EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXIV)
En mi país decían que mis cuadros no valían mucho. Aquí puede que también
lo digan… pero en francés suena mucho mejor.
UN AMERICANO EN
PARÍS (An American in
Paris) USA 1951. Dir Vincente Minnelli con Gene Kelly, Leslie Caron (110 min)
Más allá de su decisiva
aportación al cine musical en la última etapa del Hollywood clásico, Vincente Minnelli
destaca por ese fino y elegante sentido de la estética que le lleva a brillar
también en otros géneros como el melodrama, el biopic y la comedia. Su
percepción colorista, casi pictórica de las películas y de la puesta en escena
es única en la historia del cine. Nacido un 28 de febrero de 1903 en Chicago
como Lester Anthony Minnelli, el futuro director no dudará en adoptar más
adelante el nombre de su padre y de su abuelo para reivindicar de esta forma sus
orígenes europeos y sicilianos. Sin
duda, la herencia italiana también se manifiesta en la apasionada personalidad
del personaje así como en su espíritu inquieto, propio casi de un hombre del
Renacimiento. Artista polifacético donde los haya, Minnelli fue asistente de
fotografía, ayudante de producción, decorador, figurinista o pintor antes de dedicarse
a dirigir películas.
Normal que así fuera pues se
crio entre bambalinas. Su padre era el director de la Minnelli Brother’s Tent
Theater, un grupo de artistas ambulantes que recorría con sus espectáculos
de variedades las principales ciudades del medio oeste del país en los primeros
años del siglo XX. Vincente saltaría por primera vez a un escenario a la tierna
edad de tres años, y no abandonaría el mundo de la farándula durante su
infancia y su adolescencia. Aun así pudo completar sus estudios y graduarse en
la Universidad.
Tras desempeñar diversos
oficios, Minnelli acaba como director de escenarios en el neoyorkino Radio City
Music Hall. Tiene 32 años y Broadway no tarda en reclamarle para poner en
marcha un par de montajes. Su salto definitivo al cine se produce dos años más
tarde con la llamada de la Paramount, aunque sólo tras conocer al productor de
la Metro Arthur Freed decidirá instalarse definitivamente en Hollywood. Freed
le ayuda a introducirse en la industria ofreciéndole el cargo de director de
unidad en películas como Armonías de juventud (1940) o Chicos de
Broadway (1941), ambas del director y coreógrafo Busby Berkley y con Mickey
Rooney y Judy Garland como protagonistas. Berkley había sido la gran figura de
la comedia musical norteamericana durante los años treinta con sus películas y
sus coreografías imposibles entre las cuales destaca la de La calle 42
(Lloyd Bacon, 1933). En esa misma década y en los primeros años de la
siguiente, Garland y Rooney formarían pareja artística en una decena de
películas, la mayoría de ellas adscritas al género musical.
La primera película que
dirige Minnelli en solitario es I dood it (1943), modesto musical
protagonizada por Eleanor Powell. Ese mismo año firma junto a Berkley otro
musical Una cabaña en el cielo y junto a Alexander Hall una comedia que
lleva por título Mundo celestial, pero su primer gran éxito no llegará
hasta la temporada siguiente. Será, cómo no, un musical. Cita en San Louis
(1944) nos lleva hasta los primeros años del siglo XX y cuenta en clave
costumbrista la historia de una familia acomodada del Sur compuesta por el
matrimonio Smith y sus cuatro hijas, dos de ellas casaderas. La narración, que
se fragmenta en cuatro episodios, relacionados con cada uno de ellos con las
estaciones del año, se ve salpicada con diversos bailes y canciones, algunas
muy populares como The trolley song que fue nominada al Oscar. La cinta
también optó a los premios de fotografía en color, banda sonora y guión, y en
su reparto se encontraban Mary Astor, Margaret O´Brien y Judy Garland a quien
Minnelli conocía de anteriores trabajos.
Director y actriz comenzaron
durante el rodaje un romance que acabaría en boda al año siguiente. El
matrimonio duró apenas seis años, y fruto de él nació en 1946 una hija, Liza,
que después también acabaría triunfando en el mundo del espectáculo. Al parecer la causa de la ruptura de la pareja
estaría en el carácter inestable de la Garland que tras el nacimiento de Liza
no consiguió volvería a adaptarse al ritmo de trabajo que le imponía la MGM.
