EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XLVI)
— ¿Piensa permanecer mucho entre nosotros?
— ¿Y usted?
—No, dígalo usted antes.
—Yo vivo aquí.
—Me lo esperaba…
— ¿Y usted?
—No, dígalo usted antes.
—Yo vivo aquí.
—Me lo esperaba…
EL ÁNGEL EXTERMINADOR (México, 1962). Dir Luis Buñuel, con Silvia Pinal, Enrique Rambal, Jacqueline Andere (90 min).
Estamos a punto de atravesar el ecuador de esta serie de “El
cine en cien películas”, y quizá a más de uno haya sorprendido la ausencia total
de títulos y directores en la selección, e incluso la no presencia hasta la
fecha de cintas habladas en nuestro idioma. Desde el principio fue deliberada
mi decisión de no incluir en la lista películas pertenecientes a nuestra
filmografía, y no será porque las aportaciones de esta a la cinematografía
universal a lo largo de la historia hayan sido poca cosa, más allá incluso de
los tres o cuatro nombres que todos podamos tener en la cabeza ahora mismo. No
sé si al final de la serie habrá ganas un “cine español en X películas” (lo del
número sería otra cuestión a debatir), en cualquier caso, sirvan estas primeras
líneas a modo de “accusattio manifesta” en respuesta a la “excusatio non
petita”.
Pero claro, toda regla tiene su excepción, y esa excepción
en el caso que nos ocupa tiene clarísimamente un nombre: Luis Buñuel,
considerado uno de los grandes maestros del cine. Que no es, por cierto, el
primer español que cronológicamente traspasa fronteras y deja huella en el cine
mundial. Ni tampoco el primer aragonés. Ni siquiera el primer turolense. Ahí
tenemos el precedente de Segundo de Chomón, pionero del cine mudo que triunfa
en París en las primeras décadas del siglo pasado y destaca como un precursor
en el campo de los efectos especiales. Chomón era un artesano minucioso y
paciente que incluso se encargaba de colorear uno a uno los fotogramas de sus
obras; estas nada tienen que envidiar a las de Melies con quien se le suele
comparar habitualmente. Autor de piezas de fantasmagoría únicas como Satán se divierte (1907) o El hotel eléctrico (1908), llegaría a
participar como técnico en grandes superproducciones de la época como Cabiria (Giovanni Pastrone, 1914) o Napoleón (Abel Gance, 1927).
Como padre del surrealismo cinematográfico, Buñuel es ante
todo un creador nato de imágenes poderosas que parecen emanar directamente del
subconsciente más profundo. El cine surrealista mantiene los supuestos teóricos
del movimiento creado en torno al grupo del poeta André Breton hace ahora cien
años.La renunciade estos artistasa cualquier tipo de principio estético y moral
les permite volcarse libremente en el terreno de la experimentación, siendo el
deseo y los sueños la materia prima esencial de la misma. En cine, la anarquía desde la que los
surrealistas construyen ahora sus películas afecta sobre todo al guion y al
montaje. El objetivo final es escandalizar y provocar con propuestas a las que
no está habituado el espectador biempensante de la época, criticando sin cortapisas
los valores de esa burguesía a la que, al menos por cuna y linaje, pertenecía
el propio Buñuel.
Luis Buñuel nace con el siglo XX, el 22 de febrero de 1900,
en la localidad turolense de Calanda, en el seno de una familia conservadora y
de profundas raíces religiosas. Es el primero de los siete hijos que tuvo el
matrimonio formado por María Portolés y Leonardo Buñuel, quien tras amasar una
pequeña fortuna en Cuba en los tiempos anteriores al estallido de la guerra,
había decidido regresar a su pueblo natal. Al poco de nacer su hijo mayor, el
indiano trasladó su residencia y la de su familia a Zaragoza. El pequeño Luis
ya solo tendría la oportunidad de volver a su pueblo durante las vacaciones de
Navidad, verano o Semana Santa. En este último periodo se familiarizaría con el
sonido del redoble de los tambores y de los bombos del Bajo Aragón que más
tarde introduciría en varias de sus películas.
Después de cursar sus primeros estudios en el zaragozano
colegio de los Jesuitas, Buñuel se traslada a Madrid para satisfacer los deseos
de su padre y comenzar la carrera de Ingeniería. Sin embargo, el futuro
cineasta descubre que aquello no es lo suyo y acaba matriculándose en Filosofía
y Letras. Su paso por la Residencia de Estudiantes resulta decisivo en un
momento en el que la institución pasa por ser uno de los hervideros culturales
más importantes de Europa. Mucho se ha
escrito acerca del indestructible triunvirato que el calandino formó allí junto
a Salvador Dalí y García Lorca, y algo menos sobre su relación con otros
internos del centro como José Bergamín, Pepín Bello o Ramón Gómez de la Serna,
cuyas famosas Greguerías influyen de
manera poderosa en el pensamiento y en la obra del artista aragonés.
