EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XLIII)


“La aceptamos, la aceptamos, es de los nuestros, es de los nuestros”




LA PARADA DE LOS MONSTRUOS (Freaks) USA, 1932. Dir Tod Browning, con Wallace Ford, Leyla Hyams, Harry Earles, Daisy Earles, Olga Barclanova (64 min).



Tal vez con permiso de Federico Fellini y de George Meliès, nadie como Tod Browning para personificar en una sola figura los orígenes circenses del denominado séptimo arte. Browning fue cocinero y después fraile. Antes de dedicarse por completo al cine,fue payaso, bailarín y mago, formando parte de una “troupe” de artistas ambulantes con la que recorrió el país durante su juventud. La fascinación que desde su más tierna infancia había ejercido el mundo del espectáculo en el imaginativo Albert, ese era su nombre real, le llevó a huir del hogar paterno a los dieciséis años para intentar abrirse un hueco entre la farándula. Poco a poco, la magia del circo fue siendo sustituida por la magia del cine y de las cámaras, esos artilugios prodigiosos capaces de hacer aparecer imágenes a la vista de uno, y hacerlas desaparecer segundos después como por encantamiento.  Pronto aprendería el joven Tod que no era el arte de birlí y birloque lo que hacía que aquellas imágenes se esfumasen, sino el arte del montaje; lo aprendería además del más grande, David W. Griffith para quien llegaría a trabajar algunos años en los inicios de su carrera.

Nacido el 12 de julio de 1880 en Louisville, Kentucky, la vida de Albert “Tod” Browning resulta casi tan fascinante como cualquiera de sus películas, siendo de esas que, sin ninguna duda, debería ser llevada a la pantalla. Con la cantidad de biopics dedicados a pioneros del cine y a celebridades del arte en general que se despachan en la actualidad no sé cómo aún no se le ha ocurrido a nadie ya la idea. Tras abandonar su primera compañía ambulante, Tod se une al mítico Rindlging Brothers Circus y de allí pasa a dirigir un teatro de variedades de Nueva York donde conocerá a Griffith que lo ficha para Biograph Company. En 1913, en el apogeo de la llamada guerra de patentes, el director rompe su compromiso con el estudio y se desplaza a California para fundar Reliance Majestic Studios. Browning le sigue y comienza a trabajar para él en varios cortos, llegando incluso a intervenir posteriormente en un pequeño papel de su película Intolerancia (1916).

Un año antes Tod había sufrido un grave accidente de automóvil que le dejará destrozada una pierna y le mantendrá postrado en cama una larga temporada (en el percance murió uno de sus dos acompañantes, el actor Elmer Booth).  Durante su convalecencia se dedica a escribir guiones y decide que jamás volverá a ponerse delante de una cámara.  Como vimos, Browinng solo incumplirá una vez su promesa para ponerse esporádicamente a las órdenes de su jefe; su retorno al cine se producirá ya como director.

Jim Bludso (1917) supone su debut como realizador; el film tiene como protagonista al capitán de un barco que debe salvar a los pasajeros y a la tripulación de su nave cuando esta sufre un incendio en alta mar. La película obtiene buenas críticas, aunque en la actualidad es inencontrable. Ese mismo año, Tod se casa con la paleontóloga Alice Wilson y dirige dos nuevas películas para la Metro a mayor gloria de Mabel Tallafero, una de las estrellas del momento Después de romper con los estudios del león, al año siguiente se une a Bluebird Productions filial de la Universal, y allí tiene lugar el encuentro con dos figuras claves en su carrera: el productor Irving Thalberg y el actor Lon Chaney.  Browning dirige por primera vez a Chaney en La rosa del arroyo (1919), película de la que en la actualidad se conservan 59 de los 74 minutos del metraje original, y que cuenta la historia de una muchacha infiltrada en una banda de ladrones que se enamora del dueño de una de las mansiones en la que los delincuentes han entrado a robar. 

