EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XLVIII)
- ¿Tú sabes cómo me siento? Como una gata en un tejado de
zinc recalentada por el sol.
- Pues salta del tejado. Salta! Los gatos saltan desde
los tejados sin hacerse daño. Anda, salta!!
LA GATA SOBRE EL TEJADO DE ZINC (Cat on a Hot Tin Roof) USA, 1958. Dir Richard Brooks con
Paul Newman, Elizabeth Taylor, Burl Ives, Judith Anderson (99 min)
Tennesse Williams ocupa un lugar destacado entre los
miembros de esa maravillosa generación de dramaturgos norteamericanos que se
encarga de renovar el teatro de su país en los años que siguen a la II Guerra
Mundial. Entre estos autores, entre quienes también es posible encontrar a
figuras como Arthur Miller o Edward Albee, es fácil reconocer la huella del
teatro realista de Eugene O´Neill y sus seguidores, si bien entre los
componentes del grupo cabe apreciar también sutiles diferencias. Y así,
mientras por ejemplo el teatro de Miller da más relevancia a los valores éticos
y a denunciar la precariedad de vida de las clases trabajadoras, Williams prefiere
poner el acento en el tratamiento de las pasiones humanas. En su obra se ve la
influencia tanto de Chejov, al que admiraba profundamente, como de la prosa de Faulkner
en su defensa por las clases más desfavorecidas y en el retrato de la decadente
aristocracia sureña. Williams, nacido
Thomas Lanier Williams en Columbus, Misisipi y apodado “Tennesse” por su origen
y su característico acento, es el máximo baluarte del llamado “gótico sureño”
que recibe ese nombre porque sus tramas
suelen estar localizadas en el bajo Estados Unidos, Se trata de un teatro
valiente en el que hay una fuerte presencia de temas tabú en la época como el
alcoholismo o la homosexualidad, habitado por seres atormentados y dominados
por brutales represiones psicológicas que terminan finalmente estallando a
veces incluso de forma violenta. No es
casual que estas tramas se desarrollen en latitudes donde el calor y la humedad
ambientales están simbolizando de forma abierta esa asfixia a la que están
sometidos sus protagonistas.
Hollywood no tarda en echarle el ojo a estos autores, y se
pone a la tarea de llevar a la pantalla algunas de sus obras, después de que
todas ellas hayan triunfado en los escenarios de Broadway. Gracias a la
intensidad dramática de sus textos y al impacto emocional de las historias que
allí se cuentan, Williams se destaca como el favorito a la hora de las
adaptaciones, tanto que quizá estemos ante el dramaturgo contemporáneo que en
más ocasiones ha sido llevado al cine.
Igualmente, debido a sus especiales características, el drama sureño se
adapta a la perfección al trabajo introspectivo y meticuloso de los intérpretes
del Actor´s Studio, muy en boga en la época.
Así, el primer personaje surgido de la pluma del escritor en
asomar a la gran pantalla es el Stanley Kowalski que Marlon Brando defiende en Un tranvía llamado Deseo (Elia Kazan,
1951). La obra se había publicado en 1947 siendo galardonada al año siguiente
con el Pultizer, y se mantuvo en la cartelera de Broadway durante dos
temporadas. El propio Brando interpretó a su personaje sobre las tablas con
Jessica Tandy dándole la réplica en el papel de Blanche Dubois, y con Kim
Hunter y Karl Malden completando el elenco. En la versión cinematográfica,
Tandy fue sustituida por Vivien Leigh que venía de interpretar a la
protagonista en la versión londinense que había preparado Laurence Olivier. La
película cuenta la historia de una desquiciada dama perteneciente a una familia
de clase alta venida a menos que por circunstancias debetrasladarse a Nueva
Orleans para vivir con su hermana y su cuñado. El inestable comportamiento de
la mujer condiciona la vida de la pareja y de sus allegados. La película fue
todo un éxito y se convirtió en un clásico instantáneo gracias especialmente al
excelente trabajo de Kazan con sus actores. Leigh, Malden y Hunter se llevaban
el Oscar a casa, por sus respectivos trabajos mientras Brando y su camiseta se convertían
en un mito eterno.
A Un tranvía llamado
Deseo le siguieron las adaptaciones de La
rosa tatuada (Daniel Mann, 1955) y Baby
Doll (1956) de nuevo con Kazan en la dirección. La cuarta en la lista es la
película que comentamos hoy, tras la cual llegaron títulos como De repente el último verano (Joseph L.
