GUS MORNINS 12/6/18
“Hay
algo bueno en hacer películas malas y es que la gente no las recuerda. Nadie
viene y te dice: “Eh, qué mal estabas en Yo
vigilo el camino”, por ejemplo”.
Gregory Peck
Hoy hace quince años
que nos dejó el caballero por excelencia del cine. Si John Wayne era el vaquero
perfecto, Gary Cooper era el americano bueno, James Stewart era el americano
tranquilo y Cary Grant era la perfección con clase, Gregory Peck encarnó al
auténtico caballero, el tipo que nunca estaba fuera de su sitio. Con una
austeridad de gestos y la postura envarada, Gregory Peck fue el hombre
razonable, que luchaba por hacerse un sitio en la historia y, casi siempre, de
la forma más digna posible. Algunos creen que no era demasiado buen actor.
Y, a los que buscan actores versátiles,
les diré que sí, que algo de razón tienen, pero que yo no diría tan
categóricamente eso.
Gregory Peck era hijo
de un farmacéutico y de un ama de casa. Ambos profesaban la religión católica y
Peck fue educado en ella. A los cinco años de edad, sus padres se divorciaron y
el pequeño Greg fue enviado con su abuela, hecho que marcó su vida. Resultó que
su abuela era una auténtica enamorada del cine y llevaba al niño a todas las
películas que podía. Eso hizo que, desde muy pequeño, Greg quisiese ser actor.
Cuando Greg llegó a la
Universidad se decidió por estudiar medicina, pero enseguida supo que aquello
no era lo suyo. Cuando terminó el primer año decidió hacer las maletas y pedir
un empleo de meritorio en la Neighborhood Playhouse de Nueva York y, después de
cuatro temporadas, realizó su debut en Broadway, en concreto en la obra de
Emlyn Williams La estrella de la mañana.
Un ojeador de la RKO le vio y le ofreció un contrato, impresionado con su
presencia física que alcanzaba el 1,90 de estatura.
Debutó con una película
que pasó sin demasiado interés, titulada Días
de gloria, pero en la siguiente ya todo el mundo se fijó en ese joven actor
que era capaz de transmutarse en un anciano que recuerda su fallida dedicación
a Dios en Las llaves del reino, de
John Stahl, una estupenda película que tiene en Peck y en su amistad con el
ateo Thomas Mitchell los mejores momentos, demostrando que la fe tiene poco que
ver con la bondad de las personas. Por esta interpretación, Peck fue nominado
al Oscar por primera vez.
Acude a la llamada de
Alfred Hitchcock para perder completamente la memoria en Recuerda. Realizó una de las películas más cursis de la historia
con El despertar (no es que lo diga
yo, él mismo lo reconoció) e, incomprensiblemente, también fue nominado al
Oscar por esta interpretación. Cambió de registro para ser el insidioso
protagonista de Duelo al sol (esa
película que todos sabéis que me encanta) al lado de Jennifer Jones y fue un
bandido con fondo bueno en esa auténtica maravilla de William Wellman que es Cielo amarillo. Su personificación más
mítica en el género del western la
consiguió con El pistolero donde
trata de encontrar el alma que ha perdido cabalgando por las llanuras y
alquilándose a quien tuviera dinero para pagarle y matar.
Recibió su tercera
nominación por esa maravilla de Elia Kazan que fue La barrera invisible, donde, en la piel de un periodista, se hacía
pasar por judío para escribir un reportaje sobre la dificultad de encontrar un
trabajo y ser aceptado por la sociedad si proclamaba públicamente esa
condición. También realizó la excelente Almas
en la hoguera, la historia de una unidad de combate aéreo durante la
Segunda Guerra Mundial.
A partir de este momento,
la cotización de Gregory Peck subió como la espuma y se permitió el lujo de
comprar el contrato al estudio e intervenir solamente en las películas que
realmente le interesaran. Comenzó con El
hidalgo de los mares, una película que se me ha quedado irremediablemente
ambigua. Incomprensiblemente luego se decidió por un western con el ejército de fondo titulado Solo el valiente. Así, entre nosotros, si tenéis tiempo y ganas de
tomaros a chacota todo, os recomiendo que la veáis. Es tan mala que os arrancará
unas risas seguro. Sin embargo, se recuperó con una de las más hermosas
historias sobre el mar y sus gentes en la maravillosa El mundo en sus manos, de Raoul Walsh. Épica y valiente, aún está
en la memoria esa increíble carrera de goletas en las que él lidera una y
Anthony Quinn la otra, tratando de demostrar quién es más rápido. Luego, Las nieves del Kilimanjaro, con Ava
Gardner, fallida adaptación de la novela de Ernest Hemingway y, por supuesto, Vacaciones en Roma, con Audrey Hepburn.
