EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XLV)
FUE DURANTE EL REINADO DE JORGE III CUANDO LOS ANTEDICHOS
PERSONAJES VIVIERON Y DISPUTARON; BUENOS O MALOS, HERMOSOS O FEOS, POBRES O
RICOS TODOS SON IGUALES AHORA.
BARRY LYNDON (Reino Unido, 1976).
Dir: Stanley Kubrick con Ryan O´Neall, Marisa Berenson, Patrick Magee, Hardy
Krüger (186 min)
Stanley Kubrick es, qué duda cabe, un gigante de la Historia
del Cine, y quizá el artista que mejor representa el ideal y las cualidades de
lo que se podría considerar el “cineasta total”, más si cabe que otros grandes
maestros del denominado séptimo arte que todos tenemos en la mente. Con su
perfeccionismo casi enfermizo y su talento visionario, poniendo incluso los
avances técnicos al servicio de sus trabajos, Kubrick fue capaz de plasmar en
imágenes sus grandes obsesiones y elevarlas a la categoría de icono. La mayoría
de los críticos coinciden en señalar que la idea fundamental que preside el
pensamiento del director – y por tanto también su obra- es el escepticismo, que
a menudo deriva en el inconformismo, pero no siempre. Kubrick se vale de su muy
particular sentido de la ironía para criticar a la sociedad de su tiempo, dominado
por la alienación capitalista. Lo hace de un modo transversal a lo largo de las
trece películas que componen su breve pero imprescindible filmografía.
Y es que estamos ante uno de los personajes más fascinantes
que ha dado el cine a lo largo de su historia. Dada la densidad de sus
películas, es también uno de los autores más estudiados y que más ríos de
tinta, como se suele decir, han generado en torno a su obra. Mucho sabemos del
Kubrick obsesivo y maniático hasta más allá de lo soportable, de ese autor
concienzudo que prepara y controla sus proyectos hasta el último detalle o del
creador que tiene la película en la cabeza plano a plano antes de dar el primer
golpe de claqueta. Conocemos también al Kubrick al que no le importa rodar la toma
una y otra vez hasta que quede perfecta, provocando el consiguiente retraso en
los rodajes y el lógico malestar entre los actores a quienes exprime hasta la última
gota. Sin embargo, hay otro Kubrick desconocido e inaccesible, y son muchas
también las leyendas que han nacido al albur de su hermética personalidad. Para
conocer a ese Kubrick más cercano, me permito recomendar el magnífico documental
Mi amigo Stanley ( Alex Infascelli, 2015), que narra
la amistad que lo largo de los treinta años que vivió en Reino Unido el
director, mantuvo este con su chofer y secretario italiano. Emilio D´
Alessandro cuenta en primera persona su experiencia al lado del genio, y a
través de sus palabras tenemos la oportunidad de asomarnos al Kubrick más
íntimo.
Kubrick viene al mundo el 26 de julio de 1928 en el
neoyorkino barrio del Bronx, hijo de Gertrude Pervelier y del médico Jacques L.
Kubrick. En el colegio destaca como un alumno indisciplinado y un mal
estudiante (a pesar de tener un cociente intelectual por encima de la media), y
ese es el motivo por el cual sus padres deciden enviarlo a California a vivir
con un tío suyo. Martin Prevelier, uno de los hermanos de su madre, le acoge en
su casa, y posteriormente se convertirá en una persona clave en el los inicios
de la carrera cinematográfica de su sobrino al financiar sus primeros
cortometrajes. Las aficiones del joven Stanley son la fotografía, la lectura,
el jazz y el ajedrez. Dicen que no era malo en este deporte al que, por cierto,
homenajea en varias de sus películas.
Con tan solo 16 años comienza a trabajar como fotógrafo de
la revista Look, pero pronto enfila sus pasos hacia el mundo del cine. Kubrick
visita asiduamente las salas, pero no le gusta todo lo que ve. Luego sabremos
que los dos directores que más le gustaban en esta época eran Max Ophuls y
Sergei M. Eisenstein; del primero admira su trabajo con la cámara, del segundo,
claro, sus técnicas de montaje. Con estos precedentes, se planta en 1951 para
rodar su primer cortometraje Day of the figght,
una pieza de apenas doce minutos en la que se acerca a la figuradel boxeador
Walter Cartier. A este primer corto le siguen otros dos Flyng Padre (1951) y The Seafarers
(1953), este último ya de media hora de duración.
Del mismo año data el debut de Kubrick en el largometraje
con Miedo y deseo, drama bélico,
prácticamente ilocalizable hasta hace unos años hasta que la Library of
Congress logró restaurar la copia que conocemos en la actualidad. Con ayuda de
su tío Martin y de varios amigos, el debutante realizador pudo costear la
producción de un film que apenas supera la hora de metraje y que no colmó las
expectativas de su creador que quiso incluso destruir los negativos. La acción
de la obra se sitúa en una guerra indeterminada, y sus protagonistas son los
miembros de un pelotón cuyo avión se ha estrellado en territorio enemigo y debe
bordear un río para reencontrarse con su unidad. Como curiosidad, en el reparto
de la película nos encontramos con el futuro director y guionista Paul Mazursky
que hace aquí su debut delante de las cámaras. Miedo y deseo presenta ese trasfondo existencialista que también
tendrán otras futuras incursiones de su autor en el género como Senderos de gloria o La chaqueta metálica.
