EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXIII)



Todo tiene sentido, todo es bueno, todo es sencillo. Ojalá pudiese explicarlo,… pero no puedo ()La vida es una fiesta. Disfrutémosla juntos.



FELLINI. OCHO Y MEDIO 8 ½  (8 ½  Otto e mezzo) Italia, 1963. Dir Federico Fellini con Marcello Mastroiani, Claudia Cardinale, Ainouk Aimée  (140 min).

“Hablar de sueños es como hablar de películas, ya que el cine utiliza el lenguaje de los sueños: años pueden pasar en segundos y se puede saltar en un lugar a otro”. Así hablaba Federico Fellini a propósito de la que fue la gran pasión de su vida. La magia era un elemento esencial de su cine como lo eran los sueños y llegarían a ser también en un momento dado sus propios recuerdos.  No obstante, y al igual que sucede en el caso de muchos de sus compañeros de profesión, el cineno fue la primera vocación de Fellini que se decantó en un principio por las artes plásticas. Una de sus primeras ocupaciones, la primera que le proporcionó cierto éxito fue la de dibujante de carteles publicitarios para las películas, pero antes ya había publicado tiras cómicas en diversas publicaciones y diarios. Fue en ese campo en el que comenzó a desarrollar esa desbordante imaginación que inundará más tarde su obra fílmica.

Federico Fellini nació en Rimini el 20 de enero de 1920, hijo de un próspero comerciante del sector de la alimentación y de una sencilla ama de casa; cuenta la leyenda que solo tenía ocho años cuando se escapó de casa para unirse a un circo ambulante (ni siquiera Tod Browning fue tan precoz como ya vimos en el capítulo dedicado a este cineasta). En cualquier caso, Fellini ya era entonces un enamorado de los comics estadounidenses y del cine que venía del otro lado del charco. Sentía una profunda admiración por Chaplin que se convertirá luego en uno de los grandes referentes de su carrera (“el Adán de todos nosotros” le definía).

A los 19 años el joven Federico se traslada a Roma con la intención de estudiar Derecho pero por circunstancias acaba en el mundo de la radio donde empieza escribiendo guiones para diversos seriales de corte humorístico. En esa misma época conoce a Guilletta Massina con quien se casa en 1943; dos años más tarde la pareja tiene su primer hijo que desgraciadamente muere a los pocos días de nacer.

Una vez terminada la guerra, el futuro director monta un estudio y prueba fortuna en un nuevo oficio, el de retratista. En 1945 se produce su decisivo encuentro con Roberto Rosellini para quien escribirá tres películas, todos ellos títulos claves en la evolución del neorrealismo: Roma, ciudad abierta(1945), Paisá (1946) y El amor (1948). Tras codirigir junto a Alberto Lattuada (1950) Luces de variedades, debuta como realizador ya en solitario con El jeque blanco que protagoniza Alberto Sordi a partir de una historia original de Michelangelo Antonioni. Con esta comedia agridulce, Fellini se aleja del planteamiento neorrealista de sus primeros guiones para hilar una auténtica sátira contra la sociedad italiana del momento. Esta primera película del director supondrá también la primera colaboración con Nino Rota, su músico de cabecera.

A continuación, Fellini participa dirigiendo Una agencia matrimonial, uno de los cortos de los que consta, Amor en la ciudad (1953), película de episodios tan de moda en el cine de la época en la que además de los citados Antonioni y Lattuada también colaboran Carlo Lizzani, Dino Risi y Cesare Zavatini. Ese mismo año llega la considerada por muchos primera obra maestra del director, Los inútiles con la que el realizador conquista el León de Plata de Venecia y es nominado al Oscar como guionista. La cinta, adscrita todavía al movimiento neorrealista, narra en tono costumbrista el día a día de cinco jóvenes vecinos de un pueblo de la costa adriática cuya meta es vivir la vida sin dar un palo al agua. Una de las películas favoritas, por cierto, del maestro Stanley Kubrick.

