EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XIII)


Eh, Apu, cuando pase la fiebre iremos a ver el tren ¿quieres?


TRILOGIA DE APU (I) LA CANCIÓN DEL CAMINO (Pather Panchali). India, 1955. Drama. Dir Satyajit Ray con Kannu Bannerjee, Karuna Bannerjee, Uma Das Gupta, Chunvala Devi ( 115 min)



Además de una de las principales potencias emergentes que existen en el mundo hoy en día, la India es desde hace años la primera industria cinematográfica del planeta. Su producción anual de películas supera con holgura la que ofrece cualquier cinematografía europea o incluso Estados Unidos. La base de ese liderazgo está, por supuesto, en Bollywood, los estudios más importantes y conocidos del país, aunque no los únicos. Parece lo propio en una nación que en si es prácticamente un pequeño continente con enorme diversidad de culturas, dialectos, etnias, religiones y sensibilidades. La eclosión de Bollywood tiene lugar en los años 70 para consolidarse de manera definitiva en los dos decenios posteriores, y su nombre- que no es del agrado de todos- proviene de mezclar la palabra Bombay, la ciudad donde se encuentra su sede, con Hollywood, el espejo en el que se mira. Los estudios han sabido crear su propio modelo a imagen y semejanza del emporio norteamericano; la admiración que siente el público local hacia sus actores y estrellas no le tiene nada que envidiar a la que despiertan en otros lares sus homólogos estadounidenses. Los films de Bollywood se caracterizan en general por un metraje generoso que se puede ir tranquilamente hasta las tres o cuatro horas, y en cuanto a géneros, la balanza se inclina claramente en favor de la comedia romántica, aunque también hay hueco para el cine de acción. Lo que está claro es que en ninguna producción bollywoodiense pueden faltar la música y los bailes.

La tradición del cine indio se remonta a la época muda, y en concreto a 1913, fecha de la que data el primer film del que se tiene constancia. El cine es en India un negocio próspero y boyante no solo durante la etapa colonial, sino también a partir de 1947 con el país ya independizado de los británicos. En las últimas décadas, la inmigración y el reciente fenómeno globalizador han hecho posible que el cine indio comience a ser más conocido en todo el mundo, sobre todo en zonas donde se han creado pequeñas colonias hindúes. Hollywood también se ha dado cuenta del importante filón que supone tener como aliado a un mercado tan pujante. A raíz del impacto internacional de su película Salaam Bombay (1988), la directora Mira Nair fue reclutada por el cine norteamericano en el que continuó su carrera a partir de entonces con films como MissisipiMasala (1991) o La boda del monzón (2001). El realizador Karan Jonar, toda una institución en su país, rodó en 2010 y en coproducción con Estados Unidos la exitosa Mi nombre es Khan, que cuenta la odisea de un joven indio residente en Nueva York que tras los atentados del 11-S es detenido por la policía al ser confundido por un terrorista. No obstante, el guiño más descarado que Hollywood le ha hecho al cine indio en los últimos tiempos se produjo durante la ceremonia de los Oscars de 2008 tras el triunfo rotundo (y quizá excesivo) de la coproducción británica Slumdog millionaire de Danny Boyle, que sirvió entre otras coas para que sus dos protagonistas principales, Dev Patel y Freida Pinto, comenzasen su carrera en el cine estadounidense.