Es justamente el bélico el cine en el que más se prodigó el
director a lo largo de su carrera. No obstante, en su afán por querer abarcarlo
todo, Kubrick se propuso trabajar todos los géneros conocidos hasta entonces,
prácticamente solo el western y el musical se le resistieron y faltan en su
palmarés (quizá por ser los que más se asocian al viejo sistema de producción hollywoodiense
con el que en el fondo nunca se sintió identificado). Su siguiente proyecto se
encuadra dentro del género negro y lleva por título El beso del asesino (1955). Se trata de un film de bajísimo
presupuesto que Kubrick se cocina en plan Juan Palomo (escribe, dirige, monta y
se ocupa de la fotografía) que cuenta la historia de un boxeador que decide
proteger a su vecina cuando ve que es extorsionada por un matón. La cinta contiene
todos los tópicos de este tipo de películas, aunque vista hoy, tanto por las
características de su guion como por su acabado visual, parece más cerca de un
polar francés que de un clásico de Hollywood. Kubrick escribe el guion ayudado
por el escritor Howard O Schkel, que no aparece acreditado. Martin Scorsese ha
reconocido que las escenas de las peleas en el ring le inspiraron directamente
para su Toro salvaje (1980).
Se puede decir que Atraco
perfecto (1956) es la película que cierra esta primera etapa de aprendizaje
de Kubrick y al mismo tiempo la primera de sus grandes obras maestras. Con ayuda del escritor Jim Thompson, autor de
los diálogos, el neoyorkino vuelve a hacerse cargo del guion para adaptar en
esta ocasión una novela de Lionel White. La trama deviene en mito y recuerda a
la desarrollada años antes por John Huston en La jungla de asfalto (1950) también, como aquí, con Sterling Hayden
en el papel protagonista; la historia de un criminal que sale de la cárcel y
planea dar un último golpe antes de retirarse contando con la colaboración de
distintos personajes que no se conocen entre sí será también el germen de
películas como Reservoir Dogs
(Quentin Tarantino, 1992)
Un año más tarde, Kubrick vuelve al género con el que se estrenó,
y logra con Senderos de gloria (1957)
uno de los mayores alegatos antibelicistas jamás filmados. La película se basa
en una novela del escritor canadiense Humphrey Cobb, que a su vez se basó para
escribir su obra en hechos reales ocurridos en el frente francés en el
transcurso de la I Guerra Mundial. Kubrick había quedado impresionado cuando de
niño leyó la novela que fue adaptada para el cine por Jim Thompson en su
segunda colaboración consecutiva con el maestro. No pasa el tiempo por esta
obra maestra, y quien no sienta que algo se le remueve por dentro cada vez que
la ve no debe ser humano. La Paramount estaba detrás de la película y
prácticamente tenía atado a Gregory Peck para interpretar al personaje
principal, pero finalmente fue la United Artists quien financió la película
gracias al empeño personal de Kirk Douglas que ejerció como productor y se
reservó el personaje del coronel Dax.
Douglas volverá a resultar clave para que Kubrick se suba en
marcha al que será su siguiente proyecto. El intérprete había comprado los
derechos de Espartaco, una novela
publicada en 1951 por el escritor Howard Fast, conocido por su activísimo
antifascista. Fast escribió su novela más famosa mientras cumplía condena en la
cárcel y utilizó la leyenda del esclavo que se levanta ante todo un Imperio
como un alegato a la libertad del hombre en el que no estaba excluido el sesgo
ideológico. La Universal estaba detrás de la película, intentando aprovechar el
tirón del llamado péplum que se había puesto de moda en aquellos años gracias
al éxito de tíulos como Ben Hur
(William Wyler, 1959). El elegido para dirigir el film era Anthony Mann, un
especialista en westerns que después sí probaría fortuna en el cine épico con
títulos como El Cid (1961) o La caída del imperio Romano (1964).
Mann y Douglas no se llevaron lo que se dice especialmente bien durante los
primeros días de rodaje, sus discusiones eran continuas, así que el segundo
sacó sus galones de productor para poner de patitas en la calle al primero. La llegada de Kubrick a la película tampoco
mejoró las cosas y el mal ambiente siguió instalado en el plató; Douglas
tampoco se entendió con el nuevo director, a pesar de que ambos acababan de
trabajar juntos en Senderos de gloria.
El actor había insistido en que Dalton Trumbo, uno de los principales represaliados
del maccartismo, no solamente escribiese el guion del film sino que también
apareciese en los créditos como autor del mismo. Como consecuencia de su
inclusión en las listas negras, Trumbono podía firmar los guiones que escribía,
pese a lo cual continuaba trabajando para Hollywood (incluso desde la cárcel y
el exilio). En aquellas duras condiciones, el guionista había sido capaz de
ganar dos Oscars, el primero, utilizando al escritor inglés IanMcLellan Hunter
como tapadera, por el libreto de Vacaciones
en Roma (William Wyler, 1953) y el segundo, firmando bajo el seudónimo de
Robert Rich, por la historia de El bravo
(Irving Harper, 1956). Kubrick creyó que la difícil situación por la que
atravesaba Trumbo en aquellos años le permitiría atribuirse a él solito la
autoría de la historia, pero no fue así. Douglas consiguió que el nombre de su
guionista pudiese leerse al comienzo de la película, y de paso que las famosas
listas negras desapareciesen de forma definitiva. De todo este proceso da buena
cuenta la reciente Trumbo. La lista
negra de Hollywood (JayRoach, 2015).