El comienzo de las colaboraciones entre Fellini y su esposa y musa Giulietta Massina supone también el inicio de una especie de edad dorada en el cine del autor.  En La Strada (1954), la actriz encarna a la inolvidable Gelsomina, una joven ingenua que recorre los caminos de la miserable Italia de postguerra ayudando a su cuñado Zampanó, un artista ambulante que la tiraniza y humilla constantemente.  Conmueve la ternura con la que Fellini nos presenta al personaje de Gelsomina en contraste con la tosquedad con la que retrata a Zampanó al que da vida también de forma magistral el actor mexicano Anthony Quinn. Con justicia muchos la aclaman como la más bella película del director, justamente recompensada con el Oscar de Hollywood a la mejor película extranjera. Fue la primera vez que la Academia estadounidense concedía oficialmente el premio en esta categoría (ya vimos que Rashomon lo había conseguido de manera honorífica).
Massina compartió honores con otro intérprete extranjero, el norteamericano Broderick Crawford, en Almas sin conciencia (1955), drama costumbrista ambientado también en la postguerra que gira en torno a tres timadores de poca monta que planean un sonado atraco con ayuda de un cuarto.  En Las noches de Cabiria, la actriz repite el mismo personaje tierno e ingenuo, en esta ocasión una prostituta que pese a los golpes que le da una y otra vez la vida no pierde la esperanza en encontrar el amor verdadero y un mejor futuro. Segundo Oscar consecutivo para Italia y para Fellini (solo Bergman conseguirá en el futuro ganar la estatuilla a la mejor película extranjera en dos años seguidos).

En las tres películas anteriores observamos cómo Fellini se muestra del lado de los más desfavorecidos y denuncia la explotación a la que son sometidos por otras personas que intentan aprovecharse además de su carácter humilde y bondadoso. Nada que ver con el siguiente de sus trabajos, tal vez el más emblemático de toda su filmografía.

La dolce vita (1960) consagra a Fellini como un director polémico pero ante todo lo eleva a la categoría de artista inabarcable. El genio de Rimini pone todo su talento y su imaginería visual al servicio de una obra que teoriza sobre la decadencia de las clases más pudientes así como sobre la frivolidad del mundo contemporáneo. Elevada a la categoría de mito, la cinta también tiene sus detractores (entre ellos nuestros dos C.B favoritos) que no soportan su pretenciosidad y critican su supuesto mensaje moralizante.  Pese a ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes, la película fue prohibida en varios países, en España no se estrenaría hasta 1980, y se ganó las críticas entre otros del Vaticano que la calificó de obscena – al año siguiente pasaría algo parecido con Viridiana y con Buñuel.  Para la historia, la secuencia de una sensual Anita Ekberg provocando desde la Fontana di Trevi al seductor Marcello Mastroiani, que trabajaba por primera vez a las órdenes del director.  La película aporta al diccionario el término “paparazzi” que deriva del nombre de uno de sus personajes, un reportero gráfico temido entre los famosos por acosarles continuamente con su cámara. Asimismo La dolce vita supone un antes y un después en la carrera del director; el universo felliniano evoluciona hacia una mayor complejidad en sus argumentos y un mayor barroquismo en sus formas.

Tras participar junto a De Sica, Monicelli y Visconti en otra película de episodios, Boccacio 70 que adapta cuatro cuentos del famoso escritor y humanista del siglo XIV, Fellini rueda el film del que hoy hablamos.  Con él consigue nada menos que cinco nominaciones al Oscar que cristalizan en dos premios: el de mejor vestuario y el consabido de mejor película extranjera, el tercero para el país y el tercero para el director.

De algún modo Giulietta de los espíritus (1965), el primer trabajo en color de Fellini, supone el complemento ideal a Ocho y medio. Nos encontramos ante un drama psicológico que nos adentra en el universo femenino a través de una escenografía sugerente y extraña. Si en el anterior largometraje del cineasta, Mastroianni se comportaba como su perfecto “alter ego” con sus dudas y sus reflexiones, en el film que nos ocupa Giuletta Massina nos convierte en testigos de sus propias ensoñaciones y deseos frustrados.  En Satiricon(1970), Fellini se permite una muy libre adaptación del clásico de Petrarca para hacer de su capa un sayo y desplegar en torno a él todo un mundo de excesos y cercano a lo grotesco.  Su trabajo es recompensado con una candidatura al Oscar a mejor director, la segunda que consigue en su carrera tras la de La dolce vita.  Un año antes, el realizador ha aportado el mediometraje Toby Dammit a la película coral Historias extraordinarias (1969) en la que él mismo, Louis Malle y Roger Vadim llevan a la pantalla tres piezas de Edgar Allan Poe.

