GUS MORNINS 31/10/17
“Todos
ustedes están rematadamente locos”
Federico
Fellini contestando al telegrama que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas
de Hollywood le envió concediéndole el Oscar especial a toda su carrera en 1993.
Cualquiera diría que
echamos de menos el surrealismo cuando estamos rodeados, pero hoy hace
veinticuatro años que nos quedamos sin Federico. Puede que no estés de acuerdo
con todas sus películas, puede que algunas las adores, puede que, incluso,
otras te carguen hasta la irritación, pero nadie puede negar todo lo que
aportó, narrativa, visual e imaginativamente, este cineasta italiano que,
durante buena parte de los años sesenta, fue el gurú incontestable de la
intelectualidad europea junto con Bergman y Visconti.
Federico nació en
Rimini en 1920, hijo de Ida, ama de casa, y de Urbano, representante de
licores. Fue un buen estudiante del Liceo de Rimini donde comenzó a destacar en
sus dibujos entre los que se dejaba entrever una fuerte influencia de Chaplin y
de los cómics estadounidenses, especialmente Flash Gordon. Antes de terminar el bachillerato, ya fue tentado
para realizar cómics en periódicos locales y con dieciocho años se traslada a
Florencia para durante ocho meses para trabajar como corrector de pruebas de
imprenta. También ejerce de guionista de los cómics de Flash Gordon cuando Mussolini prohíbe la importación de cómics y de
material estadounidense bajo el fascio italiano. Ni cortos ni perezosos, los
italianos se disponen a copiar esos cómics con sus propios guiones para no
decepcionar al público que compraba periódicos aunque las historias tuvieran
poco que ver con las originales.
Con diecinueve años, se
traslada a Roma para estudiar Derecho, pero a los pocos meses consigue trabajo
en una revista satírica italiana llamada Marco
Aurelio, que, a raíz de su llegada, consigue un inusitado éxito, siendo la
revista más comprada en los quioscos. Como consecuencia de ello, cómicos de la
altura del gran Aldo Fabrizi, le contratan para que escriba sus chistes e,
incluso, Federico produce varios cortos satíricos de dibujos animados, lo que
le sirve de inmejorable escuela para su gran salto hacia el cine. Es contratado
por la Alianza Cinematográfica para realizar sus carteles publicitarios de
películas, una compañía propiedad del hijo de Mussolini y afín al régimen, y
allí conoce a Roberto Rossellini.
Con veintiún años,
comienza a trabajar como guionista en la radio y, sobre todo y ante todo, allí
conoce a quien fue el gran amor de su vida, Giulietta Massina. En la radio
llega a realizar hasta noventa guiones de un serial radiofónico de gran éxito
sobre las vicisitudes de una pareja de jóvenes recién casados. En octubre de
1943, cuando Federico cuenta veintitrés años, los novios se casan. Dos años
después tienen un hijo, Pier Federico, que fallece a los doce días. Decidieron
no volver a tener más.
Un año después, tras
echar al invasor nazi en Roma, a finales de 1944, Fellini abre una tienda de
retratos y caricaturas con el nombre de The
Funny Face Shop. Un año después, se pone de acuerdo con su amigo Roberto
Rossellini para escribir el guión de Roma,
ciudad abierta que, como bien sabéis, es una de las mejores películas del
neorrealismo y, tal vez, de todos los tiempos. A partir de ahí, recibe encargos
para escribir guiones de Alberto Lattuada, de Pietro Germi, de Luigi Comencini
y sigue colaborando con Rossellini en esa otra maravilla que es Paisá. Se asocia con Alberto Lattuada
para dirigir su primera película, Luces
de variedades, olvidable y, al año siguiente, obtiene su primer gran éxito
dirigiendo El jeque blanco, con guión
de Ennio Flaiano y mi adorado Michelangelo Antonioni.
A partir de aquí
encontramos al mejor Fellini, al que a mí más me gusta, el que hizo Las noches de Cabiria, o La Strada, o Los inútiles, o Almas sin
conciencia, o esa auténtica maravilla que es Ocho y medio. No nombro La
dolce vita porque me parece un aburrimiento del quince y medio, por mucho
bombo, mucho baño de la Anita Ekberg en la Fontana di Trevi y mucha leche en
verso. La película es un rollo de tres horas con un montón de personajes
corriendo de aquí para allá con la mirada perpleja de Mastroianni. El argumento
está cogido con alfileres (algo que se convirtió en uno de los peores defectos
de Fellini) y aunque está maravillosamente fotografiada en blanco y negro, es
increíble cómo palidece al lado de los otros títulos, sensibles, magníficos y
tremendos, que he nombrado antes.
En el cine de Felini y
en esas cinco películas están el corpus
de toda su obra y todas sus constantes. Lo onírico, el patetismo, la crueldad,
la felicidad, la desolación, lo diferente, lo extravagante, la provocación, el
humor, el mundo de la farándula, lo mediterráneo… Es difícil encontrar a algún
director que introduzca tantos elementos distintivos dentro de sus películas.