Todo el mundo recuerda en esta película a Audrey y nadie a Greg. Es verdad que
su papel es un poco de compañero más que de otra cosa, pero Gregory Peck
comienza a demostrar que en la comedia también tenía algo que decir.
Uno de sus mayores
patinazos es su encarnación del Capitán Achab en Moby Dick, de John Huston (durante años le reprocharon a Huston el
por qué había elegido a Peck para el papel cuando tenía a Orson Welles en la
misma película y lo hubiera hecho mucho mejor). Bien es verdad que la película
tiene muchos problemas y que las maquetas impresionantes de la ballena cantan
hasta La Traviata en verso, pero a mí
me sigue pareciendo una excelente película, capaz de recoger un buen porcentaje
del espíritu de Melville y llevarlo a escena.
La siguiente ya es otra
cosa. Quizá sea la comedia más divertida de su carrera: Mi desconfiada esposa, de Vincente Minnelli, con Lauren Bacall
tratando de edificar una vida en común siendo ella diseñadora de moda y él,
cronista deportivo. La película es ágil, divertida, con situaciones
tronchantes, agradable de ver, con diálogos ingeniosos…casi la comedia perfecta
para altos ambientes. También interpreta con notable destreza al lechuguino que
viene del Este y demuestra que es todo un hombre en la espectacular Horizontes de grandeza, de William
Wyler. Luego pasa a ser el escritor Francis Scott Fitzgerald en Días sin vida, en donde se describe su
difícil relación con Zelda, su esposa. Posteriormente, esa estupenda fábula
postapocalíptica que es La hora final,
con Ava Gardner, Fred Astaire y Anthony Perkins viviendo los últimos días de
vida en la Tierra.
En 1961 consigue el
mayor éxito de su vida al interpretar al Capitán Mallory de Los cañones de Navarone, la película que
más taquillaje hizo de toda su carrera. El éxito fue de tal calibre que decidió
a Peck a crear su propia productora siguiendo el rastro de otras estrellas que
estaban haciendo lo mismo, como Burt Lancaster (con la Hecht-Hill-Lancaster,
posiblemente la mejor de todas ellas), Marlon Brando (con la Pennebaker
Productions) o John Wayne (con la Batjac Productions). Así que lo primero que
hizo fue contratar a Robert Mitchum y encargar a Jack Lee Thompson la dirección
de El cabo del terror, el
escalofriante relato de un abogado acosado por un delincuente sin escrúpulos
que le quiere hacer pagar su testimonio por un crimen pasado y que le costó
varios años de cárcel. Lo cierto es que Mitchum y Peck no congeniaron nada.
Años después Peck dijo por qué: “Sabía
que él tenía el mejor papel y que yo, aunque era el productor, sólo iba de
comparsa. Pero él trato de echarme fuera de las escenas con una forma de actuar
que no había visto nunca y eso no dice mucho en su favor”. Lo cierto es que
fue todo un éxito y aún es tan escalofriante que no ha sido superada por la
versión que realizó Martin Scorsese con Robert de Niro y Nick Nolte y las
apariciones especiales de Mitchum y Peck.
Al año siguiente, por
fin vino el Oscar. Matar a un ruiseñor,
de Robert Mulligan y su personaje protagonista, Atticus Finch, pertenecen a la
memoria de todos los cinéfilos de bien del mundo. Nadie ha dudado nunca de que
Gregory Peck era Atticus Finch y que, si no lo retrató tal y como era, estuvo
muy, muy cerca. Con una competencia feroz en aquel año (recordemos que Peter
O´Toole estaba nominado por Lawrence de
Arabia), Peck se alzó con su único Oscar.
Por ahí estuvo también Y llegó el día de la venganza, de Fred
Zinnemann, una historia sobre la obsesión de un guardia civil por atrapar a un
antiguo miembro del maquis bajo la mirada atenta de un sacerdote. Ahí estaban
Gregory Peck, Anthony Quinn y Omar Sharif. La película levantó tantas ampollas
que el gobierno español prohibió incluso que se rodara en su territorio y hubo
que llamar a Alexandre Trauner, el mejor director artístico del cine, para que
recreara un pueblecito aragonés de la frontera. Una desgarradora historia que
aboga por la reconciliación ante la tragedia.
Maravillosa y muy poco
conocida es Espejismo, de Edward
Dmytrik, que ganó la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián y trata
sobre un misterio en relación con un hombre que cree acordarse de que bajó unas
escaleras que no existen. Dicho así puede parecer extraño, pero todo tiene su
explicación. Y es de lo más convincente. Una pequeña obra maestra a
reivindicar.
