EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XVII)
-¿Qué has estado
haciendo todos estos años?
-Acostarme temprano
ÉRASE UNA VEZ EN
AMÉRICA (Once upon a time in America). USA, 1984. Dir: Serigo Leone, con Robert De Niro, James Woods, Elizabeth
McGovern, Treat Williams, Jennifer Connelly (240 min).
En cierta ocasión, Roman Polanski declaró que para cualquier
cineasta europeo no hay sueño mayor que el de llegar a poder a rodar algún día
un western. Nuestro protagonista de hoy cumplió con creces ese sueño, hasta el
punto de que no admite dudas el hecho de que sea el principal referente del
género en el Viejo Continente. Sergio Leone solía decir a menudo que había
nacido en un plató de cine. El director vio la luz en Roma el 3 de agosto de
1929, hijo de una actriz italiana de orígenes austríacos llamada Bice Walleran
y de Vincenzo Leone, uno de los pioneros de la industria cinematográfica del
país. Vincenzo dirigía películas bajo el pseudónimo de Roberto Roberti, apodo
con el que pretendía homenajear al famoso actor teatral Ruggero Ruggeri. Corría
1943 cuando Roberto recibió una llamada nada menos que de Benito Mussolini en
la que le pedía opinión sobre un guión que él mismo había escrito. Y el hombre se
la dio, aunque su sinceridad le costó no volver a ejercer nunca más su
profesión en los días de su vida. Por fortuna, pudo conservar un puesto de
almacenista en los estudios de Cineccita, que resultaría clave para que su hijo
continuase adentrándose en el mundo del cine. En homenaje a su progenitor, éste
firmaría su primer gran éxito Por un
puñado de dólares con el nombre de Bob Robertson (Roberto, el hijo de
Roberto).
Tras una infancia especialmente dura, marcada por la guerra
y por la ocupación de su ciudad por parte de los nazis, el joven Leone se
instala definitivamente en los famosos estudios italianos. Ha podido intervenir
como actor en algunas películas de su padre, pero tras el fin de la guerra comienza
a trabajar como ayudante de dirección en las principales producciones
estadounidenses que comienzan a rodarse a partir de entonces en la capital
italiana. Entre esos títulos destacan Quo
vadis (1951) de Melvin LeRoy, Helena
de Troya (1953) de Robert Wise o Ben
Hur (1959) de William Wyler. Es la
fiebre del péplum en Hollywood que nace de la necesidad de justificar la
supremacía norteamericana y coronar a los Estados Unidos como el nuevo imperio
tras el triunfo en la II Guerra Mundial.
En 1959 coescribe también el guión de la coproducción italo-estadounidense
Los últimos días de Pompeya, y
durante unos días sustituye por enfermedad al director del film Mario Bonnard,
aunque finalmente no aparece en los créditos. Asimismo, ese año participa como
ayudante de dirección en el drama de Fred Zinemman Historia de una monja que protagoniza Audrey Hepburn.