La fusión entre melodrama e intriga criminal proporciona buenos resultados al director que vuelve a repetir la fórmula en algunos de sus primeros títulos de los años veinte como Fuera de la ley (1920), también con Chaney, o El tigre blanco (1922). Sin embargo, por la misma época, Browning se hunde en una grave depresión que le lleva a su vez a caer en el alcoholismo como consecuencia del fallecimiento de su padre y de la petición de divorcio por parte de su esposa.

En 1925, ya en parte recuperado de esta pequeña crisis Browning vuelve a trabajar para la Metro y firma el primero de los grandes éxitos de su filmografía. De nuevo con Lon Chaney en lo alto del cartel, en El trío fantástico, el artista rememora sus días bajo la carpa contando la historia de un enano de circo, un forzudo y un ventrílocuo con trastornos de personalidad que aprovechan los ratos en los que no hay función para desvalijar casas. El impacto de la película propició el rodaje en 1930 de una nueva versión ya en la época del sonoro, que a su vez supondría la única ocasión en la que se pudo oír en pantalla la voz de Lon Chaney padre. El actor moriría a las pocas semanas del estreno, víctima de un cáncer de garganta.

Chaney se convierte en el protagonista habitual del cine de Browning en las vísperas de la llegada del cine hablado, siempre en la piel de personajes de carácter oscuro que se mueven por ambientes siniestros y turbios. Títulos como Maldad encubierta (1926) o London after midnight (1927) hablan por sí solos del tipo de películas a las que nos enfrentamos.  Tampoco el metraje de este último film se conserva hoy en día en su integridad, aunque durante años circuló la leyenda de que un coleccionista privado guardaba en su poder una copia completa de la cinta en la que por primera vez en el cine de Browing aparece el personaje del vampiro. En estas llega Garras humanas, también de 1927, todo un clásico considerado como el antecedente más inmediato de Freaks, al desarrollar la historia de un triángulo amoroso localizado además en el mundo del circo.  La pareja de Lon Chaney en la película es una jovencita de veintidós años que responde al nombre de Joan Crawford.

A la muerte de Chaney, el director firma un contrato con la Universal para llevar a la pantalla en 1931 el clásico de Bram Stoker Drácula. Browning quería para el protagonista una cara nueva, un actor desconocido para el gran público, a ser posible de origen europeo, que ayudara a extender un halo de misterio sobre el personaje. Finalmente, el estudio le ofreció a Bela Lugosi que ya había interpretado al famoso conde en varias representaciones en Broadway durante los años anteriores.  Lugosi había nacido además en territorio de la actual Rumanía cuando el país aún pertenecía al Imperio austro-húngaro, y se haría famoso en Hollywood por su participación en películas de terror y de corte fantástico. En los últimos años de su carrera se convirtió en el intérprete fetiche del Ed Wood, considerado el peor director de cine de la historia, a quien Tim Burton dedicó un biopic en 1995. El gran Martin Landau recibió un merecidísimo Oscar como secundario del año por interpretar en esa película el papel de Lugosi, cuyo peso dentro de la trama era bastante relevante.

Son los años en los que la Universal comienza a completar su impresionante catálogo de películas de terror. En realidad, todo es producto de la política de los estudios a consecuencia de la rivalidad que se ha establecido entre ellos. Si la Metro parece especializada en el musical y la RKO se ha hecho fuerte en el terrero de la comedia, la compañía de Carl Laenmmie pretende que hacer del género de terror su seña de identidad., de forma que no haya monstruo ni personaje abominable de la literatura clásica que se quede sin su película. Y así, además del Drácula de Browning, surgen en este periodo títulos como El doctor Frankenstein (James Whale, 1931), La momia (Karl Freund, 1932), El hombre invisible (James Wahle, 1934) o más adelante El hombre lobo (George Waggner, 1941). Por supuesto, no tardan en aparecer las inevitables secuelas, y así, de repente, a Drácula y a Frankenstein comienzan a salirles novias e hijos por todas partes.

