GUS MORNINS 26/3/19
“Siempre
veo a Philip Marlowe en una calle solitaria, o solo, en un cuartucho, hecho
añicos…pero nunca derrotado” Raymond Chandler
Hoy vamos a rendir
homenaje a uno de los mejores escritores de novela negra de todos los tiempos,
el gran e irrepetible Raymond Chandler, porque hoy hace exactamente sesenta
años que se fue, dejándonos huérfanos de un tipo de literatura que ya no se
hace, por muchos James Ellroy que haya. Creó, para la eternidad, el arquetipo
de los detectives privados bajo el nombre de Philip Marlowe, un tipo
acostumbrado a hurgar en los peores basureros, a asistir a las peores
corrupciones, a descender los más bajos escalones de la moral…pero manteniendo
viva la llama de su integridad porque eso, en el fondo, le hacía todavía
considerarse a sí mismo un ser humano. Creo que todos, alguna vez, hemos
deseado ser él.
Raymond Chandler nació
en Chicago, en 1888. Su padre era un ingeniero maltratador que se divorció de
su mujer y, después de una temporada con sus tíos maternos, ella llevó al
pequeño Ray a Inglaterra para recibir una formación de élite. Eso fue posible
porque un tío de su madre, irlandés de nacimiento y abogado por más señas,
consiguió que el chaval entrara en el prestigioso Durwich College de Londres,
donde Ray permaneció desde los doce hasta los diecisiete años. Allí, Ray se
entusiasmó con los clásicos. Y, una vez terminada la enseñanza obligatoria, se
dedicó a viajar durante dos años por Francia y Alemania. De vuelta a Londres,
con diecinueve años, Ray entró a trabajar en el Almirantazgo británico, y lo
dejó pronto porque no simpatizaba con la disciplina militar. Así que se hizo
reportero del London Daily Express y de la Bristol Western Gazette, donde
empezó a demostrar que escribía como los ángeles. Comenzó a publicar poemas e,
incluso, su primer relato, El romance de
la rosa. Cinco años después, con veinticuatro, pidió dinero prestado a su
tío y regresó a los Estados Unidos, instalándose en San Francisco donde
aprendió contabilidad por correspondencia, para trasladarse a Los Ángeles al
año siguiente.
Se alistó en el
ejército canadiense para luchar en la Primera Guerra Mundial y combatió en las
trincheras del frente francés e, incluso, comenzó un curso de piloto para
ingresar en la RAF en el momento en que la guerra terminó. Volvió a Los Ángeles
y encontró trabajo en un banco y, en 1924, se casó con Cecily Bowen, una mujer
que era dieciocho años mayor que él. En contra de la opinión de todos los que
le rodeaban, el matrimonio duró hasta el fallecimiento de ella, treinta años
después.
En 1932 y debido a sus
contactos en el sector bancario, Raymond Chandler fue nombrado Vicepresidente
del Dabney Oil Syndicate y comenzó a ganar mucho dinero. Sin embargo fue
despedido de forma fulminante debido a sus continuos tonteos con el alcohol y
con las secretarias. En 1933 decidió ser escritor.
Su primer relato fue Los chantajistas no disparan y ya se
nota el tono característicamente irónico que iba a presidir toda su obra
posterior. Él reconoció que quería imitar a Dashiel Hammett en su estilo, pero
consiguió formar un estilo propio basado en el cinismo con ingenio, mordacidad,
idealismo y honradez.
Aprovechando el género
que estaba inventando, Chandler denunció la corrupción de la sociedad con sus
inevitables secuelas de crímenes e injusticia. Y publicó 19 relatos cortos con
el fin de pulir su inimitable forma de escribir. Así, en 1939, publica su
primera novela: El sueño eterno,
donde su héroe, Philip Marlowe, aparece por primera vez.
En el cine fue llevado
dos veces a la pantalla. La primera, bajo el mismo título, con Humphrey Bogart
de protagonista. Quizá Bogart no sea Marlowe, pero es indudable que el actor,
con su rudeza y su cinismo, consiguió hacer un Marlowe propio.
En 1978 se hizo
un remake con Robert Mitchum, mucho
más cercano al personaje aunque el error estribaba en actualizar la trama a los
propios años setenta, despojándola del encanto propio de la época.
En 1940 publica Adiós, muñeca, quizá la novela suya que
mejor ha sido adaptada, también en dos ocasiones. La primera, bajo el título de
Historia de un detective, con Dick
Powell, la película que toda la nouvelle
vague bautizó como la más genuina de cine negro de la historia.