Leone debuta como realizador en 1960 con otro péplum, El coloso de Rodas, con producción
esta vez cien por cien italiana, y es dos años más tarde cuando tiene que
reemplazar de nuevo a otro director y terminar su película. El director es
Robert Aldrich y la película Sodoma y
Gomorra. Aldrich será una figura clave en el devenir de la carrera de
Leone; cuando el italiano descubra que el péplum no es lo suyo intentará seguir
los pasos del realizador estadounidense de quien se siente un profundo
admirador. En concreto, hay un western de Aldrich que le gusta mucho, y que ha
tenido un impacto tremendo en Italia, tanto que a comienzos de los sesenta en
el país ya se están empezando a producir las primeras películas del Oeste
imitando el modelo. Se trata de Veracruz (1954),
una película que, entre otras cosas, supone el debut en el cine de Hollywood de
nuestra Sara Montiel (es famosa la anécdota, siempre la contaba ella, de que
durante el rodaje le cocinó un par de huevos fritos a su partenaire en el
reparto, Gary Cooper). Pues bien, además de servir como trampolín al estrellato
de Saritísima – que acabaría casándose con otro especialista en westerns como
Anthony Mann- la película está
considerada como uno de los precedentes más claros de lo que más tarde será el
“spaguetti western” del que Sergio Leone es su principal valedor. Veracruz cuenta la historia de dos
mercenarios norteamericanos (Gary Cooper y Burt Lancaster) que tratan de
ganarse la vida vendiéndose al mejor postor en los años de la revolución
mexicana tras la llegada al poder de Maximiliano de Austria y la revuelta de
los juaristas. Aldrich se aleja conscientemente de la épica tradicional del
cine de John Ford o Howard Hawks cuando todavía no ha comenzado el declive del
género en Hollywood. Asimismo, el realizador impone un nuevo código ético en
sus personajes, y la figura del cowboy ya no presenta ese aura mítica de
antaño, ya no es un héroe al que haya que admirar sino un ser ambiguo y
moralmente reprobable.
A partir de estos mimbres, el “spaghetti western” construirá
su propio imaginario; el término fue acuñado por los críticos, siempre tan
sesudos ellos, para menospreciar un tipo de películas que consideraban ínfimo
sin el más mínimo valor artístico. Lo de “spaghetti” viene lógicamente porque
la mayoría de las películas se producen en Italia. Es la época en la que en
Europa triunfa el cine de autor y de sesgo más intelectual, y sin embargo el
“spaguetti” logra conquistar al público y se convierte en un género popular
gracias a una estética muy marcada. Realismo sucio, apariencia feista, tempos
muuuuy lentos y planos muuuuy largos, la cámara pegándose a los rostros de esos
tipos ya digo tan poco recomendables de un modo casi asfixiante (los vemos
masticar, escupir, exhibir sus poco cuidadas dentaduras), exaltación de la
violencia y profusión de sangre. El “spaghetti” también se caracteriza por los
bajos presupuestos con el que se ruedan las películas, lo que obliga a
reutilizar viejos decorados empleados en otros films anteriores. El desierto de
Tabernas en Almería se consolida como el gran plató donde se ruedan todas estas
películas haciendo las veces de parajes lejanos de Texas o Nuevo México.Se
trata de producciones que, a pesar de tener casi todas ellas la nacionalidad
italiana, están hechas por un buen puñado de profesionales de nuestro país,
tanto en el apartado técnico como en el artístico. Y en este último punto brillan con luz propia
actores secundarios que no suelen faltar en este tipo de films actores como
Fernando Sancho, José Calvo o Conrado San Martín. Técnicos, actores, y por
supuesto los imprescindibles dobles de estos últimos, todos estos profesionales
de nuestro cine fueron homenajeados por Alex De la Iglesia en su película 800 balas (2002).
Parece ser que los primeros westerns europeos proceden de
Alemania y se ruedan a mediados de los años treinta en los estudios de la UFA. Por un puñado de dólares (1964), la
segunda película en la carrera de Sergio Leone no es exactamente el primer
“spaghetti western” de la historia- en Italia se venían haciendo este tipo de
films desde tres o cuatro años antes- pero sí es el primero que obtiene cierto
éxito y consigue distribución internacional. La película cuenta la historia de
un pistolero vagabundo y mercenario en el México postjuarista que llega a un
pueblo en la frontera donde dos familias se disputan el control del territorio.
El film tiene algunos problemas legales en su estreno, puesto que Akira Kurosawa
acusa a Leone de haber plagiado su film Yoyimbo
(1961) que recrea prácticamente la misma historia, pero se convierte casi de
inmediato en un inesperado éxito.