Sintiéndose cada vez más sola y abandonada (al que llegó a tachar de
derrochador y a acusar de maltrato) la protagonista de El mago de Oz
entró en una espiral autodestructiva de alcohol y drogas que la conduciría a un
trágico final (murió con 47 años tras una sobredosis de barbitúricos). Por
cierto que de aquí a nada veremos en nuestras pantallas Judy, un biopic
dedicado a la actriz a quien dará vida Renée Zellweger, y atención porque a
tenor de las primera quinielas el próximo Oscar de interpretación femenina
podría tener ya dueña.
Es en este periodo cuando
Minnelli se convierte en uno de los valores seguros de Freed y de la Metro,
demostrando su versatilidad en su primera comedia no musical, El reloj
(1944) de nuevo con la Garland como protagonista. Y aunque pincha en su género favorito
dirigiendo a Fred Astaire en la mediocre Yolanda y el ladrón, se le
encomienda la realización de seis de los episodios de los que consta la
superproducción Ziegfeld Follies rodada con los pesos pesados del
estudio a uno y a otro lado de las cámaras.
En esa época, el director se
pone también al frente de sus primeros dramas dirigiendo a Kate Hepburn en Corrientes
ocultas (1946) y a Jennifer Jones en una adaptación de la inmortal obra de
Flaubert Madame Bovary (1949). Su
última aportación al musical en esta década es El pirata que supone
además su primera colaboración directa con Gene Kelly. Pese a ser considerado
hoy todo un clásico, la película no gustó nada en su día ni a crítica ni a
público que consideraban que su combinación de aventura histórica con fantasía
y humor resultaba demasiado frívola.
Los cincuenta marcan la
mejor etapa de la filmografía de Minnelli, y no pueden comenzar mejor, con uno
de sus títulos más populares. El padre de la novia (1950) es una
deliciosa comedia familiar cuya baza principal está en las interpretaciones de
sus dos protagonistas, Spencer Tracy y Liz Taylor que exhiben una química
envidiable. El éxito de la cinta– estuvo entre las cinco finalistas al Oscar a
mejor película del año- dio pie a una continuación, El padre ya es abuelo,
tan solo un año después y con idéntico reparto. Ambos films fueron objeto de
sendos remakes en los noventa con Steve Martin en el papel que había
interpretado Spencer Tracy. Sin comentarios.
Con Un americano en Paris
a Minnelli se le abren de par en par las puertas de Hollywood. La respuesta del director no es nada
condescendiente; en 1952 llega Cautivos del mal, uno de los retratos más
despiadados que se hayan hecho nunca del mundo del cine por dentro. El film es
una de las cimas del cine de su autor y una de las mejores películas de la
década; destila cinismo y amargura en cada fotograma y reparte puñaladas por
todas partes. Y cuenta con unas interpretaciones sublimes de Kirk Douglas, Dick
Powell y Lana Turner.
De vuelta al musical, Minnelli
factura en los años posteriores dos de sus clásicos, Melodías de Broadway
1955 (1953) y Brigadoon (1954) donde dirige a Fred Astaire y Gene Kelly
respectivamente. Arthur Freed confía entonces a sus dos grandes colosos la
realización de un musical conjunto, Un extraño en el paraíso (1955) que
sorprendentemente termina siendo un fracaso.
Así que el director decide
centrarse en otras cosas durante un tiempo, alternando en los años siguientes
comedia y drama. Entre las primeras destaca Mi desconfiada esposa
(1957), ganadora del Oscar al mejor guión original, con unos divertidos Gregory
Peck y Lauren Bacall. Minnelli también demuestra su habilidad para la comedia
romántica en títulos como Té y simpatía (1956) o Mamá nos complica la
vida (1958). Fuera del género destaca sobremanera el biopic dedicado al
pintor holandés Vincent Van Gogh que aquí se conoció como El loco del pelo
rojo (1956). No obstante, parece
mucho más acertado el título original Lust for life (Sed de vida) pues
la visión que da en el film Minnelli es la de un ser absolutamente devorado por
la pasión. El tratamiento del color, cómo no podía ser de otra forma, es un
elemento destacado en el film como también lo es la magistral interpretación de
Kirk Douglas en el papel de Van Gogh. Por su parte, Anthony Quinn dio vida a
Paul Gaughin, amigo del maestro; al actor mexicano le bastaron unos pocos
minutos en pantallas para llevarse en aquella edición el Oscar al secundario
del año.
