norman aparece con una bandeja que contiene un
pequeño refrigerio para la invitada, y se excusa de que su madre, algo enferma
dice, no la haya permitido subir a cenar. Norman hace pasar a Marion a una
pequeña sala del motel donde ambos mantienen una pequeña conversación mientras
ella recupera fuerzas con un sándwich. La sala es algo siniestra y está llena
de pájaros embalsamados. Norman confiesa que en sus ratos libres se dedica a la
taxidermia, pero que solo la practica con aves.
Antes de irse a dormir, Marion decide darse una pequeña
ducha. A poco de comenzar a caer el agua, es atacada por una mujer, de la que
apenas vemos su silueta en sombras, y que tras atestarle varias puñaladas en el
cuerpo vemos huir despavorida. Entra a continuación Norman que ordena el cuarto
de baño y limpia los restos de sangre de la bañera. En la escena siguiente, le
encontramos a la orilla de una ciénaga que se va tragando poco a poco el coche
de Marion con su cadáver dentro.
Comienza entonces, digamos, la segunda parte de la película.
Han pasado unos días de la desaparición de Marion, y Lila Crane, su hermana,
comienza a impacientarse por el paradero de la muchacha. Lila se dirige a la
tienda donde trabaja Sam para preguntarle, pero éste no sabe nada. Justo en ese
momento se presenta en el lugar un detective que dice llamarse Arbogast y que
también busca a Marion a la que relaciona con el robo de los 40.000 dólares.
Arbogast decide partir en busca de la desaparecida mientras Lila y Sam quedan
esperando noticias. Tras recorrer varios moteles, el detective llega al parador
Bates y pregunta a su dueño por Marion enseñándole una fotografía suya. Como el
joven se contradice Aborgast empieza a sospechar y se convence de que la chica
estuvo realmente en el hotel pasando una noche. Llama a Lila y Sam para
contárselo, pero comete el error de entrar en la casa para hablar con la Señora
Bates que al oírle subir por la escalera sale a su encuentro blandiendo un
cuchillo y le asesina.
Al no tener más noticias de Aborgast, Lila y Sam se
impacientan, y tras hablar con el sheriff del condado, deciden ir ellos mismos
al motel Bates. Se inscriben allí como marido y mujer, y mientras Sam charla
con Norman, Lila se interna en la casa de la colina y descubre que…
Bien, es mejor que por deferencia a aquellos/as que han
sufrido un golpe en la cabeza y necesitan volver a ver la película, no siga.
Y cuidado que estamos hablando de un film que, al igual que Casablanca, estuvo a punto de quedarse
en nada. Debido al ínfimo presupuesto con el que se vio obligado a trabajar,
Hitchcock pensó incluso en rodar la historia de Bloch como un episodio de
sesenta minutos que se incluiría dentro de su serial televisivo. En realidad,
del original literario a Hitch lo único que le había llamado la atención era
una escena que transcurría en la ducha de un pequeño motel de carretera a la
que vio un gran potencial en pantalla. No se equivocaba; la famosa secuencia es
uno de los grandes iconos de la historia del cine que ha inspirado infinidad de
artículos, libros y documentales. Citemos entre estos últimos 78/52, la escena que cambió el cine
(Alexandre Philippe, 2017). Pero dejemos que sea el propio tío Alfredo quién
nos explique mejor el intríngulis de la famosa secuencia:
“El rodaje de la escena de la ducha duró siete días y
tuvimos que realizar setenta posiciones de cámara distintas para obtener
cuarenta y cinco segundos de película. Me había fabricado un torso artificial
con sangre que debía brotar bajo la presión del cuchillo, pero no me serví de
él. Preferí usar una modelo desnuda que doblase a Janet Leight. De esta no se
ve más que la cara, los hombros y las manos. Naturalmente el cuchillo nunca
tocó su cuerpo y todo está hecho en el montaje. No se ve ninguna parte tabú del
cuerpo, filmamos al ralentí ciertos planos para evitar recoger la imagen de los
senos, que posteriormente no fueron acelerados pues su intersección en el
montaje da sensación de velocidad normal(...) Es la escena más violenta del
film y fue lo único que realmente me interesó de la novela. El recuerdo sólo de
esa escena, basta para hacer angustiosos los momentos posteriores del film en
los que la violencia decrece...”
El plural que usa Hitch en esta declaración no es
mayestático, pues parece ser que quien diseñó la perfecta planificación de la
escena fue Saul Bass. Uno de los aciertos de la escena es desde luego el
tratamiento musical que de ella hizo Bernard Hermman; al contar con poco
presupuesto, decidió usar solo el chirriante sonido de unos violines
(acompasando el ritmo de las cuchilladas para acabar en una suerte de estertor
moribundo) que no pudieron producir un efecto más aterrador.