Rodada íntegramente en España, entre el desierto almeriense
y el desaparecido poblado “Golden city” del madrileño Hoyo de Manzanares, el
film sienta las bases de lo que será posteriormente el subgénero. Es clave el
esquema argumental que se repetirá una y otra vez en este tipo de películas, y
la presencia del misterioso protagonista que aparece en la mayoría de los
títulos. El primero de estos “hombres sin nombres” y el más genuino será Clint
Eastwood. Leone quería para el rol a un
actor estadounidense, pero que sobre todo fuese muy barato, y Clint cumplía
ambos requisitos. Por aquel entonces, el actor era prácticamente un desconocido
que sólo había destacado por un pequeño papel en la serie de la CBS Rawhide estrenada en 1955 (en Jersey boys, el musical que Eastwood
dirigió en 2014, es la serie que se está viendo en un televisor durante una de
las escenas en lo que sin duda constituye un curioso autoguiño). Clint se
aprovechó de la negativa de Eric Fleming, uno de sus compañeros de reparto en
el serial, para hacerse con el personaje que le catapultó a la fama.
Quien también se ganó definitivamente la gloria eterna
gracias a los trabajos de Leone fue el compositor EnnioMorricone. La música es
un elemento esencial en el “spaguetti western” tanto para recrear ambientes y
estados de ánimo como para acompañar los largos silencios que se suceden en las
diferentes escenas. Morricone lograría crear un sonido característico y
perfectamente reconocible dentro del género. Con el tiempo daría muestras de su
versatilidad y su arte se extendería a otro tipo de películas. Entre sus bandas
sonoras más recordadas se encuentran La
misión (RolandJoffé, 1986) o Cinema
Paradiso (GuiseppeTornatore, 1989) entre tantísimas y tantísimas. Ganador
de tres globos de oro y nominado al Oscar hasta en seis ocasiones, no lograría
la dorada estatuilla hasta que llegó su hora en 2016 gracias a Quentin
Tarantino y a Los odiosos ocho. Sin
duda, uno de los más grandes, muy pocos saben manejar las emociones con su
música y sus partituras como Ennio.
Por un puñado de
dólares es además la primera de las películas de la llamada “trilogía del
dólar” que se completará en los años siguientes con La muerte tenía un precio (1965), cuyo título original era Per qualchedollaro in più y El bueno, el feo y el malo (1966). A
pesar de que hay críticos que consideran este último título una “celebérrima
estupidez” (el C.B. no biónico), el film que clausura la trilogía es sin duda
mi “spaghetti western” favorito. Por su humor, porque Leone parece haber
depurado su estilo… y por Eli Wallach, claro.
Tras el enorme impacto de estas tres películas, Leone se
dispone a cambiar de tercio rodando una historia de gangsters ambientada en
Estados Unidos en los primeros años del siglo XX, lo que años más tarde será el
film que hoy comentamos. Es entonces cuando la Paramount le propone dirigir un
nuevo western con un presupuesto cercano a los cinco millones de dólares y con
Henry Fonda como cabeza de cartel. No obstante, en Hasta que llegó su hora (1968), la primera en aparecer en los
créditos será la bella Claudia Cardinales, conocida ya internacionalmente
gracias al éxito de La pantera rosa
(Blake Edwards, 1964). Dos años antes, la Cardinale había intervenido a los
órdenes de Richard Brooks en Los
profesionales, un magnífico western cuyoargumento parece ciertamente sacado
de un trabajo de Leone.
Para entonces, la sociedad que formaba el director junto a
Clint Eastwood se había disuelto por desavenencias entre ambos nunca aclaradas
del todo, pero hasta cierto punto normales, pues el actor estaba haciéndose ya
un hueco como estrella en el cine estadounidense. Leone encontró el recambio
ideal en Charles Bronson, quien en Hasta
que llegó su hora interpreta un hombre callado y misterioso que en lugar de
hablar prefiere comunicarse con su armónica, de hecho así es como se hace
llamar. Armónica busca a un despiadado pistolero que trabaja a las órdenes de
un rico hacendado y que acaba de asesinar a todos los miembros de una humilde
familia de granjeros (excepto Jill, la madre que también buscará venganza a su
modo). La película contiene una de las escenas más hermosas de todo el
“spaguetti”, la lenta y parsimoniosa llegada del tren a la estación que se
encarga de abrir el film. En el desarrollo del guión de la película, cuyo
título original se traduciría como Érase una vez en el Oeste – de hecho así
tituló en Hispanoamérica- colaboraron grandes del cine italiano como Dario
Argento o Bernardo Bertolucci.
