EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XV)
Las fronteras las
dibujan los hombres. A la naturaleza le da igual
LA GRAN ILUSIÓN (La
grande illusion). Francia, 1937. Drama. Bélico. Dir: Jean Renoir, con Jean Gabin,
Erich Von Stroheim, Pierre Fresnay. (114 min)
Hoy hablamos de una de las más grandes personalidades que ha
dado el cine francés, europeo y mundial a lo largo de su historia. Jean Renoir
estaba predestinado a convertirse ya casidesde la cuna en un artista de la
imagen y de la mirada. Segundo hijo del maestro de los impresionistas Pierre
Auguste Renoir, a quien llegó a servir como modelo para sus cuadros durante sus
años de infancia, su llegada al mundo se produce prácticamente en paralelo con
la invención del cinematógrafo de los Lumière. Pese a su vocación tardía,
Renoir supo ponerse pronto a la altura de su apellido e incluso trascenderlo;
la cámara es el nuevo pincel con el que trazar la realidad de los sentimientos
y las pasiones de los hombres. Padre del realismo poético primero y referente
indiscutible para los que vienen detrás, los dos grandes movimientos
cinematográficos de la mitad del siglo, neorrealismo y “nouvelle vague”, no
dudan en reclamarlo como su mentor principal.
Ambas escuelas se apropian de la estética naturalista característica en
los films del realizador francés, y en el caso del neorrealismo también de su
ideal de compromiso político. Al
referirse a la obra de Renoir el crítico André Bazin, padre espiritual de los
cachorros de la “novuelle vague” escribió que "comprender el mundo es, en
primer lugar, saberlo mirar y hacer que se abandone a nuestro amor bajo la
caricia de esa mirada" Es indudable que la mirada humanista del maestro
acarició y dejó huella en los miembros de aquella maravillosa generación, de
manera muy especial en François Truffaut, el más sensible y romántico de todos
ellos.
Y eso que como ya dije la vocación del joven Jean no fue
temprana. A los 18 años se alista en el cuerpo de dragones y poco después sirve
en la aviación francesa durante la I Guerra Mundial. Su experiencia quedará plasmada en algunas
películas como las que comentamos hoy. Una herida de guerra, que le dejará cojo
para el resto de su vida, le obliga a volver a casa antes de que acabe la
contienda; la convalecencia le vuelve un cinéfilo que devora con placer todo
cuando se estrena en esos años. Renoir queda impactado por los primeros cortos
de Charles Chaplin y por una película que será decisiva para que se introduzca
en el oficio. Se trata de Esposas
frívolas que dirige en 1921 el alemán Erich Von Stroheim, el coprotagonista
de La gran ilusión. Su debut se
produce en 1924 con La hija del agua,
cuyo reparto encabezan Pierre Renoir, hermano del director, y Catherine
Schelessing, la muer con la que se había casado unos años antes y que había
trabajado en el pasado como modelo de su padre. Para financiar lo que será su
segunda película, Nana, adaptación
del clásico homónimo de Emile Zola, Renoir llegará a vender algunos de los
lienzos que había recibido en herencia de su progenitor. Renoir no tiene éxito
comercial con estos primeros títulos de su carrera, ni siquiera con La golfa (1931), basada en una novela
de Georges de la Fourchadière que años más tarde dará lugar a un clásico del
cine de Hollywood cuando vuelva a ser llevada a la pantalla por el alemán Fritz
Langcon el título de Perversidad
(1945).
Es precisamente esta película la que supone un antes y un
después en la trayectoria de Renoir, y un despegue hacia ese estilo naturalista
que quedará como seña de identidad del autor. En este periodo que se extiende por los
primeros años de la década de los treinta cabe destacar títulos como Boudou salvado de las aguas (1932) o Toni (1934) que causa un impacto
tremendo entre los primeros neorrealistas. A destacar por supuesto ese precioso
homenaje que le dedica a la obra de su padre llamado Una partida de campo (1936) con una fotografía exquisita a cargo de
Claude Renoir, sobrino del cineasta que volverá a colaborar con el director en otros films, entre ellos el que hoy nos ocupa.