La de Browing es una de las primeras adaptaciones que se hacen para el cine del mito de Drácula, y desde luego la que durante la época clásica se acerca de un modo más fiel al texto de Stoker. Uno de los films que siguen a Freaks en la filmografía de su autor es una nueva versión de London after midnight que llevará por título La marca del vampiro (1935) y tendrá como protagonista a Bela Lugosi, si bien interpretando a un solo personaje, el del detective, y no a dos como Chaney que en el film original se hacía cargo además del papel del vampiro. La censura se vio obligada a intervenir para eliminar todo vestigio que insinuase la relación incestuosa que se establecía entre este último personaje y una de sus hijas, una idea que sí aparecía en el guion escrito por Guy Endore y Bernard Schubert a partir de una historia que había concebido el propio Browning en la obra original.  Por supuesto, el director se mostró muy disgustado con esta intervención.

No sería el último encontronazo entre el cineasta y los censores que también aplicarían la tijera en su siguiente largometraje, Muñecos infernales (1936). En él se nos contaba la odisea de un preso, encarcelado injustamente en la Isla del Diablo, que tras escapar del penal se hace con una extraña pócima capaz de reducir el tamaño y la inteligencia de los seres humanos. El fugado comienza a usar su nueva arma disfrazado de venerable ancianita mientras dibuja en su cabeza el modo de vengarse de quienes le enviaron a presidio. Fiel a su estilo, Browning cierra su filmografía con Milagros en venta (1938), la historia de un mago mentalista que se compromete a proteger a una mujer que ve cómo sus amigos van poco a poco siendo asesinados uno a uno.

En 1944, fallece Alice Wilson con quien el cineasta se había reconciliado unos años antes. Browning ve cómo por error aparece en los periódicos su propia esquela, y aprovecha la circunstancia para desaparecer literalmente de la faz de la tierra. En los últimos años de su vida, solo sus más allegados tuvieron acceso a él. Se compró una casa en Malibú y se retiró de los focos y del mundanal ruido. Maureen O ´Sullivan, que había protagonizado para él Muñecos infernales, fue su vecina durante años, pero en todo ese tiempo apenas pudo verle una vez, según contaría después. A mediados de los cincuenta se le diagnosticó un cáncer de laringe, la misma enfermedad que se había llevado al otro mundo a su amigo Lon Chaney. El director moriría en 1962 olvidado por todos. Un año más tarde, el Festival de Venecia proyectaba una copia restaurada de Freaks provocando un shock tremendo; por fin, el mundo estaba preparado para descubrir quién había sido Tod Browning.



El escenario es lo que parece a todas luces el último grito en lo que a galerías de los horrores se refiere. Seguido por una multitud curiosa, el guía muestra a su público las diferentes y monstruosas especies que allí se exhiben al tiempo que explica su procedencia y el lugar en el que fueron halladas. Criaturas deformes, amorfas, infrahumanas, auténticos fenómenos de la naturaleza que provocan el espanto en quien las ve. Al llegar a un cubículo cerrado, el guía se detiene para comentar que ignora el origen de la mujer que se encuentra en su interior. No la vemos, pero su aspecto debe ser espeluznante; una mujer vuelve la cara para no seguir mirando aquello.

Nos encontramos ahora en un lugar indeterminado de Francia hasta donde ha llegado el circo de Mrs. Tetrallini, dispuesto a hacer las delicias de chicos y mayores. El grueso de trabajadores del circo lo compone un grupo de seres deformes que también son exhibidos en la pista como fenómenos de la naturaleza: la mujer barbuda, las hermanas siamesas Daisy y Violet, el hombre tronco (sin piernas ni brazos), las trillizas microcéfalas o el hermafrodita, mitad hombre, mitad mujer, son algunos de los componentes de esta singular “troupe”. Junto a ellos, también trabajan y viven en el circo artistas “normales” como el payaso Phroso, la trapecista Cleopatra o Venus, la domadora de focas.