Leone comienza la década de los 70 dirigiendo otro western,
aunque parece ser que no era esa su intención. Pese a todo, con Agáchate maldito (1971), el cineasta
consigue el David de Donatello a la mejor dirección del año. Rod Steiger y
James Coburn protagonizan este film, ambientado en la Revolución Mexicana y en
los primeros años del siglo XX, que no tuvo la suerte comercial de sus
predecesores. Estamos en los años en los que comienza el declive del
“spaghetti” al que no le queda casi otro recurso que la autoparodia. Surge así
el último gran taquillazo del subgénero,
Le llamaban Trinidad (Enzo Barboni, 1970), la comedia que une para siempre
los destinos de Terence Hill y Bud Spencer.
En 1972 Sergio Leone publica en la prensa un artículo que
logra cierta repercusión en Italia y que lleva por título “Mi mundo violento”.
En él rememora su infancia y su primera juventud y habla de las atrocidades que
tuvo que presenciar tras la llegada de los alemanes a Roma. Leone viene a decir
que aquellas imágenes tan crueles se le incrustaron a la cabeza de tal manera
que se vio obligado a utilizar el cine como una especie de exorcismo para
ahuyentarlas, justificándose así de paso ante quienes habían denunciado un
exceso de violencia en sus películas.
Llegan los ochenta, y por fin el director italiano ve hecho
realidad su sueño de llevar a la pantalla Érase
una vez en América, el que a la postre será su testamento cinematográfico.
Es además la película que cierra la segunda trilogía de su carrera, la que se
da en llamar genéricamente “Once upon a time”. A Leone la muerte le
sorprendería a los 60 años cuando estaba a punto de firmar un contrato para
filmar una película sobre el sitio de Stalingrado que tendría que tendría que
haber protagonizado Robert De Niro. Nunca sabremos cómo se las habría ingeniado
un tipo como Sergio Leone en el Este.
Lo cierto es que el Oeste que nos describió el italiano en
sus películas no fue nunca un Oeste clásico, en él no vimos ni a pioneros ni a
colonos ni por supuesto a indios, era un Oeste moderno y sofisticado. Ahora
bien, existe un segundo relato fundacional de América, más allá del genocidio
indio, y de él nos va a hablar esta última película. Es el que escribieron los
distintos emigrantes que durante el último tercio del siglo XIX llegan en
oleadas al país en busca de la tierra prometida. Estos inmigrantes se organizan
en bandas (gangs) según su lugar de procedencia; Italianos, judíos, holandeses,
irlandeses, chinos… todos ellos contribuyen a hacer de Estados Unidos el país
de las oportunidades (conviene recordarlo de cuando en cuando, más ahora en
estos tiempos en los que muchos se atrincheran en el “Americafirst”). De este
periodo nos hablará por ejemplo Martin Scorsese en su fallida Gangs of New York (2002). A lo largo de
los primeros años del siglo XX asistimos al proceso en el que esas bandas se
organizan dando lugar a su vez a las diferentes mafias (de ahí proviene el
término de “gangster”; de este periodo nos habla Leone en Érase una vez en América.
La película arranca a comienzos de la década de los treinta
de la pasada centuria, tras la abolición de la Ley Seca en Estados Unidos.
David Aaronson, alias “Noodles”, es un gangster que ha logrado prosperar en el
mundo del hampa gracias a sus negocios de contrabando en el pasado. Ahora le vemos
huir de unos matones que, tras matar a su actual chica y torturar a Moe “Fat” uno
de sus mejores amigos van por él. Se refugia en las dependencias de un viejo
teatro chino donde intenta relajarse y abstraerse de la situación fumando opio.
