EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XLII)


El horror… el horror



APOCALYPSE NOW.(USA,1979) Dir Francis Ford Coppola con Martin Sheen, Marlon Brando, Robert Duvall, Fredrick Forrest Dennis Hooper, 190 min

Pocos premios y reconocimientos le faltaban por conquistar a Francis Ford Coppola en 1979, el año en el que se estrena Apocalypse Now. El italonorteameriano, figura determinante para entender el devenir del cine en su país durante el último tercio del siglo pasado, revoluciona la industria junto a sus compañeros de generación introduciendo nuevos modelos para la producción y distribución de películas.  A título personal, ya ha rodado la película que, independientemente de que para muchos sea o no la mejor de todos los tiempos, marca un antes y un después en la Historia del arte cinematográfico y abre definitivamente la puerta al cine contemporáneo. El padrino es el origen de una mítica trilogía cuyo segundo capítulo, que no se sabe si es mejor que el primero, proporciona al cineasta el Oscar a la Mejor Dirección (optó también al premio por el film original, pero en aquella ocasión se lo acabaría arrebatando Bob Fosse por Cabaret). No era la primera vez que su talento era reconocido por la Academia de Hollywood que ya en 1970 le recompensó por su trabajo como guionista en el film Patton de Franklin J. Schaffner.El director además se ha convertido a finales de la década en la primera persona  que consigue que dos de sus películas sean finalistas a la estatuilla en la categoría reina de los premios de una misma edición (con el formato de cinco finalistas) la de 1974 -El padrino II y La conversación.  Es este un hito que solo ha logrado igualar después Steven Soderbergh cuando en 2000 metió en el quinteto finalista sus dos films de aquel año, si bien tanto Curtiz como Soderbergh compitieron demás contra sí mismos en el apartado de mejor director).Por si fueran pocos todos estos hitos, Coppola ya tenía también por entonces en su poder una Palma de Oro en Cannes a la que muy pronto habría de añadirse una segunda, precisamente la que conseguiría gracias a la película que comentamos hoy en nuestra sección

Desde el principio aclaro que, por su densidad y por su importancia capital en la historia del cine, la trilogía de El padrino merecerá nuestra atención en un capítulo próximo de la serie “El cine en cien películas”. Sin embargo, sería muy injusto pasar por una figura como la de Coppola sin detenernos en el resto de su filmografía que incluye obras maestras como la que nos ocupa.

Nacido en Michigan el 7 de abril de 1989, a punto de llegar por tanto a octogenario, Francis debe su segundo nombre al célebre industrial del automóvil Gerald Ford, uno de sus paisanos más ilustres por quien sus progenitores sentían gran estima. Su padre, inmigrante napolitano al igual que su madre, es un afamado flautista y director de orquesta, Carmine Coppola que colaboraría posteriormente en algunas de las grandes producciones de su hijo – entre ellas Apocalypse Now- y se encargaría en solitario de la orquestación para la versión restaurada de Napoleón (Abel Gance, 1921) que surgió de los estudios Zoetrope, siete décadas después del estreno del film. A los ocho años el futuro autor de El padrino debió estar postrado en cama algo más de un año a consecuencia de una poliomielitis; durante su convalecencia sus juguetes favoritos eran unas pequeñas marionetas con las que se divertía imaginando historias. De ahí parece nacer su afición por el teatro que le lleva a matricularse en Artes Dramáticas en la Universidad de Hotsfra donde llama la atención con un montaje de la obra de Tenesse Williams Un tranvía llamado deseo. De ahí pasa a la prestigiosa USG en Los Ángeles a comenzar cursos de cine, y ya entonces se declara ferviente admirador de las películas de Elia Kazan y Stanley Kubrick de quien llegará incluso a recibir alguna clase. Durante esos años conoce también al actor Robert Duvall, uno de sus grandes amigos en el futuro que se convertirá también en una presencia habitual en sus películas.

Todos tenemos un pasado, y los comienzos de la carrera de Coppola se desarrollan en el terreno del cine erótico con producciones de bajísimo presupuesto y dudosa calidad. Sin embargo en 1962 conoce a Roger Corman, el primero en advertir su potencial en el oficio. Como ya hemos visto en otros capítulos de la serie, Corman es el primer valedor que tienen los miembros de esta generación, directores como Scorsese y De Palma, o intérpretes como Robert De Niro y Jack Nicholson.

Corman le ofrece a su pupilo la posibilidad de trabajar con él como no acreditado en alguna de sus películas; la más conocida es quizá El terror (1963) con Jack Nicholson como protagonista. Ese mismo año se produce el debut de Coppola que, con Corman en la producción, estrena Demencia 13, un clásico del género de terror y de la serie B rodado en Irlanda en el plazo récord de nueve días. Tanto productor como director confesarían más adelante que pretendían que la cinta fuese una especie de copia barata de Psicosis. Hoy, el film está considerado una pieza de culto, claro que también se debe advertir a los no enterados que la cosa al final termina resultando bastante cutre.

