GUS MORNINS 17/10/17

Trabaja uno toda una vida para comprarse una casa…y cuando, por fin, terminas de pagarla, no hay quien viva en ella”.                               Arthur Miller
Hoy hubiese cumplido 102 años este dramaturgo estadounidense, posiblemente el mejor de todos los tiempos junto a Tennessee Williams. Su mirada certera sobre la clase media americana, siempre crítica con el entorno y algo pesimista, ha sido bandera para gran parte de la intelectualidad de izquierdas (y también, por qué no decirlo, de derechas). Sus opiniones nunca pasaron desapercibidas y sus obras teatrales han quedado en la memoria tanto en su versión escénica como en la cinematográfica.
Era hijo de unos inmigrantes polacos judíos de clase media. Su padre era empresario textil, lo que le permitió vivir en Manhattan. Sin embargo, la depresión del 29 golpeó de lleno en los negocios de su padre y tuvieron que mudarse a Brooklyn. Este apartamento sirvió de base para el escenario que describió en carne viva en su obra magna Muerte de un viajante. Estudió bachillerato y tuvo que trabajar de mecánico en un taller de repuestos para costearse los estudios universitarios de periodismo en la Universidad de Michigan. Allí ya ganó su primer premio literario. Se casó tres veces. La primera, con su novia del colegio, Mary Slattery, con la que tuvo dos hijos. La segunda, con Marilyn Monroe. La tercera con la fotógrafo Inge Morath, con la que tuvo otros dos hijos. El segundo de esos hijos nació con Síndrome de Dawn y, a los pocos días de su nacimiento, Miller decidió internarlo en una institución. Nunca habló de él y rara vez fue a visitarle. Tan solo lo reconoció en su testamento para que fuera a parar la misma parte que correspondía a sus hermanos. Una gran mancha en alguien que siempre fue la voz de los más desfavorecidos. La hermana de este chico es Rebeca Miller, esposa del actor Daniel Day-Lewis.
En 1943 estrenó su primera obra, Un hombre de suerte, que no alcanzó ningún éxito, manteniéndose en cartel apenas cuatro representaciones. Cuatro años después, cuando él contaba con 32, estrenó la estremecedora Todos eran mis hijos, donde denuncia el cinismo de las empresas armamentísticas con la excusa de un muchacho que se da cuenta de que su padre ha estado vendiendo piezas defectuosas de motores de aviones al gobierno con tal de asegurar su situación económica. La obra alcanza un éxito clamoroso, manteniéndose un año en cartel y recibiendo el Premio de la Crítica Teatral. Un año después, Miller vendió los derechos al cine, con Edward G. Robinson en el papel del padre y Burt Lancaster en el del hijo.
La consagración definitiva le viene en 1949 con el estreno de la tremenda Muerte de un viajante, en la que denuncia la mentira del sueño americano. Lee J. Cobb y Arthur Kennedy fueron los actores encargados de estrenarla. La obra alcanza el Premio Pulitzer, tres premios Tony y el Premio de la Crítica Teatral. En 1952 fue llevada al cine en una versión no demasiado apreciada con Fredric March y Kevin McCarthy aunque se llevó un puñado de nominaciones para el Oscar (la obra fue edulcorada para que ese viajante, Willy Loman, que se encuentra encerrado en un callejón sin salida, incapaz de realizar sus sueños y los de sus hijos, fuera algo más esperanzado). Existe otra versión para televisión que se comercializó en vídeo con Dustin Hoffman y John Malkovich en los principales papeles. En Madrid, tuve la suerte de ver dos versiones. Una en 1985 (en pleno servicio militar) con José Luis López Vázquez y Santiago Ramos, enormes. Y otra en el año 2000, en un montaje del Centro Dramático Nacional con José Sacristán dando un par de lecciones. También hubo un Estudio 1 del año 65 que dirigió Pedro Amalio López recogiendo el mismo reparto que la estrenó en Madrid un par de años antes, con José María Rodero y Juan Diego, ahí es nada.
Un año después de tan arrollador éxito, Arthur Miller fue uno de los nombres que dio el director Elia Kazan en su declaración ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Como medida preventiva, a Miller se le retiró el pasaporte y fue citado a declarar. En su declaración, juró tres veces que nunca había pertenecido al Partido Comunista y que sí había asistido a tres reuniones en 1947, cuatro años antes. Le pidieron que delatara a los asistentes y se negó. El Comité le condenó a pena de cárcel. Miller no se amilanó y apeló la sentencia de un órgano político al Tribunal de Apelación de los Estados Unidos. Fallaron a su favor. Retiraron los cargos y Miller no tuvo que ingresar en la cárcel. Eso sí, todo ello le costó su amistad con Elia Kazan, el hombre que había dirigido su Muerte de un viajante en Broadway.