Entre calada y calada puede ver en un periódico la noticia de que tres hombres,
que luego descubriremos que eran sus compañeros de banda, han sido abatidos a
tiros por la policía (anteriormente, también hemos visto que él mismo había
sido testigo del levantamiento de sus cadáveres). Cuando los matones que le
persiguen llegan al local, Noodles huye por la puerta trasera y se dirige a la
estación de tren donde intenta abrir una de las taquillas de la consigna. Ha
obtenido la llave de casa de “Fat” Moe al que ha visitado esa misma noche. En
la taquilla hay un maletín, pero dentro sólo hay periódicos viejos; ni rastro
de lo que Noodles estaba buscando. El gangster saca un billete en el primer
tren de la noche, rumbo al olvido.
Treinta y cinco años después, Aaronson regresa a la ciudad y
se presenta en el restaurante que regente su amigo Moe. Le informa de que ha
recibido la misteriosa invitación a una fiesta, y que teme que los matones
hayan dado por fin con su paradero. Esa noche, Noodles rememora su infancia en
el barrio judío del Lower East, sus comienzos como matón de barrio que
sobrevive a base de pequeños chanchullos con sus compinches, Patsy, Clockeye y
Dominic, su encuentro con Max con el que mantendrá una no siempre fácil
relación de amistad,… y Deborah, la
hermana de Moe que será el gran amor de su vida.
Una mañana, tras cumplir un encargo y hacerse con un
suculento botín- que esconden bajo llave en la taquilla de una consigna de la
estación- la panda de Noodles es sorprendida por Bugsy, el jefe de la banda
rival que comienza a perseguirles y a disparar contra ellos. Durante el
tiroteo, una bala alcanza a Dominic, el benjamín del grupo que muere finalmente
en brazos de David (“Noodles, me resbalé”) quien, totalmente enfurecido,
arremete contra Bugsy y le mata de varias puñaladas. Tras doce años de condena,
Aaronson sale de la cárcel y se reencuentra con sus viejos camaradas
convertidos ya en unos auténticos gangsters. Comienzan entonces unos años de
prosperidad y bonanza en los cuatro amigos se convierten en una de las bandas
criminales más importantes del país. Pero si la fortuna le sonríe a Noodles en
el plano profesional, le da la espalda en el aspecto sentimental. La noche en
la que el gangster se propone atar para siempre a su vida a Deborah, ésta le
informa de que se va a Hollywood para intentar ser actriz. De vuelta a casa, en
el asiento trasero del coche, presa de un repentino ataque de cólera, Noodles
la viola. Después, éste desaparece un tiempo, y es
a su vuelta cuando descubre que su relación con sus antiguos amigos,
especialmente con Max, se ha enfriado de manera notable. Cuando el gobierno declara la abolición de la
Ley Seca, Max ve peligrar su “status” e intenta convencer a Noodles para
asaltar la reserva del Banco Federal, pero éste no lo ve claro.
Terminado, este largo flasback, Noodles visita al día
siguiente en el teatro a Deborah que ha conseguido finalmente su gran sueño de
triunfar en el mundo del espectáculo. Tras la función, en el camerino tiene
lugar un reencuentro lleno de callada emoción y reproches velados. Deborah le
dice a Noodels que la misteriosa invitación que ha recibido proviene de un
influyente político que en ese momento tiene graves problemas con la justicia,
y que no acuda a esa fiesta si no quiere arrepentirse.
Y hasta ahí puedo leer.
Sí, porque, además, quién os asegura que lo que os acabo de
contar ocurrió de verdad o sólo es producto de mi ensoñadora y desbordante
imaginación, si proviene de un mal sueño, o quizá de algo peor. En cualquier
caso, nada importa y todo es superfluo. El verdadero tema del que nos habla
Leone en su película es el tiempo, el paso del tiempo, ese grandísimo hijo de
puta que no sólo nos pone arrugas en la cara y achaques en el cuerpo, sino que
también es capaz de enterrar amores y derribar principios que se creían
inquebrantables. No hay quien pueda contra el tiempo, ni siquiera la amistad.
