EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXV)
¡¡¡ Estoy más que harto y no quiero seguir soportándolo.¡¡¡
NETWORK. UN MUNDO IMPLACABLE (Network) USA 1976 .Dir
Sidney Lumet con Faye Dunaway, William Holden, Peter Finch (121 min)
Pocos directores cinematográficos
a lo largo de la historia pueden presumir de tener un debut en la profesión tan
rotundo como el que tuvo allá por 1957 Sidney Lumet. Doce hombres sin piedad
es mucho más que una película, transciende el ámbito de lo meramente
cinematográfico para convertirse en objeto de estudio y debate sociológico. En
cualquier caso, uno de los mejores films de todos los tiempos que de alguna
manera además marca la posterior trayectoria de su creador. Lumet ha pasado a
la historia como uno de los miembros destacados de la “generación de la
televisión” junto a John Frankenheimer, Martin Ritt o Arthur Penn entre otros.
Lo cierto es que la opera prima del director era un guión destinado a
estrenarse en la pequeña pantalla. La televisión era un medio en el que Lumet
se sentía especialmente cómodo; “Habría sido feliz si hubiera pasado mi vida en
la televisión” contaba en sus memorias. Es por eso fundamentalmente por lo que
la película de la que hablamos hoy ocupa un hueco especial en una filmografía
que a pesar de contar con sus altibajos resulta imprescindible en la historia
del séptimo arte.
SidneyLumet nació en
Filadelfia el 25 de junio de 1924, fruto del matrimonio entre el actor judío de
origen polaco Baruch Lumet y la bailarina Eugenia Wermus. Brauch y Eugenia se
trasladaron a vivir a Nueva York a los pocos meses de haber nacido su hijo
quien heredó de sus progenitores su pasión por el arte y el espectáculo. Con
cuatro años, el joven Sidney ya era un habitual de los escenarios del off
Broadway de Brooklyn. A finales de los treinta debutó como actor en una
película y al poco tiempo conoció a dirigir teatro, llegando a trabajar con
actores como Eli Walach o Yul Brunner. Su relación con los miembros del Actor´s
Studio de la primera etapa le lleva directamente a la televisión, en concreto a
la CBS, donde dirige sus primeras series a comienzos de la década de los
cincuenta. Y así llegamos a 1957 cuando
de forma inesperada da el salto definitivo a la gran pantalla.
Doce hombres sin
piedad se convierte en eso que se
llama un clásico instantáneo, a pesar de no funcionar del todo bien en la
taquilla en el momento de su estreno. La película recibe tres nominaciones al
Oscar – una de ellas al mejor director- y logra numerosos reconocimientos y
premios internacionales entre los que destaca el Oso de Oro de Berlín. Ya desde
su primera película Lumet se pide un sitio entre los grandes conun trabajo que
delata los antecedentes tanto teatrales como televisivos de un texto que debió
finalmente su fama al cine. La acción se desarrolla prácticamente en un único
escenario; la sala de deliberaciones de un tribunal donde un jurado compuesto
por los doce miembros del título debe dilucidar sobre la culpabilidad o
inocencia de un adolescente acusado de parricidio. Pero la película pone en
juego mucho más que eso, gracias a lo asfixiante del montaje y la puesta en
escena, al dibujo pormenorizado de cada uno de los protagonistas y a la
contundencia en los diálogos. El novato Lumet combina todos esos elementos con increíble
maestría, y los resultados son impactantes. La figura jurídica de la presunción
de inocencia parece ser solo un pretexto; detrás de Doce hombres sin piedad
se esconde toda una reflexión sobre la moral y el comportamiento humanos. Por
su alto contenido pedagógico, la película debería ser de visión obligatoria en
todas las escuelas, y no solo en las de Derecho.
Otra de las bazas
importantes del film lo encontramos en lo excelso de su reparto, encabezado por
Henry Fonda en uno de sus papeles más memeorables. Junto a él, y a sus dudas razonables, en la
película nos encontramos también a Lee J. Coob, Martin Balsam, E.G Marshall, Ed
Begley o a Jack Warden entre otros. Hace unos años, la película fue
considerada «cultural, histórica y estéticamente significativa» por la
Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y seleccionada para su conservación
en el National Film Registry. Dan prueba de la influencia de la película y de
lo imperecedero de su mensaje las numerosas adaptaciones que se han hecho
posteriormente de ella. El maestro ruso Nikita Mihalkov rodó en 2007 un remake,
12, que recreaba la obra de Lumet adaptándola a la realidad
contemporánea de su país. En España, se hizo tremendamente popular el montaje
que realizó en 1973 Gustavo Pérez Puig para aquel inolvidable Estudio 1.