La preocupación ante la inminente llegada de la guerra marca
el siguiente periodo en el cine de Renoir, cada vez más centrado en cuestiones
políticas y sociales. A la excelente adaptación de la novela homónima del ruso
Maxim Gorki Los bajos fondos (1936),
le siguen films que nos muestran el lado más humanista del director lanzando un
mensaje de paz en la película que hoy nos ocupa, y criticando el desorden moral
que propician las desigualdades sociales, algo que se ve en films como La bestia humana (1938) o La regla del juego (1399). Será esta
última película, considerada sin discusión una de las grandes obras maestras de
la historia del cine europeo, la que a su vez ponga fin a la etapa francesa del
director. Alarmado por la situación que vive su país, y convertido en el
“enemigo público número uno” para Mussolini o Goebbels, Renoir decide exiliarse
en los Estados Unidos dejando incluso una película sin terminar. Se trata de
una versión de la opera Tosca que se
encontraba rodando en Italia y que contaba en la cabecera del reparto con la
actriz española Imperio Argentina (la película la terminará Carl Koch, amigo
personal del director y uno de sus habituales colaboradores hasta entonces).
Ya en suelo norteamericano, Renoir comienza una breve etapa
como profesor universitario impartiendo clases de Historia del Cine, y
recorriendo Estados Unidos dando diversas charlas y conferencias. Hollywood no
tarda en reclamarle y pedirle que vuelva a hacer películas. Y aunque el maestro
francés nunca terminará de adaptarse al modelo de producción de la Meca del
Cine, nos dejará a lo largo de esta época un puñado de títulos nada desdeñables.
Ahí están películas notables como Aguas
pantanosas (1941), El sureño
(1945) o Una mujer en la playa
(1947), masacradas algunas de ellas en el montaje final por los productores de
turno. Ahí está sobretodo esa obra maestra llamada Esta tierra es mía (1943), impresionante alegato antibélico con un
Charles Laughton y una Maureen O´Hara magistrales. Una de esas películas que
nadie debería dejar de ver antes de morir, y que debería ser de visión
obligatoria en todas las escuelas y colegios del mundo.
Tras la etapa americana, Renoir se va nada menos que a la
India para rodar otra de sus grandes joyas. El río es la primera película en color del maestro (según Martin
Scorsese junto a Las zapatillas rojas de
Michael Powel y Emeric Pressburger el mejor uso del color que se ha hecho en la
historia del cine), transcurre a orillas del Ganges y tiene como protagonista a
una adolescente que descubre los misterios de la vida durante la época
postcoloonial. Con su habitual sencillez, Renoir nos envuelve en una trama que
cabalga entre la fantasía y la observación documental. La película obtuvo
excelentes críticas, un premio especial en Venecia, y se convierte en fuente de
inspiración para futuros cineastas tanto locales (Sayajit Ray) como
extranjeros, caso de James Ivory o Louis Malle. Tras este paréntesis, Renoir
vuelve a Francia donde terminará su carrera, convertido en los últimos años en
un referente para los jóvenes directores de la “novuelle vague”. De este periodo datan títulos como La carroza de oro (1952) con Anna
Magani, French can can (1955)o Elena y los hombres(1956) donde dirigió
a Ingrid Bergman. En una de sus últimas incursiones tras la cámara, El testamento del doctor Cardelier
(1959) adapta de una manera muy particular la famosa obra de Stevenson Dr. Jeckyl y Mr Hyde y aparece
brevemente al principio de la película para presentarla.
