GUS MORNINS 9/4/19

“Todo lo que deseo en el cine es hacerlo cada vez mejor y hacer muchas películas me puede ayudar en ese objetivo. Me asusta el hecho de que no estoy muy seguro de cuántas películas he llegado a hacer. Sólo hago los guiones que me gusta hacer. Y si no encuentro ninguno que me guste, lo busco. Y si busco y sigo sin encontrarlo, entonces elijo uno que vaya a hacer algún actor que me guste o que presente algún desafío técnico”.                                                                                                 Sidney Lumet
Tal día como hoy falleció Sidney Lumet hace ocho años. Fue uno de los máximos representantes de lo que se dio en llamar generación de la televisión, que no era más que un grupo de jóvenes directores entusiastas cuyo rasgo en común es que venían todos del medio televisivo. Lumet fue uno de los más destacados de aquel grupo que incluía nombres como Delbert Mann (Marty), Robert Mulligan (Matar a un ruiseñor), Arthur Penn (El milagro de Ana Sullivan), John Frankenheimer (El tren) o Martin Ritt (Hud). El caso es que Lumet fue especialmente conocido por su sabiduría técnica y por el mimo que ponía en la dirección de actores, arrancando siempre muy buenas interpretaciones a sus protagonistas. Un hombre al que no debemos olvidar.
Liberal de izquierdas y enamorado de Nueva York, Lumet dirigió cerca de cuarenta películas después de una vasta experiencia en el teatro off-Broadway y en la televisión. Sidney era hijo de un actor y de una bailarina y a los cuatro años ya estaba acompañando a su padre en algunas apariciones escénicas. Como actor, incluso intervino en una película ya olvidada y de ahí pasó a la televisión, a forjarse en la técnica del movimiento de la cámara. Su destreza era tal que, cuando surgió la oportunidad de rodar el clásico teatral de Reginald Rose Doce hombres sin piedad, Sidney pidió la vez y demostró un repertorio de planos en ese espacio cerrado en el que se mueven los miembros de un jurado que dejó a la crítica y al público boquiabiertos, además de extraer unas interpretaciones memorables a Henry Fonda y a Lee J. Cobb. Con esta película, Lumet ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlin y consiguió tres nominaciones al Oscar para la película. Después de dos películas olvidables que hicieron dudar a más de uno si el chico que había deslumbrado con su primera película valía de verdad o fue pura coincidencia, Lumet consigue otro éxito con la adaptación de la obra de Tennessee Williams Piel de serpiente, con Marlon Brando y Anna Magnani. La película no fue un éxito clamoroso, pero sí que demostró la valía de Lumet de nuevo.
Como Lumet se dio cuenta de que lo que se le daba realmente bien eran las adaptaciones teatrales se aprestó a hacer más. Ahí están Panorama desde el puente, basándose en la obra de Arthur Miller y, sobre todo, esa auténtica maravilla que es Larga jornada hacia la noche, basada en la obra de Eugene O´Neill. Aquí, Lumet consigue cuatro prodigiosas interpretaciones debidas a Katharine Hepburn (saludada después de esta película como “la más grande actriz viva”), Ralph Richardson, Jason Robards y Dean Stockwell.
Tuvo la mala suerte de rodar una película como Punto límite al mismo tiempo en el que Stanley Kubrick hacía ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú porque el argumento de una y de otra están prácticamente calcados, sólo que Kubrick giró hacia la sátira y Lumet hacia la seriedad absoluta. En la comparación, Lumet salió perdiendo de largo. A continuación, rueda una interesante película como es El prestamista, con Rod Steiger como judío superviviente del Holocausto, afincado cómodamente en Nueva York y que no puede desprenderse de los fantasmas del pasado. Posiblemente, sea la mejor interpretación que Steiger haya hecho nunca.
Rueda en España con producción inglesa la interesantísima La colina, con Sean Connery en el papel principal. Sigue quedándose en el Reino Unido para hacer una de las mejores adaptaciones que se han hecho nunca de una novela de John Le Carré, Llamada para un muerto, con un enorme James Mason en la piel del mítico Smiley, sólo que en la película le cambian el nombre por el de Charles Dobbs. A principios de los setenta rueda la muy original Supergolpe en Manhattan, con Sean Connery, Dyan Cannon y un juvenil Christopher Walken perpetrando un robo de furgón y zapatazo en un edificio de apartamentos de lujo. A partir de aquí, Lumet se podría decir que es el máximo representante de lo que se dio en llamar “realismo sucio” que no eran más que historias policíacas con un toque sórdido y que solían denunciar algún hecho de carácter social. Así dio comienzo lo que se llamó “la trilogía de la corrupción de Lumet” con un título señero como es Serpico, con un enorme Al Pacino en la piel de un policía incorruptible que encuentra que medio departamento de policía de Nueva York está podrido hasta la médula.
Adapta la ya comentada Asesinato en el Orient Express con unos resultados que harían palidecer al mismísimo Kenneth Branagh (seis nominaciones al Oscar con una estatuilla para Ingrid Bergman en el apartado de mejor actriz secundaria). Vuelve al “realismo sucio” con Tarde de perros, con Al Pacino de nuevo como protagonista de un atraco en el que todo sale rematadamente mal.  Consigue un éxito fulgurante con Network, con Faye Dunaway (su único Oscar), William Holden, Peter Finch, Robert Duvall y Beatrice Straight. Con mucha valentía, adapta la obra teatral de Peter Shaffer Equus, brindando la última nominación al Oscar para Richard Burton en la piel de ese psiquiatra que trata de penetrar en la mente de un joven que ha cegado a siete caballos blancos en unas cuadras de lujo.