La gran triunfadora en los
premios de la Academia de 1958 resulta ser Gigi, el último gran musical del
productor Arthur Fred que vuelve a ganar el cielo formando de nuevo equipo con
su director talismán y la actriz Leslie Caron. La película gana las nueve
estatuillas a las que aspira, incluida la que reconoce a Minnelli como mejor
director del año. Se trata de su primer Oscar en la categoría, y se quita la
espina que se le clavó años atrás al no ganarlo por Un americano en París.
Gigi adapta la obra homónima de Colette, destacando por su suntuosa puesta en
escena y su elegante estilismo. No obstante, la banda sonora no resulta tan
memorable como la de otros musicales del autor, y quizá sea uno de los Oscars a
mejor película que peor haya envejecido. Mucho mejor ha pasado el tiempo por Como
un torrente, el melodrama que Minnelli estrena ese mismo año, con una trama
poderosa y soberbias interpretaciones a cargo de Frank Sinatra y Shirley McLaine.
Suena el
teléfono (1960) confirma
definitivamente que la sensibilidad del espectador hacia los musicales ha
cambiado -es el año de West Side Story sin ir más lejos. Pero esa misma temporada Minnelli se disfraza
de Douglas Sirk para dar la de cal y brindarnos otro melodrama con
mayúsculas. Con el llegó el escándalo
destaca por el inconfundible estético de su autor al servicio esta vez de una trama
desgarradora que emociona y conmueve desde el primer minuto.
Diez años después de Cautivos
del mal, Minnelli vuelve a rodar una nueva historia de cine dentro del
cine, tan amarga y cruel como la citada. De nuevo con Kirk Douglas en el papel
principal, Dos semanas en otra ciudad (1962) se centra en la figura de
un actor en horas bajas que ve la oportunidad de recuperar el estrellato
participando en la película que rueda en los romanos estudios de Cinecittá un
director antiguo amigo suyo. El resultado es un grandísimo trabajo que
reflexiona sobre el éxito, el fracaso y la búsqueda de la identidad. A la par, el cineasta estrena Los cuatro
jinetes del Apocalipsis, adaptación de la obra de Blasco Ibáñez que
comparte con el título anterior los mismos aires de fatalismo y de decadencia.
El protagonista de este
último film, Glenn Ford repite con Minnelli esta vez en la comedia: en El
noviazgo del padre de Eddie (1963) también podemos ver el debut en pantalla
de un casi adolescente Ron Howard, que comenzaba aquí una carrera como actor
que más tarde abandonaría para dedicarse a la dirección. También dentro del
mismo género se encuadra el siguiente proyecto de Minneli que reúne a Tony
Curtis y Debbie Reynolds en Adiós, Charlie (1964), una comedia de
ambiente sobrenatural. Tres décadas más tarde a película será objeto de una
nueva versión a cargo de Blake Edwards con el nombre de Una rubia muy dudosa.
Minnelli tiene la
posibilidad entonces de rodar un guión de Dalton Trumbo, Castillos en la
arena (1965) que cuenta en el reparto unos por entonces recién casados
Richard Burton y Elizabeth Taylor. La parejita dio problemas en el rodaje, y al
parecer no era la primera vez que lo hacía. Liz y Richard prácticamente se
interpretaban a ellos mismos en esta historia de amores adúlteros y siempre al
límite. Con todo, lo más recordado de la película es hoy el tema central de su
banda sonora, The sadow of your smile, que ganó ese año el Oscar en su
categoría.
Ya en los setenta, Vincente Minnelli
dirige el que será el último musical de su carrera. Sin embargo, Vuelve a mi
lado (1970) dista mucho de ser esa gran despedida de un maestro al que fue
uno de sus géneros por excelencia. Parecía
que la filmografía se cerraba ahí, pero años más tarde llegaría Nina
(1976), un drama en el que el cineasta tiene la oportunidad de dirigir a su
hija Liza, convertida ya en una estrella gracias a su Oscar por Cabaret y
aquí muy bien acompañada por Charles Boyer e Ingrid Bergman (curiosamente, la
película supone también la única ocasión en la que trabajan juntas esta última
y su hija, Isabella Rosellini).
