GUS MORNINS 12/11/19
“Odio
trabajar en televisión. Es horrible. Va contra todo en lo que creo. Si no eres
capaz de aportar algo individualmente y verter algo de tu experiencia en tu
trabajo, lo que tendrás será un aburrido y mecánico resultado” Jacques
Tourneur
Vamos hoy con este
maravilloso cineasta que hubiese cumplido la respetable cifra de ciento quince
años. Fue un director que se movió con cierta comodidad en los terrenos de la
serie B porque precisamente ahí es donde podía aportar algo de su experiencia,
de su tremenda sabiduría. Tourneur era uno de esos genios capaz de cogerte un
guión que no valía tres euros, rodarlo con imaginación con cuatro y hacerte un
clásico para toda la vida. Muy pocos pueden decir lo mismo. Y ahora mismo
echaremos un vistazo a lo que fue capaz de hacer.
Jacques Tourner era
parisino de nacimiento e hijo del también director de cine, de mucho menos
talento, Maurice Tourneur. Quiso mudarse muy joven a Nueva York, tratando de
abrirse camino en el teatro, pero no tuvo demasiada suerte. Al poco de estar
allí, y siguiendo el consejo de su padre, se trasladó a Hollywood donde
aprendió el oficio en la sala de montaje y también como ayudante de dirección
de su progenitor que llegó a dirigir hasta cuatro películas en América.
En 1929, a su padre le
llegó la oferta de hacer una película en Alemania, así que Jacques se ofreció
como ayudante de dirección con veinticinco añitos. En la estancia en la que
duró el rodaje, Tourneur conoció a una actriz francesa que intervenía en la
película, Christiane Viridau, y se casó con ella. Su matrimonio duró toda la
vida. Decidido a probar suerte en la dirección, se quedó en París y Tourneur
convenció enseguida a varios productores de su valía. Conocía el oficio, tenía
ideas y conservaba un ímpetu juvenil muy atractivo. Dirigió cuatro películas en
Francia, desde 1931 a 1934. La situación política europea no le gustó nada, así
que agarró a su mujer y decidió mudarse de nuevo a los Estados Unidos. Allí, le
costó algo más. Sin embargo, Tourneur era listo. Era un artista con el montaje,
así que se decidió por ofrecerse como documentalista en distintos cortos. Se
labró una reputación como realizador de documentales cortos y largos hasta que
dirige un maravilloso documental (algo dramatizado con actores aficionados)
titulado El barco que murió, sobre un
misterio inexplicable acerca de una embarcación que fue encontrada a la deriva
sin signos de vida a bordo. La forma de dirigirlo fue increíblemente novedosa
porque era un documental que estaba planteado como una película de misterio y
suspense. Llamó tanto la atención que no dudaron en ofrecerle una película de
serie B para que el chico, que ya tenía los treinta y cuatro, probara suerte en
la ficción. La película fue They all come
out, una película que tenía como protagonista a Tom Neal, actor de tercera
que hoy en día es muy recordado por ser el intérprete de esa joya que es Detour, de Edgar Ulmer.
El caso es que Tourneur
demuestra que sabe desenvolverse en el género negro y eso llama la atención del
productor Val Lewton, especializado en serie B. Lewton tiene un guión de saldo
y unos trajes espantosos para hacer La
mujer pantera y Tourneur (como bien se explica en Cautivos del mal, convenientemente recuperada por el maestro maño
ayer) decide hacer una película de miedo…sin mostrar los trajes. El suspense de
la película se basa en sombras, en sobreentendidos, en sugerirlo todo y no
mostrar nada. El éxito fue inmediato. Tanto es así que Lewton le encomienda su
siguiente proyecto, Yo anduve con un
zombie, quizá la primera película sobre muertos vivientes de la historia,
aunque muy diferentes a como los conocemos hoy en día. Nuevamente, Tourneur da
en la diana. Y Lewton le convence, frente a sus reticencias, para rodar con ese
método tan peculiar de narrar El hombre
leopardo. A pesar de tener un gran éxito de nuevo, Tourneur se desliga de
Lewton y prueba suerte en otros terrenos, siempre dentro de la serie B.