Por eso, después de estos títulos, Fellini comienza a ser considerado uno de
los mejores directores del mundo para todos los gafapasta del universo
(incluido Dexter) que ven en él, a Melville, a Truffaut, a Pasolini, a
Bertolucci, a Bergman y a Tarkovsky los auténticos valedores del cine de “arte
y ensayo”.
Después del fracaso
sonoro que supuso Julieta de los
espíritus, Fellini entró en una especie de apatía que se prolongó con la
terrible Satiricón, otra de esas en
las que el argumento le importaba más bien poco y se limitó a ofrecer una serie
de viñetas de la Roma antigua, degenerada, depravada y disoluta, que, sin
embargo, hizo que muchos críticos de la época le encumbraran como el gran genio
entre los genios. Sin embargo, da en la diana con Roma, todo un testimonio de amor a la ciudad que le adoptó y, sobre
todo, con Amarcord, una maravillosa
mezcolanza entre recuerdos, sueños recordados y deseos de infancia que funciona
como una comedia costumbrista y plena, antecedente preclaro de otras obras del
mismo corte como Cinema Paradiso.
Luego, un silencio de
varios años hasta que pone en marcha Casanova,
con el próximo homenajeado por la Academia con el Oscar especial a toda su
carrera, Donald Sutherland, donde Fellini pone en juego su estética (en
especial, ese mar hecho con plástico) y en el que se nos desliza la idea de que
el mítico seductor no tenía nada de seductor, sino que era un ser vicioso y
delirante, monstruoso en su entrepierna y absolutamente acorde con los tiempos
que se vivían en Venecia. Su última etapa se caracteriza porque Fellini ya es
dejado de lado por los gafapasta que lo tenían como Dios (sí, incluso Dexter),
y aunque realiza buenas películas (La
ciudad de las mujeres, Y la nave va y, sobre todo, la sensible Ginger y Fred) ya no está entre el top de las conversaciones de la flor y
nata de la intelectualidad. Aún así, el mismo año de su fallecimiento, la
Academia le premia con su quinto Oscar (había ganado cuatro en la categoría de
mejor película extranjera por La Strada,
Las noches de Cabiria, Ocho y medio y Amarcord) a toda su carrera bajo la
tierna y cariñosa mirada de su mujer Giulietta Massina. Apenas seis meses
después, un infarto de miocardio acabaría con la vida de nuestro Federico, mil
veces homenajeado en las películas de otros directores y siempre echado de
menos.
Aquí le tenemos, en un
emocionante encuentro con Sophia Loren y Marcello Mastroianni, recogiendo su
Oscar por todo lo que nos había regalado. Aunque está en inglés, se entiende de fábula.
Y como mosaico, aquí le
tenéis. Al lado de su mujer y de otro gran genio, Jean Cocteau.
Comentarios
Y "Amarcord", y Nino Rota, la estanquera, si algo le tenemos que agradecer a Fellini es el haber sido uno de los creadores de imágenes más importantes del cine. Y hablando de recordar, cada vez que recuerdo la muerte de Federico también me acuerdo que ese mismo día al otro lado del mundo caía fulminado por una sobredosis a la salida de un pub River Phoenix. No tiene nada que ver, ni llegó a tanto, pero no está de más acordarnos del James Dean de la generación "grunge" con pelis como "La costa de los mosquitos" - sí, ya sé que no te entusiasma- o "Stand by me".
Ocho abrazos y medio
Y River Phoenix, qué lástima su prematuro fallecimiento. Le recuerdo como el joven indiana jones en La última cruzada, en la escena del tren, y por supuesto en Cuenta conmigo.
Abrazos prefestivos
Hoy nos toco Federico. Federico el Grande, el Gran Federico...no sé si compartir nombre con Lorca es un signo de que el genio ya va implícito.
He de reconocer que precisamente ese encumbramiento intelectual y gafapastero del momento (si, también de Dex) me hizo rechazarlo en mis tiempos jóvenes. Un rechazo en toda regla pues ni siquiera le daba una oportunidad y no quise ver en su momento las películas que estrenaba. Qué rebeldía más ignorante. Y es que los listillos eran muy plastas y además encumbraban cosas que eran inaguantables (¿has hablado de Antonioni?) y con ese rasero uno tenía tendencia a despreciar todo lo que aquellos apreciaban.
Muchos años más tarde, aun con prejuicios, comencé a ver su cine y entonces me di unos cuantos cabezazos en la pared por mi estulticia, tanto como cuando probé por primera vez las setas ya de adulto algo que había rechazado tercamente toda mi vida.
recuerdo hace años una entrevista a Anthony Quinn, decía que estando rodando una película en Italia se le acercó un tipo desconocido que intentaba convencerle insistentemente para que protagonizara una película suya. Comentaba Quinn que parecía un loco obseso y no había forma de quitarselo de encima y que le rechazó con cierta brusquedad. Esa noche, el actor quedó con Carlo Ponti e Ingrid Bergman y vieron una película que le pareció una obra maestra, al preguntar por el director le dijeron que era Fellini, la película que acababan de ver era "Los inútiles" y el actor quiso conocerlo. Cuando se lo presentaron comprobó que era aquel loco insitente y sin dudarlo aceptó el papel para, en su opinión, la mejor película en la que había participado, "La Strada".
Cosas de genios.
Abrazos con mucha pechonalidad