No por nada el objeto que une – y finalmente separa- a Noodles y a Max es un
reloj.
Y no por nada es una película que dura 240 minutos de los
cuales, por cierto, no sobra ninguno y pasan como en un suspiro – hablamos
siempre del montaje del director que felizmente está disponible en nuestro país
tanto en DVD como en Blu-Ray. Es Leone quien distribuye de ese tempo,
organizando las transiciones y planificando los flasbacks de una manera
soberbia. El ring ring de un teléfono que no deja de sonar una y otra vez
insistentemente puede convertirse en ese elemento indispensable que conecta
presente y pasado; un agujero improvisado en la pared de un retrete con vistas
a un viejo almacén para ver danzar como en un sueño a la niña de tus ojos no es
sino un pretexto para zambullirte en el túnel del tiempo que te lleva a tu
infancia. Espejo – otra vez De Niro ante un espejo-, refugio de voyeur, y
pantalla de cine, todo a la vez.En realidad, se rodo material para diez horas –
hoy en día, sin duda, hubiesen hecho con él una serie- que finalmente quedaron
en estas cuatro que hoy conocemos en el “director´scut”. Claro, que la película
sufrió los recortes de la productora que estimó que cuatro horas eran demasiado;
aun así, en muchos países, España entre ellos, se llegó a estrenar en dos
partes, pese a no ser esa la intención del director que por supuesto renegaba
de esta versión – llegó a decir que ojalá se quemase el negativo. En su
estreno, la película fue un fracaso de taquilla pero, como suele suceder en
esos casos, el tiempo – ah, el tiempo- se ha encargado de situarla como uno de
los grandes clásicos del cine moderno.
Mucho mérito de todo ello, por supuesto, corresponde al
propio Leone que dotó a su obra de ese estilo elegante y operístico tan
característico suyo que ya se dejaba ver en algunas de sus anteriores
películas. Hay incursiones, incluso a la opereta bufa (el personaje de Dany
Aiello y el episodio del intercambio de bebés), idiosincrásica también del
viejo “spaghetti”. No obstante, el fil, adaptación de una novela de Harry Grey
en 1953 con el título de TheHoods-
no plantea dudas en cuanto al género al que pertenece, deudor del thriller
clásico y del cine negro.Existe el precedente cercano de las dos primeras sagas
de El Padrino de Coppola con las que
el film de Leone comparte la cuestión conceptual.
Érase una vez en
América se benefició igualmente de un reparto que nos brindó
interpretaciones inolvidables. Desde los chavales que interpretan a los
protagonistas en su época adolescente con un desparpajo increíble hasta los más
veteranos. Robert De Niro, en el mejor momento de su carrera, interpreta a Noodles.
El actor había ganado ya los dos Oscars con los que cuenta en la actualidad,
uno de ellos por dar vida a Vito Corleone:. Posteriormente, se especializaría
en este tipo de personajes gracias a Martin Scorsese que le hizo trabajar al
otro lado de la ley en películas como Uno
de los nuestros (1991) o Casino (1996)
– le veremos próximamente en The Irishman(2018)
de nuevo a las órdenes de Marty; y por supuesto no hay que olvidar que Bobby
fue también el gangster entre los gangsters, Al Capone, en Los intocables de Elliot Ness (Brian De Palma, 1987). En el film de
Leone, De Niro está eminente, y nos regala uno de los mejores papeles de su
trayectoria. A su lado, James Woods, un
actor interesante que sabe dotar al personaje de Max Berkowitz de la ambigüedad
necesaria que requiere su personaje; puede que también sea el mejor papel de
una carrera que tal vez no haya sabido explotar de todo. Junto a De Niro y
Woods aparecen en papeles más bien secundarios una serie de actores hoy en día
muy conocidos como Dany Aiello, el gran Joe Pesci o Treat Williams.
