EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XIX)


Oh, Jeanne, para llegar a ti, qué extraño camino tuve que tomar




PICKPOCKET (Francia, 1959) Dir Robert Bresson con Martin LaSalle, Marika Green, Jean Pelegri. (75 min)


“Daría todas las películas del mundo, comenzando por las mías, a cambio de lo que trato de obtener: no serían más de diez minutos de puro cinematógrafo” dejaba escrito Robert Bresson en 1963. Estas líneas constituyen toda una declaración de principios en boca de un realizador, paradigma de un cine ascético y reflexivo, cuya obra se caracterizó siempre por una búsqueda incesante de la pureza. Esta búsqueda, llevada al límite de un modo escrupuloso, es la que provoca que para un no iniciado en la obra del autor, ésta pueda resultar de entrada especialmente áspera. Como decía Louis Malle, es posible que un primer visionado de las películas de Bresson llegue literalmente a “quemarte los ojos”; la paradoja es que el director de Lacombe Lucien  propone como cura insistir y volver una y otra vez a estas películas sin perder nunca la esperanza de captar bien su mensaje.

La austeridad es otra de las características fundamentales del cine de Bresson, lo que en parte le convierte en un artista único.  Bresson fue inimitable en el sentido más estricto de la palabra; nadie fue capaz de seguir su rastro, aunque tanto la “nouvelle vague” como el “polar”, los dos grandes movimientos del cine francés de los que fue contemporáneo, le consideran uno de sus indiscutibles referentes. En 1948, Bresson funda junto a otros cinéfilos el cineclub Objectif 49, germen de lo que más tarde será Cahiers du cinema. En uno de los primeros números de la revista, el director cita las que en el momento son sus cinco películas favoritas. Se trata de La quimera del oro (Charles Chaplin, 1925), Luces de la ciudad (Charles Chaplin, 1931), El acorazado Potemkin (Sergei M. Eisenstein, 1925), Breve encuentro (David Lean, 1946) y Ladrón de bicicletas (Vittorio De Sica, 1948). Un quinteto excepcional, y que desde luego cualquiera firmaría.

Sin embargo, no son sus gustos cinéfilos, sino ese estilo parco y austero en consonancia con el citado ideal de pureza cinematográfica lo que le termina separando de los demás, sobre todo porque le obliga a tomar una serie de decisiones insólitas que afectan al acabado y a la puesta en escena de sus films.  En estas películas a menudo es frecuente toparse con rupturas bruscas de continuidad, fundidos a negro inesperados, elipsis no suficientemente bien explicadas, sonidos que se escuchan fuera de plano, elementos con los que en suma se ve alterada la lógica narrativa a la que nos tiene acostumbrados el cine. En aras de transmitir la mayor naturalidad posible, Bresson lo llega a sacrificar todo con un estilo árido que prescinde de cualquier idea de representación o teatralidad (eso incluye trabajar siempre con actores no profesionales).  Y es que el director distingue entre el cine, que vendría a ser lo que nosotros entendemos como tal, la idea de “teatro filmado”, y cinematógrafo que sugiere un concepto mucho más profundo. El termino remite al invento de los Lummiere y está ligado a la idea del movimiento (del griego “kineos”). Para Bresson, este movimiento es siempre interior.

Muchos lo han definido como un poeta con cámara, otros como el gran filósofo del Séptimo Arte. Como hará un poco más tarde Tarkovski, Bresson desarrolla toda una teoría del cine a través de sus películas, plasmada a su vez en sus ensayos y en sus famosos libros de aforismos (el más conocido, Notas sobre el cinematógrafo de 1975). Truffaut afirmaba que su cine estaba también cerca de la pintura y de la fotografía. De hecho, la pictórica es la primera vocación de este director que, en su afán de buscar la esencia, prefiere la verdad a la belleza. “La pintura me enseñó a hacer imágenes, no hermosas, sino necesarias” decía.

Y es esta búsqueda de la pureza y de la esencia en definitiva lo que confiere también a la obra bressoniana un marcado sesgo espiritual. En las películas que la componen el protagonista suele ser el individuo enfrentado a un mundo hostil y al horizonte de la redención, pero, apenas hay juicios morales (y el ejemplo máximo podría ser este Pickpocket del que hoy hablamos). Como cristiano jansenista que fue, Bresson siempre antepone la ética a la moral.