Como quien recita de corrido la alineación de un equipo de fútbol uno puede
recordar también de carrerilla los doce hombres sin piedad que aparecían en esta
adaptación, grandísimos nombres de nuestro teatro todos ellos: Puente, Osinaga,
Bódalo, Prendes, Aleixandre, Casal, Gracia, Rodero, Lemos, Merlo, Delgado y
Alonso.
El éxito de Doce hombres
sin piedad condiciona el futuro inmediato del Lumet cineasta que apuesta en
sus siguientes proyectos por adaptaciones teatrales. De nuevo con Fonda como protagonista, el
realizador se pone al frente de Sed de triunfo (1958), basada en una
obra de la guionista y dramaturga Zo eAkins, que ya había visto llevadas al
cine con anterioridad algunas de sus obras (Gloria de un día o Cómo
casarse con un millonarioentre ellas). También lleva a la pantalla
uno de los textos menos conocidos de Tennesse Williams, Piel de serpiente
(1960) con Marlon Brando y Anna Magnani en los principales papeles, y un año
antes, Esa clase de mujer (1959) en la que está a sus órdenes otra
italiana universal, Sophia Loren. Lumet sigue vinculado en esa época a la
televisión, medio para el que dirige una versión de All the king´s men
con Neville Brand en el papel que le dio a Broderick Crawford el Oscar de 1949
en el film homónimo de Robert Rossen.
A continuación Lumet adapta
a los dos grandes del teatro norteamericano de postguerra; en el mismo año,
1962, lleva a la pantalla el texto de Eugene O´Neill Larga jornada hacia la
noche y el clásico de Arthur Miller Panorama desde el puente.
Katharine Hepburn y Raff Valone encabezan respectivamente el reparto de estas
dos películas que la crítica recibe con agrado destacando la habilidad del
director para trabajar con los actores. Dicha
capacidad se pone de manifiesto cuando extrae una magnífica interpretación de
Rod Steiger en El prestamista, brillante adaptación de una novela de
Edward Lewis Wallant en torno a un superviviente del Holocausto que regenta una
pequeña tienda de préstamos en el neoyorkino barrio de Brooklyn. De la misma cosecha, 1964, data Punto
límite, una película a revindicar a caballo entre el thriller y el drama
bélico y que parece ganar con cada nuevo
visionado; en ella Lumet intenta reproducir el mismo ambiente claustrofóbico
que rodeaba a Doce hombres sin piedad.
Con The Hill (1965),
el director de Filadelfia inicia una fructífera relación personal y profesional
con Sean Connery que se convertirá a partir de entonces en uno de los rostros
habituales de las películas del cineasta. Por aquella época, Connery intentaba
librarse del síndrome de 007, compaginando su presencia en el ciclo Bond con
papeles más sofisticados en otro tipo de películas. Aquí demuestra con creces
su categoría como actor en un drama antimilitarista premiado en Cannes por su
excelente guión.
El siguiente proyecto de
Lumet pasa por llevar al cine el autobiográfico best seller de Mary McCain El
grupo (1968), sobre el paso de la juventud a la madurez de ocho mujeres
compañeras de universidad en los días previos al estallido de la Segunda Guerra
Mundial. La película obtiene cierto reconocimiento al igual que la adaptación
esa misma temporada de la novela de John Le Carré Llamada para un muerto
con James Mason y Simone Signoret en el reparto. Sin embargo, el cineasta
fracasa dos años después con una fallida versión cinematográfica de la famosa
pieza teatral de Chejov La gaviota.
Sin duda, los setenta nos
descubren al mejor Lumet que encadena durante esa década algunos de sus mejores
títulos. Tras un documental sobre la figura de Martin Luther King que firma
junto a Leo Mankiewicz, Montgomery to Menphis, compuesto por imágenes de
archivo y testimonios de estrellas del cine como Paul Newman o Joanne Woodward,
continúa su colaboración con Connery en dos nuevos títulos, Supergolpe en
Manhattan (1971) y La ofensa (1973). En este último film, rodado en
la tierra natal del actor, además, vemos protagonizar al actor un electrizante
cara a cara final con el veterano Trevor Howard. De regreso a Estados Unidos,
se produce el decisivo encuentro del director con Al Pacino con quien
protagonizará dos películas, ambas además justo después de encarnar a Michael
Corleone en las dos primeras partes de El padrino. En Sérpico
(1973), Pacino se mete en la piel de un honrado policía de Nueva York que lleva
su sentido de la integridad y la disciplina hasta las últimas consecuencias. En
la sensacional Tarde de perros (1975), el actor italoamericano
interpreta al jefe de una banda de inexpertos delincuentes que decide atracar
una sucursal bancaria en Brooklyn. Estas dos interpretaciones proporcionarán a
Pacino sendas candidaturas al Oscar. Es una época dulce para el actor que
encadenó cuatro nominaciones seguidas a la estatuilla (súmese a estas las
conseguidas por su participación en la saga Corleone).