Mankievicz, 1959), Piel de serpiente
(Sidney Lumet, 1960) o La primavera
romana de la señora (José Quintero, 1961). En los años siguientes, los
textos de Williams cayeron en las manos de directores como Peter Glenville (Verano y humo, 1961), John Huston (La noche de la iguana, 1964),
SidneyPollack (Propiedad condenada,
1966) o Joseph Losey (La mujer maldita,
1968). En la mayoría de estos films, ya fuera en solitario o ya en colaboración
con otros, el propio Williams ejerció como guionista. Tras la muerte del autor,
en 1983, su obra siguió siendo objeto de revisiones en nuevos remakes así como
en producciones para televisión. Una de
las más destacadas es la estupenda versión que uno de nuestros protagonistas de
hoy, Paul Newman, hizo de El zoo de
cristal (1987).
En los escritos de Tennesse Williams queda perfecta
constancia de lo azaroso de su vida. Aunque nacido en Misisipi, muy pronto se
trasladó con su familia a Sant Louis para vivir una infancia nada feliz con un
padre autoritario que trataba a sus hijos con excesiva agresividad. A los siete
años se vio obligado a estar en cama dos años tras serle diagnosticada difteria,
y fue entonces cuando empezó a escribir con una máquina que le regaló su
madre. A pesar de las dificultades pudo
graduarse con excelentes calificaciones en Columbia y después se instaló en
Nueva Orleans donde compuso el grueso de sus grandes obras. Williams era
homosexual y se sentía muy unido a su hermana mayor Rose, aquejada de numerosos
problemas mentales que comenzó a desarrollar en su etapa adulta. Rose quedó
incapacitada de por vida tras someterse a una lobotomía autorizada por sus
padres, un episodio que dejó marcado para siempre a su hermano y que
probablemente motivó que cayese en la bebida.
El escritor fue encontrado muerto el 25 de febrero de 1983
en una habitación del hotel Elysee de Nueva York. Tenía 71 años y la muerte de su secretario y
amante Frank Merlo le había sumido en una profunda depresión. Su cadáver
apareció rodeado de barbitúricos y frascos de pastillas; tuvo al parecer una
muerte absurda, y se atragantó con el tapón de uno de ellos al intentar abrirlo
con los dientes. Al final de su vida, Tennesse Williams se había convertido en
el personaje de uno de sus célebres dramas.
Junto con Elia Kazan, Richard Brooks es el único de los
grandes directores clásicos que ha adaptado a Tennesse Williams en más de una
ocasión. Además de dirigir La gata sobre
el tejado de zinc, el cineasta estuvo al frente del rodaje de Dulce pájaro de juventud (1962), otro
clásico de nuevo con Paul Newman como protagonista, secundado esta vez por una
excelente Geraldine Page. Ruben Sax, ese era el verdadero nombre de Brooks,
había nacido en Filadelfia en 1912, en el seno de una familia judía de origen
ruso, y aunque comenzó su actividad profesional como periodista deportivo
pronto cambió el rumbo y se marchó a Hollywood a escribir guiones. Puede que el
mundo perdiese entonces un gran cronista pero desde luego ganó un director de
cine superlativo, merecedor de jugar en las grandes ligas junto a las vacas
sagradas del Olimpo hollywoodiense.
Entre esos primeros guiones sobresalen el de Brute forcé (Jules Dassin, 1947) y el
de Cayo Largo (John Huston, 1948).
Su debut en la realización se produce en 1950 con el drama político Crisis al que llega por recomendación
expresa de su protagonista principal Cary Grant. Repite en el género con la
magistral El cuarto poder (1952), en
la que el editor de un periódico en la banca rota decide sacar a la luz los
trapos sucios de un famoso gánster. Cine de primera con la poderosa presencia
de Humprhrey Bogart y Ethel Barrymore en lo más alto del cartel.
En La última vez que
vi París (1954) dirige por primera vez en su carrera a Liz Taylor dentro de un
nostálgico melodrama basado en un relato de Scott Fitzgerald. Su siguiente
éxito es otro estupendo clásico del cine de “colleges” Semilla de maldad (1956) con un espectacular duelo interpretativo
entre Glenn Ford y SidneyPoitier. En apenas un lustro, Brooks ya se ha revelado
como un excepcional director de actores; en los años siguientes seguirá
explotando esa cualidad consiguiendo grandes trabajos de Bette Davis, Ernest Borgnine
(Banquete de bodas, 1956), Stewart
Granger (La última caza, 1956) o
Rock Hudson (Sangre sobre la arena,
1957).
