GUS MORNINS 2/4/19

“El guión original de El puente sobre el río Kwai era absolutamente ridículo, con caravanas de elefantes y chicas gritando por la jungla. Cuando David Lean llegó al proyecto, con un nuevo guionista, la cosa cambió radicalmente. Vi al Coronel Nicholson como un papel muy lucido, sin creer en absoluto en el personaje. Aún así, me contrataron, me pagaron bien y gané un Oscar por interpretarlo…y eso no significó gran cosa en mi carrera”                                               Alec Guinness
Vamos a rendir homenaje hoy a este actor de actores que hoy hubiera cumplido los ciento cinco años. Creo que alguien como él merece un recordatorio porque Alec Guinness, la verdad, podía interpretar igual de bien a un estirado coronel del ejército inglés que a Obi-Wan Kenobi, a Fagin, el malhadado bribón de Oliver Twist como al tímido inventor de una tela que nunca se desgasta ni se ensucia en El hombre del traje blanco. Guinnes era un actorazo. De esos que ya no hay.
Con apenas veinte años, Guinness ya era un graduado de la Fay Compton Studio of Dramatic Arts de Londres y debutó en el teatro. Tenía, ya por entonces, una gran facilidad para la imitación de voces de todo tipo y por una capacidad de transformación física para sacar adelante sus personajes que impresionaba a todos sus compañeros de profesión. En 1936, con veintidós años, ingresa en el Old Vic y se especializa en papeles shakesperianos. Cuando estalla la guerra, Guinness no lo duda. Se alista en la Armada y abandona temporalmente el teatro.
Junto con Laurence Olivier, Ralph Richardson y John Gielgud pertenece a esa generación de actores que estaban especializados en el teatro clásico y que dan el salto al cine, principalmente, en los años cuarenta (aunque hay que recordar que Gielgud ya había interpretado El agente secreto en 1935 para Alfred Hitchcock). El caso es que David Lean ya le conocía de sus años en el Old Vic y quiso que interpretara un papel en su película Cadenas rotas, basada en la novela Grandes esperanzas, de Charles Dickens. La profesionalidad y la competencia de Guinness fue tan impresionante que no dejó de ser reclamado para el cine aunque siempre declaró que su única y eterna pasión era el teatro.
Vuelve a trabajar para Lean en Oliver Twist en la piel del malvado Fagin, y realiza un tour de force no exento de broma en Ocho sentencias de muerte en la que interpretaba los ocho papeles de víctimas de asesinato, todos ellos parientes entre sí, que estorban el camino a la sucesión de un título nobiliario de un arribista sin escrúpulos.  Esta película marca el inicio de su colaboración con la productora Ealing que hizo de él un rostro conocido en la comedia más inglesa y, también, de mayor calidad. Ahí estuvieron películas como Oro en barras, El hombre del traje blanco o El quinteto de la muerte en las que Guinness demostró una enorme versatilidad.  En 1954 interpreta al Padre Brown en El detective y su inmersión en el personaje de G.K. Chesterton le marca tanto que decide convertirse a la iglesia católica con su amada esposa, Merula Salaman, con la que estuvo casado desde 1938 hasta su propio fallecimiento.
Después de intervenir en una superproducción a mayor gloria de Grace Kelly y que supone su primera colaboración con el cine americano en El cisne, David Lean le ofrece el papel del Coronel Nicholson de El puente sobre el río Kwai. Guinness le contestó: “Pero David… ¿Quieres que yo, precisamente yo, interprete a un inglés…aburrido?”. Lo cierto es que no era la primera opción de Lean que quería a Laurence Olivier para el papel (al igual que deseaba que Cary Grant interpretase el papel del Comandante Shears que, finalmente, hizo William Holden), pero la interpretación de Guinness quedó para los anales de la Historia porque, realmente, supo dar fielmente la imagen del soldado leal, pegado a las ordenanzas, que sabe de honor y de disciplina y que se demuestra que, realmente, se equivoca con sus decisiones. Por este trabajo, Alec Guinness fue galardonado con el Oscar al mejor actor de 1957.
En 1959, Guinness sorprende con otro papel maravilloso. El del gris vendedor de aspiradoras captado para una red de espionaje en Nuestro hombre en La Habana, de Carol Reed, basándose en una novela de Graham Greene. Una película excepcional en la que se involucra a un pequeño empresario de la ciudad de La Habana para espiar para el gobierno británico cuando, sencillamente, no tiene ni idea de cómo hacerlo, llegando a copiar el plano de una aspiradora como si fuera el de una base de misiles cubana. Una gozada de comedia (quizá no tan cómica) que demuestra que también se le dan muy bien los papeles que están justo en el filo de la seriedad y de lo grotesco.
En 1962 vuelve a trabajar para David Lean para interpretar al Príncipe Feisal de Lawrence de Arabia y recubre el papel de una sutilidad excepcional. Aún queda para la memoria esa frase que pronuncia, dolido y apartado del corazón de Lawrence, diciendo: “Mi deuda contigo…no se puede pagar”.
Después de venir a España para interpretar al Emperador Marco Aurelio en la producción Bronston La caída del Imperio Romano (la auténtica primera versión de Gladiator), se queda por aquí para interpretar a Yevgraf Zhivago en Doctor Zhivago, la visita que David Lean hizo al universo de Boris Pasternak. El papel del hombre sin escrúpulos que ha trabajado para los comunistas y ha traicionado, matado y ajusticiado y que, no obstante, guarda un aprecio fraternal por su hermanastro Yuri resulta, bajo el rostro de Guinness, fascinante. Una de mis secuencias favoritas es esa aparición tremenda que hace en casa de los Zhivago, ya partida en una comuna con el acogimiento de varias familias, en plena acusación a Yuri de robar leña y que, con solo un chasquido de dedos, hace que todos le tengan miedo y salgan silenciosamente de la estancia. Parece una tontería, pero no todos los actores pueden hacer eso.