Hay que esperar a 1966 para encontrar el primer film importante en la filmografía de Coppola. Ya eres un gran chico es una comedia que incide en el que será uno de los temas recurrentes en la posterior obra del director, preocupado desde el primer momento por retratar el desencanto de la juventud de su tiempo. Es una película pequeñita y muy desconocida para el gran público pero muy fresca. Después la Warner encarga a Francis un curioso proyecto que une al veterano Fred Astaire y a la cantante melódica Petula Clark en la adaptación musical de un clásico musical de Broadway, El valle del arcoíris (1968). Le sigue el drama Llueve sobre mi corazón(1969) en donde dirige por vez primera a Robert Duvall y a James Caan, que está sobresaliente en el papel de un joven aquejado de cierto retraso mental. La cinta merece la Concha de Oro en San Sebastián que se convierte así en el primer festival que reconoce la obra del cineasta.

En 1969 Coppola funda junto a George Lucas American Zoetrope, su propia productora con sede en San Francisco que tantos disgustos le dará en el futuro, pero no hablemos de eso ahora. Ya hemos enumerado todas las cosas buenas que le pasan a Coppola en el decenio de los setenta y que lo elevan a la categoría de leyenda viva. Recapitulemos. Tras conquistar el Oscar con el guion de Patton, la Paramount comunica al cineasta que baraja llevar al cine la novela de Mario Puzo El Padrino y le pide que la dirija – después de tantear a Sergio Leone y Peter Bogdanovich- y escriba el libreto junto al autor de la obra. Finalmente, Puzo será expulsado del proyecto y los estudios contratarán Robert Towne para completar algunas escenas que aparecerán en la película. El éxito de la misma propicia una secuela que sitúa a su director en el Olimpo de Hollywood. Entre “padrino” y “padrino”, Coppola tiene tiempo de despachar otra obra maestra, La conversación (1974) que obtiene el gran premio de Cannes y se convierte en un clásico instantáneo. El film sigue la pista a un investigador privado especialista en servicios de vigilancia que es contratado por un magnate para espiar a uno de sus empleados , y se convierte en víctima de su propia misión. Detrás de la apariencia de thriller que tiene el film, se esconde la paranoia coyuntural surgida en la sociedad civil norteamericana tras el estallido de la guerra de Vietnam o el escándalo del Watergate. Tras el rodaje de El padrino II, Coppola se toma un tiempo sabático hasta volver a retomar la claqueta en 1979 con Apocalypse now.

Sin embargo, tras saborear las mieles del éxito llegan los ochenta y con ellos las vacas flacas. Corazonada (1981) iba a ser en principio una peliculita pequeña que desde una perspectiva vanguardista homenajeara al clásico musical de toda la vida. Finalmente, el proyecto fue creciendo y el presupuesto se disparó debido especialmente a los elevados costes en el diseño de producción. El film fue un fracaso en taquilla, y Coppola se vio obligado a declararse en bancarrota. Vista hoy, la cinta conserva cierto encanto, y además la banda sonora compuesta por Tom Waits sigue siendo maravillosa.

Coppola parece resarcirse y levantar cabeza un poco con sus dos siguientes títulos, dos clásicos de la literatura juvenil en los que adapta sendas novelas de la escritora S.H Hinton.  Rebeldes (1983) es un emocionante retrato de la juventud norteamericana de los cincuenta a partir del enfrentamiento entre dos bandas rivales de Oklahoma, ciudad natal de la autora. Hinton tenía tan solo 16 años cuando escribió la novela que se convirtió de forma inmediata en un bestseller y fue traducida a múltiples idiomas, aunque también sufrió los rigores de la censura. La adaptación cinematográfica sirvió como plataforma de lanzamiento para la mayoría de sus protagonistas que con el tiempo alcanzarían el estrellato como Tom Cruise, Matt Dillon, Patrick Swayze o Diane Lane. Por su parte, La ley de la calle, rodada en el mismo año, propone una mirada algo más adulta hacia la adolescencia y el universo de las bandas callejeras. Filmada en un hipnótico blanco y negro, el film se mantiene hoy como una pieza de culto.

Sin embargo, el proyecto que termina por hundir definitivamente a la American Zoetrope es el de Cotton Club (1984) que vuelve a unir a Coppola con Mario Puzo para recrear nuevamente el mundo de la mafia en la América de los años veinte y treinta. Se trata de un viejo y ambicioso sueño del productor Robert Evans que habría ideado el argumento que después desarrollarían Puzo y Coppola partiendo de un episodio en el que durante su juventud fue incriminado en un asesinato y en asuntos de tráfico de drogas. Sin el toque épico de la saga Corleone, y con continuos homenajes al cine clásico, Cotton Club rinde tributo a una época y a una manera de entender la música y el cine, introduciendo además una inteligente reflexión sobre el racismo. Forzosamente hay que considerar al film como un título menor dentro de una filmografía como la del director de El padrino, pero, caray, ya le gustaría tener a cualquiera un título menor así dentro de su filmografía.

