GUS MORNINS 23/4/19
“-.
Hoy es el día del Libro.
-.
Sí, ya lo he quemado.”
Antonio Fraguas “Forges”
Hoy, 23 de abril, día
en el que Dios se suele levantar bastante cabreado y llevarse por delante a la
vez a Miguel de Cervantes y a William Shakespeare (y al que nunca se recuerda que es Garcilaso de la Vega) se celebra el día del Libro.
Es por ello que, pecando de vanidad (ya sabéis, el pecado favorito del diablo)
me he decidido rendir a ese amigo que siempre te espera que es el libro un
pequeño homenaje y voy a unir mi vida con los libros más importantes que he
leído. Ojo, no es una relación de calidad, seguro que hay libros mucho mejores.
Son sólo libros que han marcado mi vida porque vinieron en algún momento
especial o fueron importantes por uno u otro motivo. Creo que no se puede
rendir mejor homenaje a ese amigo.
El primero de ellos
podría ser Aventuras de tres rusos y tres
ingleses en el África Austral, de Julio Verne. Es el primer libro que leí
en mi vida. No debería tener más de nueve años y me intrigó ese volumen que mi
hermano devoraba por las noches, con la luz encendida de su cama hasta mucho
más allá de la permisividad de mis padres. Cuando lo terminó, me acerqué
tímidamente a él y comencé a leer. Me fascinó ese mundo de aventuras y de
cooperación de seis cartógrafos que intentaban hacer un nuevo mapa del África del Sur para
trazar correctamente los meridianos. A partir de entonces, no he dejado de
tener un libro en las manos.
El segundo podría ser La casa de Bernarda Alba, de Federico
García Lorca. Ya tenía cumplidos los diez y vi también que mi hermano iba y
venía con un libro delgadito entre las manos y que hasta lo llevaba a clase. Me
encontré con que aquello no tenía el formato de la novela de Verne, sino el
consabido de una obra de teatro. Me gustó aquella forma de contar una historia.
Tanto es así que aún me recuerdo a mí mismo con el libro entre las manos y
tratando de escenificar lo que ponía entre paréntesis. No lo entendí demasiado
aunque sí tuve una cierta conciencia de que aquello era importante. Años
después, lo volví a coger (aún recuerdo sus tapas color granate) y ya lo pude
apreciar en toda su extensión. Fue el primer libro teatral que leí.
El tercero, sin duda,
fue Asesinato en el Orient Express,
de Agatha Christie. Mis padres me habían llevado a ver la película al cine
Amaya y me había quedado prendado de ese detective llamado Hércules Poirot. Me
seducían sus dotes deductivas y cómo conseguía llegar al fondo del asunto. La
película me gustó tanto que mi padre no dudó en comprarme el libro, que me hizo
una ilusión bárbara porque en la portada aparecía la locomotora del tren y
Albert Finney. A partir de ahí, siempre que me preguntaban qué quería para
Navidad, o para mi cumpleaños, o para cualquier regalo, decía que un libro de
Agatha Christie. Llegué a tener muchísimos.
El cuarto pudo ser Chacal, de Frederick Forsyth. Tendría ya
los trece cumpliditos y también me fascinó que mi madre tuviera ese libro
permanentemente en la mesilla de noche. Le pregunté de que iba y su
contestación fue definitiva: “Va sobre el
atentado que perpetraron en Francia contra el General de Gaulle”. No tardé
en devorarlo, fascinado por la cantidad de datos, aunque, por supuesto,
contenía una parte importante de ficción.
A partir de ahí, me afané en poder leer todos los libros de Forsyth que
tenía publicados. A saber Odessa, Los perros de la guerra y La alternativa del diablo.
En una ocasión, ya con
catorce y en pleno desarrollo, en unas vacaciones en Cullera, me llevaron al
cine de verano a ver El agente 007 contra
el Doctor No y me enamoré perdidamente de Ursula Andress. El impacto fue
tal que, al poco tiempo, sobre la estantería de cómics de la Marvel que poseía
mi hermano estaba tanto la novela de Ian Fleming como otra más, llamada Goldfinger. Y, por aquellas casualidades
de la vida, a la semana siguiente, programaron en otro cine de verano, la
competencia, Vive y deja morir. Esa
fue mi toma de contacto con el universo Bond. Y gracias a esas novelas pude
saber algo más sobre ese personaje que, en las películas, parecía no tener
ningún escrúpulo en matar a quien hiciera falta.