Ahí estuvo también Arabesco, de Stanley Donen, al lado de
Sophia Loren. La verdad es que fue un intento de igualar el éxito que Audrey
Hepburn y Cary Grant habían conseguido en Charada,
pero no tuvo tanta suerte. Ni el misterio era igual, ni la química de los
protagonistas, ni siquiera la estética de la historia muy deudora de los años
sesenta, consigue recordar al original. A continuación, Peck consigue otro de
sus grandes personajes: el explorador Sam Varner de La noche de los gigantes, un western
de suspense que consigue manejar la tensión de forma maestra por parte del
director Robert Mulligan.
Aún consigue otro
éxito, ya muy trasnochado, con la aventura de La sombra del zar amarillo, una historia de espionaje donde encarna
a un científico que se infiltra en la inteligencia china con algún que otro
toque a lo James Bond. También es el jefe de operaciones de la NASA en la
angustiosa Atrapados en el espacio,
de John Sturges, historia de un rescate espacial de urgencia en colaboración
con los rusos y, a pesar de lo que diga, Yo
vigilo el camino, de John Frankenheimer, no es tan mala película, aunque
está lejos de las mejores historias de su director.
A partir de aquí la
edad se le empieza a notar a Gregory Peck y no tiene demasiados éxitos aunque
sí hay que destacar alguno. Uno es la estupenda película de terror que es La profecía, de Richard Donner, donde
nos puso los pelos como escarpias tratando de parar el reinado de Satanás en la
tierra. Otra es su discutible interpretación como el Doctor Josef Mengele en Los niños del Brasil. Muchos han dicho
que este es un error de casting como una casa y que Peck debería haber
interpretado al cazanazis Ezra Liebermann y no al ángel blanco, mientras que
Olivier, que hizo del implacable perseguidor, tendría que haber asumido el
papel de Mengele. Lo cierto es que la película tiene su aquel, pero se resiente
de este error. Peck nunca lo admitió diciendo que eso era típico de los
estereotipos que tienen los críticos.
Por último, habría que
destacar su aparición en la serie Escarlata
y negro (siempre he pensado que con el material de esta serie se debería
hacer una película bien hecha, con medios y con sentido) y su especie de
despedida que significó Gringo viejo
donde interpretó al periodista y escritor Ambrose Bierce, llegando a conquistar
a Jane Fonda a pesar de la más que notable diferencia de edad.
Os contaré algunas
anécdotas de él.
A los nueve años de
edad fue al cine a ver con su abuela El
fantasma de la ópera, con Lon Chaney en el papel principal. Pasó tanto
miedo que quiso dormir con ella durante toda una semana.
Matar
a un ruiseñor es la película favorita de toda su
carrera.
Su hijo mayor, John, se
suicidó de un tiro en la sien.
Cuando Chrysler hizo
público un expediente de regulación de empleo que significaba echar a 60.000
obreros a la calle, se ofreció a participar gratis en un anuncio de coches para
paliar tal ajuste.
Acogió a la doncella de
Ava Gardner y a su perro cuando ella murió. Se lo había prometido en vida.
El productor Darryl
Zanuck le escogió para interpretar la película David y Betsabé porque decía que Gregory Peck tenía un rostro
bíblico.
El Partido Demócrata le
ofreció concurrir en las elecciones para Gobernador de California en 1970
cuando, por parte republicana, se hizo pública la candidatura de Ronald Reagan.
Peck rehusó en el último minuto.
Atticus Finch, su
personaje de Matar a un ruiseñor, fue
votado por el American Film Institute como el héroe más importante del cine. El
segundo fue Indiana Jones. El tercero, James Bond.
Brock Peters, el actor
que encarnó al acusado de color Tom Robinson en Matar a un ruiseñor, fue el encargado de pronunciar su recuerdo en
el funeral de Gregory Peck.
Una lesión en la
espalda, acaecida en sus tiempos de escolar, le incapacitó para pasar el
reconocimiento para alistarse en las Fuerzas Armadas durante la Segunda Guerra
Mundial.
Su hijo Stephen era
miembro del cuerpo de Marines durante la guerra de Vietnam. A pesar de que Peck
estaba en desacuerdo con la guerra siempre proclamó lo orgulloso que estaba de
su hijo.
Durante el rodaje de Vacaciones en Roma, Peck estaba
profundamente deprimido por su reciente divorcio. Allí conoció a una francesa
de nombre Veronique Passani, con quien se casó en segundas nupcias. Siempre
dijo que allí vivió un “romance doble”, uno delante de las cámaras con Audrey
Hepburn, y otro detrás con Veronique, la que fue su mujer durante los cincuenta
y tres años siguientes.
Siempre dijo que las
damas más encantadoras con las que había trabajado fueron Ingrid Bergman,
Audrey Hepburn y Ava Gardner.
Su funeral fue planeado
por él mismo. Dejó una serie de instrucciones por escrito que se cumplieron a
rajatabla. No se podía entrar sin contraseña. Dicha contraseña era “Atticus”.