Todo el mundo creyó que en manos de Kirk Douglas, Stanley
Kubrick sería algo así como una marioneta, y todo el mundo se equivocó. A pesar
de que estuvo a punto de tirar la toalla en varias ocasiones llegando incluso a
visitar la consulta de un psiquiatra, el director no se amilanó y logró imponer
su ley a pesar de no tener el control absoluto la película (uno de los que pagó
el pato fue Russel Metty, director de fotografía, atado de pies y manos durante
prácticamente todo el rodaje). Empezaba ya a forjarse esa personalidad tiránica
que después se convertiría en leyenda. Las peleas de divos se repetían día tras
día. Peter Ustinov, que ganaría el Oscar como secundario por su interpretación
de Batitus, en el film, lo recuerda divertido en su libro de memorias. Y es que
por si no faltaba alguien, ahí estaban también Laurence Olivier y Charles
Laughton metiendo la cuchara a la mínima que podían. Demasiado gallo para tan
poco corral. La película, rodada en parte en España en escenarios de
Guadalajara y Madrid, es Kubrick casi al cien por cien (Mann solo pudo rodar
algunas escenas que además se ven al principio), y en ella el director ya hace
gala de un sentido de la planificación y de la técnica magistrales. El
resultado, pese a tener alguna incongruencia histórica que al parecer ya viene
de la novela, es una maravillosa combinación de calidad y entretenimiento. Con
sus gritos libertarios, sus batallas delante y detrás de las cámaras, sus
ostras, sus caracoles, uno de los grandes clásicos de su autor y de la historia
del cine, sin duda.
Agobiado por el ambiente de Hollywood, Kubrick decide
marcharse a rodar su siguiente película a Reino Unido que le ofrece además la
garantía de un mayor abaratamiento en los costes de producción de los films. El
cineasta acabará fijando su residencia en las islas y ya solo vuelve a rodar
una película bajo bandera estadounidense (El
resplandor en 1980). El reto que se le presenta nada más llegar a Londres
es de aúpa; llevar al cine la novela de Vladimir Nabokov, Lolita (1962), precedida por la polémica y el escándalo que
rodearon su publicación primera en 1955. No podía ser menos al tratarse de la
historia de amor prohibido entre un hombre de mediana edad y una adolescente
que adquiere además tintes incestuosos cuando aquel se casa con la madre de la
joven para poder estar cerca de su enamorada. La película se rueda durante tres
meses en los estudios ABP y Elsree de la capital británica con un presupuesto
de 2 millones de dólares. Se trata de una obra de madurez que viene refrendada
por la participación en el guión del propio Nabokov que tuvo sus más y sus
menos con Kubrick durante el proceso de escritura. Autor y director mostraron
diferencias de opinión en cuanto a la estructura que debía tener la película y
especialmente en cuanto al arranque de la misma. Al final, se impuso el
criterio del Kubrick y Nabokov acabo además reconociendo que la decisión del
director había sido la más acertada.
Siguiente parada, asalto a un nuevo género cinematográfico,
en este caso la comedia y la sátira política presente en Dr. Strangelove, orHow I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb(1964),
o como se conoció en España, ¿Teléfono
rojo?, volamos hacia Moscú, uno de los títulos más absurdos que imaginarse
pueda. En plena eclosión de la Guerra
Fría, Kubrick se atreve con la adaptación de una pieza de Peter George que se
convierte una demoledora crítica social y política, repleta de humor negro y de
gags de connotaciones psicológicas y sexuales, que no deja títere con cabeza. El
milimétrico guion, nominado justamente al Oscar, desarrolla tres historias en
paralelo, todas ellas con la paranoia comunista como denominador común. Tres
son también los papeles que interpreta Peter Sellers que ya había colaborado
con Kubrick en Lolita, y llegó a la
cinta por imposición de la Columbia que consideró que la presencia del actor
había resultado clave en el éxito de la citada película. Por primera vez en su
carrera, Kubrick es candidato al premio de la Academia de Hollywood como Mejor
Director, y su film se cuenta entre las cinco finalistas a la Mejor Producción
del año. Aquí, además del dominio de los recursos narrativos, asistimos a un
nuevo ejemplo de meticulosidad por parte del director en todo lo referente a la
puesta en escena. Un dato; ante la negativa del ejército estadounidense de
ceder para el rodaje uno de los B-52 que aparecen en la película, el cineasta ordenó
reconstruir el interior de la nave basándose en fotografías de un modelo
anterior. El decorador Ken Adam tuvo que emplearse a fondo para satisfacer los
deseos del director que quería dotar su obra de un realismo extremo sin
escatimar ni el detalle más mínimo.