Con quince años, ya con
el pavo un poco subido, se me ocurrió coger un libro que pululaba por casa.
Tenía una portada que no me llamaba nada la atención. Era un tipo con gafas
oscuras, vestido con una cazadora de cuero, y con una pistola en la mano,
acechando a algo o a alguien. Se llamaba El
topo, y el autor era un señor que tenía un nombre que me pareció gracioso:
John Le Carré. Era un poco grueso, pero me encantó sumergirme en ese mundo de
dobles intenciones, de espías muy alejados de Bond y de tristeza sin énfasis.
Admiré a George Smiley y a su sangre fría y siempre me dije que por qué no se
había hecho una versión en cine de esta historia. Poco después hicieron la
serie de Alec Guinness Calderero,
soldado, sastre y espía y me quedé contento sólo a medias. Afortunadamente,
alguien debió de escuchar mis deseos con la versión cinematográfica dirigida
por Tomas Alfredson e interpretada maravillosamente por Gary Oldman, Colin
Firth, Tom Hardy, Benedict Cumberbatch y Mark Strong.
No mucho tiempo
después, probablemente con dieciséis, mi hermano, por mediación de un amigo que
se lo había dejado, comenzó a leer El
nombre de la rosa, de Umberto Eco. Me contó un poco que era de una especie
de detective en la época medieval en un monasterio y, cuando terminó, le
pregunté si le importaba esperar un poco para devolvérselo a su amigo. Como me
dijo que no, lo devoré, me encantó, me subyugó y me conquistó. Quería ser
Guillermo de Baskerville y estar tan seguro de que tenía razón. Cuando se hizo
la versión cinematográfica, en el 86, ya con veinte años, corrí a verla al Cine
Roxy con mi novia de entonces. Ella me dejó a la salida. Durante bastantes
años, la novela y la película estuvieron asociadas a un recuerdo triste que,
afortunadamente, ya he superado y, por supuesto, tanto el libro como la
película tienen lugares de honor en mi biblio y videoteca.
Memorias
de Adriano, de Marguerite Yourcenar es un libro que me marcó
profundamente porque creo que no he leído ninguno con una dimensión más
arrebatadoramente humana que ese. Ahora mismo lo tengo a mi espalda en la
estantería y, de vez en cuando, vuelvo a él para recordarme el tipo de hombre
que me hubiera gustado ser. Lo leí ya con 22 años, por recomendación de otra
novia. Y, desde entonces, siempre me digo a mi mismo que debo entrar en la
muerte con los ojos abiertos…
Voy a caer en el
tópico. Sí, he leído el Quijote. No soy de esos españoles que mienten y dicen
que lo ha leído y no es verdad. Lo he leído. Dos veces. Y me divierte muchísimo.
Me parece un libro genial, en el que no dejan de pasar cosas. Es verdad que hay
que tener ya unos años para leerlo, pero lo he disfrutado tanto a los
diecisiete, edad a la que lo leía la primera vez, como a los cuarenta y ocho.
Me fascina. No sólo por su lenguaje, sino por la imaginación que despliega, las
lecciones impresionantes que imparte, la razón que hay en su locura y la
sonrisa que siempre sabe arrancarme en todo momento. Y también por la poesía que hay entre sus páginas. Llega a ser chocante que Cervantes llegara a decir que la poesía era un don que Dios no le quiso dar. Es una joya de la que
deberíamos estar muy orgullosos.
Tendría unos dieciocho
años. Había dejado de jugar en cierto club de fútbol de renombre porque mis
padres me habían dicho (sin malos rollos) que si iba a estudiar o a dedicarme a
jugar al fútbol. Aquel verano estaba deprimido porque en enero me incorporaba
al servicio militar en Getafe, Ejército del Aire. Un vecino me dejó leer Los siete minutos, de Irving Wallace. El
resto ya lo sabéis. Los libros, a veces, obran milagros. Volví a jugar al
fútbol en clubes más modestos, sin pretensiones, sólo para divertirme. Nunca me
arrepentí de aquella decisión.