Hermman no fue el único que tuvo que sufrir los rigores del
ínfimo presupuesto con el que contaba la película. La película se rodó en
blanco y negro, además de por una cuestión económica, para favorecer el juego
de contrastes entre luces y sangre, y también porque pensaron que el rojo de la
sangre en la escena de la ducha podría causar demasiado impacto entre los
espectadores. Ocurrió lo mismo con los decorados que se aprovecharon los
escenarios de una versión de El fantasma
de la ópera. Hitch quería que la casa donde vivían Norman y su madre fuese
lo más parecida posible a la que se ve en el cuadro de Hooper House by the
railroad (aún sigue en pie en un rincón de los estudios Universal). Y pese a
las limitaciones, la dirección artística es asombrosa y consiguió una
nominación al Oscar aquel año.
Los actores contratados,
algunos de ellos todavía no muy conocidos por el gran público en aquel momento,
debieron asimismo renunciar a parte de su salario. Janet Leigh era una actriz y bailarina de
California que ya había destacado en películas como Mujercitas (Melvin LeRoy, 1949), El príncipe valiente (Henry Hathaway, 1954) o Sed de mal (Orson Welles, 1958). Por supuesto, durante el rodaje de Piscosis, Leigh no se libró del acoso al que tito
Alfred solía someter a sus actrices, especialmente a las rubias. Por su interpretación
de Marion Crane recibió una nominación al Oscar como mejor secundaria del año,
una de las cuatro que obtuvo la película que se fue de vacío en una edición en
la que El apartamento de Billy
Wilder sería la gran triunfadora (las otras fueron para el propio Hitch como
mejor director, para la fotografía de John L. Russel y para la dirección
artística en blanco y negro). Por su parte, Anthony Perkins clavó el papel de
su vida encarnando al psicópata Norman Bates y creando un referente. El actor
contaba 28 años, y venía de intervenir en películas como La gran prueba (William Wyler, 1956) que ganó la Palma de Oro en el
Festival de Cannes. Un año después de Psicosis,
Perkins volvería a ser reconocido en
Cannes esta vez como mejor intérprete masculino por su aparición en una
deliciosa comedia dramática de título No
me digas adiós (Anatole Litvak. 1961) dando vida a un jovencito parisino de
clase acomodada que enamoraba a una madura anticuaria a la que daba vida Ingrid
Bergman. El nombre de Perkins quedaría
ligado para siempre al de Norman Bates, aunque en parte lograría
desencasillarse gracias a títulos como El
proceso (Orson Welles, 1962), ¿Arde
París? (René Clement, 1965) o La
década prodigiosa (Claude Chabrol, 1971).
Su última aparición en pantalla, antes de morir de SIDA en 1992 a los 60
años, se produjo en una comedia española titulada Los gusanos no llevan bufanda (Javier Elorrieta, 1991).
Otros intérpretes del film fueron Vera Miles que interpreta
a Lila Crane y ya había aparecido en un film anterior de Hitchcock, Falso culpable (1956). Además de sus
trabajos junto al mago del suspense, Miles es recordada por sus papeles a las
órdenes de John Ford, en Centauros del
desierto (1956) y El hombre que mató
a Liberty Valance (1962). De John Gavin que encarna en Psicosis a Sam, el
amante de Marion ya hablamos en un capítulo anterior a propósito de Imitación a la vida (Douglas Sirk,
1958). Martin Balsam interpretó a Aborgast, protagonista de otro de los
momentos más impactantes del film, que recrea su propia muerte desde lo alto de
una escalera en un prodigioso plano cenital. Balsam fue uno de los 12 hombres sin piedad que nos presentó
en 1957 Sidney Lumet; con el director de Filadelfia repetiría años más tarde en
Asesinato en el Orient Express
(1974) donde coincidiría en el reparto precisamente con Anthony Perkins. Su
debut en el cine se produjo en La ley
del silencio (Elia Kazan, 1954), y se convirtió rápidamente en uno de los
secundarios imprescindibles del cine norteamericano de la época, interviniendo
en clásicos como Desayuno con diamantes
(Blake Edwards, 1961) o El cabo del
terror (J. Lee Thompson, 1962). Ganaría el Oscar como Mejor Actor de
reparto en 1965 por su papel en El
payaso de la ciudad de Fred Coe.
Buena parte del proceso de rodaje de Psicosis puede seguirse en la reciente Hitchcock (Sacha Gervasi, 2012), film que pese a su título no es
ningún biopic del cineasta sino una reconstrucción sobre las fases de la
composición de una de sus obras más laureadas. Con unas interpretaciones
magníficas de Anthony Hopkins y de Helen Mirren, en el papel de su inseparable
Alma Reville, la película nos da las claves que han convertido a Psicosis en un referente del cine
contemporáneo al tiempo que nos descubre algunos secretillos de su filmación.