Para dejar constancia de lo que estaba pasando, se le ocurrió la genial idea de escribir una obra de teatro que, metafóricamente, se podría trasponer al drama de la persecución de intelectuales y gente del cine que había iniciado el Comité de Actividades Antiamericanas. Así nació Las brujas de Salem (por culpa de esta obra se acuña la expresión de Caza de brujas), un extraordinario fresco sobre el falso puritanismo en los Estados Unidos trasladado a 1677 con unos juicios que tuvieron lugar cuando Estados Unidos aún era una colonia y se juzgaron a unas chicas que hicieron una especie de aquelarre en un bosque cercano. Se han hecho varias versiones en cine de esta obra. En Estados Unidos fue estrenada con Arthur Kennedy en el papel principal, pero no se hizo versión en cine hasta 1996 con Daniel Day-Lewis y Joan Allen de protagonistas. Curiosamente, sí se hizo una versión en Francia hacia finales de los cincuenta, que pasó por ser una de las mejores que se habían hecho nunca de esta historia con Yves Montand y Simone Signoret. En España fue estrenada en teatro con el muy justito Francisco Piquer y con la gran dama Irene Gutiérrez Caba y también se hizo un Estudio 1 con los mucho más adecuados Fernando Delgado y Concha Velasco.
A continuación, estrenó Recuerdo de dos lunes, una especie de autobiografía de su época como mecánico en el taller de repuestos y, de nuevo, obtuvo un Premio Pulitzer por la que es su segunda gran obra: Panorama desde el puente, llevada al cine en 1962 con Raf Vallone y Jean Sorel en los principales papeles y Sidney Lumet en la dirección. En España se estrenó tardíamente, con José Bódalo y Pedro Arboa. Un poco más tarde, en 1988, tuve el placer de interpretar el papel de Alfieri, que en teatro había llevado a cabo José Luis Pellicena, en esta misma obra en ambientes universitarios (Alfieri es, en realidad, un narrador de la obra que interviene esporádicamente en la trama y, en esta ocasión, no la dirigí yo). Años más tarde, también tuve el placer de verla en teatro con Sancho Gracia en el que fue su último papel sobre las tablas. En cualquier caso, la obra habla sobre el racismo dentro de la misma inmigración, sobre el incesto y sobre la rabia que pesa en aquellos que tienen que cargar con los trabajos más pesados en beneficio de otros que apenas los prueban.
Escribió para el cine el guión de Vidas rebeldes, dirigida por John Huston. Cuando se rodó la película, su matrimonio con Marilyn Monroe estaba prácticamente roto. En su autobiografía Vueltas al tiempo, Miller se retrata con dureza al admitir, en un tono inusualmente machista, que “cuando Marilyn estaba a mi alrededor, me parecía una mujer corriente, con sus miedos y sus ilusiones, sin grandes pretensiones intelectuales, intentando ser la mejor en su trabajo…pero cuando se acercaba a mí, me parecía la mujer más excitante del mundo…”
Tres años más tarde, estrenó Después de la caída, una radiografía de sus años en común con Marilyn Monroe. Esta obra significó un cierto acercamiento (aunque no una reconciliación) con Elia Kazan, que fue el encargado de estrenarla con Jason Robards y Barbara Loden como protagonistas. En España, fueron Adolfo Marsillach y Marisa de Leza. Una obra dolorosa, pero que cosechó un gran éxito. Más tarde, estrenó la interesantísima Incidente en Vichy, presentándonos a un grupo heterogéneo de detenidos por los nazis en la zona de la Francia “libre” esperando su destino que termina por ser una inspección racial que realizan tanto los alemanes como los franceses. Se estrenó en Broadway en 1964 con Hal Holbrook, Joseph Wiseman, David Wayne y Tony Lo Bianco con un gran éxito. Lamentablemente, no se ha representado en España.
Su último éxito teatral es de 1968 con El precio, una historia sobre un policía que hurga en el desván de su padre, recientemente fallecido, para vender todos los recuerdos de una vida, aparece por allí su hermano, un médico con el que no se habla desde hace dieciséis años y también, un viejo judío que quiere comprarlo todo. Así se entabla una discusión sobre cuánto valen nuestros recuerdos. En Broadway se estrenó con Pat Hingle, Arthur Kennedy y Harold Gary como intérpretes. En España se estrenó con Fernando Delgado, Jesús Puente y Narciso Ibáñez Menta. Una obra que, sin ser impresionante, te deja un poso muy amargo, muy interior.
A partir de aquí, la carrera como dramaturgo de Arthur Miller decayó porque los locos setenta no fueron pródigos en elogios con las viejas degeneraciones. Miller fue etiquetado de “sermoneador” por los jóvenes de la época y tan solo escribió una obra titulada Focus, en el que aborda el tema del racismo con gran crudeza. En los noventa, aún escribió una obra que parecía rememorar al gran escritor que fue, Cristales rotos, que estrenó el Centro Dramático Nacional con Pilar Miró en la dirección y José Sacristán en la cabecera, pero no fue suficiente como para hacernos recordar al gran y único Arthur Miller.
Aquí tenéis un clip que describe bastante bien la historia de amor entre Arthur Miller y Marilyn Monroe.