Minnelli se aleja entonces
de los focos y las cámaras hasta que la muerte le sorprende en su residencia de
Beverly Hills el 25 de julio de 1986. Antes había dejado escritas sus memorias
a las que tituló Lo recuerdo bien; en ellas, con su peculiar modestia,
declaraba que si pasaba a la posteridad sería por ser el padre de Liza y haber
sido el marido de Judy Garland. "Básicamente – continuaba -trabajo para
complacerme a mí mismo". Y acababa añadiendo “Todavía no estoy
seguro si las películas son una forma de arte. Y si no lo son, entonces
que inscriban en mi lápida lo que puedan sobre cualquier artesano que ame su
trabajo: 'Aquí yace Vincente Minnelli. Murió de trabajo duro. ''
Jerry Mulligan es un joven
de Nueva Jersey que participó como soldado sirviendo al ejército norteamericano
en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Tras el fin de la contienda, Jerry
ha decidido fijar su residencia en París como muchos de sus compatriotas que
han sucumbido a los encantos de la capital francesa. Pero es que él además es
pintor y qué mejor lugar donde vivir para un artista del retrato que la Ciudad
de la Luz.
Jerry vive en Montmartre. O
mejor dicho malvive allí. Sus escasos ahorros apenas le dan para pagar el
alquiler de un pequeño cuchitril abuhardillado en el barrio más bohemio de la
ciudad. No vende ni un cuadro y vive prácticamente de prestado. Quien sufre sus
continuos sableos (aunque tampoco es que su economía sea muy boyante) es su
mejor amigo Adam Clark (sería también el único si no fuera por los chiquillos
de la barriada a quien Jerry tiene encandilados con su simpatía y permanente
buen humor). Adam es un pianista también exiliado que vive en el mismo edificio
y que se define a sí mismo como el niño prodigio más viejo del mundo. No da
muchos conciertos – en realidad lleva tiempo sin dar uno – y se dedica a
componer y a componer sin parar, esperando que un día la suerte cambie de rumbo
y llame a su puerta.
A su vez, Adam es amigo de
Henry Baurel, este sí, un exitoso cantante local con quien trabajó en el
pasado. Henry además es afortunado en el amor; está a punto de casarse con una
jovencita de diecinueve años que trabaja en una perfumería. Su nombre es Lise
Bouvet. Adam presenta a Jerry y a Henry, quien nada más conocerle se ofrece a
prestarle dinero a su nuevo amigo. Ah, no, hasta ahí podíamos llegar. Jerry
tiene por norma no aceptar dinero de desconocidos (tienen que pasar al menos
quince minutos para ganarse la confianza), pero para eso están los amigos. Adam
recogerá los francos del altruista Henry, y acto seguido se los entregará al
pintor. Eso sí, Henry y Jerry sacan a la
luz ya de entrada sus diferencias musicales; el primero prefiere los valses de
Strauss mientras el segundo se decanta por el jazz.
Jerry expone sus cuadros al
aire libre cada día en la esquina de una calle con vistas al Sagrado Corazón.
Una mañana se detiene ante sus obras una mujer rubia muy elegante que le
pregunta por el precio de dos de ellas. El artista se queda muy sorprendido,
pues la verdad nunca se había detenido en esa cuestión de cuánto valen sus
cuadros (quizá porque en el fondo no tiene mucha fe en venderlos). La mujer
dice llamarse Milo Roberts y a Jerry le hace mucha gracia que tenga el mismo
nombre que el de la famosa escultura griega. Milo le ofrece por los dos cuadros
la nada despreciable cifra de 15.000 francos, y con la excusa de que no lleva
la cantidad encima le propone ir a su hotel para pagarle. Se ve que la señora tiene posibles, porque a
continuación se planta delante de la pareja un enorme cochazo conducido por un
chofer también muy elegante que será quien les lleve al hotel.
Una vez en la habitación,
Jerry accede a colocar los cuadros en la mejor pared, pero se siente después
ofendido al intuir que quizá le han tomado por quien no es. Aun así acepta la
invitación de Milo que va a organizar una fiesta a la que acudirán varios
invitados. Jerry causa un auténtico revuelo en su regreso al barrio montado en
el descapotable conducido por el chofer de la señora Roberts.
Mulligan está eufórico y se
nota. Los chavales de la calle salen a recibirles y el recién llegado, como
está contento, se pone de inmediato a jugar un rato con ellos. Lo primero será
una pequeña clase de inglés, luego una pegadiza canción para terminar con un
bailecito por las calles del arrabal. Jerry tiene ritmo, tiene música, incluso
tiene una chica. ¿Hace falta pedir más?