Otra característica esencial del Brooks director es su
querencia por las adaptaciones por grandes clásicos de la literatura universal.
No solo se atreve con Tennese Williams en los dos ejemplos ya citados, sino
incluso con Dostoievski, quizá por aquello de reivindicar a sus ancestros
europeos, y en 1957 despacha una versión bastante aceptable de Los hermanos Karamazov, con la lógica
dificultad que supone rodar con un equipo extranjero una historia tan netamente
rusa (y eso que Yul Brynner de caucásico, claro, da más que el pego). En 1960
adapta la novela de Sinclair Lewis Elmer
Gantry, que se conoce en nuestro país como El fuego y la palabra y que contiene unaencendida crítica contra el fanatismo de los falsos
predicadores religiosos. La película estaba interpretada por Burt Lancaster,
que en aquella edición se llevó el Oscar por su trabajo, y Jean Simmons que
aquel mismo año se convertiría en la señora Brooks. La tercera en discordia, Shirley Jones,
también se coronó como mejor secundaria de 1960, arrebatándole la estatuilla a
entre otras la Janet Leigh de Psicosis.
Un tercer premio de la academia fue a parar al guion adaptado, obra del propio
Richard Brooks.
Después de adaptar a Joseph Conrad en la versión de Lord Jim (1965), una estupenda película
de aventuras con un majestuoso Peter O´Toole , llega una de las cumbres de la
filmografía del director. Se trata de Los
profesionales (1966), enérgico y entretenidísimo western que además de
contar con un reparto de lujo, incluye pasajes y diálogos geniales como ese de
“Son ustedes unos hijos de puta / Sí, señor, pero lo nuestro es de nacimiento y
usted se ha hecho a sí mismo”. Casi sin solución de continuidad, Brooks encadena
al año siguiente una nueva obra maestra al asumir el riesgo de llevar al cine
la icónica novela de Truman Capote A
sangre fría.
La publicación de A
sangre fría en 1966 supuso una especie de revolución en el mundo del arte y
la literatura norteamericanas, y podría decirse que también en el mundo entero.
La novela recreaba el asesinato de una familia de un pueblo de Estados Unidos a
manos de dos convictos fugados que cometieron el crimen sin de forma arbitraria
y sin ningún móvil aparente. El propio Capote llegó a entrevistarse con los asesinos, condenados a muerte en la
prisión, una vez fueron capturados. La obra terminaba siendo un alegato contra
la pena capital, y se puede decir que en ella, su autor inaguró un nuevo género
literario, la novela periodística o la “non fiction novel”. En 2006, Douglas McGrath y Bennet Miller
recrearon la trama de A sangre fría en sus películas Historias de un crimen y Capote,
interpretadas respectivamente por Toby Jones y Philiph Seymour Hoffman en el
papel del autor de Desayuno con
diamantes.
Ciertamente era todo un riesgo adaptar un texto como A sangre fría, pero Brooks salió más
que airoso del reto. Para empezar, opto por un estilo sobrio cercano al
documental , próximo por tanto al espíritu con el que había sido escrita la
novela. Siguiendo el ejemplo de Hitchcok en Psicosis, desechó la idea de rodar en color a fin de evitar que el
espectador quedase impresionado ante el exceso de sangre. La Columbia,
productora de la película, quería a Paul Newman y a Steve McQueen como los
protagonistas del film, pero Brooks presionó para que no fuese así, y la obra
acabó siendo interpretada por los desconocidos Robert Blake y Scott Wilson.
Además de que la decisión aporta a la historia la dosis de veracidad necesaria,
reconozcamos que ni a Newman ni a McQueen les hubiese beneficiado aparecer en una película como esta dando vida a dos asesinos sanguinarios.
La filmografía de Richard Books no volverá a alcanzar cotas
tan altas, si bien presenta algún que otro título reseñable en su tramo final.