Kubrick se toma su tiempo para filmar su próximo film, pero
es que este no es cualquier cosa. Se trata ni más ni menos que de 2001, una odisea del espacio (1968),
uno de los indiscutibles tótems cinematográficos de la Historia. Decir que
estamos ante una de las grandes obras maestras de la ciencia ficción de todos
los tiempos es quedarse demasiado corto, por mucho que la película suponga un
antes y un después dentro del género. De hecho, 2001 no es sólo una película,
casi se podría decir que son varias. Su creador desafía la narrativa
tradicional al dividir su obra en varias partes y presentar casi al principio
la mayor elipsis de la historia. Siglos y siglos de evolución humana que van
desde que un hueso es lanzado al aire por unos simios en la era prehistórica
hasta que se convierte en un astrolabio que flota por el espacio en un tiempo
futuro al del director y sus contemporáneos. La película se basa en un cuento, El centinela, del escritor Arthur C.
Clarke que colabora en el guion con el propio Kubrick (nuevamente choque de
egos) y aborda temas tales como la evolución humana o la vida extraterrestre. Sin
embargo, el film trasciende al ámbito cinematográfico para convertirse en una
obra de connotaciones filosóficas y místicas evidentes.
En cualquier caso, Kubrick declaró siempre que su obra no
buscaba respuestas, sino preguntas, y que se sentiría muy decepcionado si
alguien salía de la proyección habiendo entendido completamente todas las
cuestiones que se plantean en el film. Quién soy yo para contradecir al
maestro, y tratar de esbozar aquí en cuatro líneas una explicación racional de
su trabajo. Supongo que como cada espectador que ha visto la película tengo mi
teoría propia al respecto. Lo que nadie puede negarle al director es su talento
visionario y hasta profético; con total naturalidad, uno puede ver en la
película pantallas planas que recuerdan a las modernas tablets o videoconferencias que podrían entenderse como
el precedente más inmediato del Skype. Y
estamos hablando de solamente lo material y lo técnico. Con todo, lo que más ha
intrigado desde siempre al personal ha sido el significado simbólico del famoso
monolito. A través de él, el visionario Kubrick habla del poder de la
inteligencia artificial como el arma con el que se libraran las guerras del
futuro. Al igual que el fuego convocó en torno a él a los hombres primitivos y
provocó las primeras peleas entre ellos, poniendo de manifiesto el instinto
asesino que por naturaleza no es innato.
Se entienda o no se entienda, 2001 también puede verse como
un auténtico regalo para los sentidos, con imágenes y sonidos que quedan para
siempre en la mente del espectador por su innegable poder
hipnótico, Como la batalla inicial de los simios y el descubrimiento del
monolito bajo el “Así hablaba Zaratrustra” de Strauss (Richard), o el baile de
naves espaciales a ritmo de vals de otro Strauss que no tiene además nada que
ver con el anterior (Richard), o el asesinato de HAL 9000…
La novena película en la filmografía de Kubrick llega en
1971, y de nuevo parece nacer envuelta en la polémica. El cineasta adapta la
novela de Anthony Burgess, La naranja
mecánica, una fábula futurista que en imágenes adquiere una fuerza
inusitada. La odisea de Alex y su pandilla por las calles de un distópico
Londres tenía en letra impresa el carácter de una sátira despiadada de una
sociedad consumida por la desesperación y la violencia. Kubrick logró traspasar
todo eso a la pantalla convirtiéndolo además en una experiencia deslumbrante
gracias a una estética única. Gran parte de culpa tuvo el australiano Russel
Hagg, responsable de un diseño de producción que combina fantasía y vanguardia,
pero tampoco hay que restarle méritos a John Alcott y a su impresionante
trabajo en la dirección de fotografía. Alcott, uno de los grandes de todos los
tiempos, había formado parte del equipo que trabajó a las órdenes de Geoffrey
Unsworth en 2001; en su primera colaboración con Kubrick dejó claras sus
referencias pictóricas y su gusto por la luz natural. El estreno de la película
fue controvertido y numerosos grupos religiosos y conservadores la vetaron por
considerarla una apología de la violencia. En Estados Unidos, la película fue estrenada
con la clasificación “R” después de que Kubrick cortara una breve escena del
montaje original, mientras en Reino Unido, la película escandalizó por su
explícito contenido sexual. Actualmente, la obra está considerada un film de
culto, que en su día hizo incrementar las ventas de la Novena Sinfonía de
Beethoven, pieza clave en la experimental banda sonora encargada a la compositora
Wendy Carlos.
Tras abordar el género histórico en Barry Lyndon, un enorme fracaso de taquilla, Kubrck se dispone a
hincarle el diente a otro género inédito hasta entonces en su filmografía: el
terror. La ocasión llega en 1980 de la mano de El resplandor, basada en el bestseller de Sthepen King, un viaje a
los dominios de una mente perturbada y esquizofrénica. Como no hay dos sin
tres, se produjo un nuevo encontronazo entre el director y el autor del libro
que adaptaba. King vendió los derechos de su obra a Kubrick con la condición de
ser el autor del primer borrador del guion. Sin embargo, el trabajo del
escritor no gustó nada al cineasta que lo desechó por completo y contrató a la
guionista Diane Johnson para ayudarle a reescribir el texto.