Así que el muchacho se
dispone a ir esta tarde de punta en blanco a la fiesta de la Roberts, aunque
una vez allí descubre que no hay tanta gente como esperaba. En realidad, su
anfitriona le ha preparado una encerrona y en la habitación solo están ella y
él. Jerry vuelve a ofenderse un poco, pero antes de que llegue la sangre al
río, Milo, que se presenta como la rica heredera de un imperio de cremas de
bronceado, le dice que quiere conocerle porque su obra le parece muy
interesante. Acaban en un café de artistas donde la mujer le confiesa su
intención de promocionarle y hacer de él alguien famoso; le presenta a un amigo
periodista y a otro matrimonio de pintores.
Durante la velada Jerry
conocerá a Lise Bouvé, como ya sabemos, él todavía no, es la prometida de
Henry. Lise está con unos amigos en una
mesa contigua a la de Jerry. Cuando Milo es sacada a bailar por su amigo periodista,
Jerry tiene el campo libre para abordar a Lise que le ha cautivado. Con todo el
descaro del mundo, se dirige a su mesa y con el pretexto de que son viejos
conocidos (antes desde su mesa ha sabido su nombre a base de hacer orejas) la
saca a bailar. Lise se siente avasallada.
Al final de la noche, Jerry vuelve a acercarse a la mesa de Lise para
pedirle su número de teléfono de nuevo con el pretexto de que se le ha
olvidado. Esta le da adrede un número falso, pero uno de sus acompañantes mete
la pata y la corrige proporcionando a Jerry el dato correcto.
A la mañana siguiente,
Mulligan llama a Lise pero esta le cuelga reprochándole la actitud
desvergonzada que ha tenido con ella unas horas antes. Entonces aparece Milo
que invita a su protegido a comer en un restaurante. De camino, Jerry entra en
la perfumería en la que trabaja como Lise que, naturalmente, no le recibe con
una sonrisa. Sin embargo, el joven
consigue ganarse la simpatía de la dependienta al ayudar a una clienta indecisa
a elegir un perfume que comprar. Lise accede a tener una cita con el pintor,
pero esta ha de ser después de cenar pues tiene un compromiso esa noche con
Henry.
Durante la cena, Henry
recuerda a Lisa el estreno en unas horas de su nuevo espectáculo, pero la joven
se ha olvidado por completo. Aun así le dice que acudirá. Lise se presenta a la
cita con Jerry, pero se niega a sentarse en un café a tomar algo con él, y le
propone a cambio un paseo por los muelles del Sena. Surge el flechazo entre los
dos, se ve que el amor ha venido allí para quedarse, pero en un momento dado,
Lise mira el reloj, se da cuenta de que llega tarde al estreno de Henry, y huye
como Cenicienta en el baile a medianoche.
A la salida del show, Henry
presenta a su novia a un representante llegado del otro lado del charco, y le
anuncia que tiene una oferta para hacer una gira por América. Casi al mismo
tiempo, Milo tiene también buenas noticias para Jerry pues ha conseguido que
exponga en una de las más prestigiosas galerías de la ciudad. Jerry se siente
abrumado y molesto porque sea una mujer quien le mantenga e incluso rechaza
cambiarse a un estudio más grande para trabajar.
Un día Jerry confiesa a su
amigo Adam que se ha enamorado. La chica se llama Lise Bouve. La noticia pilla
de sorpresa al pianista que casi se atraganta al escucharla, porque, claro, no
le puede confesar que en realidad su amada ya está prometida con Henry. El
cantante aparece en ese momento todo felicidad: su nuevo contrato en América
acelerará su boda con Lise. De repente Baurel advierte que Jerry está triste y
no puede evitar preguntarle qué le pasa. Este le dice que se ha enamorado de
una chica, pero no se atreve a decirle que la quiere. Henry le anima a que lo
haga, ignorando que la destinataria de la declaración será su futura esposa.
Jerry se anima y se muestra decidido a llamar a su enamorada y decirle que la
ama. De repente, todo es maravilloso. It´s wondeful.
Al caer la noche, Jerry e
Ilsa se reencuentran en el lugar de la primera vez. Ambos tienen que contarse
cosas mutuamente; el que la quiere, ella que se va a casar con otro. Su nombre,
Henry Baurel. El mazazo para Mulligan es tal que decide presentarse en casa de
Milo y declararse. Ambos acudirán a una fiesta de disfraces que se celebrará en
un lujoso palacete de la ciudad y a la que está invitada el todo París.