En el documental para televisión Los clowns (1970), Fellini reivindica la desprestigiada figura del payaso combinando charlas y entrevistas con artistas ya en el olvido con escenas extraídas de sus propios recuerdos de infancia.  Entre el realismo documental y el delirio fantasioso, se levanta Roma (1972), un espectacular fresco dedicado a la ciudad eterna tan surreal como imprevisible. Creo que en contra de lo que se dice, y por esa característica estructura cercana al collage, La gran belleza (Paolo Sorrentino, 2013) le debe más a Roma que a La dolce vita.

Siempre dado a la nostalgia y al recuerdo, Fellini reconstruye en la entrañable Amarcord (1974) su propia infancia y adolescencia, recurriendo no solo a la sátira y la ironía sino también a la ternura. El resultado es una obra de singular belleza y en una conmovedora evocación de la vida con momentos e imágenes únicas (cómo olvidar a la icónica estanquera de voluminosos pechos alimentando a sus criaturas cual loba capitolina). Fellini conquista para Italia un nuevo Oscar en el apartado de película extranjera, el cuarto – y último – en su cuenta particular.  Se trata de un récord que ningún director ha igualado en la historia de los galardones; solo el sueco Bergman con tres estatuillas para su país se ha acercado a él.

Fellini dedica su siguiente proyecto a la figura del aventurero veneciano del siglo XVIII Giacomo Casanova. En la película que protagonizará en 1976 el canadiense Donald Sutherland, se recrean los últimos días del personaje con este ya anciano y decrépito recordando sus días de esplendor. Los productores querían que el film tuviese como protagonista a Robert Redford, pero Fellini se negó a que Casanova tuviese un rostro tan agraciado y fuese tan guapo.

La ciudad de las mujeres (1979) se emparenta con Ocho y medio al presentar un argumento y una temática similar y por tener de nuevo al frente del reparto a un Mastroianni rodeado de mujeres de distinta condición y pelaje. Nino Rota falleció mientras preparaba la banda sonora del film y fue sustituido por el argentino Luis Enrique Bacalov. Fellini perdía a uno de sus colaboradores más fieles y el cine decía adiós a un binomio irrepetible. La última partitura de Rota corresponde a la película del mismo año Ensayo de orquesta; allí Fellini usa la metáfora de la música y las relaciones de los miembros de una banda sinfónica con su director para teorizar sobre la revolución y atacar con dureza el mundo laboral y la lucha de clases.

Con un reparto internacional, Fellini rueda ya en la siguiente décadaY la nave va (1983). La película está ambientada en los tiempos de la Primera Guerra Mundial, y narra las vicisitudes de un transatlántico de lujo encargado de llevar a Italia los restos mortales de una diva de la ópera. Las relaciones entre los distintos y estrambóticos pasajeros del buque marca el ritmo de una película con altibajos en la que destaca su imprevisto y antológico final. Llegamos así a la que para muchos es la última gran obra del maestro que logra por fin reunir en un mismo film a sus dos actores predilectos, Giulietta Massina y Marcello Mastroianni. De nuevo la decadencia y la añoranza por tiempos mejores son los elementos con los que se cocina Ginger y Fred (1985), tragicomedia en la que una pareja de bailarines que en el pasado imitaba al dúo Astaire – Rogers por los escenarios de medio mundo se reencuentra para participar en un programa de televisión tras décadas de distanciamiento. En la película asoma el Fellini más “freak” y se juntan un buen puñado de personajes a cual más inclasificable. El propio director se interpreta a sí mismo en Entrevista (1987), un último ejercicio del cine dentro del cine en el que simula un encuentro con periodistas japoneses en Cinecittá para verter algunas reflexiones sobre el oficio.