Tampoco se puede quejar
mucho al respecto Lumet que un año antes ha rodado Asesinato en el Orient
Express, adaptación del clásico de Agatha Christie, cosechando un
importante éxito comercial. La cinta se beneficia de su impresionante reparto,
y desde luego, los resultados son mucho más satisfactorios que los obtenidos
por Kenneth Branagh en su reciente versión del mismo texto.
El momento dulce del
director se confirma con Network (1976) y Equus (1977), drama
psicológico basado en la pieza del prestigioso Peter Shaffer con Richard Burton
en el rol principal. Pero, ay, acto seguido Lumet despide la que ha sido su
mejor década dando un sonoro traspiés con un inclasificable remake pop de El
mago de Oz con Diana Ross haciendo el personaje de Dorothy y Michael
Jackson como el Espantapájaros.
Ya en los ochenta, el
cineasta vuelve a las calles de Nueva York y al estilo de Serpico con
otra historia policial basada en hechos reales, la que se cuenta enEl
príncipe de la ciudad, (1981) y aunque la cinta se convierte en un clásico
de los primeros videoclubs no tiene la calidad de la protagonizada por Pacino
(en un principio el proyecto iba destinado a Brian De Palma quien pensó en
Robert De Niro para el papel principal). Lumet combina suspense y humor en La
trampa de la muerte, adaptación de una obra de Ira Levin cuyo argumento
recuerda al del clásico de Mankiewicz La huella (no por nada uno de sus
protagonistas es Michael Caine).
Y llegamos a una de las
cimas en la trayectoria de nuestro protagonista de hoy, quizá su última gran
película. Con un magnífico y preciso guión de David Mamet, Veredicto final
reúne en una sola película lo mejor de Lumet; además de volver al género que le
dio la fama y uno de sus predilectos, el drama judicial, el director aborda el
tema de la corrupción, también otro de sus temas favoritos. Robert Redford era
la primera opción para interpretar al protagonista del film, Frank Galvin, un
papel que finalmente recayó en uno de sus mejores amigos. Paul Newman está realmente
soberbio encarnando al personaje, una pena que tuviese tanta competencia por el
Oscar aquel año con una quinta de finalistas a mejor actor antológica. Por allí
estaban Jack Lemmon (Missing) Dustin Hoffman (Tootsie), Peter
O´Toole (Mi año favorito) y Ben Kingsley (Ghandi) que fue
finalmente fue quien se llevó el gato al agua.
Desde Veredicto final,
ya nunca el cine de Lumet volverá a tocar cotas tan elevadas. Pese a ello, es
uno de los realizadores más prolíficos en el cine del último tercio del siglo
pasado. Su prestigio le lleva a poder trabajar con grandes actores como Gene
Hackman que protagoniza junto a Richard Gere y Julie Christie el drama Power
(1986), esta vez con la corrupción política de fondo. En esos años dirige
también a Timothy Hutton (Daniel, 1986), Anne Brancfort (Buscando a
Greta, 1984), River Phoneix (Un lugar en ninguna parte, 1988), Jane
Fonda (A la mañana siguiente, 1989) o Nick Nolte (Distrito 34:
corrupción total), trabajos más o menos rutinarios que dan cuenta del
perfil irregular del penúltimo Lumet). Su última colaboración con Sean Connery se
produce en el género de la comedia con la fallida Negocios de familia
(1989) en la que el actor escocés se hace acompañar de Dustin Hoffman y Matthew
Broderick.
A pesar de algún título
interesante como La noche cae sobre Manhattan (1996), la crítica de los
noventa da la espalda al realizador de Filadelfia en títulos como Una
extraña entre nosotros (1992), versión femenina de la maravillosa Único
testigo con Melanie Griffith al frente del elenco, El abogado del diablo
(1993) o Gloria (1999), innecesario remake del clásico homónimo de John
Cassavetes. Dos títulos ponen la guinda a la filmografía de Lumet ya en el
siglo XXI; en el primero, Declaradme culpable (2006), intenta regresar
al estilos y a los temas de su cine de los setenta con otro drama judicial
basado en la vida del gánster Giacomo Di Norscio. Su protagonista Vin Diesel se
aleja por una vez del cine más comercial y ofrece un cambio de registro
interesante, quizá sea este el punto destacado de un film que por otra parte no
pasa de discreto. Algo más atinado está el director en su despedida del cine
con Antes que el diablo sepa que has muerto (2007) un thriller con
toques de drama familiar con estimulantes interpretaciones a cargo Ethan Hawke
y Philip Seymour Hoffman. En 2005 había recibido el Oscar honorífico por toda
su trayectoria; nunca lo ganó por sus películas a pesar de haber sido candidato
hasta en cinco ocasiones (cuatro como director y una como guionista).