En la fiesta, Jerry, con
disfraz de arlequín, se topa con Henry que le presenta a Lisa, vestida de
bailarina, su prometida. La boda será inminente, al día siguiente, justo antes
de partir a Estados Unidos. Totalmente
hundido, Jerry se sincera a Milo diciéndole que ama a otra. Es, en efecto, la
francesita, con la que no hacía más que coquetear la noche en la que se
conocieron.
Jerry sale a la terraza para
despejarse y acto seguido llega Lise para decirle que le ama y que nunca le
olvidará. Finalmente ambos se funden en un tierno abrazo. Luego la ve bajar por
la escalinata rumbo a la limousina donde la espera su prometido. Él entonces se dirige al balcón y queda sumido
en una especie de ensoñación, un sueño de luces, color y música en el que
parece estar viendo ante sus propios ojos su propia vida, la suya y la de otros
pintores que antes que él decidieron hacer de París su ciudad para intentar
triunfar en el mundo del arte. Quizá el también pueda conseguirlo después de
todo.
Jerry despierta para
descubrir que Ilsa ha regresado por él. La ve salir del coche y radiante subir
las escaleras a su encuentro.
A finales de los años veinte
del siglo pasado el músico estadounidense George Gershwin se viene a Europa
para profundizar en sus conocimientos de composición y completar sus estudios
al lado de los maestros del Viejo Continente. Cuenta la leyenda que Stravinski
y Ravel se negaron a dar clase a aquel joven algo insolente y resabiado que ya
había dado muestras de su innato talento al otro lado del océano, pero eso
ahora no nos importa demasiado. En París, Gershwin queda impresionado ante la
belleza de la ciudad y compone una pieza orquestal que mezcla la cadencia del
blues y a música clásica con los ritmos sincopados del jazz. Era pretensión del
músico judío hacer una gran opera americana contemporánea y la crítica aplaudió
el intento. A su regreso a Estados Unidos, George dio a leer su obra a Ira, su
hermano y habitual colaborador, que puso letra a alguno de los fragmentos
sinfónicos.
La idea de retomar la pieza
de Gershwin para reconvertirla en película surge de Arthur Freed; con Donen y
Minnelli en nómina, la Metro se ha hecho con el monopolio casi exclusivo de los
grandes musicales. Freed propone retomar la obra de los hermanos Gershwin y
darle un toque más actual, a fin de cuentas, los tiempos han cambiado. Tras la
guerra, Estados Unidos ya es el guardián del mundo, pero el encanto de la vieja
Europa sigue intacto. Así que el productor en repetir el éxito alcanzado años
antes con Un día en Nueva York, trasladando esta vez la visión cosmopolita a la
Ciudad de la Luz.
Un americano en
París lo tenía todo para triunfar
como comedia y como musical: una historia alegre y optimista, luz, color, una
música espléndida, grandísimas canciones y París de fondo. El artífice de todo
no podía ser otro que el gran especialista Vincente Minnelli que se apoyó en
Gene Kelly para el diseño de los números coreográficos. El resultado, también
como no podía ser de otro modo, fue un musical colorista y vibrante al mismo
tiempo.
Ni siquiera el estreno un
año más tarde de Cantando bajo la lluvia, casi para todos la cumbre del
género, pudo ensombrecer la maravillosa realidad que rodea al film del que
hablamos. Se podrían establecer incluso
ciertos paralelismos entre estas dos obras maestras; en ambas su protagonista ha
de debatirse entre un romance de conveniencia y el amor verdadero, en ambas contará
con el apoyo de un amigo fiel que sirve además como contrapunto humorístico, la
antagonista – aunque por motivos diferentes- no ha de caer simpática al
espectador... Pero si de hacer sombra y perjudicar se trata, fue quizá el éxito
de Minnelli el que impidió que el de Donen triunfase en los Oscars al año
siguiente – solo obtuvo dos candidaturas y ni siquiera optó al premio a mejor
película. Un americano en París
arrasó en la edición de 1951 conquistado seis de las ocho estatuillas a las que
aspiraba. Por desgracia, uno de los dos premios que volaron aquella noche para
la película fue el que iba destinado al propio Minnelli que tuvo que ver cómo
el galardón a mejor director se lo llevaba George Sidney por su trabajo en Un
lugar en el sol.