Hans y Frida son dos enanos que también trabajan para Mrs. Tetrallini y que acaban de comprometerse. A pesar de que Hans no hace más que jurarle a Frida que está muy enamorado y que solo tiene ojos para ella, lo cierto es que últimamente coquetea más de la cuenta con Cleopatra, la escultural trapecista, que a su vez se deja querer. Frida está celosa y tiene motivos, pues está convencida de que Cleo utiliza a su novio para reírse de él y para sacarle los cuartos. Así se lo cuenta a su amiga Venus que acaba de romper con Hércules, el forzudo del circo, al descubrir que también a este solo le interesa el dinero. Venus ha empezado a verse con Phroso, uno de los payasos, que siempre se ha sentido atraído por ella.

Pero en el circo hay más personas que tienen problemas sentimentales. Roscoe, un actor tartamudo que aparece en el número de Hércules disfrazado de mujer, ha pedido en matrimonio a Daisy, una de las hermanas siamesas. Y claro, siempre se está quejando de que cada vez que quiere estar a solas con su novia, Violet pone la excusa de que tiene que marcharse a otro lado. Además Roscoe acusa a su futura cuñada de beber demasiado, culpándola directamente de las resacas que sufre su prometida. Cuando se case será peor, pues Violet se pasará las noches leyendo con la luz encendida sin dejar poder dormir a la pareja. La cosa se complicará definitivamente cuando a Violet se le declare otro hombre.

Mientras, Frida ha decidido agarrar el toro con los cuernos y se presenta en el carromato de Cleopatra para pedirle que no le haga daño a Hans, que ella sabe que se está burlando de él y todas sus atenciones se deben únicamente al interés que ella tiene por la herencia que acaba de recibir. La trapecista que no sabía nada de esa herencia se frota las manos ante la nueva situación que no tarda en contarle a Hércules, convertido ya en su amante. Los planes de la pareja parecen claros; primero Hans y Cleo se casarán, y después la mujer irá poco a poco envenenando al marido hasta enviudar y quedarse con toda la herencia.

La boda tiene lugar en la pista central del circo en un clima de absoluto jolgorio. Después de tomar unas copas de más, Cleo se ríe abiertamente en la cara de Hans, e incluso se atreve a besar en la boca a Hércules delante de todos y de su esposo que de tan enamorado que está no percibe la burla. Frida contempla la escena impotente, y se retira llorando.  Cleo ha vertido previamente unas gotas de veneno en una copa de vino que ha dado a beber a su marido. A continuación, los enanos deciden hacer un brindis por Cleo a la que reconocen como una más entre ellos iniciando una especie de ritual en la que todos han de beber de una misma copa. Pero al llegar el turno de la trapecista, esta se indigna y les arroja el vino llamándoles monstruos.

En los días posteriores al enlace, Cleo se disculpará ante Hans aduciendo que sus groserías y sus salidas de tono en la mesa fueron producto del exceso de alcohol. Este a su vez caerá enfermo ya que ha comenzado a sentir los efectos del veneno que la trapecista le ha ido administrando en pequeñas dosis durante las comidas.  Sin embargo, los amigos del enano vigilan de cerca a la mujer y descubren sus malvadas intenciones poniendo sobre aviso al enfermo que a partir de entonces escupe las cucharadas con la medicina que le da su esposa.


Y en ese ambiente, y en medio de un fuerte aguacero, la comitiva del circo pone rumbo a otra ciudad. Esa noche, Hans, que se recupera de su enfermedad y se encuentra acompañado por dos de sus amigos, pide a Cleopatra que le entregue el frasco con el veneno pues ya lo sabe todo.  Sintiéndose acorralada – uno de los enanos saca una navaja y el otro un revolver- la mujer sale de la caravana y huye despavorida entre la lluvia.