Tres años más tarde Coppola regresa al primer plano con Peggy Sue se casó, entrañable comedia que mezcla fantasía y nostalgia dentro del atractivo – y complicado – subgénero del cine de viajes en el tiempo. Kathleen Turner, encantadora y más bella que nunca, debió subir aquel año a recoger el Oscar como mejor actriz, pero finalmente, la Academia, en una de las decisiones más absurdas que se recuerdan, optó por la corrección política y por darle el premio a la Marlee Matlin de Hijos de un dios menor (Randa Haines, 1987). En 1987, ocho años después de Apocalyspe now, el realizador vuelve al tema de Vietnam con Jardines de piedra para analizar esta vez las consecuencias directas del conflicto. Durante el rodaje del film se produce un hecho luctuoso que golpea de lleno al clan Coppola, la muerte en accidente de Gian Carlo, hijo mayor de Francis que había trabajado como ayudante de producción en las películas de su padre, y también había intervenido como actor ocasional en pequeños papeles.

Tucker, un hombre y su sueño (1988) es un biopic sobre el visionario emprendedor Preston Tucker en el que de paso Coppola homenajea a su ciudad natal, Detroit, la capital del motor por excelencia. Estamos una película olvidada que tal vez merecería un mayor reconocimiento más allá de las extraordinarias interpretaciones que ofrecen Jeff Bridges y Martin Landau. Justo después de esta película, Coppola dirige a su hija pequeña, Sofia, futura directora de éxitos como Las vírgenes suicidas o Lost in translation, en uno de los episodios que componen Historias de Nueva York (1989), de la que ya hemos hablado aquí en alguna ocasión. Sin duda Vida sin Zoe, que así es como se llama el capítulo, es la más floja de las patas del banco.

Coppola saluda los noventa cerrando definitivamente su trilogía más famosa (no tardó en hablarse de una cuarta parte de las andanzas de la familia Corleone que afortunadamente nunca ha llegado a rodarse, entre otras cosas porque tampoco hubiese tenido ningún sentido). El Padrino III está considerada el peor de los films de la saga, y no porque no sea excepcional – a pesar de lo que digan algunos lo es- sino porque los dos capítulos anteriores están más allá de la excelencia. Drácula de Bram Stocker (1992) es para muchos la última gran película de la filmografía coppoliana, una superproducción de marcado tono operístico que resulta la más fiel transcripción del original literario de cuantos hasta entonces se había rodado.  En ella, destaca una deslumbrante puesta en escena, un cuidado formal escrupuloso y una soberbia interpretación de Gary Oldman que ni siquiera mereció una triste nominación al Oscar por su trabajo.

No obstante, a raíz de los noventa, el prestigio de Coppola como artista cae en picado, y tanto la crítica como el público comienzan a cuestionarle. No convence nada con Jack (1996), comedia convencional a mayor gloria del histriónico Robin Williams con un papel y dentro de una historia similar a la que había vivido años antes Tom Hanks en Big (Penny Marshall, 1989). La película, dedicada a la memoria de su hijo Giancarlo, es masacrada por los críticos, pero Coppola ha llegado a afirmar después en más de una ocasión que en absoluto se siente avergonzado por haberla hecho. Algo más interesante resulta ser Legítima defensa (1997), un encargo de la Paramount que supone la adaptación de uno de los característicos best- sellers judiciales de John Grisham del que el director se sirve para desarrollar un alegato en contra de la corrupción y el abuso de poder entre las altas esferas .  Es también el primer guion que firma en años.

Pero Coopola es Coppola, siempre como el Ave Fénix resurgiendo de las cenizas. Ya en el nuevo siglo estrena Apocalypse Now Redux (2001), el “director´scut” de la mítica película que incluye cuarenta y nueve minutos más de metraje con respecto al film que se proyectó en los cines en 1979. Veintidós años después de que la cinta se alzase con la Palma de Oro en Cannes, la versión extendida puede verse en un pase especial dentro de la programación del Festival de Cannes. El reestreno tiene efectos rejuvenecedores en el de Detroit que parece reinventarse cuando tras diez años de inactividad vuelve a ponerse tras la cámara con El hombre sin edad, (2007). Se trata de una arriesgada adaptación de la novela de Mircea Eliade, rodada íntegramente en Rumanía, con un equipo en su mayor parte europeo y el presupuesto más bajo que ha manejado el realizador en toda su carrera. A pesar de ser una película fallida que pasa sin pena ni gloria por las carteleras, no deja de ser un proyecto curioso que nos muestra al Coppola más experimental. Con la audacia propia de un principiante, el cineasta nos presenta en 2009 Tetro, un ejercicio de estilo tan personal como libre de prejuicios que recrea una historia con retazos autobiográficos.  La acción del film transcurre en Argentina, y su trama relata el encuentro entre dos hermanos después de varios años sin verse. Personalmente, y pese a alguna que otra irregularidad, pienso que estamos ante la mejor película de esta última etapa en la carrera de Coppola, aunque no son pocos quienes critican su pretenciosidad. El autor de El padrino se despide del oficio con Twist (2011), obra inédita en los cines españoles en la cual adapta un cuento de terror escrito por él mismo algunos años antes.