Interpreta a Carlos I de Inglaterra, el único rey al que ajusticiaron los ingleses, en Cromwell componiendo a un monarca más preocupado por la imagen que por su política, débil en sus decisiones y totalmente errado en sus apreciaciones del rival, que era Richard Harris. Cómo olvidar al tronchante mayordomo ciego de Un cadáver a los postres, capaz de servir una sopa que no existe. Y, desde luego, habría que destacar su intervención en una película de producción italiana, no muy buena, pero en la que demuestra su capacidad camaleónica en Los últimos diez días de Hitler, en la que interpreta a Adolf con una suficiencia que haría palidecer al mismísimo Bruno Ganz.
Por supuesto, no podríamos dejarnos en el tintero su encarnación de Obi-Wan Kenobi en La guerra de las galaxias, un papel que siempre odió porque consideraba que los diálogos eran de una banalidad insoportable. Sin embargo, Guinness, en esa ocasión, decidió ir a porcentaje de los beneficios (un 2,5 %). Sin saberlo, había asegurado el futuro de toda su familia. Hoy en día, todos ellos viven de ese porcentaje que aún sigue rindiendo la película. Es más, lo que reciben es más de lo que pueden recibir por los porcentajes que ha podido negociar Guinness con todo el resto de su filmografía.
Aún nos dejaría una joyita muy desconocida como el jefe del negociado en el que trabaja Jeremy Irons en esa película estupenda que es Kafka, de Steven Soderbergh y su última aparición en el cine fue en otra película de terror que a mí me gusta bastante, titulada Testigo mudo, como un misterioso invitado que pone orden en los asesinatos que han ocurrido en el interior de unos estudios de cine rusos.
En el anecdotario, podemos reseñar que, aunque Guinness renegó siempre de La guerra de las galaxias, tanto Harrison Ford como Mark Hamill destacaron siempre su exquisita profesionalidad y educación con todos los miembros del equipo.
Nunca conoció la identidad de su padre.
Las cualidades que más admiraba en un actor eran simplicidad, pureza y dicción.
Su mujer, Merula Salaman, murió dos meses después de que él lo hiciera. Siempre fue un matrimonio ejemplar.
Un chaval de dieciséis años se le acercó en cierta ocasión y le dijo que había visto La guerra de las galaxias, al menos, cien veces. Guinness puso su cara seria y le espetó: “Prométeme que no la verás nunca más”. El chaval quedó tan impresionado que cumplió su promesa. La madre del chaval le escribió una carta al actor dándole las gracias por el mejor consejo que le habían dado nunca a su hijo.
Fumador empedernido durante toda su vida, lo dejó en sus últimos años.
En 1964 ganó un Tony por interpretar al poeta galés Dylan Thomas en la obra Dylan.
En cierta ocasión, al lado de Laurence Olivier, los dos decidieron lanzarse a la aventura y encontrar un túnel que, según la leyenda, se hallaba por debajo del teatro del Old Vic. Lo cierto es que a Olivier le entró pánico porque el túnel no acababa nunca y estaba frío y húmedo. Más tarde se supo que el túnel pasaba por debajo del Támesis y Guinness lamentó siempre conocer a Olivier en unas circunstancias en las que se puso en evidencia.
En una de sus primeras apariciones teatrales, Guinness se afeitó la cabeza para interpretar a un coolie hindú. Siempre lamentó esa decisión porque el pelo no le volvió a crecer de forma uniforme.
Mientras rodaba El cisne en Hollywood, Guinness conoció a James Dean a bordo de su Porsche Spider. Le vaticinó que se mataría con él debido a que era un coche que sólo brillaba y que en la lejanía no se podía ver.
Durante su servicio en la Armada, Guinness fue el comandante de una lancha de desembarco en Sicilia y también fue oficial de transporte en Yugoslavia.
Cuando la Academia le concedió un Oscar especial a toda su carrera, él contestó diciendo que no iba a ir a la ceremonia de ninguna de las maneras. La Academia contactó con Dustin Hoffman que, por aquel entonces, estaba de promoción en Londres y les citó en un restaurante a cena pagada para que Hoffman convenciese a Guinness a ir a recogerlo. Funcionó. Y Hoffman le entregó el premio.
Fue nombrado Sir por la Reina de Inglaterra, pero se enfadaba muy seriamente con todo aquel que se atreviera a dirigirse a él con ese título.
John Gielgud decía de él que era el más grande de los actores vivos.
Sus relaciones con David Lean fueron bastante turbulentas al final. En 1970, Lean le ofreció el papel del cura en La hija de Ryan ya que, al ser Guinness católico, creía que podría darle un aire adecuado al mismo. Guinness contestó después de leer el guión con setenta objeciones al papel. Lean le mandó un telegrama: “Gracias por haberte leído el guión” y, sin más, contrató a Trevor Howard. Cuando en 1984 rodaron juntos Pasaje a la India, Lean le hizo rodar una escena a Guinness más de ochenta veces. La escena simplemente consistía en hacer el saludo hindú mientras un tren partía. Guinness confesó que estuvo a punto de golpear a Lean “salvajemente”.
A pesar de que era un hombre con un gran sentido del humor, sus amigos más cercanos decían que siempre subyacía una tristeza inherente en él. Posiblemente debido a una infancia infeliz, sin un padre cerca.
Os dejo con el momento en el que recibió su Oscar especial. Está en inglés pero se le entiende perfectamente. Sobre todo ese pasaje en el que relata cómo una profesora de drama (parece ser que era la actriz Martita Hunt) dijo que este actor no sabía cambiar de expresión y que no tenía nada que hacer en el futuro. Básicamente es lo que él hizo hasta el momento de recoger el premio. Un grande.