Al mismo tiempo, Venus sufre en su carromato el ataque de Hércules al que la domadora había amenazado con denunciar a la policía tras descubrir que él y la trapecista estaban compinchados para matar a Hans. Phroso acude al auxilio de su amada y se enzarza en una pelea con el forzudo del circo. El episodio concluye con el apuñalamiento de Hércules a manos de uno de los enanos.

Volvemos al museo de los horrores donde empezó nuestra historia. Ahora sí, vemos a la mujer que estaba en el interior del cubículo. Es Cleopatra, y su aspecto, en efecto, no puede ser más monstruoso y terrorífico.

Pasados varios años, Hans vive recluido en una gran mansión, solo. Su mayordomo le anuncia una visita pero él no recibe ya visitas nunca. Sin embargo, a esta no podrá resistirse. Es Frida que, acompañada por Venus y Phroso ha venido para quedarse con él.  Hans llora amargamente en el regazo de su antigua novia, mientras ella le consuela diciéndole que él no tuvo la culpa, y que le quiere, le sigue queriendo.




Tras rodar en 1931 para la Universal Drácula, Tod Browning vuelve a la Metro para poner en marcha el que será su siguiente proyecto. Ese proyecto era el de Freaks. Visto hoy en día, parece hasta increíble que la compañía de Samuel Goldwin, conservadora como pocas, accediese a estrenar una de las cintas más polémicas de todos los tiempos. No tardó de todas maneras en arrepentirse. La película fue retirada de los cines a los pocos días de estrenarse después de ver las reacciones del público (desmayos, síncopes…) y fue tachada de “repugnante” El propio Goldwin exigió que el logo MGM desapareciese del cartel de la película, e incluso circuló una leyenda urbana que afirmaba que el negativo original del film se había arrojado al Pacífico, cosa que lógica y afortunadamente no ocurrió. La cinta estuvo prohibida en varios países, incluido Reino Unido que no la estrenó hasta treinta años después de su primera presentación, tras el éxito en el pase de Venecia donde comenzó a ser reivindicada por una nueva generación de cinéfilos. No obstante, la versión que conocemos apenas sobrepasa los sesenta minutos de duración, cuando parece ser que el montaje original rondaba los noventa.

La película se basa en un relato de Tod Robbins titulado Espuelas (Spurs), publicado en 1923, Browning accedió al texto a través de Harry Earles, el actor que en la película interpreta a Hans, que se lo había prestado al poco tiempo de aparecer en el mercado. Earles, por cierto, era uno de los miembros “The doll family”, grupo cómico compuesto por cuatro hermanos afectados de enanismo que triunfó en el mundo del espectáculo en los primeros años del siglo XX. Otra de las componentes del cuarteto era Daisy Earles que en Freaks interpreta a Frida, la prometida de Hans.

El rodaje, que duró aproximadamente un mes, estuvo también rodeado de polémica y, como no podía ser de otra forma, se realizó en un clima de extremada tensión. Buena parte del equipo de la Metro, escandalizado por el aspecto físico de los actores, firmó un manifiesto para exigir al estudio que habilitase un comedor especial para estos. Evidentemente, estos profesionales no tenían ni idea ni del espíritu de la película ni del mensaje que pretendía legar su director a sus contemporáneos y al resto de generaciones futuras.

Lo que Browning quería en realidad era convertir su película en un canto a la invisibilidad y a la diferencia, sacudiendo la moral bien pensante de la época al poner en entredicho el concepto de “monstruosidad”.  En la obra, los “fenómenos” se comportan con dignidad, frente a las actitudes obscenas y materialistas de los “normales”. Ellos son los verdaderos monstruos.  Lejos de generar rechazo, tampoco se pretende proyectar un sentimiento de lástima o pena hacia estas personas que exhiben su solidaridad entre ellos y se comportan como un verdadero bloque cuando de defender sus intereses se trata (“si atacas a uno, nos atacas a todos”, dirán). 