La filmografía del director se cierra con un film – son sus propias palabras- “misterioso e inquietante” como no podía ser de otra forma tratándose de la libre adaptación de un conjunto de poemas de E. Gavanozzi. Con su rara belleza y extraña melancolía, la película se antoja el cierre perfecto para un artista intransferible.

Así fue, a su muerte el 31 de octubre de 1993, Fellini nos dejó un legado impagable .Ganador de un oscar honorífico a toda su carrera, nominado a título personal a 12 estautuillas (4 de ellass como director y el esto como guionista) y ganador de una Palma de Oro, Fellini es algo más que premios.Nos encontramos ante uno de los autores más influyentes de todos los tiempos, tanto que el diccionario cinematográfico ha acuñado hace años sin problemas el término felliniano para aludir a un tipo de estética muy reconocible. Son muchos quienes han querido seguir la estela del maestro de forma más o menos explícita, y los ejemplos son innumerables. Woody Allen y Rob Marshall rodaron su propia versión de Ocho y medio en Stardust memories (1980) y Nine (2009) respectivamente. El neoyorkino a su vez nos regaló en la deliciosa Días de radio su particular Amarcord y emparentó a su Alice con la Giuletta de los espíritus felliniana; por su parte que Sweet charity (Bob Fosse, 1969) es la adaptación musical por parte del maestro de Marshall de Las noches de Cabiria. La huella mediterránea de Fellini está presente de manera continuada en la obra del español Bigas Luna, del italiano Paolo Sorrentino y de forma muy especial en la del bosnio Emir Kusturica. En sus películas, todos ellos han intentado reconstruir ese tan característico universo de sueños, imaginación y fantasía como tributo sincero a un artista único e irrepetible.





Guido Anselmi es un afamado director de cine en plena crisis creativa. La ansiedad que le crea no encontrar inspiración para comenzar una nueva película le provoca continuas pesadillas. En la última de ellas, Anselmi se ve en pleno atasco automovilístico dentro de su coche. Ante la mirada impasible del resto de conductores que le mira como si nada, Guido intenta salir del vehículo por la ventanilla. El coche además está comenzando a llenarse de humo y la situación es cada vez más angustiosa. Cuando por fin consigue salir al exterior, Guido empieza a elevarse hacia el cielo como un globo. Llega a una playa en donde un hombre intenta bajarle con una cuerda, pero finalmente cae al mar.
Es entonces cuando Guido se despierta y se ve en la cama de un hospital rodeado de enfermeras y doctores, algunos de los cuales dicen ser admiradores suyos y le preguntan por su próxima película. Los médicos le recomiendan acudir a un balneario para descansar y tomar las aguas.

Guido pasea por los alrededores del balneario ante varias personas, doctores, monjas, enfermos, que le asedian. De repente se para ante él un crítico cinematográfico y le pide que revise el guión que tenía entre manos antes de sufrir la crisis. Guido reconoce entre la multitud algunos conocidos y a varias actrices que le preguntan si les va a dar algún papel en su siguiente película.

A continuación el director acude a la estación de tren para recoger a Carla, una de sus amantes que llega cargada de maletas, repletas todas ellas de vestidos de noche y joyas. Guido le dice que en el lugar no hay mucha vida nocturna ya que la gente va allí a descansar, y que le ha reservado habitación en un hotel próximo. Esa noche se queda a dormir con ella y sueña con su padre y su madre.

A la mañana siguiente, Guido llega al balneario y en el vestíbulo encuentra a un grupo de religiosos, al productor de su película y a parte del equipo que le acosan instándole a que la empiece de una vez por todas. Guido se siente agobiado y reclama la presencia de Claudia, la actriz para quien tiene pensado el papel protagonista.

A la noche, después de una copiosa cena en los jardines del centro, se anuncia el espectáculo de una médium que adivinará los pensamientos de los presentes. Guido se presta voluntario para el experimento, y la mujer después de concentrarse durante unos momentos se dirige a una pizarra en la que escribe “Asa Nisi Masa”. Guido se ve entonces de niño huyendo de su madre por las estancias de una inmensa casa solariega, y acaba en una enorme tina de agua dándose un baño junto a otros niños.  Después del baño, todos se van a dormir. La prima de Guido le dice que de mayor serán ricos pues encontrarán el tesoro de un tío suyo que se haya oculto en la casa; para ello no debe nunca olvidar las palabras mágicas “Asa Nisi Masa”

A su vuelta al hotel decide poner una conferencia a Roma para hablar con su esposa, Luisa y decirle que se reúna con él. La sorpresa de la mujer al oír esta invitación es mayúscula. Descubrimos entonces que algo no va bien en el matrimonio de Guido.