La segunda,
con su título original, con Robert Mitchum en una maravillosa adaptación,
climática y, esta vez, sí, conservando la ambientación original bajo la
dirección de Dick Richards.
A continuación,
escribió La ventana alta, que fue
adaptada al cine con el improbable título de Tiempo de matar y cambiando, incomprensiblemente, el nombre del
protagonista por el de Michael Shayne (Lloyd Nolan), mucho menos mágico. La
película no salió de los circuitos de serie B, pero en 1947 ya se llevó con
Marlowe como protagonista, esta vez incorporado por George Montgomery. Tampoco
cuajó demasiado el intento (llevaba por título El doblón Brasher) y quizá sea uno de los mayores fracasos a la
hora de adaptar una novela de Raymond Chandler.
En 1943 publica La dama del lago, que fue llevada al
cine a modo de experimento cinematográfico por Robert Montgomery, que también
incorporó al detective en apenas un par de escenas (toda la película está
rodada en plano subjetivo y sólo se ve a Marlowe cuando se mira en el espejo).
Aunque hoy en día está considerada una rareza no cabe duda de que merece otra
adaptación más “normal”. Es evidente que la intención de Montgomery fue llevar
el relato de Chandler, que siempre es en primera persona, a las últimas
consecuencias de la subjetividad, porque todo se tiene que ver a través de los
ojos de Marlowe.
En 1944 se abre un
paréntesis en su creación porque Chandler, con un escepticismo más que
evidente, acepta la llamada de Hollywood para trabajar como guionista y su
estreno no puede ser mejor. Se trata de adaptar la novela de James M. Cain Perdición al lado del gran Billy Wilder.
Sus relaciones fueron desastrosas. Bien es sabido que el método de escritura de
guión de Wilder era agotador para sus colaboradores porque consistía en lo
siguiente:
El colaborador, en este
caso Chandler, se ponía a la máquina de escribir mientras que el gran Billy se
paseaba arriba y abajo con un bastón haciendo algo parecido a una lluvia de
ideas. El escritor lo pasaba a papel dándolo forma y Billy lo leía. Si no le
gustaba, que era lo habitual, le ponía de vuelta y media (pero insultándolo muy
en serio) con el fin de espolear su imaginación. La escena se escribía y se
reescribía hasta que Billy daba el visto bueno. Chandler acabó con los nervios
destrozados, odiando a Billy Wilder y odiando el cine. Al final viene la gran
pregunta. ¿Qué parte de Perdición
corresponde a Wilder y qué parte a Chandler? Parece ser que Billy dio forma a
toda la trama mientras que esa maravillosa voz en off que el protagonista,
Walter Neff, va grabando en su dictáfono corresponde sólo y exclusivamente a
Chandler así que suya es aquella famosa frase de “nunca pude imaginar que el asesinato olía a madreselva”. Y así es
como nacen las obras maestras.
Con varios guiones de
cosecha propia en el bolsillo (y sin entender demasiado bien por qué no le
encargaban la adaptación de sus propias novelas), Chandler escribió un guión
original para el cine con el título de La
dalia azul. La película fue dirigida por George Marshall, poco más que un
simple artesano de estilo muy sobrio, pero fue todo un éxito. La pareja Alan
Ladd-Veronica Lake fue la protagonista y constituye, quizás, una de sus mejores
películas. Lo cierto es que Chandler dijo que la película le gustaba
bastante…si no fuera por Veronica Lake, que le pareció una chica incapaz de
interpretar una escena de amor.
Harto de que no le
dejaran adaptar ninguna de sus novelas, Chandler se propuso hacer un guión
original con Philip Marlowe de protagonista con el título de Playback, pero jamás se ha llevado a
cabo aunque él sí supo sacarle algo de provecho.
Vuelve a escribir
novela en 1949 con La hermana pequeña,
que no conoció adaptación cinematográfica hasta los años sesenta bajo el título
de Marlowe, un detective muy privado,
con James Garner de protagonista. Aceptable película, algo lastrada por la
estética sesentera, pero muy entretenida, con un Garner que otorga a Marlowe un
papel algo más cínico y descreído.
En 1951, Alfred
Hitchcock reclama a Chandler para que le dé una vuelta al guión de Extraños en un tren, basada en una
novela de Patricia Highsmith, escritora a la que Chandler admira. Aunque el
trabajo de Chandler empieza cuando el guión ya está escrito, parece ser que
potencia la locura del personaje de Bruno (Robert Walker) aunque no tiene mucho
sitio para colar alguno de sus diálogos ingeniosos, sencillamente porque la
historia no lo requiere. De este trabajo, Chandler se consideró especialmente
orgulloso de su horrible experiencia con el cine.