El primer libro de cine
que leí, fue por esa época. Mi padre me regaló la biografía de Charles Chaplin,
la misma en la que se basó Richard Attenborough para hacer Chaplin, con Robert Downey de protagonista. Me gustó tanto que ahora
en casa hay cientos de libros sobre cine. De Billy Wilder a la bioética en el
cine, de lo que Sócrates le diría a Woody Allen hasta John Huston, de Sam
Peckinpah a Clint Eastwood pasando por las mejores entrevistas a los más
grandes guionistas de la historia. Muchas veces vuelvo a perderme entre ellos.
La
montaña mágica, de Thomas Mann. Me impresionó y, puede
decirse que está tan bien escrito que la he llegado a ver como película. Las
desventuras de Hans Castorp en el sanatorio para tuberculosos llega a ser
absorbente, más que nada porque sabes que ahí está el amor de su vida y que no
podrá acercarse a él, porque el destino tiene cosas reservadas a cada uno. Vi a Daniel Day Lewis y a Anthony Hopkins
protagonizándola. Me vi a mí mismo deseando coger ese libro
y llevármelo a cualquier rincón para conocerme un poco mejor.
La
piel del lobo, de Hans Lebert, una fábula sobre un
hombre, Johann Unfreund, que vive aislado en la cabaña en la ladera de una
montaña, muy cerca de un pueblo que se llama Schweigen (Silencio, en alemán),
que tiene mucho, mucho que callar. También fantaseé con la posibilidad de
escribir un guión y mandárselo a Gonzalo Suárez para que lo protagonizaran
Carmelo Gómez y Juan Diego. Me conformé con la trama tan excepcional que me
proponía.
Podría daros la vara
con muchos más, pero creo que ya es suficiente. Ni siquiera son los más
representativos. Son los que me han ido viniendo a la cabeza mientras escribía
todo esto. Lo que sí os puedo decir es que con todos los libros que he leído,
sin excepción, tengo una deuda de gratitud. Incluso con los malos (podría citar
a alguna autora que está en boca de todos ahora mismo y que, seguro, os gusta a
más de uno, pero que no puedo aguantar) tengo esa deuda porque me han ayudado a
diferenciar lo bueno de lo malo. Hay libros de más nivel que he leído (sí,
también he leído a Shakespeare y me maravilla su uso del lenguaje) y también
libros un poco más vergonzantes. He visitado (y revisitado gracias a que leía a
mi hijo) a Stevenson, a Dumas, a Conan Doyle y a Edgar Allan Poe. Me he
agobiado con Kafka, me he perdido con Pearl S. Buck, he aprendido todos los
recursos literarios con Gunter Grass, he comprendido a Nabokov, he aprendido
que la nieve cae por igual sobre todos los vivos y todos los muertos con Joyce,
he admirado la capacidad de anticipación de Orwell en 1984, he disfrutado con Bradbury, he desenvainado la espada con
Pérez-Reverte, he investigado al lado de Lorenzo Silva (y he tenido el
privilegio de conocerle más o menos bien), he caminado al lado de Borges, he
caído rendido ante Cortázar, he ido un poco más allá con Antonio Muñoz Molina
(y también he hablado con él en dos ocasiones intercambiándonos libros), me ha
fascinado Delibes, he seguido a Cabrera Infante, me he maravillado literalmente
con el estilo increíblemente fluido y dificilísimo de Truman Capote, me he roto
la cabeza intentando descifrar a Peter Handke, he viajado hasta el corazón de las tinieblas con Joseph Conrad, me he retratado con Oscar Wilde...
Perdonad el rollo y
feliz día del Libro. Hoy no hay vídeo. Es mejor que todos leamos un poco.
Como mosaico, ahí os dejo al protagonista de hoy en una imagen que resume a la perfección lo que yo siento por ellos.
Comentarios
La lectura ha sido fiel compañera en mi vida, una vida que no imagino sin libros.
Feliz día del libro a todos.
low
A través de los libros conocemos emociones, lugares, personajes, momentos históricos que de otra manera nos habría sido imposible.
Yo también he tenido la suerte de convertirme en ávida lectora, desde niña, leía todo lo que caía en mis manos y sigo leyendo es el refugio al que acudimos todos que disfrutamos leyendo recurrimos, cuando no están las cosa semasiado bonitas.
Un merecidísimo Gus a los LIBROS con mayúscula.
Gracias por la rosa.
Albanta
La vida a través de las lecturas...no es mal título para...lo que sea, seie, novela, ensayo, película...
