GUS MORNINS 10/10/17

“Todo el mundo niega que yo sea un genio, pero, lo mejor de todo, es que nadie me ha dicho a la cara que lo sea”.                                Orson Welles
Saco el reclinatorio porque tal día como hoy se nos fue hace treinta y dos años George Orson Welles, uno de los mejores directores de la historia del cine (sí, sí, ya lo sé, esto es bastante discutible). En cualquier caso, sí fue uno de los más fascinantes. Y a ver si os puedo decir por qué.
Era hijo de una consumada intérprete de piano, Beatrice Ives, y de un inventor de poca monta, George Welles. Fue hijo único, y su madre tuvo claro desde el principio que el pequeño Orson no iba a ser educado como los demás, así que dirigió al niño a la apreciación de las artes desde el mismo momento en que nació. Así, a la edad de nueve años, Orson Welles era, según la leyenda, un fantástico intérprete de piano y de violín. La prematura muerte de su madre hizo que, en señal de luto, no volviera a tocar un piano en su vida. A partir de ahí, bajo la protección de su padre, viajó por todo el mundo hasta que, a los quince años, falleció. Se quedó bajo la tutela del médico de la familia, el doctor Maurice Bernstein, que fomentó todos los talentos que Orson poseía. Estudiante incansable (se dice que, en cierta ocasión, en sus estudios de secundaria y en un debate que estaba teniendo lugar en su aula –tenía dieciséis años- acerca del sistema educativo americano fue reprendido por sus opiniones, mucho más avanzadas que las de los demás, por el profesor. Orson se levantó y dijo: “Soy libre para decir lo que crea oportuno. Y si tengo que criticar los defectos del sistema educativo, lo haré”), rechazó, a pesar de sus notas siderales, entrar en la universidad para hacer un tour por Irlanda y España, países que le atraían enormemente e, incluso, realizó algún pinito que otro como matador de toros en alguna plaza de segunda. Él mismo se desengañó y supo que no era ese su camino. En cualquier caso, durante la estancia en esos países, se empapó de todos los clásicos ingleses y españoles, no solo a través de su lectura, sino acudiendo a todas las representaciones de teatro a las que pudo asistir. Así que, cuando en 1934, regresó a Estados Unidos, tuvo muy claro que eso era lo que quería hacer.
Tirando de amistades de su madre, como el escritor Thornton Wilder, consiguió entrar en la compañía de una afamada actriz de la época, Katharine Cornell, que le instruyó en todas las artes de la escena. Tres años después, con su entonces amigo John Houseman, fundó el Mercury Theatre y puso su primera obra de teatro en pie. Recordemos que Welles, por aquel entonces, solo contaba con veintidós años.
Mientras tanto, también se había hecho un nombre en la radio, debido a su voz prodigiosa y a sus dotes literarias, con unos textos que eran auténticas delicias. A raíz de la creación del Mercury Theatre, también pergeñó la idea de llevar obras de teatro al medio radiofónico, alcanzando una fama nunca lograda por nadie antes en ese medio. En 1938, pone en antena su adaptación particular de La guerra de los mundos, de H. G. Wells. No he escuchado la grabación, pero sí tengo el texto de la misma. La novedad radicaba en que Welles lo hizo todo desde el punto de vista de una retransmisión en directo de la radio, con efectos de sonido espectaculares, como si fuera un noticiario que trataba de informar al mundo de la más aterradora invasión alienígena imaginable. Tanto es así que muchos oyentes creyeron que lo que estaban escuchando estaba ocurriendo realmente y salieron despavoridos a la calle, intentando huir de la terrible invasión marciana. Aquel mismo año, en 1938, puso en pie una versión de Macbeth en clave vudú, con actores negros en el escenario, lo cual causó una conmoción en pleno Broadway. Quizá esto pueda parecer una extravagancia, una locura de un chaval que se creía lo que no era, pero para quien conozca Macbeth sabrá que todo arranca con el conjuro de unas brujas que tratan de hacer que Macbeth, un noble escocés, se convierta en rey por el atajo más corto. Ahí aparecen después la ambición y la maldad, representada por la malvada Lady Macbeth, que, ausente de escrúpulos, también manipula a su marido de la manera más impía. A continuación, realizó un Julio César con estética nazi (antes de que estallara la guerra) y da en el blanco realizando, con la letra de Shakespeare, una seria advertencia sobre lo que estaba ocurriendo en Europa.
La llamada del cine era cuestión de tiempo, y la RKO Radio Pictures de Howard Hughes le ofreció el oro y el moro con tal de que hiciera su primera película. Welles se decantó por El corazón de las tinieblas, basada en la novela de Joseph Conrad (parece ser que Francis Ford Coppola, cuando rodó Apocalypse now, copió varias ideas del guión que Welles escribió), pero problemas de presupuesto dieron al traste con el proyecto y, después de asistir a una de las legendarias fiestas del magnate de la prensa William Randolph Hearst, decidió realizar Ciudadano Kane, una película que cambió la historia del cine. Se rodeó de grandísimos profesionales, como Bernard Herrman en la música y Gregg Toland en la fotografía (quizá uno de los mejores directores de fotografía de la historia del cine), escribió el guión al lado de Herman Mankiewicz (hermano de Joseph). Posteriormente habría polémica sobre qué parte del guión le correspondía a él y qué parte a Herman. Parece ser que la estructura sí que es parte de este último (la narración desde distintos puntos de vista), pero que los distintos episodios son obra del propio Welles. En cualquier caso, la película produce un enorme “shock”. Hearst se jura que Welles no volverá a trabajar en el cine (lo de incluir la palabra Rosebud como desencadenante del misterio le dolió especialmente, así era cómo Hearst llamaba a las partes bajas de su mujer, la actriz Marion Davies). Los productores se asustaron de que un chico de veinticinco años fuera capaz de hacer una película así. El éxito fue moderado nada más, aunque la película fue nominada para nueve Oscars, de los cuales solo ganó uno, el único que Orson obtuvo en toda su carrera, al mejor guión, junto a Herman Mankiewicz.