A partir de entonces, Coppola vive alejado del cine al que solo ha vuelto un par de veces para ejercer como productor ejecutivo de On the road (2012), la fallida adaptación del clásico de Kerouac por parte de Walter Salles, y de la película de su hija Sofia, The bling ring (2013). Mientras el resto de la familia sigue dentro del mundillo. Y así tenemos dirigiendo a la propia Sofia y a Gia (nieta ) mientras que Roman, hermano mayor de la primera y padre de la segunda triunfa escribiendo guiones e incluso ha sido nominado a un Oscar por uno de ellos, el de Moonrise Kingdon (Wes Anderson, 2012). Delante de las cámaras seguimos viendo a la hermanísima Talia Shire y al hijo de esta, Jason Swartzman, y por supuesto Nicolas Cage, el más famoso de los sobrinos del clan sigue clavando clavos en su ataúd profesional gracias a sus intervenciones en subproductos de cada vez más ínfima calidad. A pesar de ello, el patriarca Francis tiene motivos para sentirse orgulloso de su prole; el retirado del mundanal ruido solo vive para sus viñedos y para sus negocios como viticultor; si los caldos que prepara tienen el mismo bouquet que algunos de los títulos que acabamos de reseñar, será cuestión de pasarse por su bodega uno de estos días.



El capitán Benjamin Wilard acaba de regresar a Saigon desde Estados Unidos e instalado en la mugrienta habitación de su hotel espera poder volver a entrar en acción. Consumido por el alcohol y el LSD, un día recibe la visita de unos soldados con la orden de llevarle a sus superiores que a su vez le encargan una curiosa misión. El coronel Wurtz, antiguo boina verde y antiguo oficial de las Fuerzas Especiales de los Estados Unidos ha perdido la razón y se ha hecho fuerte ante una tribu de montañeses (nativos de las tierras altas vietnamitas) que ahora le adoran como un semidios en un lugar perdido. El objetivo de Willard será llegar hasta a él atravesando rio arriba el país y eliminarle.
Willard se dispone a partir de inmediato a la búsqueda del coronel. Viajará remontando el río a bordo de una lancha junto a cuatro jóvenes tripulantes: el Jefe, Lance, Chef y un muchachito de tan solo catorce años que se hace llamar Clean. La primera parada de la expedición se hará en el campamento del teniente Kilgore, un oficial con instintos algo sádicos al que le gusta el olor del napalm a la hora del desayuno. Kilgore se pone muy contento cuando descubre que entre sus nuevos visitantes figura Lance, una de las grandes estrellas allá en su país del windsurf, deporte que adora. El militar propone invadir al día siguiente una aldea situada en la costa ya que ha oído que es el escenario ideal para hacerse unas olas. Dicho y hecho , a la mañana siguiente los helicópteros arrasan el poblado. Kilgore suele acompañar sus ataques con el fragmento más conocidos de la Cabalgata de las Valkirias de Wagner sonando a todo volumen. Dice que así sus soldados se motivan más.

Willard y los suyos siguen remontando el río y su siguiente destino es una base en la que paran a repostar carburante. Asisten allí al espectáculo que ofrecen unas conejitas del playboy bailando sobre una enorme plataforma. Días después encuentran el helicóptero de las muchachas accidentado en un accidente en un campamento a su vez asolado por un huracán. Los viajeros dejarán en el campamento parte de los bidones de combustible a cambio de poder estar un rato con las muchachas.  Posteriormente, encuentran una lancha y ven en ella a una mujer tratando de ocultar una lata. Sospechando de ella, abren fuego contra todos los ocupantes de la nave, para descubrir al final que lo único que hacía la mujer era intentar proteger a un pequeño cachorrillo de perro.

El cansancio va haciendo mella poco a poco entre los ocupantes de la lancha. Su siguiente parada se producirá ante el puente de Do Lang donde Willard recibe correo procedente de Saigon. En él se le informa de que a la causa de Kurtz se ha unido el capitán Colby que según todos los indicios esta  incluso todavía más loco que él. Mientras la tripulación lee la correspondencia que les ha llegado de casa, Lance, cada vez más consumido por el cansancio y el consumo de drogas, se pone sus pinturas de guerra y comienza a jugar con una bengala. El humo atrae la atención de una tribu de nativos que desde una y otra orilla les arrojan flechas y lanzas. Una de estas lanzas alcanza a Clean que cae muerto.

La siguiente parada de la expedición es una colonia de caucho que regentan un grupo de franceses que han decidido permanecer en la zona a pesar del avance del Viet- Cong. Hubert de Marais, dueño de la explotación, ejerce como perfecto anfitrión de los viajeros después de haberles recibido con la lógica hostilidad y recelo. Tras enterrar con honores a Clean, los invitados pueden disfrutar de una cena reparadora en la cual el francés no puede evitar expresar en voz alta su malestar por la intervención norteamericana en el país (este episodio fue descartado del montaje original y sólo aparece en la versión “redux” de 2001).

Cuando por fin los expedicionarios llegan a los dominios de Kurtz, solo Lance y Willard deciden internarse en la selva y llegar hasta su escondrijo. Willard es recibido por el lugarteniente del coronel y tras tener un primer encuentro con este es hecho prisionero.  Tras permanecer unos días recluso en una celda de castigo, es liberado por el propio Kurt quien le advierte que si intenta escapar acabarán con él. Willard está demasiado débil para intentar fugarse y Kurtz es consciente de ello. Cuando se recupera, el coronel le pide que si regresa algún día a Estados Unidos, se reúna con su hijo y le cuente la verdad de lo que ha visto en Vietnam. Willard descubre entonces que en realidad su oponente desea que lo mate como un soldado y no como alguien sin honor. Mientras los nativos celebran el ritual del sacrificio de una res, Willard se acerca por la espalda a su oponente y le mata. Acto seguido descubre en una mesa de la habitación un manojo de folios que parecen contener las memorias del fallecido. Los coge y enfila la puerta. A la salida le esperan los nativos que han interrumpido la celebración; Willard avanza entre la multitud resistiéndose a ser aclamado como la reencarnación de un dios, una vez muerto el anterior. Se dirige a Lance al que coge de la mano y juntos huyen hacia la lancha.