Sidney Lumet murió el 9 de
abril de 2011 en Nueva York. Meses antes de su fallecimiento concedió una
entrevista que sirvió de base al documental By Sidney Lumet (Nancy
Buirsky 2015). En ella, Lumet reconocía que los dos géneros en los que se
sentía más cómodo era el drama judicial y el thriller policíaco, pues ambos
representaban mejor que ninguno las contradicciones que definían lo americano.
El director hablaba de su pasión por el retrato de personajes rebeldes; para
él, la base del progreso era el inconformismo que también consideraba el pilar
de una vida digna. No podía ser menos viniendo de alguien que edificó su obra y
su filmografía sobre los cimientos de un puñado de dudas razonables.
Howard Beale es un veterano
periodista que lleva varios años al frente del informativo vespertino en la
UBS, una pequeña cadena de televisión norteamericana. El programa tiene
unos datos de audiencia más que buenos, rozando una media del 16 %, con picos
que a veces llegan a duplicar prácticamente ese porcentaje. Pero en 1969, todo cambia. Beale, que además
atraviesa justo en ese momento una grave crisis personal tras el fallecimiento
de su esposa, ve cómo la audiencia va poco a poco dándole la espalda, los datos
del “share” bajan y su popularidad y su capacidad de influencia también. La
cadena decide entonces relevarle de su puesto, y elige a Max Schumacher,
responsable de la sección de informativos, para darle la mala noticia.
Schumacher es el mejor amigo de Beale al que conoce desde sus inicios en el
periodismo. Por eso, la noche en la que debe comunicarle a su amigo su despido,
acaba emborrachándose con él, y los dos acaban rememorando juntos batallitas
del pasado acodados en la barra de un bar.
En plena borrachera, Howard
confiesa a Maxque tiene la intención de pegarse un tiro en la sien durante su
último programa. Sin tomarle demasiado en serio, este último le dice que si
anunciase previamente su decisión, conseguiría unos datos de audiencia
increíbles. Ya puestos ¿por qué no preparar un programa en torno al suicidio
del mes, … o mejor aún, a la ejecución del mes? bromea Schumacher viniéndose
arriba.
Pero lo de Howard va
totalmente en serio. Al día siguiente, anuncia a los espectadores que la cadena
ha decidido prescindir de él, que en dos semanas abandonará el informativo, y
que en su último programa se suicidará ante las cámaras. Desde el control no
salen de su asombro y creen que Beale se ha vuelto loco. Se organiza un pequeño
revuelo en el plató y finalmente la emisión queda interrumpida.
El dueño de la cadena Ed
Ruddy entra en cólera, pero no tiene mucho margen de maniobra. Debido a los
malos datos de audiencia, la UBS ha sido vendida a un grupo editorial más
potente, la CCAA, dirigida por el millonario Arthur Jensen que ha colocado como
delegado para la cadena a un tal Frank Hackett, un hombre con bastantes más
ansias de poder que escrúpulos. Mientras la jefa de programación de la UBS,
Diane Christensen baraja posibles nuevos contenidos con los que seducir a la
audiencia y mejorar resultados. Diane asiste a la proyección de un documental
que da a conocer las actividades del Ejército Ecuménico de Liberación, un grupo
terrorista de extrema izquierda cuyos miembros se graban a sí mismos mientras
cometen sus delitos. A Diane le entusiasman las imágenes que ve y que muestran
a la cédula atrancando un banco ante las cámaras. Qué gran idea para una serie,
piensa frotándose las manos e imaginando dispararse espectacularmente el
“share”.
Diane está dispuesta a
hablar con los terroristas para hacer el programa, y así se lo hace saber a
Hackett en su despacho. Al mismo tiempo, en una reunión con los accionistas, la
cadena anuncia los malos datos de audiencia, o lo que es lo mismo, la caída en
picado de la cuenta de resultados. Cunde el pánico. El director de la cadena
anuncia que la sección de informativos dejará de ser independiente y se dispone
a despedir a su máximo responsable, Max Schumacher. El objetivo es tener más
control sobre la información que da el canal.