Y como mosaico os dejo con una foto de grupo. Ahí están de izquierda a derecha Tom Courtenay, Alec Guinness, Geraldine Chaplin, David Lean, Julie Christie, Omar Sharif, Ralph Richardson y Rod Steiger, casi nada.





Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Grandísimo actor. Pertenece a ese grupo de actores que hablan con la mirada, con un gesto y con una clase enorme.
Siempre me gustan las anécdotas que cuentas porque de alguna manera me descubres nuevas miradas sobre él.

Maravillosa esa fotografía y muy especial su papel en Doctor Zhivago. Qué película tan bonita.
El vídeo no puedo verlo, luego vuelvo a intentarlo.

Besos helados.

low
CARPET_WALLY ha dicho que…
El video es muy bueno también Low, lo que pasa es que Huffmon acapara una gran parte del mismo con una presentación muchísimo más larga que el discurso de agradecimiento. Por cierto, el discurso es simple, puro y con una maravillosa dicción. Las cualidades eran admirables incluso cuando no actuaba.

A mi me parece un actor superlativo, no sé si Gielgud tenía razón, pero para mi aunque Olivier ha sido siempre el gran reconocido (justamente, por otra parte), Guinnes siempre me pareció más creible, más concreto, menos ampuloso, menos afectado, más...puro, en definitiva.

Y si me dan a elegir, de toda su filmografia, me quedo con "Ocho sentencias de muerte" donde esta brillantísimo y muy divertido.

Alec, era mucho más que un grande...era imprescindible. Este gus está a su altura.

Abrazos con bastón de mando.



INDI ha dicho que…
mucha clase la de Alec Guinness y mucha clase en del gus de hoy.

Abrazos con balalaika

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