La mía es mucho más desparramada desde el punto de vista lector que desde el punto de vista biográfico, mucho más comedido y previsible. He leído mucho desde grandes obras literarias reconocidas universalmente hasta etiquetas de productos sanitarios (estas últimas, precisamente en el sitio donde suelen encontrarse habitualmente y que todos pensáis con mucho acierto).
Mi inicio fueron los tebeos, luego unos grandes libros ilustrados de las películas de Disney ¿cuantas veces se puede leer el mismo tebeo o el mismo cuento? Pues yo lo hice todas esas veces y alguna más.
Luego quizá llegaron aquellas novelas ilustradas de la editorial Bruguera en las que podías leer las viñetas (así lo hice casi siempre) o el texto literario ( terminé haciéndolo también).
De ahí, quizá a Poe o Agatha Crhistie, sin olvidar por supuesto los comics, los libros de "Los cinco", de "Los tres investigadores" o de "Oscar y Kina". Y como no, bastantes novelillas de Marcial Lafuente Estefania, Zane Grey o policiacas como la serie de "Harry Dickson", una especie de Sherlock Holmes bastante más gore y erótico. Eran novelillas que leía mi abuelo, mi tio y algún otro afín a la familia.
El instituto, sin embargo provocó un efecto contrario al que se supone que debía haber sido, me alejó de la buena literatura en vez de hacer que me enamorase de ella. Sólo un libro obligatorio de aquellos tiempos me pareció maravilloso, "La colmena" de Cela. Por contra si me destapó el interés por la poesía que hasta entonces era poco menos que un horror para mi. Miguel Hernandez, Quevedo, Lope, Espronceda, Machado, Rubén Dario...leía como ahora con mucho interés pero sin mucho detenimiento, pero a veces se encendía una luz y veía algo que me deslumbraba y que procuraba aprender para decírmelo en los momentos adecuados.
Y aparecieron Michael Ende y "La historia interminable", León Uris, Stephen King, Sven Hassel y las novelas de su "Legion de los condenados", Amityville y otras narraciones de terror...
Y entonces llegó Gabo. "Crónica de una muerte anunciada" me reconcilió con la lectura de "más calidad". De ahí a "Cien años de soledad" ( el libro que más veces he leído), a Vargas Llosa, a Cortazar y sus cuentos (nunca me gustó "Rayuela"), a Vazquez Montalbán, a Delibes, a Torrente Ballester, a Muñoz Molina, Javier Marias, Manuel Rivas, o a Lorenzo Silva (gracias a Albanta)...empezó a gustarme (y me sigue gustando) la literatura en castellano e incluyo a Saramago en ese grupo.
Pero no olvido cualquier otra lengua, aunque la oriental se me hace muy complicada, incluido Murakami.
Ahora estoy en un periodo muy novela negra, me entretiene más. Pero no renuncio a casi nada, aunque cada vez me atraigan menos los grandes éxitos de ventas. Acabo de empezar y estoy a punto de dejar (he hecho eso con muy pocos libros en mi vida) "El laberinto de los espíritus" de Zafón que con 5 páginas ya se me ha hecho muy empalagoso.
Gracias por el regalo, lobo.
Abrazos con tinta.
Con muchas de las que citáis me vienen recuerdos de buenos momentos vividos inmerso en la lectura. Coincido con Carpet en que para mí está Gabriel García Márquez y después todos los demás. Descubrí "Cien años de soledad" y la he leído unas cuantas veces, me fascinó "El amor en los tiempos del cólera" y sufrí en los últimos días de Simón Bolivar en "El general y su laberinto", entre otras muchas.
Luego está el genio del terror, Stephen King. Me habré leído si no todas, una gran parte de sus libros. Siempre me ha fascinado su facilidad para transmitir el miedo.
De Muñoz Molina me encantó "El invierno en Lisboa". Y de Reverte, toda la saga del Capitán Alatriste.
Me leí los libros de Juego de Tronos antes incluso que existiera la serie. La serie me parece aburrida, pero los libros, sobre todo los tres primeros, son muy buenos.
Agatha Christie llenó muchas de mis noches hace muchos años, al igual que Henning Mankell y sus libros sobre Kurt Wallander.
De los libros que más me han defraudado están "La sombra del viento" de Zafón y "El código Da Vinci" de Dan Brown.
Gran gus Lobo, feliciades.
Abrazos entrelíneas