En la película, un soberbio Jack Nicholson se mete en la
piel de Jack Torrance, un novelista que acepta el puesto de encargado de
mantenimiento en un hotel enclavado en las montañas durante la temporada
invernal. Allí se desplaza junto a su familia dispuesto a encontrar la paz y la
tranquilidad necesarias para poder escribir sin agobios su nueva obra. Pero el
hotel Overlook no es el lugar ideal para encontrar la paz y la tranquilidad. A
una narración inquietante y angustiosa, Kubrick aúna el impacto de unas
imágenes de las que difícilmente el espectador puede desprenderse, sin recurrir
a lo fácil además. Más bien al contrario, el cineasta opta por el uso de la luz
natural renunciando a la oscuridad y la truculencia, típicos y tópicos en el
género. La locura y el desequilibrio pueden estar en cualquier lugar. De nuevo
con la inestimable ayuda de John Alcott, Kubrick juega con los colores y con
las formas, la simbología de los objetos, y al tiempo que experimenta con la
novedosa steadicam, interactúa con nuestros miedos con una naturalidad que pone
los pelos de punta. El resultado: otra obra maestra que Mr Stanley carga en la
mochila, imitada hasta la saciedad y no siempre con gusto exquisito. Uno de los
mejores homenajes al film se pudo ver en la reciente Ready Player One (Steven Spielberg, 2017) con una excelente
reconstrucción del mítico y terrorífico Overlook.
De nuevo bajo bandera británica, Kubrick
vuelve al cine bélico con un argumento además tan típicamente norteamericano
como es Vietnam. La chaqueta metálica (1987) está basada en una obra de Gustav
Hasford, y sigue las andanzas de un grupo de soldados participantes en la
guerra del sudeste asiático, desde que son reclutas y se preparan para el
conflicto hasta que llegan al campo de batalla. Kubrick parece ir más allá de
Senderos de gloria, y ofrecer un doble mensaje antibelicista y antimilitarista.
Sin embargo, la película no fue del todo entendida por algunos como el
prestigioso crítico Roger Egbert que consideraba que tras las contundentes aportaciones
al tema de Cimino, Coppola o Stone, la aportación de Kubrick llegaba demasiado
tarde y se quedaba algo escasa
Y llegamos a 1999. Kubrick muere el 7 de marzo de ese año,
dejando atrás un legado impresionante y con varios proyectos aún encima de la
mesa (entre ellos el de A. I.
Inteligencia artificial que completará más tarde Steven Spielberg, pero
antes tiene tiempo de dejarnos una última joya. El proyecto de Eyes wide shout lleva veinte años
durmiendo en un cajón el sueño de los justos, pero el director ha leído la
novela de Arthur Schinztler que la inspira mucho antes. Ha sido una de las
recomendaciones del psiquiatra que el director ha visitado durante el rodaje de
Espartaco para librarse de la
ansiedad a la que le estaba sometiendo Kirk Douglas. Kubrick convierte un drama
erótico en una profunda reflexión psicológica sobre el matrimonio, el deseo
sexual y los celos. El protagonista del film, un joven médico neoyorkino con
una posición acomodada en la vida, cae en las redes de una misteriosa secta,
después de que su esposa le confiese que tiene fantasías eróticas con un
desconocido con el que una vez mantuvo relaciones sexuales. Cine incómodo,
agresivo y perturbador al tiempo que, como siempre en su autor, inteligente e
hipnótico. Kubrick se benefició del tirón comercial con el que contaba su
pareja protagonista, Tom Cruise y Nicole Kidman, por entonces también
matrimonio en la vida real. Tom y Nicole se separarían meses después de rodar
la película, y cuenta la leyenda que tuvo bastante que ver la presión psicológica
a la que fueron ir sometidos durante el rodaje, por cierto el más largo de la
carrera de un director, ya de por si célebre por dilatar sus rodajes más de la
cuenta. No sé si es por tratarse del último título en la trayectoria de
Kubrick, lo cierto es que tengo la impresión de que no es una película lo
suficientemente valorada dentro de la misma, cuando precisamente por su carácter testamentario debería ser
merecedora de justamente lo contrario. Y más cuando- yo hace tiempo que no la
reviso- a juicio de un buen amigo, es una película a la que el paso del tiempo
le sienta sorprendentemente bien, y gana con cada nuevo visionado. Pero, ¿acaso
hay alguna película de Kubrick que no gane y no nos sorprenda en cada nuevo
visionado?
Cuentan las crónicas de la época que a mediados del siglo
XVIII en un pequeño pueblecito de Irlanda vivió un apuesto y ambicioso joven
llamado Redmond Barry. Las crónicas hablan de cómo en el plazo corto plazo de
unos años, Barry asciende en la escala social y pasa de ser un plebeyo de baja
cuna a convertirse en aristócrata. Siendo
todavía un niño, Redmond pierde a su padre en un duelo de honor, y queda al
cuidado de su madre y de unos parientes que procuraron su manutención y
hacienda. Pasados unos años, el muchacho se enamora perdidamente de su prima
Nora que, si bien intenta seducirle al principio por pura diversión, prefiere dejarse
querer por el capitán Quin, un capitán del ejército inglés que está destinado
en la zona. Durante la cena en la que Nora y Quin anuncian su compromiso, se produce
un altercado entre el militar y Redmond que le arroja un vaso de vino a la cara
en señal de desprecio. El consiguiente
duelo entre ambos se salda con el triunfo del joven que se ve obligado a huir
de la aldea y abandonar a su madre por temor a las represalias.