Estaba previsto que la primera película producida por la American Zoetrope nada más venir al mundo en 1969 hubiese sido una adaptación de la novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas. Publicada por primera vez entre febrero y abril de 1899 (apareció por entregas en la revista Blackwood ´s Magazine), la obra de Conrad se localiza en el Congo durante la época de la colonización de Leopoldo II de Bélgica, y cuenta la historia de un joven marinero que debe atravesar el país remontando el río Congo para encontrar y traer consigo al misterioso Kurtz, jefe de una explotación de marfil que según todos los indicios se ha vuelto loco y ha roto todos los lazos que le unen con la civilización. Conrad se inspiró en su propia experiencia en el país africano tras ver los horrores y la brutalidad con la que los europeos trataban a los nativos.

La moderna versión de El corazón de las tinieblas trasladaría la trama congoleña a tierras de Vietnam, donde el ejército norteamericano se encontraba librando en esos momentos una guerra que ya tenía claros visos de pasar a la historia como uno de sus grandes fracasos. Su director iba a ser George Lucas con John Millius en las labores de guionista. Según los nuevos modelos de producción impuestos por la nueva generación del Neo Hollywood, la película se haría a través de Zoetrope y después se vendería a alguno de los grandes estudios que ejercería como distribuidor. Al final, el film no salió adelante y las razones, presupuestos desorbitados aparte, eran obvias; el conflicto aún no había acabado, y las compañías estaban sometidas a grandes presiones, principalmente políticas.

El proyecto se retomaría años después y ya con Coppola al frente y con su título definitivo homenajeando al popular mantra hippy Nirvana now. El director se encontraba en la cresta de la ola tras el éxito de las dos primeras entregas de la saga Corleone cuando decidió que por fin había llegado el momento de poner en marcha una empresa que ni siquiera Orson Welles había logrado llevar a buen puerto. El genio de Wisconsin había intentado llevar al cine el texto de Conrad a finales de los años treinta utilizándolo como un alegato contra el fascismo, pero chocó con la censura y los números además no le daban. Así que optó por hacer Ciudadano Kane que tampoco está mal.

A lo largo de los casi cuatro años que duró el proceso de Apocalypsenow – entre preproducción, postproducción y posterior distribución- Coppola luchó contra todo y contra todos por tener su película. Su ambición devino en obsesión, y esta se contagió al resto del equipo.  Poco podía imaginar el bueno de Francis cuando se plantó en Luzón en febrero de 1976 para dar su primer golpe de claqueta para la película – se eligió Filipinas como plató por su similitud con el paisaje vietnamita- que acabaría siendo el protagonista de uno de los rodajes más locos y caóticos de la Historia del Cine.

Y es que ese rodaje se había planificado para dieciséis semanas que acabaron siendo finalmente dos años. Y en ese tiempo hubo de todo y nada bueno. Hubo tifones que arrasaron decorados provocando los consiguientes retrasos. Coppola negoció con el presidente Marcos la cesión de varios helicópteros de la flota filipina para participar en el rodaje, pero estos de repente y sin previo aviso desaparecían reclamados por las autoridades del país que a su vez tenían montada su propia guerra contra comunistas insurgentes. Harvey Keitel, el actor elegido inicialmente para interpretar al protagonista Willard, fue despedido nada más empezar el rodaje porque no convencía ni un poquito a su director. Martin Sheen, su sustituto, sufrió un infarto mientras trabajaba en la película que a punto estuvo de mandarle al otro barrio (incluso un sacerdote nativo llegó a darle la extrema unción). La filmación se paralizó cinco semanas durante las cuales se grabaron escenas en las que no aparecía el personaje o este era interpretado por un doble de espaldas. Otro de los protagonistas, Marlon Brando, que repetía con Coppola tras El padrino, se plantó en Filipinas con maneras de divo, exigiendo continuamente que se cambiasen cosas que no eran de su agrado, y amenazando con abandonar la película sin renunciar al millón de dólares que había recibido en concepto de anticipo por su trabajo. Brando, que cobraba 3,5 millones de dólares por aparecer tan solo unos minutos en pantalla –decisivos, sí, pero escasos- apareció ante Coppola con un sobrepeso descomunal y presumiendo de que no había leído el guión de la película ni la novela que la inspiraba. El rodaje de Apocalypse now era un circo donde crecían enanos cada día. Y por si fuera poco, allí también hubo rock and roll, sexo, pero sobre todo mucha droga.