Tras asistir a una conferencia que da en la Residencia el
poeta francés Louis Aragon, Buñuel decide marchar a París para ver que se cuece
por la entonces capital artística del planeta. A orillas del Sena, el calandino
entra en contacto con las vanguardias, y es bien acogido por los surrealistas,
y es allí también donde descubre el cine.
Buñuel comienza a trabajar como crítico y se convierte en un espectador
impenitente que ve dos y hasta tres películas al día. Alaba el cine de Buster
Keaton, critica el cine de vanguardia francés y se queda definitivamente impresionado
por la figura de Firtz Lang y en especial de su película Las tres luces (1921) que despertará su vocación como
cineasta. A los pocos días de asistir a
la proyección se presenta en el estudio en el que Jean Epstein está rodando una
de sus películas y le pide que lo emplee en lo que sea con tal de ir
aprendiendo el oficio.
Tras desechar varios proyectos iniciales entre los que
destacan una película sobre Goya y la adaptación de un texto original de Gómez
de la Serna, Luis Buñuel debuta por fin con la histórica Un perro andaluz (1929), considerada el manifiesto cinematográfico
del surrealismo. Buñuel escribe en menos de una semana el guion con la ayuda de
Salvador Dalí con una idea muy clara: no aceptar idea ni imagen que
pudiera dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural. El punto
de partida del cortometraje es al parecer un sueño que el propio Dali contó a
su amigo director un sueño en el que veía como la palma de su mano era invadida
por un ejército de hormigas. La impactante imagen es hoy todo un icono como lo
es la de esa navaja que corta transversalmente la cuenca de un ojo hasta
vaciarla. Se cuenta que tras el estreno se presentaron en varias comisarías un
buen puñado de denuncias que instaban a prohibir las proyecciones de la
película por considerarla cruel y obscena.
Hoy día, Un perro
andaluz permanece como una obra plenamente disfrutable, eso sí, hay que
verla totalmente libre de prejuicios, dejándose llevar todo lo posible, y sin
tratar de encontrar claves ni significados ocultos. Buñuel, que aparece en una
de las escenas iníciales fumando relajado desde un balcón como una especie de
“deus ex machina”, no admite una explicación lógica ni una sinopsis coherente
(aunque en sus imágenes y en su historia de amor subyace un alegato a favor de
los valores femeninos). Es tan irracional como pueda serlo cualquiera de
nuestros sueños. La película fue estrenada el 6 de junio de 1929 en la Sala des
Ursulines de París, manteniéndose en cartel durante varios meses La pieza contó
con un presupuesto de 25.000 pesetas aportados doña María Portolés, la madre
del director y tuvo como títulos provisionales El marista en la ballesta – en referencia a otra de sus escenas más
conocidas- y Es peligroso asomarse al
interior antes de adoptar el que todos conocemos hoy. Que, por cierto,
mosqueó bastante a García Lorca que se dio por aludido y pensó que sus amigos
se estaban burlando de él.
El tándem Dali – Buñuel planea una segunda película juntos, La edad de oro (1930), pero esta nueva
colaboración no va a resultar tan provechosa para ambos como la anterior.
Mientras los dos están escribiendo el guión, el pintor conoce a Gala Eluard, la
que con el tiempo será su gran musa, y decide irse de vacaciones con ella,
dejando colgado a su amigo a las puertas del comienzo del rodaje. A la vuelta,
Dali descubre que Buñuel ha conseguido estrenar la película con el apoyo
financiero de los Vizcondes de Nouailles, y se siente un poco traicionado. Se
inicia entonces el distanciamiento entre los dos antaño inseparables artistas.
En el plano puramente cinematográfico, La edad de oro resulta una propuesta si
cabe mucho más marciana que su predecesora, pues todavía es mayor la
desconexión entre sus planos. El film se caracteriza por su discurso claramente
anticlerical que escandalizó a las élites más conservadoras y levantó la
polémica. Grupos de extrema derecha
atacaron el cine en el que se proyectaba la película, y el gobierno francés
reaccionó requisando todas las copias
existentes y censurándola (no se reestrenaría hasta 1980 en Nueva York).
Por esa misma época, Hollywood reclama a Buñuel que viaja
hasta la Meca del Cine contratado por la Metro para familiarizarse con el
sistema de producción norteamericano. Allí conoce entre otros a Charles Chaplin
quien le causa una pésima impresión y a quien calificará como una persona “despreciable” en sus
memorias. El director regresa a España en vísperas de la implantación de la
Segunda República para asistir al estreno de La edad de oro Madrid.
El Buñuel más social y concienciado se asoma en el tercero
de sus trabajos, radicalmente opuesto a los dos anteriores. El director, que acababa de afiliarse al
Partido Comunista francés, queda impactado tras leer el estudio antropológico
de Maurice Legendre Las Jurdes: étude de géographie humaine (1927) y decide ir en
1933 a tierras extremeñas para rodar un film con vocación documental. En Las Hurdes (Tierra sin pan) se describen
las duras y miserables condiciones en las que viven los habitantes de esta
comarca, aislados prácticamente del resto del mundo y blanco fácil del hambre y
las enfermedades. El film pudo rodarse gracias a la ayuda del escritor oscense
Ramón Acín, amigo personal de Buñuel que le prestó el dinero necesario para la
película. Está pendiente en la actualidad el estreno en nuestros cines de Buñuel en el laberinto de las tortugas
(Salador Simó, 2019), una cinta de animación basada en un comic que reproduce
la visita del director a las Hurdes y el proceso de rodaje de su obra.