En 1953 publica la que,
quizá, ha sido su mejor novela, El largo
adiós. Merecedora de varios premios literarios es el relato en el que vemos
a un Marlowe capaz de jugárselo todo por alguien a quien considera amigo, a
pesar de que éste, una vez más, le decepciona. No tuvo adaptación
cinematográfica hasta que un cineasta tan en las antípodas de Chandler como
Robert Altman lo llevó adelante con Elliott Gould (físicamente opuesto a
Marlowe) de protagonista. Es verdad que, en esta adaptación, Altman se salta
gran parte del original literario y cambia el final, pero la película es buena,
con diálogos extraordinarios, algunos sacados de la novela y con algunos
personajes con un toque paródico.
En 1958, Chandler
decide coger el guión nunca rodado de Playback
y lo convierte en novela. Curiosamente, no hay ninguna adaptación de este libro
(no sé a qué esperan) aunque, quizá, sea algo más flojo que el resto de su
producción literaria.
En 1959, mientras
escribe su última novela, Poodle Springs,
Chandler fallece, arrastrado por su alcoholismo crónico y por la crisis
depresiva que padecía por la muerte de su esposa. Dejó 34 páginas escritas y la
familia del escritor pidió al escritor Robert Parker que la terminara. Su
adaptación llegó en 1998 de la mano de Bob Rafelson con el mismo título y con
James Caan en el papel del inmortal detective.
En esta ocasión, la historia
tenía su gracia porque vemos cómo Marlowe se casa y se retira a una tranquila
localidad turística de Florida en donde pone un modesto despacho de
investigación privada para no vivir solo y exclusivamente de la fortuna de su
esposa. Por supuesto, allí hay jaleo y Marlowe, a pesar de que ya tiene una edad
provecta, tiene que intervenir.
Benjamin Black publicó
recientemente, también por encargo de la familia, una novela titulada La rubia de ojos negros en la que
resucita a Marlowe y sitúa la historia justo entre Playback y Poodle Springs.
Actualmente está anunciada su adaptación al cine con el título provisional de Marlowe, con Liam Neeson de protagonista
(para mí, que un Marlowe que ni pintado sería Clive Owen).
Como vídeo os dejo el
inolvidable primer encuentro entre Humphrey Bogart y Lauren Bacall en El sueño eterno. En la época en la que
fui por varios institutos de secundaria dando conferencias sobre Saber ver cine ésta escena era la que yo
ponía como ejemplo para que pudieran apreciar la importancia de los diálogos en
el cine.
Y como mosaico os dejo
a Raymond Chandler, sonriente y sin alcohol, en su casa de La Jolla,
California.
Comentarios
Maravilloso ese diálogo de El sueño eterno que ha despertado mi eterna nostalgia por el cine clásico. Qué grandes Lauren Bacall y Bogart y qué disfrute verles juntos. Eran pura química.
Besos nostálgicos
low
Gracias por enseñarnos su periplo vital, tan interesante, algunas personas viven tantas vidas...
Gracias por el magistral Gus.
Besos pistolers.
Albanta
Abrazos quitándose el sombrero
Es muy gracioso que Humphrey se pasa toda la película siendo alabado por su "belleza", las chicas de antaño si que acosaban y me temo que pocos hombres podían decir "#metoo". Las hijas de su cliente, una taxista, una mala-buena, una dependienta de una librería, una recepcionista de un casino...todas hablan de lo guapo qe es Marlowe, y eso me choca viendo a Bogart, un actor que me parece tremendamente atractivo, con una personalidad brutal, pero al que jamás hubiera calificado como guapo. Tal vez es un error de mi propia percepción estética.
Y sobre Chandler poco más que decir, grandísimo repaso de un enrome escritor, capaz de recrear atmosferas, con un ritmo brutal y unos diálogos impresionantes. En "El sueño eterno" tiene sus mas y sus menos con el mayordomo de su cliente, un tipo verdaderamente incomodo y los diálogos entre ambos son pura dinamita:
- ¿Pretende usted decirme cuáles son mis obligaciones, señor?
- No. Pero me divierto mucho tratando de adivinar cuáles son, realmente.
Maravilloso Chadler, maravilloso gus.
Abrazos tocándome la oreja. (no se si este gesto de Bogart en la película estaba en la novela)