Sin embargo, tras encadenar éxito tras éxito, Sidney Lumet se pega el mayor batacazo del cine en el último cuarto de siglo. Siempre valiente, decide realizar una versión negra de El mago de Oz con canciones de Quincy Jones y con Diana Ross y Michael Jackson en los principales papeles. No fue a verla ni el tato y las pérdidas fueron tan cuantiosas que Lumet perdió la confianza de los productores que ya no querían darle  ni diez centavos para comprar el periódico.
Se rehace algo cinco años después de aquello, dirigiendo La trampa de la muerte, basada en una obra de teatro de Ira Levin (aquí la estrenó Paco Valladares haciéndolo magníficamente bien) con Michael Caine, Dyan Cannon y Christopher Reeve. El relativo éxito de una película tan pequeña que quería ser una versión algo más relajada de La huella hizo que se le confiara un extraordinario guión de David Mamet que llevaba por título Veredicto final. Al principio Sidney creyó que el actor adecuado para interpretar al protagonista era Robert Redford y éste aceptó pero comenzó a incluir cambios en el guión porque, sencillamente, el bueno de Bob no quería dar una imagen de perdedor como la que ofrece el protagonista de la historia, el abogado Frank Galvin. Entre tiras y aflojas, Redford se baja del proyecto y Lumet le ofrece la historia…pero, queriendo hacer que Newman esté a gusto, le da el guión original de Mamet y el guión con los cambios introducidos por Redford. La reacción de Newman no se hizo esperar: “¿Estáis tontos? El guión de Mamet es lo mejor que he leído en mucho tiempo. Haré ese perdedor borracho que, por una vez, gana”. Y así se hizo Veredicto final, posiblemente la mejor película de toda la carrera de Sidney Lumet.
En aquella época hace la segunda parte de su “trilogía de la corrupción” con el título de El príncipe de la ciudad, con Treat Williams de protagonista como un oficial de policía corrupto que se arrepiente y delata todo lo habido y por haber. Inusualmente larga, casi tres horas, aún se puede ver al gran Sidney Lumet en algunos pasajes, algo que no se iba a prodigar mucho en sus siguientes películas donde ya parece que el estilo del director pierde algo de fuerza.
Así va encadenando películas como Un lugar en ninguna parte, Buscando a Greta, la aceptable A la mañana siguiente, con una muy notable Jane Fonda; la decepcionante Negocios de familia con un reparto que incluía a Sean Connery, Dustin Hoffman y Matthew Broderick, la tercera parte de la trilogía con Distrito 34, con un enorme Nick Nolte acompañado de Timothy Hutton y Armand Assante; las prescindibles Estado crítico y Una extraña entre nosotros (una especie de Único testigo cambiando a Harrison Ford por Melanie Griffith), El abogado del diablo y Declaradme culpable, con Vin Diesel en el mejor papel dramático de su carrera. De esta etapa se salvan especialmente dos: La noche cae sobre Manhattan, una estupenda película sobre un fiscal interpretado por Andy García que trata de destapar la corrupción política de la ciudad, y, por supuesto, su obra de despedida Antes de que el diablo sepa que has muerto, con Philip Seymour Hoffman en el papel principal en una trama que incluía la conspiración de dos hermanos confabulados para atracar la joyería de su padre.
Todos los actores que habían oído sobre la forma de trabajar de Lumet estaban deseando colaborar con él. Algunos se le ofrecían gratis.
Dirigió 17 interpretaciones que acabaron siendo nominadas a los Oscars. Eso ya da una idea del mimo con el que trabajaba con todos sus actores.
Le dio la idea a Brian de Palma de hacer un remake de Scarface, de Howard Hawks. Se convirtió en El precio del poder. De hecho, la idea de cambiar a los protagonista de italianos a cubanos es de Lumet.
Sirvió como técnico de radar en la guerra del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial.
Tenía la loca idea de dirigir El justiciero de la ciudad con Jack Lemmon de protagonista. A lo mejor no era tan loca.
Sus directores favoritos eran Carl Theodor Dreyer, Jean Vigo, Jean Renoir y Robert Bresson.
Se granjeó una prestigiosa reputación de acabar los rodajes por debajo del presupuesto y en la fecha prevista.
Para mantenerse en forma durante los rodajes tenía una costumbre  curiosa. Cuando se paraba para comer, se iba a su camerino o roulotte, se preparaba un sándwich que se comía de un solo bocado por lo pequeñito y dormía una siesta muy corta de quince minutos. Según él, eso le permitió mantener la calma y no sucumbir ante los avatares propios de un rodaje.
Uno de sus más grandes trabajos fue la codirección del documental King: A filmed record…Montgomery to Memphis al lado de Joe Mankiewicz. Yo no la he llegado a ver pero los que sí lo han visto dicen que es uno de los mejores documentales que se han hecho nunca. En esta ocasión, sobre Martin Luther King.
Después de cinco nominaciones al Oscar y no ganar nunca, la Academia le concedió un Oscar especial a toda su carera en 2005. Aquí tenéis el momento recibiendo el premio de manos de Al Pacino.
Aprovecho también la ocasión para desearos a todos unas Felices Pascuas y deciros que el martes que viene no estaré puesto que andaré por tierras gallegas tomando las aguas.