Redmond emprende entonces camino rumbo a Dublín en busca de
una nueva vida, y en el trayecto sufre el asalto de dos landrozuelos, padre e
hijo, que le quitan todo el dinero que llevaba encima. El joven se alista
entonces en el ejército inglés que está reclutando soldados entre la población
para participar en la inminente Guerra de los Siete Años en la que participaría
Inglaterra entre 1754 y 1763, Durante su estancia en el campamento, Redmond
descubre la dureza de la vida militar, y ya en el campo de batalla se arrepiente
de su decisión. Traba amistad con un oficial que conoció a Quin que le confirma
que su duelo con el capitán fue una farsa preparada por la familia de Nora para
quitarle de en medio (las balas eran de fogueo). Al morir, este oficial, Barry
queda muy deprimido y piensa seriamente en desertar.
La oportunidad surge cuando oye que uno de los soldados ha
de partir a Bremen para entregar unos despachos. Redmond roba los documentos
del bolsillo del correo, aprovechando que este se halla tomando un baño en el
rio. Después de caminar días y días, sin rumbo y sin probar bocado alguno,
encuentra a una joven campesina que le acoge en su casa durante un tiempo. De
nuevo, en ruta, se topa con el capitán Prozdof del ejército prusiano, aliado
natural de Inglaterra que le invita a pasar una temporada a su palacio. Sin
embargo, Prozdof descubre que es un farsante y le propone alistarse como
soldado para evitar la cárcel. Dos años después, Barry abandona para siempre
los uniformes y cambia de oficio. Un tío
de Prozdof, ministro de la policía prusiana, le encarga infiltrarse en el
servicio de un noble, le Chevalier du Balibari, para descubrir si en realidad
es un espía. El joven se presenta ante
Chevalier, y tras estudiarle detenidamente decide contarle la verdad. Barry se dedica a hacer el paripé frente a
Prozdof y a su tío, y cuando por fin les confirma que Chevalier es un espía,
ambos ya tienen planeado el plan de fuga. Cuando la guardia se presenta ante
Chevalier con la orden de dejarle al otro lado de la frontera, quien aparece
entre ellos es el propio Redmond disfrazado. Gracias a esta artimaña, el joven
se ve de nuevo libre.
Barry y du Babalier se reúnen y se dedican a recorrer las
diferentes cortes europeas asaltando la
banca en las mesas de juego. Cuando llegan a Spa, en Bélgica, Redmond conoce a
lady Lyndon, esposa del valedor real Charles Lyndon, un anciano paralítico y
con un pie en la tumba. Redmond decide enamorarla, y al morir el marido ya
tiene el campo libre para casarse con ella. Redmond Barry es ahora Barry
Lindon.
Lady Lyndon enviuda con un hijo a su cargo, lord Bullindgdon
que desde el principio ha calado a Redmond y le odia profundamente. Tras darle
un hermanastro, Brian, Barry deja de consumar el matrimonio y se dedica a
cortejar a otras mujeres, sin abandonar la obsesión por hacerse con un título
nobiliario y por tanto una renta vitalicia. Su madre, que se ha trasladado a
vivir con su hijo, se lo recuerda continuamente. Barry se dedica en cuerpo y
alma a su hijo pequeño al que adora, provocando los celos de lord Bullingdon
que abandona definitivamente a su madre tras recibir continuas humillaciones
por parte de Redmond.
La desgracia se ceba con los Lyndon cuando el pequeño Brian
muere tras caer de un caballo que su padre le ha regalado por su cumpleaños.
Lady Hamilton intenta envenenarse y a consecuencia de ello queda trastornada,
mientras su esposo cae en la bebida. La
madre de este último decide tomar las riendas de la economía familiar
provocando las iras de lord Bulldingdon que vuelve dispuesto a consumar por fin
su venganza contra su padrastro. Barry y el joven se citan en un duelo en un
granero abandonado. La suerte sonríe Bullingdon que es el primero en disparar,
pero sus nervios le traicionan y el arma detona
accidentalmente. Barry dispara al suelo y desaprovecha también su turno.
Finalmente Bullingdon apunta a una pierna de su rival y le hiere gravemente.
Mientras Barry es atendido por unos médicos en una posada
aledaña, Bullingdon toma posesión de la casa Lyndon. A cambio de una pensión de
quinientas guineas, Redmond, que ha perdido definitivamente la pierna, debe
renunciar a sus ambiciones y marcharse.
Las crónicas dicen que estos hechos ocurrieron durante el reinado de
Jorge III cuando los antedichos personajes vivieron y disputaron; buenos o
malos, hermosos o feos, pobres o ricos, todos son iguales ahora.