A partir de aquí, como dijo el propio Orson “comencé en la cima y, a partir de ahí, todo fue cuesta abajo”. Se lanzó a adaptar la novela de Booth Tarkington El cuarto mandamiento, una apasionante disección sobre la caída de la aristocracia y el advenimiento de la burguesía en el final de siglo americano a través de la historia de una familia que inicia un lento declive económico y social. No pudo quedarse a supervisar el montaje y se marchó a Brasil para hacer un documental sobre unos campesinos que habían navegado sobre una balsa por toda la costa de América del Sur para concienciar sobre la pobreza en la que vivían. Esta circunstancia fue aprovechada por los productores que cortaron unos cincuenta minutos de la película…y aún así era una obra maestra. Se estrenó de tapadillo, en programa doble, sin ninguna promoción y solo el tiempo ha podido otorgar la auténtica valía de una maravilla estética y narrativa de Orson Welles. Para rematar el asunto, no pudo completar el documental porque uno de los balseros que se había ofrecido a rodarlo, acabó ahogado, así que Welles volvió a Estados Unidos con seis mil metros de película rodados y sin un final posible. La película se iba a llamar It´s all true.
Bajo su condición de apestado, Orson Welles ofreció todo tipo de guiones para rodar. Se refugió en la radio y en el teatro y, de paso, se casó con Rita Hayworth (antes había estado casado con la actriz Virginia Nicholson y había mantenido un romance de cuatro años con la bellísima Dolores del Río, en palabras de Rebeca, la hija que tuvo con Rita, ése fue el gran amor de su vida). Le costó cuatro años que le volvieran a dejar dirigir, y lo hizo con un argumento ajeno y con una película de encargo como El extraño, claustrofóbica e interesante, la película describe la caza de un nazi que vive oculto como respetable profesor de secundaria en una apacible localidad de Estados Unidos. Naturalmente, fue un fracaso.
Welles había firmado un contrato con Harry Cohn, presidente de Columbia Pictures, y le debía una película. Siempre recordó que, en una noche de lluvia y estando de gira, no tenía dinero para pagar a los integrantes de la compañía con la que estaba representando La vuelta al mundo en 80 días y se fue a una cabina telefónica para pedirle dinero prestado a Cohn. Éste, naturalmente, le dijo que le pagaría un anticipo suculento si le daba una película para hacer. Welles se marcó un farol y dijo que tenía un guión ya escrito, pero que había que comprar los derechos de la novela. Cohn, entusiasmado, le preguntó qué novela. Welles, que no tenía nada escrito, se fijó en una novela que se vendía en el kiosco que estaba al lado de la cabina telefónica y que tenía, al menos, un título sugerente: Si muero antes de despertar. En cuanto colgó, habiendo conseguido el dinero, Welles se compró el ejemplar del kiosco…y le pareció una novela horrible, aquello no había por dónde cogerlo, pero aquella misma noche se puso a trabajar. El resultado fue un guión que llevó por título La dama de Shanghai.
Apasionante telaraña de pasiones y asesinatos (con una primera escena deleznable en un parque, probablemente lo peor que ha dirigido Welles en su vida), la película marca el único encuentro entre Rita Hayworth y Orson Welles delante de las cámaras. Ya se estaban separando y Welles se propuso cambiar la imagen de Rita. Le cortó su larga melena y la tiñó de rubio. El resto de la historia es una auténtica maravilla, llena de ambientación, casi una pesadilla que le ocurre al marinero Michael O´Hara tratando de sobrevivir entre tiburones que tratan de devorarse unos a otros. Cohn, cuando vio lo que había hecho con Rita, exclamó: “Pero… ¿qué ha hecho este hijo de puta?” y, nuevamente, la película se estrenó en programa doble, de tapadillo y sin promoción. Fue un fracaso enorme.
Nadie quiso dar trabajo en el cine a Orson Welles. Él sobrevivió alquilando su trabajo como actor a otros y, por supuesto, con la radio y el teatro como principales soportes. Especialmente recordable es su papel como Harry Lime en El tercer hombre, de Carol Reed, película en la que, además y con el beneplácito de Reed, dirigió algunas secuencias, en especial las que él intervenía. Más tarde, explotó aún más el personaje en una apasionante serie radiofónica con el título de Las vidas de Harry Lime, escrita, dirigida e interpretada por él. En una visita a los platós de la Republic Pictures (productora de películas de serie Z), vio unos decorados sobrantes de un western y, con ellos, se comprometió a realizar un Macbeth que, posiblemente, sea el mejor que se haya hecho nunca en cine. Nadie fue a verla. Sin desanimarse, quiso llevar adelante otro Shakespeare, Otelo, que rodó solamente cuando tenía dinero en el bolsillo, lo cual hizo que el rodaje se demorase durante cuatro años. Como rodaba cuando podía y donde podía, en cierta escena se puede apreciar cómo los protagonistas subían a una almena que, físicamente, estaba en Venecia y bajaban por el otro lado de la almena…situada en Mogador. Famosa es la anécdota en la que, estando previsto el rodaje y el equipo para contar la muerte de Yago, no tenía vestuario y decidió situarla en unos baños turcos, convirtiéndose en la mejor secuencia de toda la película.