Y como mosaico, ahí le tenéis, dirigiendo a Pacino en Serpico.






Comentarios

INDI ha dicho que…
pedazo de Gus detallado y conciso Un nombre importante en la historia del cine el de Lumet.

Semana Santa en tierras gallegas, disfrútalo, suena genial. Galicia es un paraíso, sobre todo la zona de la Costa de la Morte. Pero toda ella es preciosa, el interior también. Y qué grande es, carajo, acostumbrado a las pequeñas distancias de nuestra comunidad.

Abrazos con gaita
Anónimo ha dicho que…
Siempre aprendiendo cosas nuevas contigo. Muy buena su reflexión del comienzo del gus. Yo lo elevó a los altares por su Veredicto final, me parece una gran película y una de las mejores interpretaciones de mi Paul.

Buen viaje y buen marisco por la maravillosa Galicia.

Besiño

low
CARPET_WALLY ha dicho que…
Pues efectivamente Lumet era un grande, tanto como el gus que hemos disfrutado. Y que debut el suyo, con una de mis películas de cabecera, la obra es maravillosa, pero la adaptación es brutal. Hablas de Fonda y Lee J Cobb, ambos inmensos, pero cuidadito con el habitual secundario Jack Klugman o Robert Webber y por supuesto del enorme papel de E. G. Marshall.

"Veredicto" es obviamente una cumbre de su carrera, que tambien tuvo abismos como "El abogado del diablo" trhiller semierotico con Don Johnson y Rebecca de Mornay en la estela de "Instinto Básico" y el desafortunadoi remake de "Gloria" de Cassavettes con Sharon Stone de protagonista.

"La colina" me parece una película muy apreciable, quizá también podía ser una adaptación teatral, pero muy muy potente, con un Connery dando empaque a todo. Y por supuesto "Asesinato en el Orient Express" es para no perdérsela por nada del mundo.

Afortunados los gallegos la semana que viene entonces. Los madrileños nos quedaremos un poco menos acompañados.

Abrazos a feira

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