En su afán de dotar a su obra de una mayor credibilidad y contundencia, el director quiso que los personajes fuesen interpretados por actores que tuvieran malformaciones reales sin ocultar nada a la cámara. Echó mano para ello de alguno de sus viejos conocidos de sus tiempos en el circo, así como de otros actores que fue encontrando después en sus recorridos por ferias y atracciones por todo el país. No quiso ni maquillaje ni efectos especiales, aunque el único que se ve lo empleó en el último plano que nos muestra la espeluznante metamorfosis de Cleopatra que iba a ser también el que cerrara el film, aunque al final los estudios impondrían añadir un “happy end” que contrarrestara en parte la crudeza de lo visto antes en pantalla.

El impacto del film a partir de su redescubrimiento a partir de los años 60 traspasa los límites de lo meramente cinematográfico. Fue aquí donde se acuñó por primera vez el término “freak” que ha llegado hasta nuestros días (“friki” en su acepción castellana) para referirse a personas de apariencia extraña o comportamiento poco convencional.  La huella de Freaks se deja ver claramente en la obra de directores como Tim Burton o David Lynch. Y la secuencia de la última cena de Viridiana (Luis Buñuel, 1961) le debe evidentemente mucho a los Evangelios, pero también al banquete de bodas que Tod Browning ideó para Freaks.

Quizá nos encontramos ante la película más valiente que nos ha regalado el cine en su siglo y cuarto de vida. Porque, aún a riesgo de ser engullido por la censura y los prejuicios, su creador, Tod Browning se atrevió a ir más allá del tópico de que la belleza está en el interior. La belleza, la monstruosidad, no está en el interior, en la mayor parte de las ocasiones está en la subjetividad de una mirada.





Comentarios

César Bardés ha dicho que…
EStupenda aproximación al universo de "Freaks" y al de Tod Browning, uno de esos directores fascinantes que empieza a ser un auténtico desconocido para las nuevas generaciones. Lo cierto es que yo vi "Freaks" en un pase del programa mítico de Cine-Club, aquel que exhibía en su presentación la banda sonora de "Mi tío", de Tati. Y me quedé alucinado de lo que había hecho aquel tipo y en la época en la que la hizo. No sólo quería dar visibilidad a los marginados sólo por el mero hecho de sus defectos físicos, sino también dar toda una lección moral sobre el compañerismo y el amor entre personas que no tienen más remedio que ser diferentes. Y que, por el hecho de ser diferentes, no quiere decir que sean peores, todo lo contrario. Hay un alto grado de posibilidades de que sean mejores. Toda una joya del cine que se rescató "in extremis" y que es una obra maestra del cine físico y moral.
Abrazos deformes.
CARPET_WALLY ha dicho que…
Si señor, me sumo tarde al gus, que tenía pintores en casa. Y me encuentro con otro "peaso" a propósito de otro "peaso" película.

estoy seguro de que el objetivo de Tod era mostrar lo positivo en lo marginado y la fealdad establecida y lo negativo en lo aparentemente normal, aceptable y bello. La injusticia de juzgar la apariencia física y todas esas cosas. Podría parecer un mensaje banal, algo muy trillado (no tanto en aquella época) o hasta un momento simplista de buenismo. Podría ser todo eso, si, pero no lo es.

Y no lo es porque utiliza el propio rechazo del espectador como refuerzo del prejuicio. Han pasado muchos años y ahora algunas cosas no impactan tanto, pero en aquel momento no era cosa fácil de ver.

El alma puede ser bella, sin importar la envoltura, el papel de regalo puede engañar y ocultar algo podrido. Lo sabíamos, pero si nos lo cuentan así nos llega más dentro.

Si Dex nos cuenta así las 100 películas también ganamos mucho.

Abrazos circenses.

Entradas populares de este blog

Guuud mornins, 14/05/13

EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XLVIII)

EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXV)