EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XLVII)
¡Granuja ¡Sinvergüenza¡ Menudo ejemplo le estás dando a tu
hijo. Menos mal que has dado con un buen hombre, si llego a ser yo…
LADRÓN DE BICICLETAS
(Italia, 1948) Dir: Vittorio De Sica con Lamberto Maggiorani , Enzo
Stailoa, Lianella Carell (93 min)
Tras la caída del régimen fascista y la derrota en la
Segunda Guerra Mundial a mediados de los años cuarenta del siglo pasado, Italia
queda sumida en una profunda depresión económica que desencadena a su vez una
grave crisis social y política. En este contexto surge el neorrealismo,
corriente cinematográfica que supone toda una revolución en el devenir del
llamado séptimo arte con películas que intentan reflejar las duras condiciones
de vida a las que se enfrenta la sociedad italiana del momento, en especial sus
clases más desfavorecidas. El neorrealismo no es propiamente una corriente ni
una escuela, pues no agrupa a los directores que lo cultivan en torno a ningún
manifiesto, aunque, por supuesto sí que es posible apreciar una serie de rasgos
comunes en las obras que se adscriben a este movimiento Los directores neorealistas
beben del denominado realismo poético francés, surgido en el decenio anterior
con figuras como Renoir, Vigo, Clair, Carné o Becker, y ejercen a su vez una
influencia decisiva en todo el cine social que vendrá después, y en la eclosión
de fenómenos como la Nouvelle Vague o el free cinema británico. También en España,
la corriente neorrealista deja su huella un poco más tarde en autores como José
Antonio Nieves Conde o Manuel Mur Oti.
El neorrealismo nace también de la necesidad que tienen los
nuevos directores de reaccionar ante el cine que se ha hecho en Italia bajo el
fascismo. Es el conocido como “cine de teléfonos blancos”, convencional,
burgués y descaradamente comercial, en el que imperan las comedias
intrascendentes y los musicales. El gobierno de Mussolini apoya e invierte en
el sistema de producción cinematográfico hasta el punto de hacer de él el más
rentable e importante de la Europa de la época, por encima incluso del instaurado
en la Alemania nazi. A tal efecto, el propio Duce inagura en 1937 los estudios
romanos de Cinecitta, construidos a imitación de Hollywood y que con el tiempo
se convertirán en una especie de sucursal europea de la meca del cine
norteamericana. Por su parte, la censura fascista promueve la propaganda y
vigila de cerca los guiones evitando que se cuelen en ellos elementos
subversivos que puedan incitar a la reflexión o a la crítica. El cineasta del
régimen es Alessandro Blasetti con obras de marcado tono épico como La corona de hierro (1941) que
pretendía ser una versión italiana del díptico Los Nibelungos de Fritz Lang. Posteriormente, Blasetti encontrará
refugio en la comedia costumbrista, rodando entre otras la famosa La ladrona, el taxista y su padre
(1954), la primera película en la que trabajan juntos Sophia Loren y Marcello
Mastroianni.
La mayoría de futuros maestros neorrealistas está ya
trabajando en estos años. Así, por ejemplo, Luchino Visconti colabora como
ayudante de dirección con Jean Renoir y participa en el rodaje de películas
como Los bajos fondos (1936) y Una partida de campo (1937) donde
además es el director del vestuario. Vittorio de Sica tiene ya en este mismo
periodo su propia compañía teatral en la que compaginaba labores de director y
actor. Había nacido en 1901, en Sora, en la provincia de Campania, aunque a los
pocos años ya se trasladó a vivir a Roma junto a sus padres, un administrativo
calabrés y un ama de casa de origen napolitano. Vittorio comienza a estudiar
contabilidad sin ninguna vocación, así que cuando un amigo le habla de
presentarse a un casting como actor no se lo piensa dos veces. Gracias a su
porte y a su físico agraciado, al joven no le será difícil conseguir papeles de
galán, primero en el teatro y luego en el cine. Su primer éxito en la gran
pantalla se produce en la comedia de Mario Camerini ¡ Qué sinvergüenzas los hombres ¡ (1932) que le convierte en una
figura conocida. Camerini le dirige en varias ocasiones a lo largo de la década
y le va enseñando el oficio detrás de las cámaras. En 1940 se produce el debut de De Sica como
realizador con el drama Rosas escarlatas
– que firma junto a Guiseppe Armato- al que siguen las comedias Magdalena, cero en conducta (1941) y Nacida en viernes (1942). En su cuarto
largometraje como director, Recuerdo de
amor (1942), conoce a la actriz española María Mercader, hermana del
asesino de Trotsky, Ramón Mercader; con ella inicia un romance del que nacen
dos hijos. De Sica estaba ya casado y tenía una hija dentro de ese matrimonio,
pero es que además fruto de otra relación con la también española Mimí Muñoz
tenía otra, la futura actriz Vicky Lagos. Ya dijimos que era un galán que tuvo
en el juego otra de sus grandes aficiones.
En 1945 se pone al frente de La puerta del cielo, un drama auspiciado por el Vaticano en el que
narra el peregrinaje a Loreto de una expedición formada por enfermos y
mutilados. De Sica contrató como extras a varios cientos de judíos y
perseguidos del Tercer Reich, y emulando a Oskar Schinlder, consiguió prolongar
el rodaje hasta la liberación aliada con el único objetivo de salvar a sus
actores del asedio nazi. La primera
aportación de De Sica al neorrealismo se produce en 1946 con la emblemática El limpiabotas. La historia de dos
jóvenes de las calles cuyo sueño es poder llegar a poder comprar un caballo
sirve de pretexto para que la cámara de Anchise Brizzi capte toda la miseria y podredumbre
que asola la Roma de postguerra. El film es el primero en conquistar el premio
honorífico de Hollywood como mejor producción extranjera del año, el precedente
del actual Oscar a mejor película en lengua no inglesa. Por entonces, el nombre de la ganadora salía
de la decisión de un comité creado al efecto, y no de una votación entre cinco
finalistas como ocurriría a partir de 1956.
Con Ladrón de
bicicletas (1948) De Sica conquista el premio norteamericano por segundo
año consecutivo. El italiano es ya un personaje conocido internacionalmente,
aunque se queja de que siempre que sale de su país al extranjero le confunden
con Rosellini. Milagro en Milán
(1950) le procura la Palma de Oro en Cannes, en la misma edición en la que
Buñuel es considerado mejor director por Los
olvidados. Curioso que el maestro
del neorrealismo consiga el reconocimiento por una fábula con tintes de magia y
fantasía, mientras el genio surrealista sea reconocido por un durísimo y
descarnado retrato social de la juventud más humilde. La gran tetralogía neorrealista
del director se completa con el drama Umberto
D (1952), monumental en su sencillez y con un soterrado y cruel discurso sobre
la vejez y la soledad en el mismo y desolador contexto histórico de sus
anteriores obras maestras.
En los años siguientes, De Sica sigue pulsando la realidad
social de los más desprotegidos en títulos como El techo (1956) cuya vigencia en tiempos de burbujas inmobiliarias
y desahucios es incuestionable, pero paulatinamente se va abriendo a otro tipo
de tonos y géneros, En Estación Términi
(1953), nostálgico melodrama de amores imposibles y dolorosas despedidas, reúne
a dos estrellas internacionales de la talla de Jennifer Jones y Montgomery
Clift, mientras en El oro de Nápoles
aborda por primera vez en su carrera la comedia de episodios.
Ya después, llega el éxito de Dos mujeres, adaptación de la obra de Alberto Moravia, por la que
Sophia Loren se convierte en la primera actriz extranjera en ganar el Oscar a
mejor actriz por su participación en una película no estadounidense (años
antes, su compatriota Anna Magnani había conquistado la estatuilla por su papel
en La rosa tatuada). La huella
neorrealista se siente aún en este gran melodrama que narra la odisea de una
madre y su hija en su lucha por sobrevivir al final de la guerra. La Loren vuelve a ponerse a las órdenes del De
Sica en films como Los condenados de
Altona (1962) o, también ese mismo año, Boccacio 70, película de episodios que el realizador codirige junto
a Visconti, Fellini y Monicelli. El
realizador ha tenido también la oportunidad de lucirse como director de actores
en El juicio universal (1963),
producción cómica de Dino de Laurentis con un grandioso e inacabable plantel de
estrellas locales y foráneas en su reparto: Vittorio Gassman, Alberto Sordi,
Silvana Mangano, Fernandel, Jack Palance, Ernest Borgnine, Ainouk Aimee….
De la mano de uno de estos intérpretes, el grandísimo
Alberto Sordi, De Sica se consagra en la divertida El especulador (1963) como maestro de la ironía y la comedia. Es el
género al que dedica mayores esfuerzos en estos años, y también el que más
alegrías le da. Al año siguiente, factura dos auténticos clásicos del cine de
su país, protagonizados ambos por el tándem Mastroianni – Loren. Matrimonio a la italiana es una comedia
dramática que critica las costumbres de la burguesía más rancia dentro de una
historia localizada en Nápoles; Al adaptar tres relatos diferentes de Alberto
Moravia, Ayer, hoy y mañana se
inscribe en el subgénero- tan de moda en la época- de película de episodios; el
primero resulta ser el más divertido, el segundo el más sentimental, y el
tercero el más icónico con esa escena picarona que Sophía y Marcello no
dudarían en parodiar años más tarde en la fallida Pret a porter (Robert Altman, 1994). Por este último film, De Sica
consiguió para Italia un nuevo Oscar en la categoría de película en lengua
extranjera. Intentando emular su éxito, Hollywood propone a De Sica rodar en
Estados Unidos la comedia Siete veces
mujer (1967), siete historias en torno al adulterio protagonizadas todas
ellas por Shirley MacLaine. Será la única película estadounidense del director,
y pese a contar con Zavatini en el guión y con la Maclaine al frente de un
reparto más o menos competente, los resultados son bastante decepcionantes.
La fórmula ya se había repetido en Italia el año anterior en
una película de cinco episodios que protagonizaba Silvana Mangano y que llevaba
por título Las brujas. La cinta,
algo bizarra en sus planteamientos, estaba codirigida por Visconti, Pasolini,
Rossi, Bolognini y De Sica que se encargaba del episodio en la que la Mangano
aparecía al lado de Clint Eastwood, muy de moda en el país tras el éxito de la
“trilogía del dólar” de Leone.
En sus últimos años, el cine de De Sica obtiene sus mayores
réditos en el terreno del melodrama. El realizador vuelve a reencontrarse con
Sophia y Marcello a los que dirige en Los
girasoles (1970), inolvidable historia de amor, locura, guerras y olvido
que cuenta entre sus logros con la reconocible partitura compuesta por Mancini.
Acto seguido, el realizador adapta de
forma elegante la novela de Giorgio Bassani El jardín de los Finzi Contini (1971), crónica de la ascensión del
fascismo en la Italia de los años treinta a los ojos de una familia de la alta
burguesía. Nuevo Oscar para el cine italiano en la categoría de película en
lengua no inglesa. Si sumamos a las dos estatuillas conseguidas por este film y
Ayer hoy y mañana, los triunfos
honoríficos de El limpiabotas y Ladrón de bicicletas, descubrimos que
De Sica es el director extranjero más laureado por Hollywood con cuatro
victorias, récord que comparte con su compatriota Federico Fellini (si bien el
autor de La Dolce Vita materializó todos
sus galardones con la estatuilla al lograr todos ellos después de 1956).
Tras firmar una comedia, ¿Y cuándo llegará Andrés? (1972) y un drama, Amargo despertar (1973) que no aportan demasiado a su excelsa
filmografía, el director se despide del cine con El viaje, correcta adaptación
de una pieza de Luigi Pirandello, ambientada en el siglo XIX y coprotagonizada
por Sophia Loren y Richard Burton. Vittorio de Sica moriría el trece de
noviembre de 1974 en la localidad francesa Neuylle sur Seine tras una
intervención quirúrgica a la que hubo de someterse tras padecer una larga
afección bronquial.
Su impresionante palmarés detrás de las cámaras se
complementa con una brillante carrera interpretativa que abarca cerca de ciento
treinta títulos. En ella destacan sobremanera dos papeles en los que parecen
confundirse persona y personaje: el rico diplomático al que da vida en Madame De (Max Ophüls, 1953) y el
embaucador que acaba haciendo de la dignidad su bandera de El general de la Rovere (Roberto Rosellini, 1959).
Antonio Ricci, vecino de un humilde barrio de Roma lleva
meses sin trabajar y tratando de encontrar un empleo con el que poder mantener
a su esposa, María y a su pequeño hijo Bruno.
De repente, una mañana recibe buenas noticias desde la oficina del paro
pues el funcionario encargado de nombrar los trabajos vacantes ha citado su
nombre y le ha propuesto por fin para un trabajo. Hay una plaza vacante como fijador de
carteles y Antonio no puede declinar el ofrecimiento porque si no hay otros en
la cola esperando. Existe un requisito indispensable para el puesto que no es
otro que el de disponer de una bicicleta; en esos momentos, Ricci no tiene una,
pero para no perder la oportunidad, miente y dice que la tiene estropeada, pero
que ya se las arreglará para presentarse el primer día con esa herramienta de
trabajo.
María recibe la noticia con la alegría lógica pero también
con preocupación al no tener la bicicleta ni las liras suficientes para comprar
una. La pareja se encamina entonces a la casa de empeños para dejar en prenda
las sábanas de su ajuar y obtener así el dinero con el que comprar la bici.
Antonio se dirige a continuación al almacén ya equipado con su nueva posesión
para recoger su uniforme de trabajo. A la salida, María le acompaña a casa,
pero le pide detenerse en una casa porque tiene que hacer una visita. Como la
mujer se retrasa, Antonio entra en la casa y descubre que pertenece a una
vidente que le vaticinó a su esposa que él encontraría trabajo (y que tiene que
ser recompensada por ello). Antonio
recrimina a su mujer que crea en esas supersticiones tan absurdas.
A la mañana siguiente, Antonio pone a punto su vehículo
antes de emprender la marcha hacia su primera jornada de trabajo. Antes dejará
a su hijo Bruno en el puesto de gasolinera donde está empleado. Antonio recibe
las instrucciones de un compañero que le enseña a encolar bien y a fijar
correctamente los carteles. Ese primer día toca inundar la ciudad con posters
que anuncian el estreno de la película norteamericana Gilda. Mientras está
colocando un cartel subido a la escalera, Ricci no advierte que un muchacho se
aproxima sigilosamente entre los coches y al llegar a la fachada donde está
apoyada su bicicleta la roba y sale huyendo despavorido. Antonio se da cuenta y
sale corriendo tras él, incluso se sube a un taxí e indica al conductor que
siga al ladrón. Pero es inútil y este ya se encuentra demasiado lejos. El
cartelista va después a la comisaría para presentar la denuncia, pero el
funcionario que le atiende no le da muchas esperanzas y le dice que no se haga
demasiadas ilusiones de encontrar el objeto sustraído.
Esa misma noche, Antonio baja a la sede de lo que parece un
sindicato obrero que sirve también local de ensayo para un grupo de variedades.
Allí se encuentra con un amigo, Baiocoo al que relata el incidente de la
mañana. En ese momento, aparece también María que oye la conversación entre los
dos hombres y descubre la verdad.
A la mañana siguiente, domingo, acompañado por su hijo
Bruno, Antonio se reúne con Baiocco que trabaja como basurero y organiza con
sus compañeros una batida por la plaza para ver si por casualidad encuentran la
bicicleta. Es como buscar una aguja en un pajar. El grupo acaba en un rastrillo
en el que se exhiben centenares de bicicletas junto a millares de piezas de
desguace de esas mismas máquinas. Uno de los colegas de Baiocco ve a un hombre
pintando el cuadro de una bicicleta y Antonio se acerca a él para pedirle que le
enseñe su matrícula. El hombre se ofende ante la acusación indirecta de haber
robado y un guardia tiene que intervenir para que Ricci pueda ver por fin el
número. Pero no es la matrícula que busca.
Baiocco le pide a su amigo que vaya a otro punto de la ciudad
para seguir su búsqueda cuando en ese momento empieza a arreciar una fuerte
lluvia que obliga a Antonio y a su hijo a refugiarse debajo de un tejado al
lado de varios transeúntes. Entonces, Ricci cree ver al joven que le robó el
día anterior que, sentado en su bicicleta, charla con un anciano con aspecto de
mendigo. Antonio sale tras él, pero una vez más se le escapa. En ese momento, decide buscar al hombre que
estaba hablando con él, Cuando por fin le encuentra, este se dirige hacia lo
que parece un centro benéfico para gentes sin hogar en el que estos, además de
oír misa pueden afeitarse y comer
gratis. Antonio obliga al mendigo a darle la dirección del ladrón con la
amenaza de que no hacerlo se irá a la policía; le pide también que les acompañe
a él y a su hijo hasta la vivienda del muchacho, pero el otro les responde que
lo hará después de haberse afeitado y haber asistido a misa. En un descuido, el
viejo se escabulle y ni Antonio ni Bruno le vuelven a ver más.
Bruno recrimina entonces a su padre haberse despistado y
haber dejado escapar al hombre, y aquel, en un impulso del que se arrepiente al
instante, le propina una bofetada. Bruno huye y su progenitor le busca
desesperado. Oye de repente que una multitud ha rescatado a un niño que se había
caído al río frente al cual se encontraban, y corre alarmado al corro pensando
que quizá pueda tratarse de su hijo. Pero no. Al tiempo que el ahogado parece
recuperarse y volver en sí, Antonio ve de lejos al pequeño. Para congraciarse
con él le invita a un restaurante y le pide que beba y coma cuanto quiera sin
preocuparse del dinero.
A la salida, padre e hijo se llegan hasta la casa de la
vidente a la que había consultado su mujer sobre su trabajo. Antonio le
pregunta a la mujer si encontrará la bicicleta, y esta le responde que de no
hacerlo pronto no la encontrará jamás. Ya en la calle, la pareja encuentra al
ladrón de la bicicleta que se dirige a su casa, y Antonio se abalanza contra él
y comienza a insultarle y a exigirle que le devuelva lo suyo. Pero una multitud
de vecinos acude al auxilio del joven al que por supuesto considera inocente ya
que, además dicen, tiene coartada. Un guardia se acerca al gentío y es la madre
del muchacho la que le pide que entre en su casa para ver que allí no hay
ninguna bicicleta.
Abatido, Antonio se sienta con su hijo en una acera a
descansar mientras frente a ellos una multitud de gentes con sus bicicletas se
agolpa al estadio de fútbol donde está a punto de comenzar un partido. Una idea
desesperada cruza por la mente de Antonio que pide a su hijo que coja el
tranvía para volver a casa. Ya solo, y tras pensárselo mucho, el hombre se
encamina hacia una calle que en esos momentos se encuentra vacía. Ricci se
acerca a una bicicleta que permanece solitaria apoyada en la pared y cuando
cree que nadie la ve se monta en ella y sale pedaleando. Pero su dueño sale
corriendo de un portal tras el con gritos de ¡ Al ladrón, al ladrón ¡ Son
gritos que atraen la atención de una muchedumbre que finalmente detiene a
Antonio. Bruno, que ha perdido el tranvía, es testigo de la escena
Cuando quienes llevan en volandas a Antonio están decidiendo
si le llevan a una comisaria u otra, aparece el dueño de la bicicleta que dice
que no merece la pena la denuncia y que le perdona. Bruno se hace paso entre el
gentío y se llega a su padre al que agarra fuertemente de la mano de su padre
llamándole una y otra vez con lágrimas en los ojos. Así de la mano, ambos se
desligan del grupo y emprenden la marcha rumbo a casa. Antonio, cabizbajo y
llorando, Bruno, impresionado por todo cuanto acaba de presenciar. Los dos se
pierden entre la multitud.
"Tuve una infancia muy poco feliz. Creo que comprendí
lo que era el sufrimiento humano y durante toda mi vida he intentado retratarlo
y salir en defensa de la humanidad que sufre". (Vittorio de Sica)
Puede que nunca hayamos visto retratado el sufrimiento
humano en una pantalla de cine como lo vemos plasmado en las películas del
neorrealismo italiano con Ladrón de
bicicletas a la cabeza. El
equilibrio de fuerzas entre el sentimentalismo y lo patético de la realidad que
se describe es absoluto. Hay algo de chaplinesco en la figura de este primer De
Sica neorrealista., la imagen del hijo aceptando las enseñanzas del padre que
se nos muestra en esta película subvierte la que nos presentaba el creador de
Charlot en su obra maestra El chico
(1921). Allí, el vagabundo enseñaba a su pupilo a usar la astucia y la
picaresca como únicas armas para manejarse en la vida; el aprendizaje del
pequeño Bruno en el caso italiano resulta ser un proceso traumático, pues no
son esos los valores que en principio pretende inculcarle su progenitor.
De Sica parece jugárselo todo a la carta de esa última
escena con ese niño agarrando con fuerza la mano de su padre, como buscando un
refugio que el mundo no da. Bruno acaba de recibir la lección más dolorosa, y
de parte de quien menos lo esperaba además. Su padre podrá seguir siendo un
hombre íntegro –sus lágrimas y su vergüenza le delatan-, pero, en cualquier
caso ni más ni menos que la mayoría de las gentes que forman la multitud entre
la que se pierde la pareja en el plano final de la película. Bruno ha perdido
la inocencia de forma brusca en una tarde de domingo buscando una bicicleta, y
ha descubierto que el mundo es un lugar injusto y que los pobres no se pueden
permitir el lujo de perder lo único que tienen, la dignidad.
Es la relación entrañable entre padre e hijo, sus miradas,
sus conversaciones, su complicidad, lo que sostiene y se convierte finalmente
en el motor de la película. Dentro de un cine con clara vocación documental -
con su consiguiente profusión de grandes panorámicas y planos secuencia-, la
cámara se detiene continuamente en los rostros de sus protagonistas para captar
en todo momento sus emociones.
Como un rasgo distintivo que caracteriza la técnica
neorrealista, De Sica buscó a los actores de su película entre gente anónima y
fuera de la profesión. Cualquiera lo diría viendo actuar a Lamberto Maggiorani
(Antonio), Enzo Stailoa (Bruno) y a Lianella Carell (María) a quienes vemos
manejarse en escena con una soltura asombrosa, transmitiendo verdad como pocas
veces se ha visto en el cine. La elección de actores sin experiencia es un
recurso que aún hoy utilizan las películas que se consideran herederas del
legado neorrealista (me viene a la cabeza así de pronto el cine iraní), por lo
que de espontaneidad aportan los intérpretes a los personajes que incorporan.