A mediados de la década de los setenta, después de adaptar a
Nabokov, Clarke o Burgess, Stanley Kubrick lleva al cine la novela del escritor
inglés William Makepeace Thackeray, La suerte de Barry Lyndon, publicada
por vez primera en 1844. Considerado el segundo autor más importante de la
época victoriana por detrás de Charles Dickens, Thackeray cultiva el realismo
en su vertiente más satírica, siendo su obra más conocida La feria de las vanidades, llevada también a la gran pantalla en
varias ocasiones. Los críticos determinan
que La suerte de Barry Lyndon es una
autobiografía ficticia que además comparte parcialmente detalles de la vida del
aventurero irlandés Andrew Robinson Stoney, ascendiente de la reina Isabel II.
La obra es una mezcla de novela picaresca, histórica, satírica y de aventuras,
con un componente sentimental y sexual muy importante.
Con excepción de Espartaco,
fechada en la Antigüedad clásica, en 1975 Kubrick no se ha enfrentado todavía a
la novela histórica en su filmografía. Ahora tiene la oportunidad de viajar
hasta el siglo XIX para contar una historia ambientada en el siglo anterior que
además combina crítica social con alegoría moral. Kubrick tiene ante sí a un
personaje que para él es todo un caramelo, un pícaro, un sinvergüenza, un
arribista sin escrúpulos. El mensaje de la película, como en su día lo fue el
de su original literario, no puede ser más descorazonador: para avanzar y
prosperar en la vida, el hombre debe mentir, engañar, fingir, sobornar,
extorsionar,… y en el fondo todo será en vano, llegue al final de sus días rico
o pobre, feo o hermoso, valiente o cobarde, morirá y morirá solo.
Es ahí donde surge el Kubrick más escéptico del que hablan
los críticos. El cineasta jamás se ha permitido un gramo de moralina en sus
películas, deja que esta sean objeto de debate para el espectador una vez ha
abandonado la sala de proyección. Tal vez, obligado por el material literario
que maneja, aquí resulta más concluyente que en otras ocasiones. Al igual que
Thackeray, Kubrick censura sin piedad al hombre de su tiempo; los dos autores
conciben sus obras como un catálogo de vicios del hombre de sus respectivos
tiempos.
La película tiene la virtud de situarse en el periodo de la
Guerra de los Siete Años, entendido por los historiadores como uno de los
episodios clave que marcan la transición entre la Edad Media y el mundo
contemporáneo. Una voz en off acompaña al protagonista en sus andanzas y
anticipa todos los peligros a los que va a enfrentarse (sin que ello moleste en
absoluto) para pasar de ser un espíritu romántico y libre a un redomado cínico.
Con Kubrick nos zambullimos en la Historia misma y somos testigos de los
cambios que supondrán el desmoronamiento del Antiguo Régimen. Redmond quiere
ser un noble en un mundo que ya no quiere nobles. Forma parte de su tragedia y a
fin de cuentas también de su caída.
El retrato cínico del personaje principal y de la sociedad
en la que vive concuerda con la visión pesimista que tiene Kubrick acerca de la
condición humana. Sin embargo, y de forma paradójica, este retrato triste y
desencantado en el fondo no puede resultar más bello en la forma. El XVIII fue
un siglo pródigo en guerras, pestes y hambrunas, pero también fue un siglo de
arte en el que vieron la luz grandes obras maestras de la música o la pintura.
Kubrick se revela como el gran maestro de la puesta en
escena en - oh, qué temeridad la mía- su película más cuidada desde el punto de
vista estético. La tragedia se intuye tras los contundentes compases iniciales
de la Sarabande de Haendel que no
dejan en ningún momento de resonar en nuestra mente mientras nos extasiamos contemplando
las pinturas de Reynolds o Hogarth. La
propia película, cada uno de sus fotogramas, podría pasar por uno de esos
cuadros, especialmente en los momentos en los que la profundidad de campo
cinematográfico cobra su sentido más pleno. Kubrick quiso que, a pesar de su
mensaje, el suyo fuese un film luminoso, y asumió como reto técnico trabajar
íntegramente con luz natural. El camarógrafo John Alcott recogió encantado el
guante y salió más que airoso del envite, logrando uno de los trabajos de
fotografía más espectaculares de todos los tiempos. La película, y las
exigencias de su autor, propiciaron que Alcott experimentase con nuevas formas
de iluminación, especialmente en interiores donde muchas escenas se rodaron con
velas como única fuente lumínica. Kubrick y Alcott estudiaron minuciosamente la
pintura de la época para tratar de emularla en los planos, desechando así la
forma tradicional de fotografiar las películas de época. A tal fin, contaron
también con un juego de lentes que había diseñado la casa Zeiis para una misión
de la NASA y que la compañía aeroespacial cedió a Kubrick para el rodaje (los
amantes de las conspiraciones que niegan que creen que la llegada de Neil
Arsmtrong a la Luna fue en realidad un montaje y una “película” más de Kubrick,
señalan que se trató de un favor por los servicios prestados)
En conclusión, Barry
Liyndon resulta finalmente una película deslumbrante, de belleza contenida
y engañosa; en el caso del hombre, solo
es bello aquello que es efímero o aparente o las dos cosas a la vez. Debajo de
las pelucas y los polvos de arroz se esconde lo peor del la condición humana,
los vicios, la corrupción. El escéptico Kubrick nunca confió en la bondad de los
desconocidos ni creyó demasiado en la de sus semejantes. Al igual que a Welles, el otro gran
virtuoso del cine por excelencia, a Kubrick se le acusa de ser un narrador frío
y distante. Muchos, como el crítico Roger Ebert, hablan de la “arrogancia del
genio”. Solo los grandes genios de verdad se pueden permitir el lujo de resultar arrogantes de vez en cuando.