Si algo unifica la obra y el pensamiento de Jean Renoir es,
como vemos, la idea de una fe inquebrantable en el ser humano. A pesar de los
pesares. Fue quizá en La gran ilusión
donde mejor queda expuesta dicha idea. Para desarrollar el guion, que escribió
junto a Charles Spark, el maestro francés se basó en su propia experiencia como
piloto en la I Guerra Mundial que, como también dijimos, tuvo que abandonar al
resultar gravemente herido. Renoir aprovechó el clima pre-bélico existente para
convertir la película en uno de los mayores cantos a la paz y a la concordia
que ha dado el cine. Uno de sus méritos consiste en no hacernos pisar nunca el
campo de batalla. La historia arranca cuando un avión de combate francés es
derribado por la artillería alemana; los dos miembros de la tripulación, el
teniente Marechal y el capitán Boildeau son hechos prisioneros y llevados ante
el alto mando germano que preside el capitán Von Raffelstein. Tras ser
cordialmente agasajados con un pequeño ágape, se les traslada a un campo de
prisioneros donde traban amistad con algunos de los cautivos, él hijo de un
banquero judío, un actor, un ingeniero y un maestro. Marechal y Boildeau
descubren que por las noches sus nuevos compañeros están excavando un túnel en
el barracón para escaparse, pero justo el día en el que está prevista la fuga
se les comunica que van a ser trasladados a una fortaleza de máxima seguridad.
Allí se reencuentran con Von Raffelstein que debido a su común origen
aristocrático traba una especial amistad con Boildeau. Valiéndose de esta amistad, el francés trama
un plan para que una noche puedan escapar dos de sus compañeros, el propio
Marechal y Roshental, el hijo del banquero judío. Los dos fugados vagan sin
rumbo hasta encontrar una casita en el medio del campo en la que vive una joven
campesina junto a su hija pequeña. Marechal y la mujer terminan enamorándose,
sabiendo que algún día tendrán que decirse adiós.
En un principio, La
gran ilusión iba a llevar por título Les
evasions du capitain Marechal, y sólo a última hora la película fue
rebautizada con el nombre de un libro de carácter pacifista escrito por el
novelista Norman Angell en 1910. Porque sí, evidentemente, nos encontramos ante
un fin pacifista; la gran ilusión no sólo remite al ansia de libertad del ser
humano, es el deseo de que no llegue otra guerra. Para censurar lo absurdo de
las guerras, Renoir recurre a la ironía. El enemigo no es ese ser abyecto que
aparece en otros dramas bélicos de entreguerras como El gran desfile (King Vidor, 1925) o Sin novedad en el frente (Lewis Milestone, 1930) ni el que aparecerá
en futuras producciones sobre el tema como Senderos
de gloria (Stanley Kubrick, 1957). En ese enemigo cabe incluso algo de
humanidad; los alemanes dejan que los familiares de los prisioneros les envíen
comida, latas de conserva en su mayoría, pues se ahorran así no tener que
alimentarles ellos (esas latas de conserva serán luego además las herramientas
principales para la construcción del túnel subterráneo por el que intentan
escapar). Hay un ambiente casi cordial entre carceleros y prisioneros que se
manifiesta desde el primer momento con la llegada de los protagonistas al campo
alemán, y que alcanza su clímax en la escena en la que los segundos representan
ante los segundos una especie pequeño teatrillo en el que cantan y
bailantravestidos de mujeres. La escena, que inspirará años más tarde uno de
los momentos más inolvidables de la Casablancade
Michael Curtiz culmina con los franceses en pie cantando a voz en grito
emocionados su himno nacional. Supongo que Billy Wilder también tomaría nota
del ambiente distendido que reina en el campo de prisioneros para trasladarlo a
los barracones en los que transcurriría su película de 1953 Traidor en el infierno(si en el film de
Renoir el papel del alto mando alemán le correspondió a Erich Von Stroheim, en
el film de Wilder era interpretado por otro gran director de origen europeo,
Otto Premminger).
Fue el propio Renoir quien propuso a los productores que el
director de grandes clásicos del periodo mudo como Avaricia (1924) o La marcha
nupcial (1928) diese vida en la película al personaje de Von Raffelstein,
por ser uno de sus grandes referentes. A su vez, Stroheim sugirió algunas ideas
para introducir en el guión, entre ellas la de aparecer como un mutilado de
guerra en la segunda parte del film, con un rígido corsé que le confería un
aspecto más siniestro. El cineasta germano ya había hecho sus pinitos como
actor, protagonizando algunas de sus películas, aunque además de por su
presencia en el film de Renoir, es recordado por su aparición en los films de
Billy Wilder Cinco tumbas al Cairo
(1943) y sobre todo El crepúsculo de los
dioses (1950) en el rol de criado/ex marido de Norma Desmond.