Luisa se presenta en el balneario junto a unos amigos, Isabella y Enrico. Esa mañana, su marido e ha entrevistado con un cardenal para comentarle el contenido religioso de su película. Su protagonista es un hombre reprimido por culpa de una estricta formación católica.  Durante el encuentro, Guido ha creído ver de nuevo a su madre que bajaba por una ladera próxima. Sus pensamientos han huido de nuevo a la infancia: él y varios amigos corren hacia una chabola cerca de la playa. Allí vive Saraghina, una prostituta madura entrada en carnes a la que piden que les baile una rumba a cambio de unas monedas.  La mujer se contonea ante Guido que ha quedado solo frente a ella ya que el resto de los chiquillos ha empezado a huir al advertir la presencia de los curas del colegio. Estos llevan al pequeño Anselmi a un aula. Varios religiosos le reprenden mientras su madre llora avergonzada y sus compañeros sentados en los pupitres se ríen de él. Guido aparece tocado con un capirote en el que se puede leer la palabra “Vergüenza”.

Al caer la noche, aparece el productor de la película que estaba preparando Guido para llevarlos a una explanada donde se levanta un enorme decorado que simula la rampa de lanzamiento de un cohete espacial . Uno de los presentes se extraña de que el director esté preparando una cinta de ciencia ficción. Además del productor y Guido, acuden al lugar Luisa, Enrico e Isabella que acaba por coquetear con el cineasta. De regreso al hotel, Luisa discute con su marido. A la mañana siguiente en el desayuno se les sienta en una mesa contigua Carla. Guido jura una y otra vez a su esposa que es la primera vez que ve a la mujer que en esos momentos canturrea una canción, pero como es natural no le cree. Sorprendentemente, Luisa se acerca a su rival y, después de besarle en las mejillas le dice que está muy elegante y elogia su bonita voz.

Guido tiene un nuevo sueño. La casa solariega que hemos visto antes se transforma ahora en un enorme harén en el que se hallan todas las actrices que han trabajado en los films del cineasta. También está Luisa que junto con el resto de las compañeras prepara la mesa para el festín. Guido, que se ha presentado en la fiesta con regalos para todas, se da un baño de espuma (en la misma tina en la que se bañaba durante su niñez).  Cuando acaba la fiesta se van todas las mujeres excepto Luisa que se queda fregando el suelo de rodillas alabando ante su marido sus veinte años de vida conyugal.

Muy preocupado por el retraso de la película, el productor de la misma cita a Guido y a sus acompañantes en una sala de proyección donde asistirán al visionado de distintas pruebas de casting a las posibles protagonistas del film. Entre ellas está Carla que despierta los celos de Luisa cuando aparece en pantalla. “Luisa, te amo” le susurra al oído Anselmi al adivinar sus sentimientos. Pero ella abandona la sala y en el vestíbulo le anuncia a su marido que le abandona definitivamente.

Aparece entonces Claudia, la protagonista que reclamaba Guido. Director y actriz abandonan el cine y parten en un coche con rumbo desconocido. En el trayecto hablan de su relación y de sus proyectos, y él termina confesándole a ella que lo más probable es que no haya película

Entonces aparece el productor en su automóvil e insta a Guido a presentarse en el lugar donde se levantaba el cohete. Allí tendrá lugar una presentación de la película ante la prensa internacional. A Anselmi tienen que llevarlo prácticamente a rastras al evento pues siente que no tiene nada que decir a los periodistas. No hay película definitivamente. De repente se encuentra inmenso en un tremendo galimatías y una jaula de grillos con los plumillas preguntando a diestro y siniestro en todos los idiomas a un desquiciado Anselmi. Bloqueado, el cineasta intenta huir por debajo de la gran mesa que se ha habilitado al efecto.  Al ver que tampoco tendrá fácil salir de allí saca una pistola del bolsillo y se pega un tiro en la sien.