Lamberto Maggiorani, por ejemplo, trabajaba de tornero en
una fábrica cuando fue elegido para aparecer en la película, y posteriormente
tendría una efímera carrera como actor. Ignoro si De Sica lo escogió por su
parecido con el Henry Fonda de Las uvas
de la ira (John Ford, 1940), pero lo cierto es que tanto su aspecto
desgarbado como esa mirada transparente en la que se refleja en todo momento la
dignidad, hacen recordar bastante al personaje de Tom Joad al que dio vida el
actor norteamericano en la adaptación fordiana de la novela de Steinbeck. El propio De Sica confesó que de contar con
una estrella del cine recurriría a Fonda – jamás a Cary Grant-, precisamente
por esa imagen de héroe anónimo que proyectaba. Para elegir a Bruno, el
director se fijó en los andares de los niños que se presentaron al casting, y
acabó decantándose por Enzo Staiola, sin saber aún que terminaría robándonos el
corazón. Staiola cuenta hoy 79 años, y se dedicó a la docencia después de una
breve experiencia en el mundo del cine; tuvo, por ejemplo, un pequeño papel en La condesa descalza (Joseph L
Mankiewicz, 1954).
Pese a ser considerada hoy una obra capital y un tesoro
cinematográfico, Ladrón de bicicletas
fue recibida en su tiempo con hostilidad. Aunque los críticos norteamericanos elogiaron
sus virtudes, los italianos se cebaron con ella al igual que Luigi Bartolini,
el autor de la novela en la que se inspiró el film. Bartolini vio traicionado
el espíritu de su obra cuyo protagonista principal era un intelectual de clase
media contrario al ideario del comunismo anarquista.
De Sica se apoya en el texto para completar la fotografía de
la Roma asolada por la guerra. La bicicleta es símbolo de libertad -su uso
estaba restringido durante la ocupación- en un ambiente donde la miseria no
solo es económica sino también moral (hay una escena en un burdel, un hombre se
acerca a Bruno en la secuencia del rastrillo ofreciéndose para comprarle algo con no se sabe qué intención
más). Es posible que el mensaje de la película no se entendiese bien en su
tiempo, Y si se entendió se tergiversó de forma aviesa. La censura franquista
ordenó alterar en el doblaje español algunos diálogos por considerarlos poco
adecuados, e impuso que durante la escena final se escuchase una voz en off que
ayudase a suavizar la crudeza del desenlace, y obligase al espectador a
enjuiciar la película desde la perspectiva de la moral cristiana, algo
totalmente opuesto a las intenciones de su director. Un texto afectado en grado
sumo, que no se oye en la versión original y que reza tal que así:
"El mañana
aparecía lleno de angustia ante este hombre pero ya no estaba sólo. La cálida
manecita del pequeño Bruno entre las suyas hablaba de tener fe y esperanza en
un mundo mejor. En un mundo dónde los hombres llamados a comprenderse y amarse
lograrían el generoso ideal de una cristiana solidaridad."
Parece evidente, pues, que las estrofas de Aute en su famosa
canción aluden directamente a la película de De Sica.
Y el “happy end”
que la censura
travestida en “voz en off”
sobrepusiera al
pesimismo del autor
nos hizo ver
que un mundo cruel
se salva con una
homilía fuera del guion.
Lo cierto es que el final resulta demoledor y da para pocas
lecturas positivas y en clave de esperanza. Como dijimos, el mundo es un lugar
terriblemente injusto, aunque lo más cruel de todo es que, como afirmó Andre
Bazin a propósito del film, para subsistir los obreros tengan que robarse unos
a otros. O dicho de otro modo como lectura subyacente, sale menos a cuenta robar
una bicicleta o una barra de pan en un supermercado que defraudar al fisco o hacer
un desfalco de millones en una gran empresa. Ladrón de bicicletas es una película desoladora, personalmente,
para mí la película más triste del mundo.