En 1935, Buñuel funda junto al empresario Ricardo
Ugoiti la productora Filmófono que se
convertirá en la principal rival de la primera Cinesa, pero que tendrá una
corta vida debido al estallido de la guerra. Los estudios produjeron películas
como Don Quintín, el amargao o La hija de Juan Simón que incluso fueron objeto de un remake
posterior. El propio Buñuel se puso tras la cámara para rodar junto a Juan
Gremillón el musical Centinela, alerta, adaptación de una
pieza de Carlos y el drama Quién me quiere a mí al lado de José
Luis Saenz de Heredia, primo de José Antonio, fundador de la Falange y futuro
autor de Raza (1941) con guion de un
tal Jaime de Andrade. A pesar de mantener posiciones ideológicas radicalmente
antagónicas, Buñuel y Saenz de Heredia congeniaron y fueron amigos; incluso el primero llegó a salvarle
literalmente el pellejo al segundo en los primeros meses de la Guerra Civil
cuando este fue capturado por un grupo de socialistas que pretendía fusilarle
debido a su parentesco. Después de convertirse en el director del régimen con
el título ya comentado, y de dejar para la posteridad títulos claves para el
cine español como Los ojos dejan huella
(1952) o Historias de la radio
(1955), se entregó ya en los sesenta al cine más comercial con películas al
servicio de Concha Velasco o Paco Martínez Soria.
El comienzo de la guerra sorprende a Buñuel en Madrid, y
debe huir en un tren a París vía Ginebra
junto a su mujer Jeanne Rucar con quien se había casado dos años antes.
Rucar fue deportista en su juventud, había sido medalla olímpica en 1924 y
daría al cineasta dos hijos, Juan Luis, que también acabaría dedicándose al
cine, y Rafael. Para el bando republicano en el exilio, Buñuel realizó diversas
misiones de inteligencia y fue comisario del pabellón español en la Exposición
Internacional de París en 1937. En su representación también viaja por segunda
vez a Estados Unidos para participar como asesor en dos films sobre la Guerra
Civil que habrían de rodarse en suelo norteamericano.
Sin embargo, en 1941 el gobierno de Whasington prohíbe toda
película en contra del régimen franquista y Buñuel se queda sin trabajo. El
turolense debe aceptar un puesto en el MOMA como productor asociado del área
documental, desde donde se le encarga
volver a montar la película El triunfo
de la voluntad de Leni Riefenstal y adaptarla a la sensibilidad de las
autoridades locales que deberían ver el potencial del cine de propaganda. Pero en 1943, Buñuel se ve de nuevo en la
calle; su antiguo amigo Dal, alineado con la causa nacional desde el estallido
del golpe de estado franquista, ha publicado el libro, La vida secreta de Salvador Dalí en el que le define como un hombre
ateo y próximo a posiciones izquerdistas. El director ficha entonces por la Warner Bross
y comienza a trabajar como director de doblaje para el mercado de América
Latina.
Por aquellos mismos años, Buñuel conoce al productor francés
Oscar Dacingers que vive exliado en México, y le ofrece dirigir una versión de La casa de Bernarda Alba. El director
recibe la idea con especial ilusión al trartarse de una obra de su amigo
Federico, pero el proyecto se frustra y no puede finalmente ver la luz. No
obstante, Dazingers tiene más planes para el cineasta español, el primero de
ellos hacerse cargo de Gran Casino (1946), un musical a mayor gloria de la
pareja formada por el ídolo local Jorge Negrete y la actriz argentina Libertad Lamarque. Es el
inicio de la etapa mexicana de Luis
Buñuel.
Creo que no me equivoco si digo que este es el periodo que
más nos gusta de la carrera de Buñuel a los seguidores del cineasta, el más
productivo y el más estimulante, mucho más que el posterior periplo francés
mucho más intelectualizado. En estos años, don Luis combina productos de
encargo que se ajustan a lo que podríamos considerar un cine más comercial con
trabajos más personales y arriesgados. Sin embargo, en todos ellos es
reconocible la huella de su autor.
En cuanto a géneros, Buñuel se mueve entre la comedia y el
drama costumbrista que a veces deriva en melodrama, en su versión más puramente
folletinesca. El aragonés deja su
impronta surrealista introduciendo sutiles toques de humor dentro del melodrama
más desgarrador. En este tipo de
películas más comerciales, Buñuel se permite censurar abiertamente a la
conservadora sociedad azteca del momento, siendo especialmente destacable su
visión sobre aspectos como el machismo.