Y como mosaico, aquí está él, con todos sus defectos y sus virtudes.







Comentarios

dexterzgz ha dicho que…
Todavía tengo fresco el recuerdo del gran Eduard Fernández interpretando al protagonista de "Panorama desde el puente". Tengo "comprada" la versión de Vallone, a ver si le echo un ojo un día de éstos.

Sí que es verdad que aunque sólo sea por "La gata sobre el tejado del zinc" y por "Un tranvía llamado deseo" Tenesse Williams ha tenido más fama - quizá más difusión- en el cine que su colega Miller. No obstante, ambos representan el mejor teatro americano moderno, reflejando al hombre del siglo XX, con sus traumas,sus frustraciones y su represión. Y Miller, un hombre a la altura de su mito. Dicen que fue el que mejor supo entender a Marilyn, su soledad, su fragilidad también, pero que acabó muy quemado con la relación.

Gracias, Bardés, por recordarnos a este genio. Plas, plas, el autor, el autor

Abrazos desde el palco
CARPET_WALLY ha dicho que…
Pues fíjate tu que no le tengo yo mucha simpatía a Miller, siempre me pareció un poco el listillo (lo debía ser, no cabe duda) que miraba un poco por encima del hombro al resto de los mortales como llamándoles tontos sólo porque el poseía una pose intelectual de no te menees.

En cuanto a su teatro, no pongo en duda que es genial, pero tampoco me agrada en demasía. Comparado con Tenessee Williams tan tórrido, tan carnal, tan pasional, lo de Miller me suena a demasiado triste, amargo, desesperanzado...

No obstante, es un gustazo tu repaso y es obligatorio reconocerle su maestría al bueno de Arturito.

Gran gus...y eso que hoy era el cumple del coletas, ¿para cuando un gus dedicado a tan insigne personaje?

Abrazos intelectuales.
Anónimo ha dicho que…
Yo también tuve la suerte de ver al inmenso Eduard Fernández en "Panorama desde el puente", una interpretación sobrecogedora.

Cierto es que Miller posee una mirada más oscura sobre el ser humano y sus relaciones y que sus textos te dejan cierto regusto depresivo pero no cabe duda de que es un grande.

Siempre me sorprendió su matrimonio con Marylin ya que ella, dicen, poseia un coeficiente intelectual para temblar, prueba de ello es que le mandó a paseo, tenía pinta de ser muy listo...y muy aburrido.

Besos teatreros.

Albanta

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