Y eso que la labor de
Minnelli en la realización es más que brillante. Uno de sus méritos, por
ejemplo, es el de sustituir el clímax final de su película por una extensa
escena de ballet con reminiscencias oníricas que abarca los diecisiete últimos
minutos de la obra. La decisión es arriesgada y le valió algún reproche al
director por parte de quienes creyeron que el desenlace del film es
inconsistente y precipitado. Solo Powell y Pressburger se habían atrevido antes
a algo parecido, pero el ballet que aparecía en Las zapatillas rojas se
insertaban a mitad del metraje y no a modo de conclusión. La escena en cuestión
es maravillosa con un empleo sublime del Technicolor por parte de uno de los
especialistas de todos los tiempos, el único director que dio nombre a una
tonalidad cromática (el famoso “rojo Minnelli").
Además de hacerse cargo de
la dirección coreográfica, Gene Kelly se reserva el papel principal del film.
El bailarín comparte cartel con la francesa Leslie Caron – mucho mejor
bailarina que actriz- en su primer papel para el cine, y por el músico Oscar
Levant en una de sus escasas apariciones detrás de las cámaras. Sin duda, la otra gran protagonista de Un
americano en París es la música de los Gershwin, esa bella melodía de
George y esos textos inolvidables de Ira que han servido de inspiración a
tantos. Kelly y Caron bailan románticos a orillas del Sena Our love is here
to stay, secuencia que recreará años más tarde en Todos dicen I love
you el neoyorkino Woody Allen, fan número uno de los Gershwin. Allí también suenan clásicos como It´s
wonderful, o But not for me que ya son parte de nosotros;
especialmente simpático es el concierto que imagina en su cabeza Oscar Levant tocando
todos los instrumentos e interpretando a todos los miembros de la orquesta
(incluso a su propio público), o el Tro, lo, lo, que improvisa sentado
al piano junto a su amigo Kelly. Un americano en París lo tiene todo
tiene magia, tiene ritmo, tiene encanto, elegancia, y París, por supuesto,
siempre nos quedará París. ¿Acaso alguien podría pedir más?
EL MOSAICO DE HOY
Comentarios
Pero soy español, al menos en lo que respecta a no ser capaz de callarme cuando debo y no me resisto a hacer mi absurda e innecesaria aportación. Vi esta película hace menos de un año en la tele, quizá hacia más de cuarenta y muchos que la vi por primera vez. Y pensaba según la veía que ya no se hacen películas así. Se recrea una ciudad como Paris en cuatro decorados, con una escenografia propia casi de una función de teatro infantil en un cole, amores al instante, caras felices casi imposibles, tristezas regular interpretadas, ensoñaciones y suspiros, miradas al cielo para expresar el enamoramiento...es todo tan naif que sorprende que funcione tan bien. Te metes en la historia incapaz de ponerle peros, bondad, compañerismo, ausencia de egoísmo, sacrificio, amistad...>Y una música que te va conduciendo por la historia y te hace reír, sonreír o soñar. A veces el cine parece tan fácil.
Hace tiempo que el musical dejó de ser un cine de puro disfrute, de diversión, de salir del cine con la sonrisa puesta...Salvo en el caso de "Mamma mia", los musicales de los últimos tiempos tienen un sentido algo más profundo, son mas reales e incluso más amargos, "La la land" incluido. Y es algo que es bueno, dignifica el género y lo vuelve más adulto, pero...es tan bonito no perder la infancia o volver a ella de vez en cuando.
Minnelli sabía lo que hacía, en sus dramas, en sus comedias y por supuesto en sus musicales. La mayoría de sus filmografia son obras maestras de lo que hay que hacer para llevar al público en volandas por los vericuetos de la historia aun incluso cuando metas números musicales largos para enfatizar los momentos...
Para mi una película de Minnelli es un un "Brigadoon" particular, un pueblecito mágico que aparece de tarde en tarde, de repente, para llenar de felicidad un momento que corría el riesgo de perderse de puro cotidiano. Un lugar también al que siempre deseas volver.
Abrazos desde el café.
Grandísimo Minelli y grande tu homenaje, maño.
Besos musicales
low.( si le doy a publicar y me dice que no hay comentarios me corto las venas)
Abrazos con coreografía
PD: acaba de dimitir Rivera. Sí, dimitir un político español, suena raro pero ha ocurrido.
Abrazos emocionados.