Sin embargo, la gran
obra maestra de Jacques Tourneur, viene, de nuevo, en el género negro y no es
otra que Retorno al pasado, que
también está en esa serie B con actores, por entonces muy jóvenes, como Robert
Mitchum, Kirk Douglas y una de las malvadas más recordadas de la historia del
cine, Jane Greer. La película es una de esas que no se olvidan, enclavada en el
género negro de pleno y uno de sus más grandes ejemplos. Tourneur vuelve a dar
en la diana con la negrura de Berlín
Express, con Robert Ryan y, como es un hombre que sabía hacer de todo, no
tiene ningún inconveniente en girar hacia el cine de aventuras, ya más dentro
de la serie A, con la maravillosa extravagancia que es El halcón y la flecha, con un Burt Lancaster en plena forma.
Realiza también un exitazo de época con La
mujer pirata, con Jean Peters dando lecciones sobre poderío femenino y
comienza a trabajar para televisión. Aún así, Tourneur no puede abandonar su
gran amor que es el cine, y aún nos regala joyas como el terror de La noche del demonio, con Dana Andrews
(hoy en día, le representación del demonio daría risa, pero cuentan las
crónicas que la gente se salía del cine del pánico que les daba).
En 1963 aún nos deja
una joya imborrable. Se trata de La
comedia de los terrores, una especie de homenaje-parodia al cine de terror
de la Universal y a los relatos, por entonces muy de moda, de Edgar Allan Poe
adaptados por Roger Corman con lo mejor del género en el reparto: Vincent
Price, Boris Karloff, Peter Lorre, Basil Rathbone. Una película tronchante
sobre el propietario de una funeraria que, a falta de clientela, decide
proporcionársela él mismo. Maravillosa y simpática, con todos ellos realizando
interpretaciones autoparódicas y que, si decidís verla, os ruego lo hagáis en
su versión original apreciando, sobre todo, los sucesivos despertares de Basil
Rathbone exclamando: “What place is
this?”.
Aún dirigiría una
última película en 1965. La ciudad
sumergida, una fábula de fantasía y ciencia ficción con Vincent Price y Tab
Hunter sobre el descubrimiento de una ciudad sumergida llena de misterios
frente a las costas inglesas. No está a su altura habitual, pero es
entretenida.
En 1950, Tourneur dirigió
una película titulada Estrellas en mi
corona, con Joel McCrea de protagonista. El director creyó que era la
película para la que había nacido. Le encantó el guión, estaba seguro de que
iba a fabricar un gran éxito con él y se aplicó tanto a la tarea que se ofreció
a hacer el trabajo gratis. La película está ya totalmente olvidada y, ni mucho
menos, es la mejor que ha hecho Tourneur, pero le marcó para todos los
productores. Se corrió la voz de que el director trabajaba gratis y, desde esa
fecha hasta su última película, los productores le ofrecían salarios irrisorios
por dirigir sus películas. Simplemente, dejaron de tomarle en serio. Sólo años
después se ha estudiado debidamente el inmenso legado que ha dejado un director
que sabía crear atmósferas como nadie y que hizo del cine un arte barato capaz
de regalar inolvidables obras maestras.
Os dejo un clip de Retorno al pasado. Qué puñetera
maravilla.
Y como mosaico, ahí os
lo dejo, dirigiendo una secuencia de La
mujer pantera. Tourneur es el señor que está sentado, debajo del objetivo
de la cámara.
Comentarios
Toda una aventura ir a aquel cine, tanta como la que contaba la película con una especie de Robin Hood saltimbanqui (Burt Lancaster), mucho más divertido que el arquero de Hollywood, una muy guapa Virginia Mayo y un simpatiquisimo Nick Cravat. Tourneur maneja el ritmo de la aventura y rueda increíblemente las acrobacias de los dos amigos circenses. Una delicia de película. Solo por eso merecía ser recordado, pero obviamente su legado va mucho más allá, tal y como señala el Lobo ("La mujer pantera" siempre se asociará a su nombre) y aunque criticase en su cita a la televisión trabajó no poco en ella (fue uno de los múltiples directores de "Bonanza", también Robert Altman dirigió episodios de esa serie).
Un necesario gus de recuerdo para que no se olviden nombres que son fundamentales en la Historia del cine.
Bien hecho, Lobo.
Abrazos acrobáticos