GUS MORNINS 7/11/17
“Tengo
que ser cuidadoso porque soy un actor muy limitado. De hecho, no tengo un
registro muy amplio. Hay un montón de cosas que sé hacer, así que tengo que
encontrar personajes y situaciones en las que yo me pueda sentir cómodo. E
incluso cuando encuentro esas situaciones, me lleva un montón de trabajo
meterme en ellas. No soy un actor serio. Hay algo en mi ojitos de perro
cariñoso que hacen que la gente piense que soy una buena persona. Y no lo
soy”. Steve McQueen
Treinta y siete años hace
ya que se fue el “King of Cool”. Ya, ya sé que no hace mucho también hablé de
él, pero vamos a decir otras cosas sobre este actor que poseía esa pinta de
granujilla integral con fondo bueno, que tanto nos hizo disfrutar y que ahora,
desgraciadamente, es poco menos que un desconocido para las nuevas
generaciones. Así que, niños, prestad atención.
McQueen siempre tuvo
una carencia emocional muy acusada debido a que no conoció nunca a su padre.
Creció en casa de su tío y, enseguida, comenzó a frecuentar las calles. El tío,
harto de sus correrías, lo mandó de vuelta con su madre, que vivía en Los
Ángeles. La solución fue peor que la enfermedad porque el joven Steve, con tan
solo catorce años, ingresó en un reformatorio.
A los diecisiete le
ofrecieron la oportunidad de alistarse en los Marines. Así cumplía condena y,
al salir, se le proporcionaba ayuda económica para estudiar o encontrar un
empleo. Estuvo en el ejército durante cinco años y, al salir, efectivamente, el
gobierno le pagó la matrícula para entrar en el Actor´s Studio de Lee
Strasberg. Lo curioso es que, antes de formalizar la matrícula, McQueen tenía
que hacer una prueba ante Strasberg. Había 2000 aspirantes y McQueen no tenía
ninguna esperanza de aprobar…pero lo consiguió. Solo dos aspirantes consiguieron
entrar en 1955 entre las huestes de la más prestigiosa escuela de
interpretación. Uno fue McQueen, el otro fue Martin Landau.
Con su físico
atractivo, ya consiguió algún que otro papel secundario en Broadway el mismo
año de su ingreso en la escuela. Tres años después, protagonizó el clásico de
la ciencia-ficción de serie B The Blob
y consiguió un papel secundario en la cinta a mayor gloria de Frank Sinatra y
Gina Lollobrigida Cuando hierve la sangre.
El primer aviso lo dio Steve McQueen al ser el segundo de Los siete magníficos al lado de Yul Brynner. Él mismo diseñó su
atuendo y eligió cuidadosamente el sombrero. Su presencia magnética fue de tal
calibre que el propio Yul Brynner, a la sazón productor de la película, le
ordenó a John Sturges que le sacara más planos a él mismo porque “el chavalito ése me está robando la
película”. Aún así, nadie pudo dejar de mirar a aquel joven que manejaba el
arma con destreza, tenía un sentido del humor muy particular y parecía ser el
único de los siete que compartía a pie juntillas el código ético que se había
impuesto el líder del grupo.
La consagración le
vino, por supuesto, como el Capitán Virgil Hilts de La gran evasión, un rebelde inasequible al desaliento, que
intentaba desesperar con su moral intocable a pesar de que era apodado El rey de la nevera. Todos sus gestos y
tics permanecen en la memoria de todos los que nos consideramos amantes del
cine. Su rítmico jugueteo con la pelota de béisbol en la cárcel de aislamiento,
sus andares despreocupados aunque le llevaran al peor de los castigos, su
sonrisa conquistadora, y, sin lugar a dudas, su forma de montar en moto
(McQueen realizó las escenas de moto personalmente, sin doble) que nos hizo a
todos vibrar dentro de la sala de cine.
A partir de ahí se
sucedieron los papeles en los que dejó un sello personal mientras combinaba su
oficio con la participación en carreras de resistencia. Ahí está su única
nominación al Oscar en la piel del atormentado maquinista del “San Pablo”, Jake
Holman en El Yang-Tsé en llamas,
quizá una de sus mejores interpretaciones. O el éxito inusitado que supuso Bullitt encarnando al teniente Frank
Bullitt y conduciendo él mismo en la mítica persecución (una de las mejores de
la historia del cine junto con las que hay en Ronin, de John Frankenheimer) y tratando de investigar la muerte de
un testigo esencial contra la Mafia. O el chico que deseaba ganar al mejor
jugador de todos los tiempos en El rey
del juego, de Norman Jewison. O el millonario aburrido que se dedica a
robar obras de arte por puro entretenimiento mientras conquista a la chica que
le debe cazar en El caso Thomas Crown.