No sabemos mucho acerca de la vida privada del cineasta. Vino al mundo el 25 de septiembre de 1901 en la localidad de Brommont- Lamothe, en la región de Auvernia en el centro de Francia. Sus primeros pasos artísticos, como quedó dicho, los da en el campo de la pintura y la fotografía, pero no tarda en descubrir el cine de la mano del maestro René Clair que le da el puesto de ayudante en una de sus películas. Se había casado en 1926 con Leida Van de Zee y durante la II Guerra Mundial será prisionero de los nazis durante poco más de un año. Su primer cortometraje, una comedia titulada Les Affaires publiques, data de 1934 y se creyó perdido durante más de medio siglo hasta que se recuperó a finales de los años ochenta.  En 1943 dirige su primer largometraje, Los ángeles del pecado, pero es con el segundo, Las damas del Bosque de Bolonia, (1945) con el que se hace definitivamente un nombre en el cine de la época. Bresson adapta un guión propio con diálogos de Jean Cocteau, basado a su vez en un relato del siglo XVIII de Diderot.

La filmografía de Bresson es breve – apenas trece títulos en medio siglo- pero intensa.  En su tercer film, la magistral Diario de un cura rural (1950) lleva a la pantalla la novela homónima de George Bernanos con quien el cineasta mantendrá siempre una especial conexión. El protagonista de la película es un joven sacerdote que tras salir del seminario recala en una pequeña parroquia en la que no es aceptado por sus feligreses. Sus continuos problemas de salud y la desconfianza que despierta en los demás le acaban arrastrando a una grave crisis de fe que recuperará en los instantes de lucidez que preceden a su muerte. “Todo es gracia” es la conclusión a la que parecen llegar todas las películas del director, ya sea de un modo implícito o, como aquí, explícito.

Seis años después, en 1956, llega la que para muchos es la gran obra maestra del director, la quintaesencia de su cine. Si se trata de resumir en una sola película la figura de Bresson, su pensamiento, su filosofía, sus métodos de trabajo, desde luego no se puede elegir otra película que no sea Un condenado a muerte se ha escapado con la que además consigue el premio a la mejor dirección en Cannes.  El film, codirigido por un joven Louis Malle, es toda una lección de cine (atención al uso que se hace del silencio y los sonidos, uno de los mejores que se han hecho en la Historia del Cine). En El proceso de Juana de Arco (1962), Bresson retrata los últimos días de la llamada doncella de Orleans con un estilo árido y desnudo, completamente distinto al que empleado por otros cineastas que recrearon el mismo episodio como Otto Premminger o el danés Carl Theodor Dreyer.

También en los sesenta, Bresson rueda otras dos cumbres de su filmografía como son Al azar de Baltasar (1966) y Mouchette, un años despué, para continuar posteriormente con sendas adaptaciones de Dostoievski con La mujer dulce (1969) y Cuatro noches para un soñador (1971). En este decenio, Bresson está a punto de subcumbir a un cine más comercial cuando el todopoderoso productor Dino De Laurentis le contrata para poner en marcha un proyecto que rondaba en la cabeza del director desde hacía algunos años, nada menos que una versión del Génesis. Un día, De Laurentis se presentó en el rodaje, todo ufano por haber convencido al austero Bresson de trabajar para él. El productor italiano vio agrupadas en el suelo varias jaulas en las que estaban encerrados algunos animales y se interesó por el tema; cuando se enteró de que el francés solo quería disponer de los bichos para poder filmar sus huellas en la arena, le despidió de forma fulminante.

Otro proyecto ansiado por Bresson cobra forma en 1976. Se trata de una versión de Lancelot du Lac que el cineasta lleva a su propio terreno.  En El diablo probablemente (1977) el autor le da la vuelta al thriller noir proporcionándole toques existencialistas; será la penúltima película de su carrera que se cerrará definitivamente en 1984 con El dinero.