En ese ir y venir conoció a una chica preciosa, llamada Paola Mori, con la que se casó en 1951 y de la que jamás se divorció a pesar de que dejaron de vivir juntos. Con ella rodó en España Mister Arkadín, la apasionante historia de un potentado que le encarga a un buscavidas que averigüe todo lo que pueda sobre su pasado ya que él no recuerda nada a partir de determinada fecha en la que se halló a sí mismo en París con un fajo de billetes en el bolsillo. Con muchísimos problemas de producción (el dinero se puso en España y en Suiza y éstos últimos acabaron quebrando), la película contiene a toda una pléyade de actores diversos de enorme calidad como Peter Van Eyck, Amparo Rivelles, Michael Redgrave o Mischa Auer, pistas indispensables para averiguar la auténtica identidad del gran Grigory Arkadin, interpretado por el propio Welles.
En su afán por ser contratado como actor para producciones ajenas, se le alquila como protagonista de una película de cine negro que iba a empezar en Estados Unidos y que iba a significar su regreso después de ser tachado de izquierdista en la época del mccarthysmo. El otro protagonista iba a ser Charlton Heston que, extrañado ante la ausencia de un director, sugirió: “tenéis a Orson Welles en el reparto… ¿a qué esperáis para ofrecerle la dirección?”. Y Welles se hizo cargo. Quizá, ésta sea la mejor película de toda su carrera, empezando por ese plano-secuencia que abre la historia y que se estudia en todas las facultades de cine del mundo y terminando por esa trama de relaciones con el poder, de la delación, del asesinato y de lujuria que acaba por ser una pesadilla en la frontera con México. Una obra maestra que, nuevamente, no gustó a los productores, fue remontada y estrenada de tapadillo en cines de segunda.
Escarmentado, Welles vuelve a Europa y topa con los hermanos Salkind (posteriormente famosos por ser los productores de Superman, con Christopher Reeve). Los Salkind tienen los derechos de varios libros y le dan una lista a Welles para que elija el que más le guste. Welles es un admirador de Kafka y le gusta horrores El castillo, pero ve que la que tienen es El proceso, así que decide adaptarla. Como único decorado, los Salkind le ofrecen una estación de tren abandonada en Yugoslavia. Y con eso y con un plantel de intérpretes que incluían a Anthony Perkins, Jeanne Moreau, Romy Schneider y Akim Tamiroff capta a la perfección el espíritu del gran escritor checo, agobiando la escena para hundirse en el expresionismo más pesadillesco posible, un mal sueño que da a entender una enorme película.
Después de eso, Welles vuelve a España, donde ya reside de forma permanente, y Emiliano Piedra le ofrece la dirección de cualquier película dentro de unos límites presupuestarios muy estrechos. Welles elige Campanadas a medianoche, una amalgama de tres obras de Shakespeare, Enrique IV, Enrique V y Las alegres comadres de Windsor tomando al personaje de Jack Falstaff como eje central de todas ellas. La película es una tierna declaración de amor a Shakespeare, al pícaro genial, al hombre que es capaz de formar a un rey aunque, luego, tenga que ser rechazado por innoble. A destacar esa secuencia rodada en la Casa de Campo de Madrid, en la que tenía que simular una sangrienta batalla con apenas ciento cincuenta extras. Su maestría hizo que parecieran mil.
En Chinchón rueda Una historia inmortal (la única historia que puede llegar a ser inmortal es aquella que nunca se cuenta), basada en un relato de Isak Dinesen, admiradísima escritora por su parte, autora de Memorias de África. Lo más curioso es que Welles consiguió que la villa castellana fuera…un puerto de mar. Y cuela.
Trata de rodar durante años y años una versión del Quijote, pero jamás llega a completarla. En el año 92, Jesús Franco estrena una versión de la película en cines comerciales pero está muy alejada de lo que el propio Welles pretendía. Se traslada al mar Negro para rodar The deep, con Laurence Harvey y Jeanne Moreau de protagonistas, pero no puede acabarla porque a Harvey le da un ataque al corazón y el presupuesto no permite volver a rodarlo todo. Para que os hagáis una idea, el argumento se rodó muchos años más tarde con Sam Neill y Nicole Kidman con el título de Calma total. Además se ahogó también un miembro del equipo y la compañía de seguros canceló el rodaje. Termina la apasionante Fraude en España, un documental sobre la falsificación de obras de arte que acaba por ser un apasionante juego de verdad o mentira y que, por desgracia, es su última película. Aún rueda otra película, titulada Al otro lado del viento, sobre Hollywood y sus intrigas, con un reparto que incluía a Oja Kodar (su última pareja), Peter Bogdanovich, John Huston, Susan Strasberg, Edmond O´Brien y Cameron Mitchell. Desgraciadamente, nadie la ha podido ver porque Orson se buscó producción iraní y, justo en el momento de su lanzamiento, el régimen iraní del Sha Reza Pahlevi fue derrocado por Jomeini y la película quedó secuestrada por las autoridades. Parece ser que alguien ha podido rescatar alguna copia y será estrenada en 2018, veremos.
Ilusionista profesional, escritor, guionista, productor, actor, violinista…Welles fue un hombre del Renacimiento que trabajó en el cine. También dicen que, a pesar de su situación familiar era bastante complicada, se encargó de sufragar todos los gastos de Rita Hayworth cuando ella cayó en las garras del Alzheimer. La hija que tuvieron ambos, Rebeca, es la guardiana de toda su herencia cultural y económica. Y fue ella la que ejecutó la última voluntad de este director. La mitad de sus cenizas reposan en Ronda. La otra mitad están en Wisconsin, al lado de la tumba de su madre.
Creo que esta es la mejor secuencia que dirigió. Y qué música del gran Henry Mancini.