Pero Beale sigue la guerra
por su cuenta. En su siguiente informativo pide perdón a los espectadores por
su comportamiento del día anterior, pero acto seguido les confirma que se va
“porque ya no me quedan gilipolleces por contar” y comienza una arenga
interminable sobre el sinsentido de la vida y los males endémicos del mundo
contemporáneo. La popularidad de Beale sube como la espuma. El presentador es
portada de periódicos, el hombre que da las noticias es la noticia.
Todos ven un filón en ello. Ed
readmite a Max en la cadena, porque cree que la amistad de éste con Beale puede
beneficiarle de cara a su enfrentamiento con Hackett. Por su parte, la
ambiciosa Diane tiene sus propias ideas para Beale; cree que el presentador no
es suficientemente catastrofista en su discursos y propone que se muestre más
incendiario, al tiempo que planea convertir el informativo en todo un show en
el que haya hasta una adivina vaticinado las noticias del día siguiente. A tal
efecto, habla con Max con el que termina iniciando una aventura amorosa.
Howard vuelve a liarla en su
nuevo informativo en el que declara ante la audiencia que esa noche ha oído
voces en su cabeza que le hacen sentirse una especie de elegido. Hackett nombra
a Diane directora del informativo ante Max que se siente traicionado y rompe su
relación con su amante. Schumacher es despedido y sale del despacho de Hackett
gritando que Howard está enfermo y que se encargará de ingresarle en un
sanatorio antes de dejar que lo sigan explotando.
Beale se presenta en el trabajo
para dar su informativo de la tarde. Va calado hasta los huesos. La tormenta
que le ha pillado de camino al trabajo está ahora a punto de descargar sobre el
plató del noticiero. Sin pasar por maquillaje, y con la misma vieja gabardina
empapada con la que ha llegado al estudio, el presentador comienza su habitual
diatriba apocalíptica contra todo y contra todos. Esta vez irá más lejos e invitará a la
audiencia a desahogarse como nunca contrael sistema.Los televidentes deberán
asomarse a las ventanas de sus caras y unirse en un gritó de rabia coreando a
los cuatro vientos el lema “Estoy más que harto y no quiero seguir
soportándolo” (“I´m mad as hell and I´m not goin to take it anymore” en
el original). Desde su domicilio y con gesto preocupado, Max ve junto a su
familia el informativo. Su hija se dirige a la ventana y comprueba cómo
prácticamente todo el vecindario está obedeciendo las órdenes del presentador.
Diane viaja a la otra punta
del país con el objeto de reunirse con una activista del Ejército Ecuménico de
Liberación e intentar convencer a ella y a sus líderes de hacer una serie de
televisión basada en sus andanzas delictivas. El grupo acabará teniendo su
propio show televisivo “La hora de Mao Tse Tung”; en sus reuniones dejará de
hablarse de marxismo y de lucha de clases y se pasará a debatir acerca de
asuntos sobre propiedad intelectual y derechos de distribución. Asimismo, la
ambiciosa ejecutiva hace uso del control absoluto que tiene sobre el
informativo de Beale y lo convierte en un show de entretenimiento que se graba
en un nuevo plató con público en directo, y cuenta con nuevas secciones
dedicadas al cotilleo y y a los chismes. Por supuesto, no falta la pitonisa
encargada de predecir las noticias del día siguiente. En su puesta de largo en
el nuevo programa, Beale anuncia la muerte del jefe de la cadena e insulta
sutilmente al público denunciando su incultura. El presentador se desmaya tras
su alocución, y el auditorio aplaude agradeciendo su “performance”.
Max y Diane se encuentran
por la calle y retoman su relación. Él abandona a su mujer que le despide con
lágrimas en los ojos y augurándole que volverá pronto. En una de sus charlas de
alcoba, Diane confiesa a su amante que hay sospechas de que la cadena está
siendo vigilada por el FBI a cuenta de las grabaciones que les proporcionan los
terroristas del Ejército Ecuménico. Pese a todo, no duda en presentarse
eufórica en la cena de accionistas en la que anuncia que pronto pasarán a ser
la primera cadena del país. Esa misma noche, Beale denuncia en televisión que
la CCA está a punto de ser absorbida por un grupo de inversión árabe, y pide a
sus espectadores que inunden la Casa Blanca con mensajes pidiendo que se evite
tal transacción.
La cosa se ha ido ya
definitivamente de las manos, y el propietario de la compañía pide una cita con
Beale para llamarle al sitio. En esa reunión Arthur Jensen obsequia a su
presentador estrella con una reprimenda en la que le habla de lo que para él es
el verdadero orden del mundo, comentándole que las nuevas naciones son ahora
las grandes empresas y definiendo la democracia como un gigante moribundo.