De espaldas a Bollywood y al cine más comercial se desarrolla la carrera del denominado padre del cine indio. SatyajitRay había nacido en Calcuta en 1921 y era miembro de una acomodada familia bengalí con una larga tradición en el mundo del arte y la literatura. Su posición le permitió acceder fácilmente a la cultura occidental y por supuesto al cine. Estudia bellas artes en la Universidad de VisvaBharati cuyo fundador había sido el insigne escritor Rabindranath Tagore, que ejercerá una notable influencia en el pensamiento humanista del futuro cineasta. En 1947, funda junto a su socio ChidanandaDasgupta funda la Calcuta Film Society gracias a la cual puede ver una gran cantidad de películas extranjeras Más tarde, durante un viaje por Europa conoce el neorrealismo italiano que le marca y le causa una honda expresión. Raysiempre decía que decidió hacerse director de cine el día que salió de ver por primera vez Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948), película que según sus palabras había vuelto a ver más de cincuenta veces. Decisiva es también su relación Jean Renoir que se desplaza al país en 1950 para rodar El río. Ray colabora con el maestro francés en la búsqueda de localizaciones, y le va confesando su sueño de poder llegar a rodar un día su primera película. Habrá que esperar cinco años para que ese sueño se haga realidad.  Comenzará entonces una carrera que abarca casi cuatro décadas del mejor cine que comprenden cerca de una cuarentena de títulos entre documentales y obras de ficción.  Entre estas últimas, además de la Trilogía de Apu, podemos destacar El salón de música (1958), La diosa (1960), La gran ciudad (1963), Charulata (1964), Un trueno lejano (1973) o Los jugadores de ajedrez (1977).  En 1991, poco antes de morir, Ray recibió el Oscar honorífico como reconocimiento a esta impecable trayectoria. Recuerdo perfectamente aquel momento y aquella ceremonia. Evidentemente, el cineasta, ya muy mayor y muy enfermo, no pudo viajar a Hollywood a recoger el galardón, pero lo agradeció postrado en la cama de un hospital de Calcuta a través de una videoconferencia. Audrey Hepburn, que destacó en los últimos años de su vida por su destacada lucha y activismo en favor de los derechos de la infancia, fue la encargada de presentar el premio.

Para debutar en el mundo del cine, Satyajit Ray elige la adaptación de la novela autobiográfica de Bibhutibhusan Bandopadhyay PatherPanchali, aparecida por vez primera en 1928 y considerada un clásico de la literatura india. La obra describe la historia de una familia de brahmanes a través de los ojos del pequeño de sus hijos, Apu que vive junto con sus padres, su hermana y una anciana tía en una remota aldea de Bengala Occidental, soportando unas condiciones de vida bastante extremas. Ray no se recrea en el carácter miserable de sus protagonistas ni en las desgracias que les ocurren en su vivir cotidiano; más bien al contrario, convierte su película en un canto a la vida y a la naturaleza. Todo cuanto acontece, la muerte y la tristeza, pero también las pequeñas alegrías del día a día nos son descritas con asombrosa naturalidad, como formando parte de un ciclo vital, integrando ese todo tan mágico y misterioso que llamamos vida.  La película arranca cuando todavía Apu no ha nacido; Durga, su hermana sufre la regañina de su madre al ser sorprendida robando fruta en un huerto vecino, lo que deja al descubierto su carácter díscolo. Su tía también sufre una reprimenda acusada de malcriar a la pequeña. Los sinsabores parecen terminar con la llegada de Apu, recibido con enorme alegría por todos los miembros de la familia. Sin embargo, nada será fácil para el clan en estos primeros años. Hariharan, el padre, sacerdote y curandero, debe ausentarse del hogar en busca de trabajo, y Sarbayaja la madre queda al cuidado de los hijos tratando de sacarles adelante no sin gran esfuerzo y sacrificio.  El pequeño Apu se encarga de dibujarle una sonrisa en la cara cuando de tiempo en tiempo corre alborozado hacia ella anunciando la llegada de una nueva carta del cabeza de familia. No obstante, las misivas llegan con cada vez menos frecuencia, hasta que un buen día Hariaran se presenta por fin en la puerta de la casa. Al final, y tras un último suceso que, por supuesto, no desvelaré la familia decide poner rumbo a Benarés en busca de una vida más próspera. Así pues, el desenlace deja abierta de par en par la puerta a la esperanza. A pesar de todo, y como dicen en mi pueblo, siempre que llueve escampa.

Satyajit Ray rodó su opera prima en condiciones también bastante precarias, sin apenas presupuesto y muy pocos medios. Utilizó a actores no profesionales, siguiendo así los dictados del cine neorrealista. El film fue presentado en la edición del Festival de Cannes donde se llevó un premio especial concedido al Mejor Documento del Ser Humano. La favorable acogida que tuvo la película en el certamen francés fue decisiva para su posterior lanzamiento internacional. Fue entonces cuando numerosos críticos y cineastas de todo el mundo se deshicieron en elogios hacia el trabajo de Ray. John Huston, por ejemplo, llegaría a confesar años más tarde que había aprovechado muchas ideas de la película para el rodaje de su obra maestra El hombre que pudo reinar (1975). En cambio, no todas las opiniones fueron positivas. Sorprende lo que escribió un joven crítico francés al salir de la proyección del film; “No quiero ver películas de campesinos comiendo con las manos” fue su sentencia. Ese joven crítico se llamaba François Truffaut.