Con respecto a Pickpocket, había que comenzar diciendo que muchos la consideran una especie de adaptación muy a la manera bressoniana del clásico de Dostoievski Crimen y castigo; sería en el fondo pues un primer acercamiento del francés a la obra del maestro ruso a la que como vimos volverá después en un par de ocasiones más. En la película, no somos testigos de un asesinato como sí ocurría en el libro, sino de los dilemas morales que plantean los hechos delictivos que comete su protagonista, Michel, un moderno Raskolnikov que deambula por las calles parisinas con el afán de hacerse con el mayor número de carteras y de billetes posible. Michel no roba por necesidad, pues sabemos que está preparado y es culto, y que podría dedicarse a un oficio corriente y más digno. Vive rodeado de libros, uno de ellos se titula El príncipe de los pickpockets (una voz que equivale al término “carterista”). Michel ni siquiera roba por vicio ni tampoco por enfermedad; lo hace como un medio de demostrarse a sí mismo que es importante. Es un personaje totalmente amoral que no se plantea si lo que hace está bien o está mal. Su carácter es frío y sus relaciones con los demás distantes. Un día visita a su madre moribunda con la que apenas mantiene trato (evoca al personaje de Camus en El extranjero) y conoce a Jeanne, una joven vecina que se ha encargado de cuidar a la anciana en sus últimos días. Al mismo tiempo que inicia una ambigua relación con la muchacha, Michel se codea con otros carteristas más veteranos que le enseñan a prosperar en el oficio. Martin LaSalle, en el que por supuesto era su primer papel para el cine, se encargó de interpretar al protagonista, dotando al personaje de un aire entre torturado y melancólico. Con una presencia física imponente y un aire entre Henry Fonda y Monty Clift, LaSalle se marchó después a México donde desarrollaría su posterior carrera como actor, llegando asimismo a intervenir en producciones estadounidenses como Missing (Costa Gravas, 1982) o Bajo el fuego (Roger Spottiswoode, 1983).
Antes de comenzar Pickpocket, un rótulo sobreimpresionado nos indica lo que estamos a punto de presenciar.


"Este no es un film policíaco. El autor quiere exprimir, a través de imágenes y sonidos, la pesadilla de un joven empujado por su debilidad a la aventura del hurto, para la cual no estaba hecho. Sólo esta aventura, atravesando caminos desconocidos, reunirá dos almas que, sin ella, probablemente nunca se habrían conocido".


Sí, desde luego, la película está rodada a la manera de un thriller. El encargado de la dirección artística y el encargado de la fotografía debieron trabajar sobre la base de una pieza de género negro, cuidando las luces, las sombras, los detalles más mínimos, el vestuario, la ambientación… Para Bresson, todo esto es casi lo de menos, obsesionado con la idea de despojar la película de todo artificio. Aun así, puede que estemos hablando de uno de los films más asequibles de su autor que incluso se atreve a alardear de cierto virtuosismo con la cámara. Las secuencias de los robos de las carteras que van pasando de mano en mano en un montaje encadenado prodigioso son a este respecto un trabajo digno del mejor de los maestros.

Así que habrá que seguir el consejo de Louis Malle e insistir en el caso de que la obra exigente y de Bresson se nos atragante una primera vez. En cualquier caso, siempre  se tratará de una experiencia positiva y enriquecedora; no puede ser de otra forma en un cine en el que lo espiritual prima sobre lo estético de una forma tan espectacularmente abrumadora.








Comentarios

CARPET_WALLY ha dicho que…
Puedo decir que a mi Bresson me quema los ojos. Y que es uno de los causantes de que no me guste demasiado el cine francés (hay excepciones muy notables, claro) ni el cine denominado en su momento de arte y ensayo.

Aun reconociendo muchas de las virtudes que plantea Dex en su magnífico artículo, mi forma de ver el cine disiente totalmente de los métodos y objetivos del bueno de Robert. Me gustan los grandes actores, una buena actuación es un premio añadido hasta en las películas menos gozosas. Me gusta el espectaculo dentro de las películas, desde una buena persecución (recordemos el ejemplo del otro día de "Bullit") hasta un genial plano secuencia o grandes decorados. Me gustan las películas que me integran en el conjunto y no que me echan para que sea el que deba esforzarme para volver a entrar (ni rupturas de continuidad, ni elipsis mal explicadas, ni alteraciones de la lógica narrativa ayudan a mantenerte en la historia).

Por tanto Bresson me quema los ojos, quizá deba insistir más veces, y el artículo de hoy contribuye a que me plantee intentarlo.

Gran gus Dex, aunque ni esta película, ni su director probablemente estaría en mi lista, quizá "Un condenado a muerte ha escapado" era más obvia y hubiese tenido alguna opción. Pero eso está bien, porque así me entran ganas de forzar mi máquina e intentar apreciar algunos valores que en su día desestimé.

Abrazos con la mano en tu bolsillo


Anónimo ha dicho que…
Pues a mi me gusta las intimidad del cine francés y las películas que en principio puede parecer "pequeñas", que nos propone Breson.

Desde mi punto de vista un acierto la inclusión de esta película y, sobre todo, este director.

Empezamos bien la semana lo que no entiendo es qué hace la mano de Car en el bolsillo de Dex, no quiero ni pensarlo.

Besos escandalizados.

Albanta

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