Beale aprende bien la lección y se presenta en su siguiente programa con los
brazos caídos y comunicando a los espectadores que su quijotesca lucha ha terminado
para siempre.
Diane, a la que Max acaba de
abandonar definitivamente para volver con su mujer, reúne a Hackett y a los
ejecutivos de la cadena para anunciar el cese de Beale y proponer la búsqueda
de un sustituto. Pero no lo hay, y eso que le han salido imitadores por
doquier. La única solución es matar de una vez por todas a la gallina de los
huevos de oro. Literalmente. Dos miembros del Ejército Ecuménico de Liberación
se mezclan entre el público que asiste a la grabación del programa de Beale y le
disparan a bocajarro nada más aparecer éste en escena.
Veremos cómo la noticia se
difunde inmediatamente por todas las cadenas. La veremos desde la sala de
control de una de esas cadenas. En uno de los monitores, un locutor informa del
asesinato de Howard Beale durante la filmación de su programa; justo en el de
al lado, se pasa un spot que anuncia cereales para el desayuno.
A una película como Network
es fácil otorgarle el epíteto de obra adelantada a su tiempo. Vista hoy,
cuarenta y tres años después de su estreno en salas, su profético guión
presenta situaciones y personajes tan reconocibles por todos nosotros que
cuesta pensar que fuese escrito hace ya más de cuatro décadas y no antes de
ayer. En su día, la cinta se presentó al
público como una sátira escandalosa y provocadora sobre el poder de la
televisión; asusta pensar que su demoledor mensaje esté hoy incluso más vigente
que entonces, amplificado además por la presencia en nuestras vidas de
fenómenos como las redes sociales o Internet. Aun sin conocer estos fenómenos,
el guionista Paddy Chayefsky diseñó una fábula cruel que avanza de una forma
preclara, casi distópica, los males que afectarán al hombre del futuro. Entre
esos males, la manipulación de la que es objeto por parte de los medios de
comunicación, y en última instancia, la alineación y deshumanización a la que
es sometida la sociedad por parte del sistema capitalista. Chayefsky, novelista
y dramaturgo, consiguió el Oscar por su trabajo, el tercero de su carrera,
convirtiéndose así en una de las dos personas que ha ganado en tres ocasiones
la estatuilla en el apartado de guión original (la otra es Woody Allen). Antes
lo había conseguido por Anatomía de un hospital (1971) y por Marty
(1956), esa obra maestra que en parte obligó al público norteamericano a
cambiar su manera de mirar el cine y a ver las películas de una forma diferente
a como lo había hecho hasta ese momento.
Durante la década de los
setenta se ponen de moda y proliferan en Estados Unidos las películas de alto
contenido y denuncia social. El cine se hace eco de la convulsa situación por
la que atraviesa el país, agravada además por la crisis económica que surge a
principios del decenio. Episodios como Vietnam o el Watergate provocan que el
ciudadano medio empiece a cuestionarse sus principios tradicionales, causando
en definitiva que el mito del sueño americano comience también a tambalearse.
Aquel 1976, sin ir más lejos, junto a la cinta de Lumet compiten por el Oscar a
mejor producción del año dos películas como Todos los hombres del presidente
de Alan J. Pakula y Taxi Driver de Martin Scorsese; la primera, una intriga
periodística que indaga sobre las causas y efectos de la caída de la
administración Nixon, la segunda una alegoría sobre la decadencia de la
civilización con un veterano de Vietnam como protagonista. Ante tanta visión
catastrofista y crítica, la Academia tira por la calle de en medio y opta por
darle su premio gordo a Rocky de John G. Avildsen, una historia de
superación personal mucho más luminosa.
Sin duda, el mérito de Lumet
y Chayefsky consiste en disfrazar su película de sátira para que de esta manera
su mensaje parezca – solo parezca- menos cruel. La crítica apunta en todas las
direcciones pero se centra sobre todo en censurar el poder perverso de los
medios de comunicación y el de los grupos que operan detrás de ellos.
Chayesfsky había tenido problemas en el pasado con alguno de estos grupos y
utiliza su experiencia para pulir una historia que es un diamante en bruto; por
su parte, Lumet tira de oficio y aprovecha su conocimiento del medio
televisivo. El guión plantea situaciones que en su día pudieron parecer
exageradas, demasiado ingenuas o simplemente poco creíbles: solo el tiempo ha
venido a demostrar que a lo mejor no lo eran tanto.