De todo este caos y desbarajuste da cuenta a la perfección el documental Corazones en tinieblas (Fax Bahr, George Hickenlooper, 1991), uno de los “making off” cinematográficos más interesantes de todos los tiempos cuyo visionado resulta casi tan apasionante como el de la propia película y que da cuenta de las inclemencias de un proyecto que ya nació desde el primer momentocon el pie torcido.  El grueso del documental lo componen las observaciones aparecidas enuna especie del cuaderno de rodaje compuesto por la propia Eleanor Coppola durante el tiempo que permaneció en Filipinas al lado de su marido. Eleanor, que también ha hecho sus pinitos detrás de las cámaras y debutó en la dirección a los ¡¡ 79 años ¡¡ con la comedia París puede esperar (2016)- iba anotando en su diario todos los avatares que iban ocurriendo a su alrededor mientras se iba haciendo la película. Ella se había trasladado al sudeste asiático en compañía de sus tres hijos y fue una de las principales víctimas de esa paranoia que fue la filmación de Apocalypse now. Coppola, a quien el éxito de sus anteriores producciones había convertido en millonario, acabó hipotecando su casa y sus bienes para terminar de financiar la película de su propio bolsillo.
En el fondo, tenía sentido. Que una película que utilizaba la imagen del viaje como metáfora de un descenso a los infiernos se fraguase en un clima de paroxismo absoluto era hasta normal. Lo describió como nadie su propio autor en la presentación de la obra en el Festival de Cannes: “Apocalypse now no es una película sobre Vietnam. Es Vietnam”. Los miembros del equipo vivieron una auténtica batalla contra los elementos a prueba de balas y del perfeccionismo escrupuloso de su máximo gestor. Coppola completó en el propio set de grabación el guion de John Milluis que proponía un desenlace más convencional con un enfrentamiento final entre las tropas estadounidenses y las facciones del Viet-Cong. El director se encerró junto a Marlon Brando y juntos estudiaron minuciosamente la figura de Conrad, lo cual le vino de perlas al actor que como ya vimos había venido de casa sin hacer los deberes. Al final, dio con la tecla. Y lo cierto es que no cabe imaginar mejor final.

Durante el rodaje, en efecto, se libró una auténtica batalla contra los elementos. Literalmente además. Coppola aprovechaba las zancadillas del destino para incorporarlas a la película sin sutilezas. No importaba que cayera el diluvio, si había que rodar bajo un tremendo aguacero, se hacía y punto, y de paso se evitaba un día de parón. Algunos actores rodaron sus escenas colocados hasta arriba de sustancias de todo tipo, lo que lejos de suponer un hándicap dotaba de mayor realismo a la secuencia. Martin Sheen hizo la escena que abre la película en un estado absoluto de embriaguez; el puñetazo que propina a la luna del armario de la habitación es auténtico, y la sangre que brota de su mano y de sus dedos no es zumo de tomate. Coppola quiso cortar la escena para que asistieran al actor, pero este insistió en que la cámara siguiese grabando. Sheen no era la primera opción del film como ya hemos visto; ni siquiera lo era Keitel, el intérprete al que sustituyo, que tuvo que ver como Redford, Nicholson o Pacino rechazaban el papel. El padre de Charlie Sheen – de casta le viene al galgo- atravesaba verdaderos problemas con el alcohol cuando recibió la llamada de Coppola para intervenir en el film. El infarto que sufrió poco después entraba dentro de lo posible. Coppola reaccionó a la noticia con un amago de ataque epiléptico para después adoptar un tono más pragmático y advertir a sus más allegados “Si Martin muere, no estará muerto hasta que yo lo diga”. Lo único que le faltaba era que Hollywood descubriese una nueva desgracia.  La prensa ya estaba empezando a ironizar, y había rebautizado al film con el título de Apocalypse when?

En cualquier caso, Sheen no era el único de los integrantes del reparto que tenía problemas de adicción. Dennis Hooper era una farmacia andante ya desde los tiempos de Easy Rider (1969) y aún antes, mientras que Sam Bottons y Frederic Forrest llegarían a confesar que se metieron de todo durante su experiencia filipina para combatir el sueño y la dureza de las maratonianas jornadas de trabajo.  Cabe añadir que con drogas o sin ellas, todo el elenco está insuperable, desde Sheen, Brando, Duvall o Hooper hasta los secundarios entre quienes destacan un jovencito Harrison Ford, o un chavalín de solo catorce añitos que hacía aquí su primera aparición en el ciney que respondía al nombre de Laurence Fishsburne.

Visualmente nos encontramos también ante uno de los films más espectaculares de todos los tiempos. Quizá pueda resultar esta una idea contradictoria tratándose de una obra que no solo se adscribe al género bélico sino que reflexiona con tanta crudeza en torno a la propia condición humana. No obstante, resulta muy difícil permanecer impasible ante la impresionante factura técnica que presenta la película. Dean Tavoularis coordina las tareas de dirección artística que consiguen coreografiar de manera prodigiosa el desorden que siempre reina en el campo de batalla.  Por su parte, Vittorio Storaro vuelve a brindarnos un soberbio trabajo en la dirección de fotografía, uno de los mejores que nos ha dado el cine, y los prodigios de su cámara no se limitan a iluminar el paisaje vietnamita a cielo abierto; el juego de claro oscuros que crea en la secuencia del encuentro final entre Willard y Kurtz es para quitarse el sombrero. Para el italiano fue uno de los dos Oscars que consiguió la película y el primero de los tres que adornan en la actualidad las vitrinas de su casa. La otra estatuilla que ganó la cinta fue a parar el equipo de sonidistas que lideraba Walter Munch. El sonido, otra gran baza con la que juega Coppola, cómo suenan esos helicópteros…