Los que adivinaron la contraseña fueron algunos como Harry Belafonte, Anjelica
Huston, Michael York, Harrison Ford y Louise Fletcher. El que se quedó fuera
fue Michael Jackson que no la supo decir. También se proyectó una grabación en
película que Peck había dejado. En ella decía que “espero ser recordado como un buen marido, un buen padre y un buen
abuelo. Y también me gustaría ser recordado como un gran intérprete”. Brock
Peters encargado del panegírico, terminó con estas palabras: “En el arte, hay compasión. En la compasión,
hay humanidad. En la humanidad, hay generosidad y amor. Gregory Peck nos dio
todo esto…y lo hizo sin medida”.
Fue uno de los pocos de
toda la comunidad de Hollywood que defendió el Oscar especial para Elia Kazan
porque “la carrera de un hombre debe
separarse de lo que ha hecho en otros ámbitos y Elia Kazan fue de los mejores
en lo suyo”.
Sus relaciones, en
cambio, con William Wyler fueron muy malas. Cuando terminó el rodaje de Horizontes de grandeza, el propio
director dijo: “No volveré a trabajar en
mi vida con Gregory Peck. Y si lo hago, échenmelo en cara”
Era bebedor y fumador
compulsivo. Bien es verdad que, después de que el corazón le diera un susto
durante el rodaje de David y Betsabé,
en 1949, dejó de beber, pero nunca dejó de fumar. Decía que, al menos, debían
dejarle tener un vicio.
Es famosa la anécdota
que cuenta que Robert Mitchum, en una de las luchas que hay entre ambos en El cabo del terror, le sacudió de
verdad. Peck declaró que le dolió la mandíbula durante varias semanas después
de aquello.
Decidió escribir su
autobiografía y en ello estaba cuando cayó en sus manos un ejemplar de Traigan los caballos vacíos, la
autobiografía de David Niven. A partir de ese momento, dejó de escribir,
alegando que jamás haría un libro tan bien escrito y tan divertido como el de
Niven.
Siempre lamentó no
haber tenido nunca la oportunidad de trabajar con John Ford.
En 1987 admitió que se
había enrollado con Ingrid Bergman durante el rodaje de Recuerda.
Y yo ya me he enrollado
demasiado. Os dejo con la mejor escena de su despedida formal del cine, Gringo viejo.
Y como mosaico, pues
él, ¿quién más podría ser? Él será Atticus…para siempre.
Comentarios
A mí madre le encantaría este gus, casi tanto como a mí.
Besos
low
Puede que su carrera quedase marcada por ese papel y de ahí que no llegase al público con personajes más ambiguos. Lo cierto es que me parece muy mala elección para el Ahab de "Moby Dick" aunque sorprendentemente logra convencerme como Mengele.
Maravilloso gus a la altura de un maravilloso actor.
Abrazos al sol
Sobre "Erase una vez en América" recuerdo que no la vi en el cine, debido a su larga duración se estrenos en dos partes, nada que ver con intentar explotar el filón como se hace ahora, que era que en aquellos tiempos no se aguantaban películas de cuatro horas, que eran veneno para la taquilla (fíjate tu como han cambiado las cosas). El caso es que la vi de corrido en televisión algunos años después. Me pareció toda una ópera, la lírica sino lo lírico. Y eso que me esperaba una más de gangsters con De Niro dentro...Hay mucha Italia en la película, en la estética, en la luz, en el tono...mucho más que América quizá...Pero hay imágenes tan bellas...
Yo no sé cuando vi por primera vez a Gregory Peck, de hecho le confundí en mi infancia ( muy pequeño 8 o 9 años) con Gary Cooper. No tenían nada que ver, pero yo le ponía de protagonista de "Sólo ante el peligro" o de "tambores lejanos" con la misma facilidad que le daba a Cooper el papel de Ringo de "El pistolero"...Confusiones infantiles. Cuando ya fui creciendo y empecé a distinguirles puedo decir que pensé lo contrario a lo que se comenta, para mi Cooper era la presencia y Peck era el buen actor...(ambos tenían las dos cosas, pero a mi así me hacía más fácil distinguirlos así). La carrera de Peck tiene tantas películas imprescindibles que no sabría con cual quedarme, me gusta mucho en el western por más que no pareciese el hombre adecuado para ese género...No digo ya en su Lewt de "Duelko al sol", ni al mencionado Ringo, ni a su descolocado hombre del este en "Horizontes de grandeza", es que su Mackenna me parece también inolvidable. A mi me gusta mucho en "Moby Dick" digan lo que digan las habladurías y también me creo su Mengele (más fuerte y aterrador con su estatura). Y "Vacaciones en Roma" es Audrey, pero la escena de la Boca de la Verdad ( y otras muchas) no serían lo mismo sin la sonrisa de Peck.
Abrazos sin arpón.