O el profesional del robo que no aguanta ni un minuto más en la cárcel y tiene
que cruzar el país perseguido por la policía y por los gángsters en la genial La huida, de Sam Peckinpah…
Aquí conoció a la que
fue el gran amor de su vida, Ali McGraw, que, por aquel entonces, vivía con
Robert Evans, productor de Love Story
y El padrino, entre muchas otras. El
romance terminó en boda y en continuas discusiones regadas con alcohol hasta
que Ali mandó a Steve a donde amargan los pepinos. La personalidad problemática
de Steve McQueen le pasó factura en muchos momentos de su vida.
Protagonizó Papillón al lado de un enorme Dustin
Hoffman, demostrando que dentro de él había también un gran actor que podía
codearse con los mejores. Y aceptó el desafío de co-protagonizar al lado de su
amigo Paul Newman la que, posiblemente, es la mejor película de catástrofes que
se ha hecho nunca: El coloso en llamas,
con la única condición de que su salario fuera igual al de Newman y que su
personaje tuviese exactamente el mismo número de líneas de diálogo que el
interpretado por Newman. Quizá fuera por el personaje así, pero hay que
reconocer que McQueen gana el duelo.
Lo incomprensible del
todo es que, en el momento en que está en la auténtica cima, con el mejor
sueldo de la industria y con una posición de dominio inmejorable para aceptar
los mejores papeles del momento (entre ellos el proyecto de El guardaespaldas que Kevin Costner interpretó años después), McQueen decide retirarse durante cuatro años a
su rancho en el desierto. Se entrega a la meditación y calmar su espíritu. Y
cuando vuelve, lo hace con el proyecto más inimaginable que se puede uno echar
en cara. La adaptación de la obra teatral de Ibsen Un enemigo del pueblo (en España interpretada por Fernando
Fernán-Gómez y por José Bódalo, enormes ambos). Y lo hace dejándose una larga
melena y una frondosa barba que le hacen irreconocible. El proyecto le cuesta
su amistad con Paul Newman que le repite por activa y por pasiva que se
equivoca. McQueen, secretamente, cree que Newman le desprecia porque un papel
tan complejo parecía reservado a actores mucho más introspectivos como el
propio Paul. En cualquier caso, sigue adelante y, por supuesto, se estrella con
todo el equipo (aunque su interpretación es más que notable). Eso le lleva a
otros dos años de retiro y solo vuelve para interpretar un western muy triste, titulado Tom
Horn. Durante el rodaje, le viene un ataque de tos y escupe sangre. Se
somete a tratamiento y se le diagnostica cáncer de pulmón. Hay que decir que se
cree que lo contrae por su continua exposición al asbestos, un componente de
los lubricantes de motor de coches de carreras. Algo realmente raro si se tiene
en cuenta que McQueen se fumó tres paquetes de cigarrillos diarios durante
años.
Su última película es Cazador a sueldo, una película
desenfadada en la que se ríe mucho de sí mismo (incluso su personaje, Papá
Thornton, es un desastre conduciendo) y que rueda ya sabiendo que su final es
inevitable. De hecho, la última frase que pronuncia en esa película es toda una
despedida para el público: Que Dios os
bendiga. Muchos años después, Paul Newman aceptó doblar al mítico Hudson Hornet de Cars, de la factoría Píxar porque "estaba seguro de que, de estar vivo Steve, le hubiese encantado prestar su voz a Rayo McQueen. Va por los niños y por él".
Falleció a los
cincuenta años. Su recuerdo nunca se ha ido para los que le admiramos en
nuestra juventud. De alguna manera, todos quisimos ser él. Hoy hace treinta y
siete años que murió en Ciudad Juárez, México.
Hay una burla del
destino en todo ello. En 1972 era uno de los invitados a la mansión de Polanski
en la fatídica noche que la “familia Manson” entró en aquella casa para
asesinar a Sharon Tate y al matrimonio Lo Bianco. En el último momento, McQueen
decidió no ir porque, de camino a la casa de los Polanski, se encontró con una
misteriosa mujer que se le insinuó y pasó la noche con ella. Siempre uno se
pregunta si estas cosas pasan por casualidad o no.
Aquí os dejo un
recordatorio de sus mejores películas. Dura unos diez minutos y, al final, se
incluye alguna de sus frases que evidenciaron su giro hacia la religión al
final de su vida, pero se pasa un buen rato recordando su genial sonrisa.
Comentarios
Algo de eso también había en la vida de Steve, que pareciera que vivía tanto el presente que más bien parecía huir del futuro y no del pasado.
Dices de su desastre en "Un enemigo del pueblo", también podría haber contestado como lo hizo en "los 7 magníficos" cuando contaba la historia del tipo que en medio del desierto decidió bajarse del caballo, desnudarse y lanzarse contra un cactus, cuando la gente le preguntaba porque lo había hecho, el hombre contestaba "Entonces me pareció una buena idea"
Como ha sido buena idea recordar en este gus a un actor tan especial y tan condenadamente atractivo.
Abrazos cool
Abrazos a toda pastilla
Abrazos sin pelusilla
Gracias por el Gus.
Besos huidizos.
Albanta