Mención especial merece el personaje de Deborah,
interpretado en la película por dos actrices diferentes. Elizabeth McGovern,
que tuvo su momento y destacó como estrella en el cine más comercial de los
ochenta, da vida a Deborah en la edad adulta. La escena de su último
reencuentro con Noodles en el camerino del teatro resulta impactante (aparece
con la máscara que ha usado en la función, eternamente joven, pero conforme se
desmaquilla vemos cómo el tiempo también ha cumplido su función). Sin embargo,
la sorpresa está en ver a la hoy conocidísima Jennifer Connelly encarnando con
13 años a la Deborah niña. Su escena, por descontadísimo, Amapola. Es curioso pero con el tiempo Connelly ha demostrado ser
mucho mejor actriz que McGovern (también más bella) e incluso puede presumir de
tener en su casa un Oscar, el conquistado por su trabajo en Una mente maravillosa (Ron Howard,
2001).
Y no obstante, aún queda la guinda del pastel. Porque Érase una vez en América tampoco sería
lo mismo sin Ennio Morricone, otra vez tejiendo emociones entre las líneas de
un pentagrama un pentagrama. Si Leone quiso contar una historia bañada en
nostalgia y melancolía no pudo tener mejor aliado que Morricone, aunque por si
faltaba algo, ahí están esas breves notas del Yesterday de los Beatles que se quedan para siempre en la memoria.
¿Qué puedo decir finalmente de una película como Érase una vez en América?. Que no me
importa nada emplear cuatro horas de mi vida ( y ocho, y dieciséis, y..) en
contemplar esta belleza. He dicho “emplear” y no “perder”. Como dije antes,
dura doscientos cuarenta minutos y no sobra ninguno, porque todos están
construidos desde la emoción, porque te ponen un nudo permanente en la garganta
y hay momentos que se ven con los ojos vidriosos, y porque, en definitiva, te
acabas dando cuenta de cuán grande es este arte que, dicen es el séptimo pero
que, en casos como éste, evidentemente merecería ser el primero.
Comentarios
Sin embargo, hoy toca hacer unas cuantas puntualizaciones para que no haya confusión posible.
Me llama la atención de "es la fiebre del péplum que nace de la necesidad de justificar la supremacía norteamericana y coronar a los Estados Unidos como el nuevo imperio tras el triunfo de la II Guerra Mundial". Sé que es una frase que queda cojonuda en una clase y además con su toque políticamente correcto, pero no es del todo cierta.
El nacimiento del péplum viene por la competencia de la televisión, que lleva al cine a casa. Hollywood (el Hollywood más "conservador"), cree que tiene que recrear grandes espectáculos en formatos espectaculares para hacer que el público no se quede en el sofá viendo "I love Lucy" así que, después de la tentativa de"Quo Vadis", trata de escoger escenarios y países en los que llevar a cabo las retahílas de costosísimas superproducciones con el menor coste posible. Eligen Cinecittá por dos razones: una porque el estudio era lo suficientemente grande como para albergar producciones de alto nivel. La segunda es la existencia de técnicos italianos de muy buen nivel que cobraban menos de la mitad de un técnico americano. De hecho, hay varias fuentes que confirman que el primer país al que echaron el ojo fue España, pero carecíamos de la infraestructura necesaria para albergar esas producciones. Sólo la llegada de Bronston en el 57 y la creación de sus archifamosos estudios en Las Rozas paliaron en algo la situación, con la consiguiente protesta de los responsables de Cinecittá que vieron cómo unas cuantas producciones se trasladaron a Madrid. Y no solo de Bronston.
De hecho, Bronston fue visto como una amenaza por parte de los estudios tradicionales de Hollywood e hicieron todo lo que pudieron para entorpecer la distribución de sus películas.
Aquí podríamos decir aquello de "no era nada personal. Sólo negocios". La verdadera razón es el dinero, no la política.