La imagen del machista recalcitrante se aparece en títulos como El gran calavera (1949), La hija del engaño (1951), Una mujer sin amor o El bruto, estos dos últimos títulos de
1952. Y por supuesto en Él (1953), una de sus grandes obras maestras, un
perturbador y soberbio drama psicológico que aborda el tema de los celos.
Hitchcock es un referente absoluto en la película; no solo esta toma prestados
elementos de Rebeca o Recuerda, sino que a su vez el maestro
del suspense tomará nota del drama buñueliano para rodar después Vértigo.
Durante estos años mexicanos ven la luz algunos de los
grandes títulos en la filmografía del autor. Además de la mencionada Él y la
película que hoy comentaremos, uno de los más incontestables es Los olvidados (1950) que tiene una
influencia decisiva en el cine social que se ha venido produciendo desde
entonces. Valiéndose de recursos propios
del neorrealismo, aunque sin dejar de introducir el elemento surrealista, Buñuel acierta a dibujar la dureza de la vida
en los barrios más humildes de México en una obra francamente espelúznate cuyo
negativo original está catalogado por la UNESCO como “Memoria del Mundo”. El cineasta recibió en la edición del Festival
de Cannes el premio al Mejor director, compitiendo con el Vitorio de Sica de Milagro en Milán o con el Joe Mankewicz
de Eva al desnudo. Al igual que
ocurría en Tierra sin pan casi veinte años antes, Buñuel vuelve a alinearse con
los desheredados de la Tierra, cosa que también hará , esta vez en clave de
comedia, cuando dirija La ilusión viaja
en tranvía (1954).
Nazarín es la
primera de las adaptaciones cinematográficas de Galdós dentro de la filmografía
de Buñuel. Sorprende que el maestro del realismo – Buñuel se quejaba de la poca
repercusión internacional que había tenido su obra- fuese llevado a la pantalla
en varias ocasiones por el genio surrealista. En la película se oyen los
tambores de Calanda, y su autor nos habla de la imposibilidad de llevar a la
práctica en nuestro mundo la llamada caridad cristiana. Su protagonista, un
impecable Paco Rabal como un trasunto del mismísimo Jesucristo, busca el ideal
de la vida ascética sin conseguirlo y siendo además objeto de las burlas de
todos. La película es magistral y resulta clave a la hora de entender el
pensamiento de su autor que dejó escrito en sus memorias que él era ateo
gracias a Dios. Nazarín cuenta con
un pulcro trabajo de fotografía de Gabriel Figueroa, asiduo de John Ford y
colaborador de Buñuel durante estos años.
Figueroa tuvo que renunciar a su habitual estilo elegante y aseado para
poder captar con su cámara la miseria que rodea al personaje central.
Otra adaptación notable – y sorprendente- por parte de
Buñuel en estos años es la que hace de la novela de Emily Bronte Cumbres borrascosas que estrena bajo el
nombre de Abismos de pasión. El
título ya deja entrever que el autor pone el acento en los aspectos más
melodramáticos y desaforados de la relación entre Heatcliff y Catherine que
aquí son Alejandro y Catalina. Por su parte,
Ensayo de un crimen (o La vida criminal de Archibaldo de la Cruz) (1955) es una
deslumbrante combinación de comedia negra, thriller, y drama psicológico dentro
de un guión redondo que causó al realizador no pocos problemas. El autor de la
obra teatral en la que se basaba la película, Rodolfo Usigli tuvo algún
problema con el cineasta al que incluso llegó a denunciar ante el sindicato de
escritores cinematográficos. Esporádicamente, Buñuel viaja durante los
cincuenta a Hollywood para rodar en inglés una adaptación del clásico de Daniel
Defoe Robinson Crusoe (1954) y el
drama sureño La joven (1960), sin
duda dos proyectos fallidos en los que nos encontramos con la versión más
descafeinada de Buñuel.
A comienzos de la década de los sesenta, y ante las críticas
del sector republicano en el exilio que le reprochó cierta connivencia con el
régimen franquista, el director regresa a su país natal para dejarnos una de
las obras fundamentales de la historia de nuestro cine. En Viridiana (1961), cuyo guión viene firmado por el propio realizador
en colaboración con Julio Alejandro, Buñuel vuelve a adaptar, libremente esta
vez, un relato de Galdós, Halma,
concebida como una prolongación de Nazarín.
El protagonista de la película, don Jaime, es un viejo hidalgo castellano
que recibe en su hacienda a su sobrina Viridiana que guarda un enorme parecido
con su mujer fallecida. Buñuel se lleva a su terreno una historia, apelando a
imágenes y símbolos para proyectar sobre ella su mirada más inmisericorde. El
fantasma del sexo y de la represión flota en el ambiente y cohabita con el tabú
de la muerte en un relato que, como Nazarín, critica cuanto de hipócrita
oculta la caridad cristiana y la religión mal entendida. Ese ataque encuentra
su punto álgido en la icónica secuencia de la cena de los sirvientes.
La película fue objeto, como no podía ser de otra forma, de
ataques furibundos por parte de los estamentos más tradicionales. El periódico
oficial del Vaticano redactó un artículo en el que tachaba la película de
blasfema, y el gobierno franquista mandó quemar todos los negativos de la cinta.