En realidad junto al decorado sólo están él, el productor y los operarios que deberán desmontar todo en dos días. Cabizbajo se dirige al coche donde le espera el crítico cinematográfico que se dispone a darle otra de sus arengas. Entre otras cosas, le dice que ha hecho bien al abandonar la película segurando que ellos los intelectuales deben tener las ideas claras no añadiendo más desorden al desorden, asegurándole que destruir es mejor que crear si no saben qué están creando y bla, bla, bla.

Entonces Guido parece tener una revelación. El maestro de ceremonias se le acerca y le dice que todo está listo para empezar. De repente, para Guido todo está en orden y vuelve a ser como antes, de repente se siente liberado del bloqueo que le aprisionaba. Cree que su capacidad para amar y para aceptar será suficiente para comenzar de nuevo; para ello tendrá que comenzar también a perdonar a todos, la primera, por supuesto, a Luisa.

Como en un nuevo sueño, todos los personajes que se han cruzado en la vida de Guido aparecen descendiendo del andamiaje que sujetaba el cohete espacial. Todos bajan hacia la pista de circo que domina ahora la explanada, la rodean cogidos de la mano al son de una orquesta que toca una música festiva y circense. Es el propio Guido quien toma un megáfono para dirigir al grupo, tomando de la mano a Luisa para unirse finalmente al corro.




La prensa italiana recibe con escepticismo el éxito internacional de La dolce vita.  Algunos críticos cercanos a la izquierda censuran a Fellini haber traicionado con su idealismo el espíritu inicial del movimiento neorrealista, al tiempo que afean el escaso compromiso político de sus obras. En esta encrucijada, Fellini decide reflexionar sobre su propio oficio y su condición de artista, y entregar su película más personal. Todos sus trabajos anteriores han tenido un claro contenido autobiográfico pero su nueva obra va a tener de autorreferencial hasta el título. La película de la que hoy hablamos es la octava en la filmografía del director; antes ésta constaba de siete largos más el mediometraje rodado para Boccacio 70.

En Ocho y medio Fellini se asoma al vértigo del temido síndrome del folio en blanco que padecen los creadores cada vez que sus musas deciden ausentarse de sus vidas una temporada. Y es que precisamente un artista, y más alguien como Fellini, nunca descansa y vive de su trabajo las veinticuatro horas del los trescientos sesenta y cinco días del año. No puede permitirse el lujo del oficinista o del operario de una cadena de desconectar, si quiere, de su faena hasta el día siguiente cada vez que concluye la jornada laboral. Un artista se lleva el trabajo a casa. Porque la materia prima que maneja el artista es la propia vida.

Y  así, este mismo artista está condenado a vivir con sus miedos y sus frustraciones, está expuesto a que esos miedos y frustraciones atenacen cuando menos lo espere su capacidad creativa. Es entonces cuando la necesidad de crear se convierte en una auténtica tortura. Guido Anselmi, es un insomne que deambula por un mundo de sueños, el espectador le acompaña en un viaje que oscila permanentemente entre la fascinación y el caos. El resultado es una experiencia que tiene más de festiva y menos de intelectual de lo que a simple vista parece.

Fellini  no se esfuerza nunca en negar el carácter autobiográfico de su película; su protagonista tiene 43 años, los mismos que tiene el realizador en el momento del rodaje, Sandra Milo, que en el film interpreta a Carla, la antigua amante del personaje, tuvo en realidad un romance extramarital con Fellini. El director utiliza a Anselmi para exorcizar sus propios fantasmas y demonios, encontrando un intermediario perfecto en Mastroianni como un sosias perfecto. Fellini, Anselmi, Mastroianni, una santísima trinidad, desde luego. El primero se vale de los otros dos para revolverse contra sus demonios y fantasmas; carga contra la Iglesia y los estamentos religiosos, causantes de la represión moral que vive su generación y arremete sin piedad contra la gente del cine: productores sin escrúpulos, críticos pedantes, admiradores impertinentes, actores y actrices pagados de sí mismos y henchidos de vanidad