Hitchcock estaba construyendo sin saberlo, o quizá sabiéndolo, los cimientos
del nuevo trhiller psicológico en esta etapa redondeada con la posterior Los pájaros (1962). Todo ello sin
renunciar además a su peculiar y reconocible estilo. Ahí también encontraremos
el imprescindible McGuffin, el característico señuelo que deja el director para
hacer avanzar la trama, pero que al final no tiene ninguna trascendencia en el
desenlace de la misma. En esta ocasión, el McGuffin es el fardo de 40.000 dólares
que la cámara de John L. Russel se encarga de destacar en un par de momentos, y
que al final termina en el fondo de un pantano junto a las demás víctimas de
Bates. No podía faltar tampoco el clásico cameo del director al principio del
film; en esta ocasión hay que afinar un poco la vista para encontrarlo pues
aparece de espaldas como un viandante en la escena en la que Marion Crane entra
en su oficina.
En definitiva, estamos ante uno de los mayores hitos
cinematográficos del cine moderno, imprescindible a su vez para el cine
contemporáneo. El influjo de Hitchcock da es evidente en directores tan
diversos como Brian De Palma, John Carpenter o David Fincher, y su obra abre el
camino al subgénero del “slasher”. Hace unos años, al “enfant terrible” Gus Van
Sant se le ocurrió hacer un remake plano a plano de Psicosis, que en absoluto deberíamos tomar como blasfemia sino más
bien como juego metacinematográfico. El personaje de Norman Bates ha inspirado
igualmente varias precuelas y secuelas – una de las cuales dirigió el propio
Anthnony Perkins. Ninguna de ellas, por supuesto, le ha llegado a la suela del
zapato a la original. Y es que puede que
nos encontremos ante la película de terror más espeluznante jamás filmada, tal
vez porque, como dice el prestigioso crítico Rogert Egbert, ninguna película
ha sabido conectar con nuestros miedos tanto como ésta.
Comentarios
No sólo ha dado para secuelas, precuelas y juegos metacinematográficos ( a mi lo de Van Sant no me parece una blasfemia sino una autentica estupidez) sino también a series televisivas, La serie "Bates motel" recrea la juventud de Norman, cuando él y su madre (aun viva) compran el motel. A Norman lo interpreta Freddie Highmore, el niño de "Descubriendo nunca jamás", de "Charlie y la fábrica de chocolate" o "Arthur y los minimoys". Es una de las pocas estrellas infantiles que han sabido continuar su carrera una vez que pasan de la niñez a la edad adulta y las caras que antes nos parecían adorables ahora ya no son tan atractivas, a Freddie ademas de esta serie le podemos ver en "The good doctor" donde interpreta a un joven doctor autista pero sabio que trabaja en un gran hospital.
La madre de Norman, Norma Bates en la serie, es Vera Farmiga, el ligue ocasional de George Clooney en "Up in the air" o la sensitiva esposa del matrimonio Warren en las películas de la terrorífica saga "Expediente Warren".
Sobre "Psicosis" en concreto, puedo hablar del miedo que me dio la primera vez que la vi, no debía ser yo muy niño sino más cercano a la adolescencia, 13 o 14 creo, pero si recuerdo que hubo dos o tres escenas que me angustiaron mucho, no tanto la de la ducha quizá porque los ardores propios de la edad me tenían más pendiente de la bella desnudez de Janet que de las cuchilladas de mamá Perkins. Me impactó el ataque al detective Arbogast y por supuesto los sucesivos descubrimientos que iba haciendo Vera Miles en su cotilleo. No obstante, el clima angustioso de la película me tenía desazonado durante todo el film y esa casona levantada sobre la colina forma parte de mi propia imaginería del miedo.
Y Hitch, cuesta creer que la crítica de aquellos tiempos no lo tuviera en consideración, pero ya se sabe que los críticos son humanos salvo Bardés que es biónico. Tanto su filmografia como su foirma de hacer cine es tan peculiar que no entiendo que se le considerase un director de cine comercial sin más, ¿no lo eran Capra, Hawks, Ford o el mismo Wilder? Todos ellos tenían grandes éxitos en taquilla y su cine era tan reconocible como el del tito Alfred, quizá en aquellos tiempos los valores eran distintos.
Aunque hay que decir que algo parecido pasó con Spielberg en sus inicios, minusvalorando su cine por llenar salas en vez de aburrir al personal con películas lentas e incomprensibles ¿cuantos críticos europeos de los 80 menospreciaban al tito Steven?...bueno, en realidad, aun lo hacen porque es moralista, dicen...es mejor que no se entienda lo que cuentas, como Lynch así no se te puede acusar de buenismo, finales felices o imponer un concepto ético a los personajes.
En fin que me desvío. Películón, directorón y gusón.
Abrazos en la mecedora.
Buen gus para recordar un montón de sensaciones.
Abrazos circulares.
Yo no soy muy fan de Hitchcock pero esta es una de mis películas favoritas de entre todas las que dirigió, ésta y la tardía "Frenesí", ambas te sumergen en un clima claustrofóbico y hacen que el corazón se acelere en más de un momento.
Probablemente hoy nuestro Hitch sería tratado de icónico y machista, nadie pone a subir unas escaleras de incendio a una mujer ataviada con un can-can y unos tacones de vértigo, nunca mejor dicho, pero él lo hacía y parecía hasta creible.
Empezamos bien la semana. Gran trabajo.
Besos entaconados.
Albanta