Comentarios
Daba la casualidad que, como en la época de Franco el juego era ilegal, se organizaban partidas de bacarrá clandestinas a las que asistía Vittorio de Sica. En una ocasión le llegué a ver. Me explico. Mi padre construyó un hotel, muy cerca del Aeropuerto de Barajas, que, por aquel entonces se llamaba Motel Avión. Decían que tenía una de las mejores piscinas de Madrid. El caso es que, por aquellos azares del destino, mi padre se asoció con el dueño del hotel que se convirtió en promotor de algunas de sus obras y, en muchas ocasiones, nos invitaba a comer allí. Hoy en día, si pasáis por allí, creo que se llama Hotel Aeropuerto, pero está muy cambiado. Ya no hay piscina, ni pistas de tenis, ni pista de karts y todo se ha convertido en un enorme aparcamiento de venta de coches de segunda mano. Allí, en el Motel Avión, iba Julio Iglesias con su seiscientos a hacer algo de natación para tratarse la lesión de espalda y mi padre le dejó pasar gratis a la piscina más de una vez. Lo que son las cosas.
Bueno, el caso es que mientras nosotros comíamos o cenábamos en el restaurante del hotel, el dueño (que era un pájaro de cuidado) organizaba partidas de bacarrá clandestinas en el piso de arriba en el que había unos salones para bodas. En una de esas, salimos de una cena y nos cruzamos con un señor absolutamente atractivo, con el pelo plateado y trajeado muy elegantemente. Recuerdo que mi madre me cogió del hombro y me dijo: "¿Sabes quién es ese?". Y yo, ignorante del todo, le dije: "¿Quién?" y me dijo: "Vittorio de Sica". Preguntamos al dueño del hotel y nos dijo que iba allí todos los fines de semana y que aquel día había perdido más de dos millones de pesetas, pero el tipo no perdía el encanto, ni se le veía descompuesto, ni nada de nada. Al año siguiente, falleció. Probablemente el hecho de que fumara como un carretero influyó en su bronquitis galopante.
En cualquier caso, excelente gus. De alguna manera, todos somos un poco más ladrones de bicicletas.
Abrazos a pedales.
La volví a ver hace un par de meses, hice un esfuerzo porque es una película que llevaba años sin ver porque me había dejado una congoja muy perdurable. Afortunadamente, a mi hija se la impusieron en su asignatura de historia del cine y animado por la conversación que tuve con ella cuando la vio, me decidí a hacer el esfuerzo.
He de decir que me gustó mucho más que antaño, quizá porque ya estaba más preparado para soportar la pena y era más capaz de asumirla. También es verdad que incluso sin voz en off, el final es terrible pero esperanzador. Llegas a creer que ese niño se merece mejor suerte y que la va a tener, también ese padre, un hombre honrado cuya integridad será reconocida y logrará remontar. Quizá sólo sea un asidero, como la mano del pobre Bruno, para decirnos a nosotros mismos que la vida al final es justa y que reconduce las cosas para darnos parte de lo que merecemos, para lo bueno y para lo malo.
En todo caso es un film impresionante, de una verdad fuera de toda duda, que se te va colando sin darte respiro y no hay forma de huir de ella. Y como está manejada por De Sica es brutal. La escena del puente y del río es de una sencillez enorme y logra impactarte con dos voces, dos carreras y el rostro de ese padre angustiado.
Una joya, y ese gus su joyero.
Abrazos en el rastro de las bicicletas.
Ladrón de bicicletas hace muchos años que no he vuelto a verla. La he ido recordando mientras leía tu estupendo gus.
De Sica tenía una clase enorme con esa mirada suya tan inconfundible. Hace unos años, paseando por Florencia, vi un cartel con la cara de su hijo, es idéntico a él.
Besos en blanco y negro.
low
Abrazos desesperados