Junto a Stroheim, interpretando maravillosamente al capitán
Marechal nos topamos con Jean Gabin, uno de los grandes actores de la Historia
del cine galo. Gabin, amigo personal de Renoir había ya trabajado a las órdenes
del director en su anterior película Los
bajos fondos y volvería a hacerlo posteriormente en La bestia humana; en La gran
ilusión, el actor tuvo la oportunidad incluso de aportar alguna idea al
guión final. Con unos rasgos muy peculiares, un rostro bonachón coronado con esos
ojos grandes y tristones, Gabin era capaz de enfrentarse a cualquier tipo de
papel, sabiendo transmitir en ellos todo tipo de emociones. Tras su fructífera
colaboración profesional con Renoir, Gabin se convirtió en uno de los
referentes del llamado polar, la variante francesa del cine negro de Hollywood,
trabajando para los grandes maestros del género como Melville, Clouzot o
Verneuil.
Finalmente, La gran
ilusión marcó también un hito al ser el primer film no estadounidense ni
británico que consiguió ser nominado al Oscar a Mejor Película (casualmente,
otra producción francesa, The artista lograría
coronarse también como la primera producción que, sin ser de las dos
nacionalidades citadas, conseguía la estatuilla dorada de Hollywood en la
categoría principal, cerrando así el círculo). Y es que el film de Renoir llegó
a todos los rincones del mundo libre con el estandarte de la libertad que
pregonaba, pero tuvo un éxito y un reconocimiento muy especial en Estados
Unidos. El presidente Roosvelt dijo que era la película que debería ver todo
demócrata. Por aquí decimos muchas veces que el cine sirve entre otras cosas
para hacernos mejores personas. Si eso es cierto, si el cine en verdad nos hace
mejores personas, es sin duda gracias a figuras como Jean Renoir y a películas
como La gran ilusión.
Comentarios
Es verdad que tuvo que vender, en varias ocasiones, cuadros de su padre para poder financiarse las películas. Orson Welles hizo un impresionante artículo en la época en la que no había VHS, DVD o Blu-Ray, ni mucho menos, plataformas. Decía que mucha gente tenía en casa películas en ocho milímetros de grandes títulos de grandísimos maestros. Que igual que la gente presumía de tener un Monet, un Cezanne, un Velázquez o un Caravaggio, la gente también debería presumir de tener un Lang, un Ford, un Hitchcock o un Hawks y que, en el caso de Renoir, debería presumir el doble, porque en esa película tenía un Jean Renoir y también el Pierre Auguste Renoir que debió vender su hijo para poder hacerla y que todos los demás la disfrutáramos. Siempre me impresionó ese artículo y, sí, también presumo de tener en casa siete u ocho Renoir. Concretamente tengo "La golfa", "La gran ilusión", "El crimen del señor Lange", "La regla del juego", "La comida en la hierba", "Elena y los hombres", "French Can Can" y "El río".
En cuanto a "La gran ilusión" en sí misma. Bueno, pues es una auténtica maravilla a todos los niveles. Argumentativo, estético, interpretativo y de dirección. Todo funciona en esa película y nos damos cuenta, a través de ella, de lo grandísimo que es el cine, de lo enorme que puede llegar el sentimiento de libertad (mucho, mucho más necesario que un plato de lentejas) y en lo que, de verdad, puede removernos en nuestro interior para hacernos mejores personas.
Gran y emocionante gus, Dex.
Abrazos con cacerolas.
Estoy hasta las trancas de trabajo (y no sólo de resaca post-champions), pero si me libero un poco acudiré de nuevo por aquí...a poner puntos sobre las ies...lo que pasa es que apenas veo ies, pero sobre todo que veo que están todos los puntos tan bien puestos que a donde voy yo a hacerme el listo.
Abrazos fumando pipa ( de la paz, claro)