Y así Network se
inserta dentro de una larga tradición de la que forman parte títulos como El
gran carnaval (Billy Wilder, 1951) o Sucedió una noche (Frank Capra,
1934) aunque quizá su referente más inmediato haya que buscarlo en otra de las
películas de este último director, la magistral Juan Nadie de 1941. Ahora
la cabeza de turco sería este Howard Beale al que presta su voz y su rostro
Peter Finch, sometido en el fondo a los chanchullos y tejemanejes de los de
arriba.Y ahí está ella, la cara más o menos amable de “los de arriba” es la de
Diane Christensen a quien se encarga de dar vida Faye Dunaway en una suerte de
remedo del personaje que interpretaba Barbara Stanwyck en el clásico capriano.
La tradición continúa, aunque en los últimos tiempos el cine ha decidido
focalizar el blanco de sus críticas en la televisión, su tradicional archienemiga.
A este respecto, Network se aproxima más a la denuncia mordaz del
sensacionalismo morboso que plantea por ejemplo Nigthcrawler (Dan Gilroy,
2014) que a las tesis más puramente existencialistas de El show de Truman
(Peter Weir, 1998).
De las diez candidaturas al
Oscar que logró Network en 1976, la mitad correspondía a las categorías
de interpretación. Dunaway y Finch se hicieron con la estatuilla en el apartado
de actor y actriz principal, dándose la circunstancia de que además este último
batió en la final a su compañero de reparto William Holden. El premiado no pudo
recoger su galardón pues murió justo unas semanas antes de que se celebrase la
ceremonia. Finch es junto con Heath Ledger (reconocido por su trabajo en El
caballero oscuro) el único actor en ser distinguido con un Oscar después de
muerto, y una de cinco personas premiadas por la Academia a título póstumo. Las
otras tres son el guionista Sidney Howard (Lo que el viento se llevó),
el productor Sam Zimbalist (Ben- Hur) y el compositor Victor Young (La
vuelta al mundo en ochenta días).
A Beatrice Straight le bastó
una escena al lado de William Holden, su marido en la ficción, para convencer a
los académicos y llevarse a casa el Oscar como mejor secundaria del año. Es
hasta la fecha la actuación más corta en resultar premiada. Pudo haber corrido
la misma suerte Ned Beatty nominado por una actuación que consiste prácticamente
en un único pero determinante plano /contraplano con Finch. Lumet hace gala de
su habilidad como director de actores, y la película está llena de eso que los
americanos llaman “clip Oscar”, escenas
de lucimiento en las que un intérprete lo da todo y que suelen preceder a la
presentación del nominado en cuestión. A buen seguro a William Holden lo
presentaron como nominado mostrando un momento de esa secuencia en la que su
personaje pone fin a su relación con el de la Dunaway contándole las verdades
del barquero, otra de las escenas de la película que cuesta olvidar
Y es que se dicen unas
cuantas de estas verdades. En la época de la “postverdad” y las “fake news” el
término está más en entredicho que nunca, nada ya es lo que parece. Entre
falsos profetas y populismos baratos vivimos bajo el desamparo más absoluto. Más
que como una crítica hacia el poder manipulador de la televisión de entonces, Network
ha llegado hasta nosotros como un aviso serio sobre la que nos venía
encima.
TELEVISION MAN
Talking Heads
I'm looking and I'm dreaming
for the first time
And I'm inside and I'm outside at the same time
And everything is real
Do I like the way I feel?
[Chorus]
When the world crashes in, into my living room
Television man made me what I am
People like to put the television down
But we are just good friends
I'm a television man
[Verse 2]
And I knew a girl, she was a macho man
And I, it's alright, I wasn't fooled for long
This is the place for me
I'm the king and you're the queen
[Chorus]
When the world crashes in, into my living room
Television man made me what I am
People like to put the television down
But we are just good friends
I'm a television man
And I'm inside and I'm outside at the same time
And everything is real
Do I like the way I feel?