Comentarios
Poco se puede añadir a lo que ha dicho Dex, que sé que ha puesto un especial cuidado para hablar de un maestro que, a poco que te pongas, te sobrepasa en todo y parece que te exige más que si hablaras de cualquier otro cineasta. Su filmografía, especialmente a partir de "Atraco perfecto", me parece impecable, por mucho que siempre haya los "haters" que intenten echar para abajo a los que verdaderamente son maestros en esto de hacer cine.
Es verdad que a algunos puede parecer excesivo, distante o, incluso, críptico aunque yo creo que, a cada nuevo visionado, se pueden ir desentrañando sus intenciones y pensamientos. Si la perfección se ha hecho cine en alguna ocasión, se hubiera llamado Kubrick. Y no, todavía no hay nadie que le haya podido igualar. Martin Scorsese confiesa que no sólo Kubrick es el mejor cineasta de la historia, sino que "Barry Lyndon" es, además, una obra maestra incontestable, única y absolutamente perfecta.
Quizá tan sólo habría que mencionar que el director previsto para dirigir "El rostro impenetrable" era Stanley Kubrick, pero que debido al choque de egos con Brando, fue despedido con este famoso diálogo:
Kubrick: Marlon, le estoy dando vueltas al argumento y todavía no sé muy bien de qué va.
Brando: Va de que, en calidad de productor, tengo que pagar una millonada de Karl Malden por cada día de retraso.
Kubrick: ¿Sí? Pues entonces creo que será mejor que te busques a otro para dirigirla.
Según parece los retrasos no eran culpa de Kubrick, sino del propio Brando que albergaba el secreto deseo de dirigir él mismo la película. De hecho, ya había despedido anteriormente al primer director previsto, Sam Peckinpah.
Gracias por el gus, de rodillas, damas y caballeros.
Abrazos en duelo.
Y bien, por traer "Barry Lyndon", quizá como espectador me guste más "Atraco perfecto" o "Senderos de gloria" y hasta "Espartaco", pero como cinéfilo quedo rendido ante esta maravilla de película. Estoy muy de acuerdo con Scorsese en la apreciación.
Ya conocéis mi poco apego por "2001,..." (como espectador, claro) y mis pocas simpatias hacia "la naranja mecánica". Incomoda me resulta "Telefono rojo..." a pesar del humor, nunca pude quitarme de la cabeza a Slim Pickens cabalgando una bomba atómica. A "Eyes wide Shut" me parece que le lastra precisamente lo que en su momento le dio resultado, la pareja protagonista, a mi me parece que a Tom le venía bastante grande esta película (quiza la misma Nicole le venía grande). Y "La chaqueta metálica" siendo una enorme película me parece que está superada en grandeza e intenciones por Coppola y su "Apocalyse Now". Y "El resplandor" me gusta mucho, aunque no me parezca tan terrorífica como muchos pretenden, peor lo cierto es que es innegable que algunas de sus imágenes serán para siempre iconos del cine de terror . Para mi, uno de los desaciertos en este caso es el doblaje en español, que el mismo Kubrick seleccionó buscando voces que sonasen como las originales y que según parece estuvo encantado con el resultado final (como no entendía ni papa de español, lesonaba bien lo que escuchaba). Lo que pasa es que para la audiencia española, aquellas voces de Joaquín Hinojosa y Verónica Forqué no eran capaces de lograr la intensidad dramática que los maestros del doblaje de entonces conseguían, como Manuel Cano en "Alguien voló sobre el nido del cuco" o "Chinatown" o Rogelio Hernandez en una gran cantidad de películas posteriores.
Pero "Barry Lyndon" que en su momento me pareció algo lenta y hasta aburrida, me fue ganando en cada nuevo visionado y ha llegado a convertirse como digo en una obra maestra, genial e irrepetible.
Por cierto, uan vez intente una seducción similar a la de Lady Lyndon y no me fue mal, salvo que no acompañé a la dama en cuestión (una chica muy guapa) a la terraza (era un pub y ella salió a la calle) porque llevaba más de dos copas y las urgencias urinarias se interpusieron en lo que apuntaba ser un tórrido romance, cuando salí de la evacuación ella ya no respondía a mis miradas y se marchó con sus amigas poco tiempo después. La realidad siempre es más prosáica.
Sin embargo algunos guses escritos en prosa son pura poesía, para muestra un botón.
Abrazos a la luz de las velas.
Así es también Barry Lindon, un poema audiovisual que nos muestra cada vez que la vemos cosas nuevas que suponen puro deleite.
Es una de mis peliculas favoritas de Kubric no sólo por lo que vemos, comos se nos cuenta y la manera en que se hace, también por lo que escuchamos, su banda sonoroa es impresionante.
Gracias, por el Gus, una maravilla.
Besos con florete.
Albanta
Y cuánto se aprende con vosotros sobre cine.
Abrazos de agradecimiento