En 1969, el realizador escribe y dirige Con
los ojos cerrados, vehículo para lucimiento absoluto de su esposa, Jean
Simmons, que en el film interpreta a una mujer madura que se refugia en el
alcohol para intentar olvidar las continuas infidelidades de su marido. El
argumento parece ciertamente sacado de un drama sureño del mismo Tenesse
Williams y le valió a la Simmons una nominación al Oscar – fue la segunda y la
última de toda su brillante carrera- , aunque finalmente tuvo que ver cómo su
compatriota Maggie Smith se llevaba el premio por Los mejores años de Mrs Brodie de Ronald Neame.
Unos meses de divorciarse de la protagonista de Espartaco, Richard Brooks le hinca el
diente al western en su vertiente más paródica. El resultado es la divertida Muerde la bala (1976) que recrea
una frenética carrera de caballos a
través de diversos estados norteamericanos; entre sus participantes, dos pesos
pesados como Gene Hackman y James Coburn, mano a mano pugnando por ver quién se
lleva el gato al agua, ahí es nada. Otro de los títulos reseñables de Brooks en
estos años es Buscando al Sr Godbard
(1977) con Diane Keaton en su año más triunfal – gracias al Oscar por Annie Hall, interpretando a otra joven
liberada que se dedica a la educación de niños sordos.
Dos títulos vienen a cerrar la filmografía de Richard Brooks
ya en los ochenta. Solo la presencia en el reparto de Sean Connery logra elevar
el nivel de Objetivo mortal (1982), rutinaria sátira contra el sensacionalismo
televisivo. Años más tarde, el último trabajo del director será el convencional
drama Juego sucio en las Vegas
(1985), protagonizado por Ryan O´Neal, y con el mundo de los casinos y las
apuestas de fondo. Brooks moriría el 12 de marzo de 1992 a consecuencia de un
ataque cardíaco sufrido en su residencia de Beverly Hills. Muchos recordaron
entonces su perfil intelectual que le llevó a cuestionar en más de una ocasión
el propio concepto de identidad norteamericana heredado de la tradición
roostveliana. Su ideología se refleja también en su más breve carrera literaria
que incluye novelas como The Brick Foxhole
(1943) llevada al cine unos años más tarde en la excepcional Encrucijada
de odios (Edward Dmtytryk, 1947).
Nos encontramos en una vasta plantación algodonera en un
lugar del profundo Misisipi, perteneciente a la familia Pollit. En la mañana de
su 65 cumpleaños, el patriarca del clan a quien todos apodan cariñosamente Big
Daddy ha acudido a la ciudad para someterse a unas pruebas médicas que le
confirmen si como se sospecha en un principio padece cáncer. Mientras en la
finca se prepara una gran fiesta en su honor.
Sin embargo, a no todo el mundo parece entusiasmarle la
celebración, sin ir más lejos a Brick, el hijo menor del patriarca, una antigua
estrella del fútbol caída en desgracia a causa entre otras cosas de su adicción
al alcohol. En las vísperas del cumpleaños paterno, Brick decidió culminar una
noche de borrachera acudiendo a la pista de atletismo de su viejo instituto e
intentar completar una carrera de vallas. Una fatal caída le obliga a apoyarse
en una muleta y a guardar reposo en su habitación. El joven no tiene intención
de bajar a felicitar a su padre con quien no tiene una buena relación; prefiere
pasar la velada acompañado de una botella, un vaso y unos hielos.
Quien sí ha acudido a la fiesta es Gooper, el hijo mayor de
Big Daddy, acompañado de su insoportable esposa y de su no menos insufrible
caterva de hijos, un total de cinco (aunque ya hay un sexto ya en camino). Mae
y Gooper son ambiciosos y desean quedarse con toda la herencia de Big Daddy
cuando este muera; para ello han planeado quitarse de en medio a Brick
ingresándolo en una clínica de rehabilitación. Eso es al menos lo que intuye
Maggie, la bella esposa del ex futbolista que se presenta en la habitación de
su marido para convencerle de bajar a la fiesta de su padre.
Durante la conversación surgen los primeros reproches.
Maggie se siente atrapada dentro de un matrimonio que no funciona, como una
gata sobre un tejado de cinc caliente llegará a decir. Una de las cosas que le
echa en cara a su marido es haber cambiado tanto y haber recurrido a la bebida
tras el suicidio de Skypper, un compañero del equipo a quien se sentía muy
unido. Tras intentar en vano que Brick
se vista para bajar a la fiesta, Maggie se despide rumbo al aeropuerto para
recibir a sus suegros. Cuando llega allí encuentra que ya se le han adelantado
Gooper, Mae y sus niños. Bajo la batuta de su madre, los críos – “bestias
cuellicortas” como les llama Maggie- comienzan a entonar una serenata que
previamente han ensayado para dar la bienvenida a los abuelos.
Las noticias que llegan de la ciudad son buenas. Big Daddy
no tiene ninguna enfermedad y podrá vivir cien años. El patriarca no puede
disimular su alegría al ver que Maggie ha ido a recibirle al aeropuerto, pero
nota preocupado la ausencia de su marido. Al llegar a casa, toda la familia se
sienta a la mesa a cenar acompañada de un médico y un diácono amigos de la
familia, mientras las “bestias cuellicortas” revolotean alrededor como moscas.
Con la excusa de examinarle su pierna rota, el doctor sube hasta la habitación
de Brick y le informa de que han mentido con respecto al diagnóstico de su
padre que en realidad se está muriendo. El propio Big Daddy pide ver a su hijo
y la fiesta se traslada al cuarto de este donde Maggie le regala la bata que le
había comprado para que Brick se la diese.
Ya a solas, Brick y su padre tienen su enésimo encontronazo.
El segundo le pregunta al primero si es cierto que él y Maggie ya no duermen
juntos en la misma cama e intenta oír de su propia boca qué tipo de amistad le
unía a Skipper. Brick le habla de que ha encontrado el mejor refugio en la
bebida pues cuando bebe un click se activa en su cabeza y le transmite calma. Big
Daddy reclama entonces la presencia de Maggie y el cruce de acusaciones se
identifica; Brick que mantenía una relación homosexual con su compañero de
equipo, obliga a confesar a Maggie lo que siempre había venido sospechando, que
esta se acostó con su amigo por venganza, y que este hecho fue el que motivó el
suicidio de Skipper. La discusión
termina cuando Brick hace la maleta en presencia de su padre y pone rumbo al
coche para marchar a la ciudad.
Bajo un torrencial aguacero, el joven termina confesando a
Big Daddy que en realidad se está muriendo, y que todo el mundo le ha engañado
haciéndole concebir falsas esperanzas. El patriarca se encierra en el sótano en
estado de shock por la noticia. Mientras Gooper y Mae intentan que Big Mama,
que ignora la gravedad de la enfermedad de su marido, firme los primeros
papeles de la herencia ante una indignada Maggie. Brick baja al sótano para
hablar de nuevo con su padre al que reprocha que haya pasado toda la vida
coleccionando cosas y bienes materiales despreciando los sentimientos de las
personas. Tras un nuevo y feroz enfrentamiento llega la reconciliación final.
Ataviado con la bata que Maggie y Brick le han regalado, Big Daddy abandona el
sótano y reúne a toda la familia. Es entonces cuando Maggie, la gata, le
anuncia una sorpresa, un último regalo anunciando que está embarazada. Todos
saben que es mentira y la pareja se retira a su cuarto ante las airadas
protestas de Gooper y Mae. Cuando el matrimonio se queda solo, Maggie promete a
Brick que hará todo lo posible para que la mentira se convierta en verdad,
sellando su pacto con un apasionado beso final.
Ocho años después de conquistar su primer Pulitzer por Un tranvía llamado deseo Tennesse Williams
se hacía en 1955 con el segundo gracias a La
gata sobre el tejado de zinc caliente. La primera representación de la obra
tuvo lugar en Broadway el 24 de marzo de 1955 bajo la dirección de Elia Kazan
que ya había adaptado al cine a Williams en la película de Brando y estaba a
punto de repetir con Baby Doll. En
aquella ocasión, los primeros Maggie y Brick fueron Barbara Bel Guedes y Ben
Gazzara que serían sustituidos posteriormente por Patricia Neal y Jack Lord. La
pieza ha venido representándose en los mismos escenarios durante más de medio
siglo hasta hoy; entre las actrices que han interpretado a lo largo de este
tiempo a la “gata” Maggie figuran Katheleen Turner, Ashley Judd o Scarlett
Johansson; por su parte, a Brick le han puesto rostro actores como Charles
Durnning o Jason Patric. El impacto del texto de Williams provocó que desde el
principio el montaje traspasase fronteras y pudiese verse en todo el mundo. En
España, por ejemplo, donde la censura consiguió eliminar el adjetivo "caliente" del título original, se pudo disfrutar de la adaptación que hizo en 1979 Ana
Diosdado con su marido Carlos Larrañaga como Brick y María José Goyanes en el
papel de la gata. O más recientemente del montaje que bajo la tutela de Mario
Gas protagonizaron Aitana Sánchez Gijón y Carmelo Gómez. La última vez que pudo
verse la obra en los escenarios españoles fue en 2015 con Eloy Azorín haciendo
de Brick y Juan Diego como Big Daddy. En
fin, de entre todas las versiones internacionales, más de uno hubiésemos dado
un riñón por estar en una muy especial, la que dirigió en el mismo año del
estreno Ingmar Bergman en el teatro nacional de Mamo con Max Von Sidow como
cabeza de cartel.
Pero sin duda en el imaginario colectivo Brick y Maggie
Pollit siguen siendo para todos Paul Newman y Elizabeth Taylor gracias a la película
de Brooks. No importa que después haya habido otras películas y otras series y
por allí hayan pasado intérpretes tan respetables y tan magníficos como Jessica
Lange, Natalie Wood, Tommy Lee Jones o Laurence Olivier. Ver La gata sobre el
tejado de cinc es sobre todo ver a Paul con su albornoz azul a juego con sus
ojos y a Liz pasear su sensualidad en combinación para despertar el deseo de su
hombre. Él era como quien dice un recién llegado cuya carrera empezaba a
despuntar y a poner rumbo a la leyenda, mientras ella había dejado atrás su
etapa de niña prodigio e ídolo juvenil y comenzaba a centrarse en papeles de
mayor altura dramática. La prensa sensacionalista creyó que durante el rodaje
saltarían chispas entre las dos estrellas, dos de los guapos oficiales del
Hollywood de entonces, pero se equivocó de pleno. Newman se había casado ese
mismo año con Joanne Wodward con quien llegaría a formar uno de los matrimonios
más estables del cine estadounidense; Taylor por su parte sufrió un duro revés
a las pocas semanas de empezar a filmar tras conocer que el tercero de sus
maridos, Mike Tood, había fallecido en un accidente aéreo. La productora
concedió a la actriz unos días de permiso tras los cuales volvió al trabajo más
entregada si cabe que antes de recibir la noticia de la tragedia.
El tercero en discordia era BurlIves quien ya había
interpretado a Bigg Daddy sobre las tablas de Broadway en la versión original
de Kazan.Ives, actor de raza y secundario de lujo, fue incluido en las famosas
listas negras del mccartismo por sus presuntas vinculaciones comunistas, pero
posteriormente aceptó colaborar con el Comité de Actividades Antiamericanas, lo
que le permitió poder seguir desarrollando su carrera de actor. Sin embargo, su
otra profesión, la de cantante y productor musical, se vio truncada por esta
misma circunstancia. En el mismo año del estreno de La gata, Burl Ives recogió el Oscar que le acreditaba como mejor
secundario por su aparición en Horizontes
de grandeza de Wiliam Wyler, maravilloso western en el que daba vida a otro
patriarca, atrapado esta vez en las luchas intestinas de dos familias rivales
de ganaderos. Otros papeles relevantes de la trayectoria del actor fueron los
de Al este del Edén (1955) o Un rostro en la multitud (1958), ambos
a las órdenes de su amigo Elia Kazan
El reparto de la película de Brooks se completaba con
nombres como los de Judith Anderson, la malvada ama de llaves de Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940), Jack
Carson y Madeleine Sherwood. El film obtuvo 6 nominaciones al Oscar de 1958,
incluyendo Mejor Película y Mejor Dirección; Newman recibió su primera
candidatura a la estatuilla, mientras que Taylor cosechó su segunda derrota
consecutiva tras haber sido finalista por primera vez el año anterior con El árbol de la vida (Edward Dmyytrik, 1957)
Otras opciones al premio de la Academia fueron para la fotografía en color de
Willaim Daniels – nadie hubiese entendido una película así en blanco y negro privándonos de disfrutar con el azul de los ojos de él y el violeta de los de ella- y para
el guión adaptado que corrió a cargo del propio director y de James Poe, uno de
los pocos de aquella época en los que no metió mano directamente el propio
autor de la obra teatral. Williams, que ya había tenido problemas con la
censura en el estreno de su obra en Broadway, no quedó muy satisfecho del
resultado cinematográfico, fundamentalmente por la ambigüedad planteada en
torno a la relación homosexual del protagonista, clave para entender el sentido
de la obra.
Aun así, los guionistas se acercaron bastante al espíritu
del drama sureño y lograron plasmar en pantalla la esencia del teatro de
Williams; un cruce de emoción y pasiones, con una atmósfera irrespirable donde
se ventilan odios, celos, venganza y corrupción. Y con una nueva heroína que
sumar a la galería de grandes personajes femeninos del autor; Maggie Pollit se
sumaba así a Baby Doll o la Blanche DuBois de Un tranvía llamado deseo; y Liz Taylor consiguió trasmitir esa mezcla de
sensualidad y fiereza en un personaje que a punto estuvo de caer en las manos precisamente de Vivian Leigh.
De Books a Kazan, de Mankiewicz a Huston, el cine fue imprescindible
para dar a conocer en el mundo entero la figura y la obra de Tennesse Williams.
Personajes torturados unos por su sed de codicia, buscando otros su propia
aceptación en la amabilidad de los desconocidos. Dramas bañados en sudor y
alcohol que supieron trascender el ambiente local de la América profunda para
alcanzar la universalidad de una tragedia griega.
Comentarios
Por supuesto, luego he visto otras de las obras que comentas. A recordar también "Dulce pájaro de juventud", que vi con Analía Gadé y Pep Munné en el Albéniz, o "La rosa tatuada" con una memorable Concha Velasco en el papel principal, o "El zoo de cristal", en el María Guerrero, con Amparo Soler Leal. También impactantes...pero menos. El caso es que Williams siempre me ha hechizado con esos dramas extremos en los que los personajes siempre mendigan cariño y muy pocas veces lo consiguen.
Muy de acuerdo con tu valoración de Richard Brooks, un director mayúsculo del que rara vez se acuerdan los críticos de turno. Ha hecho películas extraordinarias aunque su filmografía no fuese muy larga porque el tipo se planteaba, directamente, hacer un cine libre y de calidad.
Y qué decir de Paul y Liz. Durante muchos años se especuló con la posibilidad de que volvieran a rodar juntos y no fue posible. Incluso estuvo durante mucho tiempo dando vueltas la idea de que volvieran a coincidir en "Al caer el sol", donde Liz daría vida a la inspectora que finalmente interpretó Stockard Channing que se parecía físicamente a Liz, pero, dicen, que la Taylor tenía pánico de volver a aparecer junto a un hombre que había envejecido tan bien como Paul y rehusó hacer el papel en el último momento. Cabe preguntarse si Liz le hubiera dado ese aire picantón y casi incisivo que le dio la Channing al papel.
Un gran gus con muchos recuerdos dentro. Gracias, Dex.
Abrazos calientes.
Y hoy además un tres en uno, el autor, el director y la película.
Sobre Williams, siempre he pensado que en sus historias se respira el calor humedo sureño de forma que es imposible que las pasiones no se desaten, hay tanta intensidad en sus personajes, tanto pasado oculto que esa humedad, esos sudores emanan una sensualidad de la que es imposible escapar.
Sobre Brooks que era un monstruo capaz de hacer verdaderas maravillas y de sacar petroleo de sus actores, no digo que Kazan no sacara jugo ( que lo hizo insuperablemente) de las historias de Williams, pero Brooks le dio una dimensión tal vez menos física y mucho más sentida ( ami me lo parece). Y sólo una cosa, "Objetivo mortal" no es una buena película, por momemntos parece hasta chapucera (el guon es bastanete caótico), pero dista mucho de ser rutinaria...y de hecho apunta en los 80 algo que entonces no parecía muy real, los terroristas suicidas que se inmolan para conseguir sembrar el terror.
Y sobre la película, escandalosa en su época, hoy es una historia tan cercana que parecería casi costumbrista. Un matrimonio que hace aguas por tendencias homosexuales de uno y el adulterio de otra, un padre rígido acostumbrado a tener a toda la familia en un puño, bastante despiadado y poco empático, el buen hijo pelota que busca su propio beneficio...
La cuestión es que las tres patas del banco no bastan, hace falta Dex para que el banco no cojee.
Grande.
Abrazos con muleta.