[Chorus]
When the world crashes in, into my living room
Television man made me what I am
People like to put the television down
But we are just good friends
I'm a television man
[Verse 2]
And I knew a girl, she was a macho man
And I, it's alright, I wasn't fooled for long
This is the place for me
I'm the king and you're the queen
[Chorus]
When the world crashes in, into my living room
Television man made me what I am
People like to put the television down
But we are just good friends
I'm a television man
Take a walk in the beautiful garden
Everyone would like to say hello
It doesn't matter what you say
Come and take us away
[Instrumental with vocal improvisation]
[Bridge 2]
The world crashes in, into my living room
The world crashes in, into my living room
The world crashes in, into my living room
The world crashes in, into my living room
(And I say)
[Outro]
And we are still good friends (Television man)
I'm watching everything (Television man)
Television man (Television man)
I'm watching everything, I gotta be
Television man, and I'm gonna say
We are still good friends, and I'm trying to be
Watchin' everything, and I gotta say
We are still good friends, you know the way it is
Television man, I've got what you need
We are still good friends, I know the way you are
Television man, I know what you're tryin' to be
Watchin' everything, and I gotta say
That's how the story ends
Everyone would like to say hello
It doesn't matter what you say
Come and take us away
[Instrumental with vocal improvisation]
[Bridge 2]
The world crashes in, into my living room
The world crashes in, into my living room
The world crashes in, into my living room
The world crashes in, into my living room
(And I say)
[Outro]
And we are still good friends (Television man)
I'm watching everything (Television man)
Television man (Television man)
I'm watching everything, I gotta be
Television man, and I'm gonna say
We are still good friends, and I'm trying to be
Watchin' everything, and I gotta say
We are still good friends, you know the way it is
Television man, I've got what you need
We are still good friends, I know the way you are
Television man, I know what you're tryin' to be
Watchin' everything, and I gotta say
That's how the story ends
HOMBRE TELEVISIÓN
Talking Heads
Estoy mirando y estoy soñando por primera vez
Estoy dentro y estoy afuera al mismo tiempo
Y todo es real
¿Me gusta la forma en que me siento?
Cuando el mundo se estrella en mi sala de estar
El hombre de la televisión me hizo lo que a mí
Estoy dentro y estoy afuera al mismo tiempo
Y todo es real
¿Me gusta la forma en que me siento?
Cuando el mundo se estrella en mi sala de estar
El hombre de la televisión me hizo lo que a mí
A la gente le gusta apagar la televisión
Pero solo somos buenos amigos
(Soy un) hombre de televisión
Conocí a una chica, ella era un hombre macho
Pero está bien, no me engañaron por mucho tiempo
Este es el lugar para mí
Yo soy el rey, y tú eres la reina
Pasea por el hermoso jardín
A todos les gustaría saludar
No importa lo que digas
Ven y llévanos lejos
El mundo se bloquea, en mi sala de estar
El mundo se bloquea, en mi sala de estar
El mundo se bloquea, en mi sala de estar
El mundo se bloquea, en mi sala de estar
Y todavía somos buenos amigos ... (Hombre de televisión)
Estoy viendo todo ... (Hombre de televisión)
Hombre de televisión ... (Hombre de televisión)
Estoy viendo todo ... (Hombre de televisión)
Hombre de televisión ... y voy a decir
Seguimos siendo buenos amigos ... y estoy tratando de estar vigilando todo ... y tengo que decir
Seguimos siendo buenos amigos ... Ya sabes cómo es el hombre de televisión ... Tengo lo que necesitas
Seguimos siendo buenos amigos ... Sé cómo eres
Hombre de televisión ... Sé lo que intentas ser vigilando todo ... y te lo tengo que decir
Así es como termina la historia.¡¡¡
Pero solo somos buenos amigos
(Soy un) hombre de televisión
Conocí a una chica, ella era un hombre macho
Pero está bien, no me engañaron por mucho tiempo
Este es el lugar para mí
Yo soy el rey, y tú eres la reina
Pasea por el hermoso jardín
A todos les gustaría saludar
No importa lo que digas
Ven y llévanos lejos
El mundo se bloquea, en mi sala de estar
El mundo se bloquea, en mi sala de estar
El mundo se bloquea, en mi sala de estar
El mundo se bloquea, en mi sala de estar
Y todavía somos buenos amigos ... (Hombre de televisión)
Estoy viendo todo ... (Hombre de televisión)
Hombre de televisión ... (Hombre de televisión)
Estoy viendo todo ... (Hombre de televisión)
Hombre de televisión ... y voy a decir
Seguimos siendo buenos amigos ... y estoy tratando de estar vigilando todo ... y tengo que decir
Seguimos siendo buenos amigos ... Ya sabes cómo es el hombre de televisión ... Tengo lo que necesitas
Seguimos siendo buenos amigos ... Sé cómo eres
Hombre de televisión ... Sé lo que intentas ser vigilando todo ... y te lo tengo que decir
Así es como termina la historia.¡¡¡
Comentarios
Como interesante y bueno es el gus de hoy, felicidades Dex.
Abrazos in the countdown
Con respecto al papel de Peter Finch, hubo una cierta polémica. Primeramente porque es un papel claramente secundario si lo comparamos con el de Holden. Y segundo porque, cuando fueron nominados y Finch ya había fallecido, Bill no tuvo ningún reparo en decir: "No hay que preocuparse. Se lo darán a Peter. Si no se hubiera muerto, yo ahora me llevaría el Oscar".
Buen repaso a Lumet y a una de sus obras más complejas.
Abrazos desde el reloj.