Sorprende, así mismo, comprobar que Leone dirige "El coloso en llamas" (ay, el piloto automático, cómo se nos va). En realidad es "El coloso de Rodas", que es mucho más péplum barato que la película de John Guillermin.
Lo de Sara Montiel, esto es sólo porque la conocí personalmente, es una mentira como una casa. Ella agrandaba el embuste diciendo que "luego, se corrió el rumor de que yo preparaba unos huevos fritos de chuparse los dedos y todo el mundo venía a mi casa de Beverly Hills a pedirme que les hiciera huevos fritos. Así que ahí teníais a Marlon Brando mojando la yema". Evidentemente, el comentario pretende ser erótico, pero Sarita siempre se las dio de más importante de lo que realmente era. Gary Cooper, en el año 54, estaba vigilado muy, muy de cerca por Patricia Neal y, de hecho, estaba presente en el rodaje de "Veracruz". No, Sarita, no. Tú y yo sabemos que eso que cuentas era una trola, simpática si quieres, pero trola al fin y al cabo.
Como acotación completista, habría que decir que sí, que Kurosawa demandó a Leone por plagio en "Por un puñado de dólares". Y, de hecho, ganó la demanda, obteniendo en compensación la mitad de los beneficios (enormes) que cosechó la película. Leone decía, con su característico mal humor, que "he hecho rico a un japonés que no hizo nada en la película".
En el guión no es que colaborasen Dario Argento y Bernardo Bertolucci sino que la historia original es de ellos, posteriormente adaptada por Sergio Leone y Sergio Donati. De hecho, la prensa se cansó de preguntar a Leone si la guionización de la primera secuencia en ese apeadero del ferrocarril había sido idea suya o de alguno de sus ilustres argumentistas. Leone contestó que "Bertolucci ya la había escrito en uno de sus borradores, pero la estética es exclusivamente mía". También habría que decir que los tres papeles de esos facinerosos que esperan la llegada del tren se los ofreció Leone a Eli Wallach, Lee Van Cleef y al propio Clint Eastwood cuando rechazó de plano el papel de Armónica. Los dos primeros aceptaron. Eastwood volvió a rechazarlo. Eso hizo que Leone retirara la palabra a Eastwood durante más de diez años.
También habría que apuntar un dato interesante con respecto a "Érase una vez en América" y es que la planificación inicial de Leone estaba muy lejos de incluir a de Niro y a Woods en el reparto. Su plan era que dos actores distintos interpretaran a Noodles y a Max en su juventud y en su vejez. Así pues (y ofreció los papeles y alguno estuvo a punto de decir que sí) el de Noodles estaba destinado a Gerard Depardieu para luego envejecer bajo los rasgos de Jean Gabin. El de Max era para Richard Dreyfuss y llenarse de arrugas bajo el mítico nombre de James Cagney. Ambos, Cagney y Dreyfuss se negaron. Cagney porque estaba aquejado de temblores y Dreyfuss porque estaba demasiado drogado.
En cualquier caso, un gus de categoría, enorme, de cuento.
Abrazos con ala ancha.
Lo de Saritísima dejémoslo en leyenda urbana. E interesantísimos los castings previstos inicialmente para la película. Lo que pasa es que tienes tan asociados estos personajes a De Niro y a Woods que te cuesta ver a otros por muy grandes que sean Gabin o Cagney.
Lo que es un lujo es contar con tocahuevos como usted.
Abrazos fumados
"- Llevas mucho tiempo esperando?
- Toda la vida."
Esta sería mi preferida. Lo mismo que esa preciosa escena en la que él la invita a cenar, una cena llena de miradas pero también de reproches y ese baile mientras suena Amapola...qué bonita.
Gracias por traerla al gus, dex.
Besos
low
Solo una palabra...¡¡¡Brutal!!!
Mañana más...y le tocaremos los huevos (o al menos las yemmas) al maestro también si se tercia.
Que pasada de gus.
Abrazos por una rendija