Apocalypse Now se presento en la 52 ª edición de la gala de los Oscars con un total de ocho candidaturas al premio bajo el brazo, incluyendo las opciones a Mejor Película y a Mejor Director. La ganadora de la noche fue finalmente Kramer contra Kramer, un más que correcto melodrama dirigido por Robert Benton que abordaba uno de los temas más candentes en la sociedad norteamericana del momento como era el del divorcio, y contaba además entre sus bazas con dos geniales interpretaciones a cargo de su pareja protagonista, Meryl Streep y Dustin Hoffman. Desde luego, la victoria del film de Benton sobre el de Coppola es una de las más controvertidas y polémicas en la historia de los premios  como lo sería también en la siguiente edición el triunfo de Robert Redford sobre Scorsese en la batalla que libraron Gente corriente y Toro salvaje. Quizá la Academia estaba virando hacia posiciones de mayor corrección política después de haber agasajado en los locos setenta títulos más arriesgados y que habrían estado traicionando de algún modo su habitual conservadurismo (Alguién voló sobre el nido del cuco, Annie Hall, El cazador). O que simplemente los Oscars son los Oscars, y que a toro pasado siempre se terminan convirtiendo en el termómetro más fiel de lo que estaba pasando en la sociedad estadounidense en el momento en el que fueron concedidos.

Tampoco jugó a favor de la obra de Coppola que tan solo un año antes  la Academia hubiese hecho descargar un auténtica lluvia de premios sobre El cazador, otra película con la Guerra de Vietnam como fondo.  El de Michael Cimino tampoco había sido un film bélico al uso;  mientras las escenas en la jungla vietnamita no llegaban a los veinte minutos en un metraje que se iba hasta las tres horas de duración, el foco estaba puesto en las secuelas que había dejado la guerra en las vidas de los veteranos, representados en la cinta por un grupo de amigos de toda la vida.

Lo importante es que tanto El cazador como Apocalypse now cambian para siempre la forma de enfrentarse al género bélico. Hasta la llegada del 11-S, Vietnam es el gran trauma en el imaginario del pueblo estadounidense que ve cómo sus principios más tradicionales comienzan a tambalearse. El cine debe hacerse eco de esas transformaciones y reflejar esa nueva sensibilidad; el género bélico ya no puede proyectar la mirada triunfalista y patriotera de antaño.  Es tiempo para la autocrítica. Ya en los ochenta, en plena era Reagan,  Oliver Stone, que había servido en combate  durante los años centrales de la guerra,  intentará  agitar conciencias con películas como Platoon (1986) o Nacido el cuatro de julio (1989). Este espíritu autocrítico no se limita exclusivamente a las películas que vienen luego con el trasfondo de Vietnam, sino que se contagia a otros  films que abordan la presencia del ejército norteamericano en otras guerras del pasado. Citemos los casos de La delgada línea roja (Terrence Malick, 1998), o Cartas de Iwo Jima (Clint Eastwood, 2006).

Cimino y Coppola dejaron constancia en sus respectivas obras de esa especie de pérdida de la inocencia que supuso Vietnam para el pueblo norteamericano. En el caso de Apocalypse now, la búsqueda de Willard, sin posibilidad de vuelta atrás, representa el descenso a los infiernos,. Willard y Coppola acabaron siendo Ulises, y compartiendo una misma odisea que parecía tener como destino la locura. Mientras, Kurtz esperaba, en la última frontera, allá donde el mundo ya no es mundo. Enfrentado al abismo, a su yo, a la bestia irracional en la que se había convertido. Enfrentado a sus demonios, al horror… al horror.

Apocalypse Now no era una película sobre Vietnam. Era Vietnam.




Comentarios

INDI ha dicho que…
Apocalypse Now, película que no podía faltar en la lista. Grande. Y grande Coppola.

Pedazo de análisis el que nos ha descrito el maño, pero es que la película lo merece.

Abrazos con olor a Napalm.
CARPET_WALLY ha dicho que…
Lo primero de todo, felicitar y a gradecer a Albanta la sección de estrenos que no pude realizar yo el viernes aquejado de reuniones laborales varias. Clara, concisa, divertida e inteligente...Asi, es facil perder en la comparación.

Y ahora vamos a por una de mis películas preferidas de todos los tiempos. Bueno para mi decir película es decir poco, "Apocalypse Now" es más bien una experiencia vital.

Cuando la vi por primera vez yo no había cumplido los 17 y la peli era para mayores de 18 (nunca entendí muy bien alguna de esas calificaciones), en todo caso conseguimos que en el cine hicieran la vista gorda y pudimos entrar.

Y entrar es precisamente lo que consigue Coppola que hagas nada más iniciarse la película. No digo ya con Willard en la habitación y su desfase, sino en la escena siguiente cuando le dan la misión de encontrar a Kurtz. Tal y como está rodada y contada, no es una misión más de una guerra convencional, es toda una muestra de como conseguir el ambiente en una secuencia que podría haber sido de transición. Supura misterio, secretismo, peligro, casi conspiración.