Un año después de La canción del camino, en 1956 Ray decide rodar su secuela que coincide con los últimos capítulos de la obra de Bandopadhyay. Aparajito (El invencible) describe la vida de Apu y su familia en Benarés. A pesar de ser un estudiante aplicado, a nuestro protagonista no le es fácil abrirse camino en la vida debido a las dificultades económicas que se agravan tras la muerte de su padre. La película, que supuso el espaldarazo definitivo a la carrera de su director se llevó el León de Oro de Venecia y fue incluida entre las diez mejores producciones del año por la prestigiosa NBR estadounidense.

Satyajit Ray no tenía intención de filmar una trilogía sobre la historia de Apu, pero fue el rotundo éxito de esta segunda parte lo que provocó que las propias autoridades indias quienes propusieron acometer su continuación. Apur Sansar (El mundo de Apu) se rueda en 1959 centrándose en la  vida adulta del personaje principal. Apu vive en un piso de Calcuta y su sueño es el de llegar a ser escritor. Gracias a una curiosa circunstancia que no desvelaré conoce a la que será su mujer, Aparna que muere en el parto de su primer hijo. Es entonces cuando Apu  reniega de su propio vástago  y lo envía a vivir con sus abuelos maternos. Por supuesto, tampoco os voy a contar el final; sólo os diré que el plano que cierra la trilogía es maravilloso.

Esta trilogía convierte además a su protagonista, Apu, en una especie de Antoine Doinel asiático al que vemos crecer y madurar desde su infancia a su etapa adulta. Espero que Truffaut no tardase en recuperar las ganas de volver a ver películas en las que aparecían campesinos comiendo con las manos. Como es lógico, y a diferencia de su homólogo francés que siguió a su alter ego durante casi dos décadas a través de varios films, el cineasta hindú no pudo contar con un solo actor para interpretar a su protagonista al rodar sus tres películas en un intervalo de apenas un lustro.
Y es que la Trilogía de Apu ha de verse como un tríptico imprescindible y único en la Historia del  Cine.  A través de sus diferentes episodios podemos también ser testigos de las profundas transformaciones que vive el país tras la independencia colonial.  A Ray le preocupará siempre la cuestión social, y en especial el tema de la lucha de clases y las castas. No obstante, lo que de verdad prevalece tras ver estas tres películas es el mensaje que contiene acerca de temas como la naturaleza y las relaciones familiares. Pocas veces como aquí se ha descrito de una forma tan conmovedora y bella el amor entre padres e hijos – el propio Apu comienza siendo hijo y termina como padre. Es lo que definitivamente convierte a esta trilogía en algo que va más allá del cine, en una experiencia que debe sentir y vivir todo aquel que ame este arte.






Comentarios

INDI ha dicho que…
un gus tan completo y genial no se merece estar sin comentarios, por mucho san isidro que sea hoy. Reconozco que el cine indio me es completamente desconocido, siempre está bien aprender y con vosotros lo hago cada mañana.

Tan desconocido que el nombre de Apu lo identifico con el personaje de los Simpson. Ignorante yo.

Abrazos desde Springfield
CARPET_WALLY ha dicho que…
Brutal¡¡¡¡.

No he podido desde mi agradable destierro de estos días acercarme a los guses, ni por supuesto comentarlos, pero ahora me encuentro con esta joya (cinematográfica y gusera) y no puedo por menos que lamentarme de mi ausencia temporal. No importa todo es repescable y en este caso se agradece. Como repescaré la trilogía de Apu, que consumí hace tantos años que "no desvelaré" cuantos son en realidad. La cuestión es que hice una lista de pelis obligatorias para mi hija (fuera ya de la asignatura de Historia del cine que cursó este año) y la obra de Ray (Satyajit, no Nicholas) está incluidisima.

Y eso que La filmografia india no me resulta muy cercana, en cierta manera me pasa como al joven tito Francois, en mi caso es que me cuesta llegar a culturas que difieren tanto de la mía, me pasa también con el cine oriental, me exige un esfuerzo que no siempre consigo mantener, pero cuando lo hago suelo salir muy recompensado. Y ñluego está la cosa de los nombres...como va uno a recordar a Visvanarathi, a Bandopadhyay, a Bibhutibhusan...que es que es un lío.


Y Yo un lelo, Lelotontainah

Abrazos admirados


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