Y la mujer, siempre presente en la obra de Fellini. Ella es el bálsamo que cura las heridas. Mastroianni, irresistible y seductor, hizo viral – ahora se diría así- esa imagen que ilustra nuestro mosaico, ajustándose la montura de sus gafas de sol en un gesto que se transformó en icono (no hace muchos años fue cartel para una edición del Festival de Cannes). Marcello está arrollador recordando todas las mujeres que han pasado por su vida, la mujer en todas sus facetas, la mujer alfa y omega de tantas cosas y  tan diferentes; la sensualidad, la carnalidad, la maternidad. Y quién mejor para representar el ideal femenino que una Claudia Cardinale en el zénit de su belleza y su talento.

En Ocho y medio, Fellini recurre al tópico de la falta de inspiración para construir su obra en torno a él y lo hace de una forma deslumbrante, con la puesta en escena más original que se haya empleado nunca a tal efecto. Solo aferrándose a la vida, poniendo sus recuerdos y sus sentimientos en orden., el artista puede romper ese bloqueo al que le someten las musas. Cuando todo está en orden, todo fluye, parece decirnos Fellini. Alguien para quien el arte nuca dejó de representar un compromiso con la vida.



EL MOSAICO DE HOY



Comentarios

INDI ha dicho que…
magia, ilusión, compromiso... Fellini.

Gran gus, para saborearlo con calma. Felicidades Dex.

Abrazos de lunes
César Bardés ha dicho que…
Fellini es uno de los grandes creadores del cine y, para mí y casi sin ninguna duda, "Ocho y medio" es su gran obra maestra. Dentro de ella, hay fantasía, ilusión, respiración, inspiración y sueño, mucho sueño. La angustia del creador llevada a los límites del lujo. Merece todos los guses del mundo y más. Ahora bien, nadie me va a convencer de que "La dolce vita" es una gran película. Es un soberano rollazo. Aún recuerdo cuando se estrenó en el cine Pompeya de Madrid y yo aproveché una tarde de universidad en la que salí más pronto de lo habitual para acercarme e ir a verla. De pocas películas he salido con la sensación de que mejor que acabase cuanto antes, pero os aseguro que "La dolce vita" es una de ellas. Otra, por cierto, fue "Underground", de Kusturica,del que dices que coge inspiración de Fellini. Tengo serias dudas sobre eso. En todo caso,un gran gus, con una gran película de fondo.
Abrazos con gafas oscuras.
carpet_wally@gmail.com ha dicho que…
Gran Gus, gran peli, gran Dex.

En aquellos tiempos míos de mozo (de los 16 a los 20 aprox) que ya tenía yo alma de cinéfilo, pero en absoluto lo era (no creáis que ahora lo soy mucho más), se llevaba mucho revisar el cine de varios clásicos europeos que la época franquista había censurado o limitado al menos. Era una época en la que se llevaba mucho la progresia intelectual algo pedante, ahora lo llamaríamos puro postureo, y se puso de moda reivindicar todo el cine de autor y renegar del cine yanki (incluso clásico).

Pues como yo era entonces, (y ahora también, ¡que demonios!), un tipo al que le gustaba ir a la contra, era yo el que renegaba de los autores no americanos y les concedía el apellido de "coñazo" sin dar casi oportunidades. Algún encuentro con Passolini, con Antonioni, con Fasbinder o con Mijaikov me hizo confirmarme en mi prejuicio.

Sólo años más tarde volví a intentar acercarme a los clásicos no americanos con otra mirada y descubrí que haber metido a Fellini en aquel grupo de autores coñazo había sido un gran error (aunque algún momento de algunos de sus films lo mereciera quizá, estoy en parte de acuerdo con C.B. respecto a "La Dolce Vita").

"8 y medio" me parece una auténtica maravilla y "La Strada" otra y "Amarcord" y...vale, así si acepto el cine de autor,. Quizá, a veces cueste entrar en los mundos propios de un directory se atraganta, sin embargo con Fellini creo que conecto con facilidad, entiendo sus sueños (los de dentro y los de fuera de la pantalla) y me envuelvo en su cine y lo disfruto sin peros.

Abrazos en la playa

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