A partir de ahí se abre el cielo, entra la luz, pero también la locura, el desmadre, el caos...¿Es una guerra?, ¿Es una fiesta?, ¿Es un espectáculo?, La primera parte del viaje es un tiovivo, surf, napalm, ruido, luces, conejitas,...

Luego llega el silencio, el miedo, la muerte, la amenaza...

Y finalmente el horror, la desesperación, la oscuridad, las tinieblas....el corazón de las tinieblas. La locura de los hombres, el descenso a los infiernos...el exorcismo final.

Viajamos con Willard, pasamos por todas esas sensaciones envueltos en una imagen que no nos deja apartar la mirada. Cuando acaba estamos exhaustos, nuestra vida no será igual...No lo fue para mi, convencido de haber vivido mucho más que los que mi juventud me había descubierto.

Recuerdo a Carlos Pumares hablar de los oscar de ese año. Le pedían un pronostico y hablo de las virtudes de "Kramer contra Kramer", de "Norma Rae" y por supuesto de "All that jazz", pero cuando llego a "Apocalipse Now" no lo dudó: Para mi la mejor película debería sr la que es mejor en todo, la mejor historia, la mejor dirección, el mejor montaje, las mejores interpretaciones...y sólo hay una que sea la mejor en todo "Apocalyse Now".

Se puede discutir si en alguno de esos temas parciales pudiera haber dudas (aunque yo no creo que Sheen hiciera peor papel que Hoffman o que Roy Scheider), lo que no me parece qe tenga lugar a dudas es que en conjunto la película está muy por encima de cualquiera de aquel año y de muchos años más. Es puro cine, un film monumental.

Como los gus de los lunes son monuemntales y este podría ser una de las 7 maravillas del mundo moderno.

Abrazos en el rio


César Bardés ha dicho que…
Yo también la vi de "estrangis" en el cine Capitol, allá por el año 80. Tenía 13 añitos y la película era, efectivamente, para mayores de dieciocho años. Es verdad que yo ya había desarrollado (merced, sobre todo, al deporte) una buena talla física y tenía un primo (lo sigo teniendo) que se empeñó en que fuéramos a ver la película. Yo tenía el típico vellito capilar debajo de la nariz y, con un lápiz de ojos, no dudaron en ensombrecerlo un poco más para que no me dijeran nada en la puerta. Luego, por supuesto, hicimos el truco de "pasa tú con las entras y yo por el otro lado y así me tapo" y así pude ver "Apocalypse now" en aquel abarrotado cine. Sí, lo confieso, no me enteré de nada, pero quedé subyugado por la película. Sabía que lo que había visto era grande, muy grande, tanto que ni siquiera podía describir mis sensaciones, pero no acababa de descifrarlo del todo. Por supuesto, después la he revisado una y otra vez porque todo en ella me fascina. La fotografía, el montaje, la dirección, la interpretación, la osadía, la brutalidad, lo sublime, lo siniestro...no puedo evitar volver de vez en cuando a ella.
En cuanto a la película en sí, podríamos decir que a las desgracias que sufrió Coppola se podría sumar el hecho de que despidió a un operador de cámara en pleno rodaje y, ni corto ni perezoso, el individuo se llevó un rollo de negativo que iba mandando al director hecho trizas dentro de sucesivos sobres de correo. También hay que decir que hay una teoría muy curiosa que habla de la posibilidad de que sea una historia circular y que las alucinaciones que sufre Willard en la soledad de su hotel ocurren después de la misión que se nos relata y que, en realidad, la película es un recuerdo de esa alucinación que se entremezcla con la realidad y que arranca realmente en el momento en que los policías militares se plantan en el hotel de Willard para llevarle a Na-Tran.
Por otro lado, las malas lenguas también dicen que muchas, muchas de las ideas vertidas en la película están sacadas del guión original que Welles escribió para su proyecto fallido de "El corazón de las tinieblas", cineasta, por cierto, al que Coppola rinde una total admiración.
También habría que decir que en la secuencia en la que Willard y sus hombres desembarcan para hablar por primera vez con Kilgore- Duvall podemos ver a Francis Ford Coppola dirigiendo un documental en batalla junto a Vittorio Storaro y a Dean Tavoularis.
En cualquier caso, es toda una gozada volver a esas imágenes y a esa historia a través de los ojos del maño.
"Si hubiera podido oírle hablar ayer...¿le hubiese llamado loco?"...
Abrazos desde la rama dorada (es uno de los libros que tiene Kurtz en el que se describe la costumbre de algunas tribus africanas que se disputan los liderazgos matando al anterior jefe).
Anónimo ha dicho que…
Grande Coppola, aunque he de reconocer que esta cinta se me atragantó..y no he sido capaz de verla aun entera, podría considerarse como un pecado capital, creo que puede ser por la luz utilizada, me pasa lo mismo que con "Sin perdón", que siento rechazo, algun día tendré que expiar tanto desatino.

Pero el maño ha hecho tan bien su trabajo que ha conseguido que me replantee tanto prejuicio y si también lo dicen los demás es obvio que no puedo andar así por la vida, excelente Gus lunero.

Gracias por tus palabras, Car ya lo dijo Pipin, lo bueno, si breve, dos veces bueno..

Besos expiatorios.

Albanta

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