La película fue producida por el mexicano Gustavo Alatriste y protagonizada por
la esposa de este Silvia Pinal, una de las musas buñuelianas por excelencia. Viridana ganó la Palma de Oro en
Cannes, la única conseguida hasta la fecha por una producción española, que,
eso sí, tuvo que compartir ex aequo con la francesa Una larga ausencia (Henry Colpi, 1961). El director nacional de
cinematografía en aquel momento subió al escenario del festival a recoger el
premio en nombre del director, y, por supuesto, el régimen le echó del cargo a
los pocos días.
La etapa mexicana de Buñuel se cierra con El ángel exterminador (1963) y Simón del desierto (1965). Por
entonces, el cineasta ha empezado a compaginar sus rodajes en el país americano
con sus trabajos en Europa, en España con la mencionada Viridana,
o en Francia donde rueda Diario de una camarera (1964) con una
espléndida Jeanne Moreau al frente del reparto.
En cuanto a Simón del desierto,
se trata de una obra que quedó incompleta por falta de presupuesto, y que
decidió estrenarse con un metraje reducido que apenas supera los cuarenta
minutos. La película intenta recobrar el espíritu de Nazarín, criticando la falsa religiosidad a través de la historia
de un asceta que pasa años de su vida manteniéndose en pie sobre una columna
guardando penitencia a Dios.
La tercera y última etapa en la carrera de nuestro autor se
desarrolla en Francia. Dali parece dispuesto a firmar la pipa de la paz y le
propone una segunda parte de Un perro andaluz, pero Buñuel rechaza la idea. En
su lugar, prepara Belle de jour
(1967) en la que Catherine Deneuve interpreta a una joven de clase acomodada
que, por un impulso de curiosidad, ingresa en una casa de citas para desempeñar
el oficio más antiguo del mundo a escondidas de su esposo. La obra es un
compendio de sueños, represiones, y deseos frustrados en donde destaca la
impactante escena inicial en la que asistimos a la representación de un sueño
de la protagonista a la que vemos semidesnuda atada al tronco de un árbol y
recibiendo los latigazos de dos lacayos. En el fondo, la película también es
una crítica abierta a la ociosidad de la burguesía, uno de los argumentos
recurrentes en el cine de Buñuel que se acentúa más si cabe en estos últimos
años de carrera.
En 1971, Buñuel vuelve ocasionalmente a España para adaptar de nuevo a Galdós en Tristana, otra vez con la Deneuve como actriz
principal. En pantalla, la novela del escritor canario se convierte en una obra
de raíces freudianas en las que quedan plasmadas las obsesiones y los delirios
fetichistas de sus dos personajes centrales a quienes dan vida la citada
Deneuve y un excepcional Fernando Rey. La película, que presenta notables
diferencias con respecto al original literario, llevó a su creador a las
puertas de los Oscar, siendo finalista por España en la categoría de mejor film
extranjero de su año.
Ya en Francia, Buñuel rueda una de sus obras más conocidas El discreto encanto de la burguesía (1974),
una nueva e irónica crítica hacia la hipocresía de las clases acomodadas.
Delirante, negra y hasta perversa, la película es casi un reverso de El ángel
exterminador al presentarnos a varios personajes miembros todos ellos de la
alta sociedad que planean reunirse varias veces para cenar juntos, pero nunca
pueden hacerlo. Esta vez sí, Buñuel
consiguió el Oscar a la mejor película extranjera, convirtiéndose en el primer
realizador español en conseguir la
preciada estatuilla, si bien representando al cine francés. El viaje a
Hollywood para recoger el galardón le ofrece además al director la oportunidad
de aparecer en una foto histórica al lado de grandes de Hollywood como Alfred
Hitchcock, Billy Wilder, Robert Wise o Willyam Wyler en el marco de una cena –
que sí se celebró- organizada por George Cukor en su casa.
El discreto encanto
de la burguesía forma parte además de una especie de trilogía junto con La vía láctea (1968) y la posterior El fantasma de la libertad (1972), dos
títulos estos últimos de espíritu abiertamente anticlerical. El tríptico se
caracteriza por un uso totalmente anárquico de las formas en el que Buñuel
desafía las leyes tanto de la narrativa como del montaje convencional.
Algo de eso ocurre también en la última película del autor, Ese oscuro objeto de deseo (1977) en la
que Buñuel despliega un sentido del humor muy particular para enfrentarse de
nuevo al tabú de la relación amorosa entre un hombre maduro y una joven. El
director escribe el guión junto al francés Jean Claude Carriere retomando el viejo
proyecto de llevar al cine la novela La
mujer y el pelele de Pierre Louys. Fernando Rey repite en el cine de Buñuel
tras Tristana, mientras que su
compañera es interpretada por dos actrices diferentes, Ángela Molina y Carole
Boquet, sin que medie explicación alguna sobre el porqué de esta sustitución en
mitad del film
Será la última película del cineasta, un más que digno
testamento según los estudiosos del autor que visitará por última vez España en
1980, poco antes de morir en agosto de 1983. Antes tendrá tiempo de dejar
testimonio de su vida y su pensamiento en su libro de memorias Mi último suspiro (1982), una lectura
amena, sincera y totalmente imprescindible para cualquiera que se llame a sí
mismo cinéfilo. El libro es la mejor forma de acercarse a un artista sencillo,
humilde, socarrón, “ateo gracias a Dios “ y que encontró en el cine en el mejor
vehículo para plasmar sus obsesiones y su genio. Aunque como buen aragonés,
algo cabezón y de un carácter fuerte. Muy lejos en cualquier caso de esa imagen
de autor inaccesible y críptico que se ha dado entender a veces. Además, al
menos en esta su tierra, ese afán por institucionalizar su figura y su legado
ha generado rechazo a la hora de asomarse a su obra. Y ya se sabe que la mejor
forma de acabar de una vez por todas con la cultura es institucionalizarla.
Tras asistir a la representación de una ópera, varios
miembros de la alta sociedad de la capital mexicana se reúnen en casa de uno de
ellos, Edmundo Nobile, para cenar. Nada más llegar al domicilio, el
señor de la casa pregunta por uno de los criados, un tal Lucas, pero le dicen
que se han marchado. En el momento en el que llegan los invitados, dos de las
sirvientas también aprovechan para huir a escondidas. Los comensales toman
asiento, y el anfitrión propone un brindis en honor a una de las presentes,
Silvia, la actriz que protagonizaba la opera que todos acaban de presenciar.
Acto seguido, la anfitriona, Lucia, anuncia la llegada del primer plato, un
guiso con una apetitosa salsa. Nada más aparecer con la bandeja, el camarero
tropieza derramando su contenido por el suelo ante el alborozo de los
presentes. Lucia entra en la cocina, pero los dos cocineros le anuncian que se
marcha poniendo una excusa. Por la estancia pasea tranquilamente una cría de
oso, y debajo de una de las mesas se apelotona un grupo de corderos.
Después de la cena, la velada continúa; mientras algunos de
los invitados bailan, otros se dedican a las relaciones públicas y a
reencontrarse con viejos amigos que hace tiempo que no ven. Unos y otros pasan
después a un pequeño salón donde una joven deleita a su auditorio tocando una
pieza al piano. A medida que avanza la noche, el alcohol empieza a hacer
estragos entre la concurrencia.
La reunión se ha extendido más de lo previsto, y Edmundo,
diligente ofrece a sus amigos pasar la noche en la casa, pero sus invitados
pretextan que deben marcharse. Inexplicablemente, y ante la sorpresa de los
anfitriones, la mayoría de ellos se acomoda en sillas, sofás o incluso en el
suelo disponiéndose a dormir.
Amanece en el hogar de Edmundo y Lucía, y todos despiertan
algo sorprendidos por lo insólito de la situación. La señora de la casa propone
a su marido ofrecer a sus huéspedes un pequeño desayuno, con la esperanza de
que después cada uno se marche a su casa.
Uno de los invitados, director de orquesta, no despierta y es atendido
por un médico presente en la sala que dictamina que se encuentra bastante grave.
Otro de los miembros del grupo advierte la circunstancia de que la noche
anterior ningún invitado había mostrado la menor intención de regresar a su
casa una vez terminada la fiesta, y parece preocuparse por las consiguientes
molestias que todos han ocasionado a los dueños de la casa. Nadie parece darle mayor importancia al hecho;
una mujer encontró la experiencia divertida, otra se dio cuenta, pero no dijo
nada porque no le parecía correcto.
Julio, el mayordomo de la mansión, improvisa un desayuno con
los restos de la cena, pues todavía no ha recibido a los proveedores, ni
siquiera al lechero. Horas más tarde, el
doctor confirma que el director de orquesta está muy enfermo y es necesario
salir a buscar medicinas, pero nadie se atreve a cruzar la puerta. El aburrimiento da paso a la histeria, y una mujer
sufre un ataque de ansiedad. Surgen los primeros reproches, y las culpas recaen
en Edmundo como máximo responsable por organizar la velada;algunos también se
preguntan si de verdad han sido olvidados por sus familiares y amigos ya que
hasta el momento nadie ha acudido a rescatarles.
No obstante, el caso ya está en la calle y ha saltado a la
opinión pública; a las puertas de la casa y pertrechados por una multitud de
curiosos, aparecen la policía y los militares. Las fuerzas del orden han intentado entrar en
el inmueble, pero desde el exterior tampoco se puede llegar hasta los aislados
que ya empiezan a sentir los efectos del hambre y la sed, y han empezado a
perder las formas y la etiqueta. La situación se está volviendo insostenible.
A medida que avanzan los días en la casa, aumenta la
desesperación entre el grupo que saca a pasear sus instintos más bajos. Un
joven insulta a una dama, por ejemplo, porque huele mal. Muchos tienen
pesadillas, y otros se entregan a escondidas a los placeres de la carne. Asimismo,
se organizan expediciones a la mansión para que los hijos de los aislados
puedan ver a sus padres. Rodeado por una expectante multitud, un niño intenta
entrar en el interior de la vivienda, pero tras dar un par de pasos se queda en
el jardín inmóvil e incapaz de seguir adelante.
El rebaño y la cría de osos entran en el salón para
compartir con los invitados de don Edmundo sus últimos días en la casa. De
pronto, una noche toma la palabra, Leticia, una mujer a la que apodan la
Valkiria, y que ya la primera noche había despertado la admiración entre los
hombres por su belleza, y el desprecio de las mujeres por su reputación.
Leticia se convierte en la heroína e insta al grupo a salir de la casa. Después
de jornadas de reclusión, el grupo puede por fin abandonar la vivienda con la
misma normalidad con la que había entrado unos días antes.
A la mañana siguiente, se organiza una misa en la catedral
en honor a los liberados. Al finalizar la ceremonia, los feligreses no pueden
salir de la iglesia. En el exterior, la policía dispersa una con violencia una
manifestación, mientras un pequeño rebaño de ovejas se dirige a las puertas del
templo.
La imagen bíblica del “ángel exterminador” aparece en el
Antiguo Testamento, en el Libro del Apocalipsis concretamente, y remite a Abbadon,
personaje celestial que para muchos simboliza el abismo insondable entre los
vivos y los muertos, aunque para otros es la representación de la misma muerte.
El ángel exterminador no era el
titulo inicialmente pensado para la película de la que hoy hablamos en nuestra
sección, sino Los náufragos de la calle
Providencia, pues ese era el nombre de la pieza de Luis Alcoriza en la que
estaba inspirada y el de la vía en la que transcurría la trama. Buñuel quería
hacer una película que evocara el naufragio y la catástrofe, y utilizó como
punto de partida el cuadro La balsa de
la Medusa de Gericault para reproducir el mismo ambiente de destrucción y
caos de la pintura trasladado a un entorno burgués. Mientras estaba preparando
el film, José Bergamín, amigo de Buñuel,
le comentó a este lo idóneo que le parecía el título de El ángel exterminador para una obra de
teatro. El director se lo pidió prestado sin saber que se trataba de una figura
presente en las Sagradas Escrituras. “Si yo veo esto en un cartel, entro
inmediatamente en la sala” le dijo.
Mucho se ha especulado acerca de las metáforas que emplea
Buñuel en su película; se han dado todo tipo de interpretaciones desde
cristianas o puramente antropológicas a incluso marxistas. Sin embargo, el
director huye siempre de esta figura literaria, y prefiere que sus símbolos se
acerquen más a la greguería o al dadaísmo, es decir al surrealismo más básico.
Su autor define la película de un modo muy simple: “Lo que veo en ella es un
grupo de personas que no pueden hacer lo que quieren hacer: salir de una habitación”
sentencia. En su raíz, la afirmación conecta con uno de los temas recurrentes
de la obra buñueliana: lo irracional del deseo. En el plano formal, el artista
aragonés dinamita las leyes de la lógica del guion y del montaje a base de
repeticiones inexplicables, al menos hay una docena de ellas. En una de las
secuencias iniciales, por ejemplo, dos de los invitados a la cena son
presentados formalmente, pasados unos segundos, esos mismos personajes se saludan
como si fuesen amigos de toda la vida. El propio camarógrafo Gabriel Figueroa
cayó en la trampa y se fue a su director advirtiéndole si no se había dado
cuenta de que varias escenas habían sido montadas dos veces por error.
Ya dijimos al comienzo que el nacimiento del surrealismo
obedece entre otras razones al cuestionamiento del orden burgués. Desde luego, la crítica a la burguesía no es
un rasgo exclusivo del cine surrealista; desde otras posiciones, autores como
Fellini, Chabrol o Polanski se convertirán también en el azote de esta clase
social y de su discreto encanto. En esta ocasión, Buñuel va más allá poniendo a
sus protagonistas en una situación límite que desmonta las convenciones y el
protocolo. Cuando de la supervivencia se trata, las máscaras caen, no hay
etiqueta que valga e impera la ley del “sálvese quien pueda”
Luis Buñuel dejó escrito en sus memorias que le hubiese
gustado haber podido rodar esta película en otro lugar que no fuese México;
hubiese preferido hacerla en Europa con actores extranjeros y más medios y
presupuestos. Al mismo tiempo, cree que el resultado es bastante digno
(confiesa que de entre todas sus películas esta es de las que más veces ha
visto) y habla del buen nivel de las interpretaciones. Silvia Pinal volvió a ponerse a las órdenes de Buñuel tras el éxito de Viridiana.
¿Y qué es en definitiva El
ángel exterminador? ¿Un drama? ¿Una comedia? ¿Una sátira? ¿Todo a la vez?
Quizá las palabras que mejor definan la película son las que pronunció su
productor Gustavo Alatriste nada más asistir a la primera proyección: “No he
entendido nada- dijo- es maravillosa”.
Comentarios
Puede también que aquello que has criticado en otros, su poca inteligibilidad, su aparente incoherencia te resulten en otros cautivadores. En este sentido, a mi me pasa eso con Buñuel y Lynch (que también tuvo su hueco en este magnífico espacio). Yo no comprendo y repudio de cosas como "Mullholand Drive" y sin embargo, siento un magnetismo cierto por casi todo lo que cuenta Buñuel aunque no siempre lo entienda. Quizá a alguno le parezca una blasfemia juntar a los dos cineastas en la misma frase, pero era necesario para explicar mis sensaciones. De hecho me pasa algo similar con Miró y Picasso, por ejemplo, lo que en el granadino me apasiona, en el barcelonés me horroriza.
Pero siguiendo con Buñuel, es cierto que me pierdo en casi toda su filmografia, pero sin embargo me mantiene atado a la butaca, hipnotizado con una información que pocas veces logro procesar. "El ángel exterminador" tiene algo de eso, y es mi película preferida del de Calanda. Me dejo atrapar por lo que sucede sin intentar comprenderlo. No busco explicación, no la necesito, me da igual si el trasfondo es la critica a la burguesia acomodada o una representación del juicio final o un mero juego con el lenguaje cinematográfico, sólo siento la angustia, el aburrimiento, la claustrofobia, la insensatez, la indolencia, el agobio de todos los que están encerrados sin explicación y no busco esa explicación, no la necesito, como los atrapados no buscaban el porqué no podían salir de una casa cuyas puertas estaban abiertas de par en par.
"Belle de Jour" también me parece una película maravillosa, aunque su "cuento" sea mucho más digerible, en "Viridiana" y en "Tristana" me aburro un poco, pero también permanezco enganchado. Y "Simón del desierto" también me deja quieto , pegado, inmóvil, con ese desfile de personajes visitando al "loco de la columna"...tampoco busco muchos pies al gato y no me importan mucho las alegorías que cada uno de los que aparecen deberían representar. Incluso "La via lactea" que se me hizo tan larga como la galaxia me mantuvo increíblemente enganchado a una imágenes sin comprender apenas la peripecia de los dos peregrinos y de los sucedidos durante su viaje.
No, a veces no hay necesidad de entender para que algo nos resulte maravilloso.
Y hay otras veces que algo es maravilloso y no entiendes que alguien no pueda verlo así. Eso me pasa generalmente con los gus de los lunes... Y este no es una excepción.
Abrazos durmiendo en el suelo.
Las palabras de Gustavo Alcoriza definen a la perfección lo que significa o casi mejor transmite el cine de Buñuel. No se entiende, pero es maravilloso.
Sus historias te atrapan en algo más que excede al sentido común, las imágenes te atrapan y no puedes dejar de mirar, porque lo que te provocan no es racional y es algo que se queda en lo sensorial elevado a la máxima potencia.
Hace poco tiempo pude ver la versión teatral que Blanca Portillo tuvo el arrojo de llevar a cabo, la ví junta a mi hija mayor que salió con la boca abierta del teatro, y no para de referir la suerte que tuvo de formar parte de lo que allí pasó.
Me llena de orguno y satisfacción que haya sido un Aragonés, ni más ni menos, quien haya puesto la guinda del surrealismo en el cine a nivel mundial, como son...
Gran, gran gus de los de disfrutar.
Besos exterminados.
Albanta
Aún así, "El ángel exterminador" me parece de lo mejorcito de Buñuel (un hombre que, además, no destacaba por su sutilidad en las puestas en escena) al igual que me lo parece "Viridiana", o también "Ensayo de un crimen", que me parece que tiene una coña marinera de altura.
Habría que contar esa otra anécdota en la que un buen amigo suyo (Buñuel, en la época de la dictadura, volvía de vez en cuando a España y vivía en la Torre de Madrid) fue a visitarle y le llevó unas entradas para ir juntos al Teatro María Guerrero a ver los coros y danzas de la OJE. Para sorpresa del amigo, que no las tenía todas consigo, Buñuel aceptó de buen grado la invitación. Y no sólo eso, sino que, una vez acabada la representación, el amigo se volvió hacia él dispuesto a pedirle disculpas y se encontró con que el maestro estaba bañado en lágrimas:
- Pero...maestro...¿Por qué llora?
- Porque esto es lo más grande.
Así era Buñuel. También me gusta "Tristana" (recordemos el brindis de Hitchcock en la cena que le dieron a Buñuel esos grandes directores de la foto mítica, en la que Alfred se levantó y, probablemente con un par de copas de más, dijo: "¡Por la pierna de Tristana!", un brindis muy celebrado por el propio Buñuel. No me gusta tanto "Simón del desierto" porque se le ven demasiado las costuras. Me encanta "Diario de una camarera", como también "Los olvidados" (curioso, el director por excelencia del surrealismo fue el que mejor llevó al cine el realismo literario). Quizá es que, uniéndome a Carpet, a Buñuel no hay que comprenderle, sólo hay que sentirlo.
Abrazos con juego de café.