Y como mosaico, ahí lo tenéis. Con Rita: “Naturalmente matarte a ti es matarme a mí, pero… ¿sabes? Estoy bastante cansado de los dos”.




Comentarios

dexterzgz ha dicho que…
Orson, Orson, a veces tanto virtuosismo me agota, lo reconozco. Pero qué narices, un p... genio. Quizá sea el director más virtuoso y más perfeccionista de la Historia del Cine junto a Stanley Kubrick. Y el más artista junto a Hitchcock.

Naturalmente, creo que el Kame marca un antes y un después en el cine, y para mí fue motivo especial de orgullo y satisfacción ver hace poco la película junto a un familiar que me preguntó escéptico si esa era la mejor película de la historia. La mejor quizá no, le dije, pero me explayé en explicarle un par de detalles de porque era una película que había cambiado el cine como arte. Lo extraño es que le convencí... o eso me dijo.

Con todo, tengo especial debilidad por "Sed de mal" y "Campanadas a medianoche". Los picados y contrapicados de "El tercer hombre" me siguen dejando turulato. Y no le acabo de pillar el tranquillo a "Mr Arkadin" o a "Fraude", quizá debería darles una oportunidad.

Abrazos en trineo
Anónimo ha dicho que…
Plas, plas, a sus pies, maestro.

Siempre he pensado que esta clase de genios son fruto de un talento natural indiscutible junto con una educación apartada de los cánones establecidos. Lo mejor que hayamos disfrutado de su obra y de este Gus.

Gracias, Lobo.

Albanta

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