GUS MORNINS 2/6/20
“El
cine es un arma cargada de futuro”
Juan Antonio Bardem
Hoy vamos a homenajear
a este cineasta que llevó a lo más alto los pabellones españoles a finales de
los cincuenta y principios de los sesenta, porque hubiese cumplido los noventa
y ocho años. Más allá de sus ideas políticas, que defendió contra viento y
marea y que acabó por acatar las reglas del juego con tal de que hubiese
libertad (lo cual dice mucho, mucho, en su favor), Juan Antonio Bardem, con sus
inicios en el cine, llegó a ser considerado el mayor genio del cine europeo a
la altura de Michelangelo Antonioni o Luchino Visconti. Sin embargo, su
militancia política, que antepuso a su militancia artística, entorpeció enormemente
el desarrollo de su talento, dando como resultado una filmografía, cuando
menos, irregular.
Juan Antonio Bardem
nace en Madrid, dentro de una familia de la farándula, hijo de los actores
Rafael Bardem y Matilde Muñoz Sampedro. Se cría entre bambalinas, pero, a pesar
de que le atrae el mundo artístico, dirige sus pasos hacia la ingeniería, en
concreto agrónoma, llegándose a titular en la Universidad Politécnica de
Madrid. Cuando termina la carrera, y, sobre todo, a raíz de su colaboración
como crítico de cine en revistas de la época, decide ingresar en el Instituto
de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (condición indispensable
para entrar era tener una titulación universitaria) donde conoce a Luis García
Berlanga, con el que llega a trabar una gran amistad en aquellos años.
Ya por aquél entonces,
Bardem se integra dentro de una célula del partido comunista en Madrid. Eso
hace que discuta frecuentemente con Berlanga que no comparte sus ideas. Sin
embargo, después de colaborar el uno con el otro para licenciarse en el
Instituto (la antigua Escuela de Cine), ambos escriben y encuentran
financiación para realizar Esa pareja
feliz, una estupenda comedia con Fernando Fernán-Gómez y Elvira Quintillá.
Berlanga siempre recuerda cómo eran unos auténticos novatos, pero no querían
parecerlo y, durante la creación del story-board de la película, Bardem, en su
condición de ingeniero, calculó exactamente cuál era la altura de la cámara
para conseguir el ángulo adecuado. Cuando llegaron el primer día, Bardem se dio
cuenta de que todos los cálculos estaban mal y que, cuando el director de
fotografía se dirigió a Berlanga para preguntarle si quería trípode alto, bajo
o medio, el propio Berlanga no tenía ni idea de cuál debería ser. Le contestó “medio” y fueron improvisando sobre la
marcha debido al error de Bardem.
La película, sin ser un
clamoroso éxito, funcionó bien, así que se pusieron manos a la obra con otro
guión. Bienvenido Míster Marshall.
Aquí es donde se produjo el definitivo distanciamiento de Bardem con Berlanga.
Parece ser que, debido a que Bardem estaba siendo mirado con lupa por el
régimen, la productora no quería arriesgarse a que Bardem dirigiera la
película. Berlanga, en lugar de sacar la cara por Bardem, dijo que la dirigiría
él en solitario. Bardem siempre le reprochó eso a Berlanga, a pesar de que éste
le dijo que podía estar presente y comportarse como un director. Bardem se
desentendió y Berlanga, incluso, pagó un dinero a Miguel Mihura para que
revisara el guión. El resultado, ya lo sabe todo el mundo, es que Bienvenido Míster Marshall fue Premio
del Jurado del Festival de Cannes, proporcionando a España el primer premio
internacional de cine.
A partir de aquí,
Bardem desarrolla su carrera en solitario. Realiza el que es, probablemente, el
mejor acercamiento que se ha hecho nunca en España al mundo de la farándula con
Cómicos, una radiografía del mundo
teatral que, curiosamente, consigue la calificación por parte del régimen de
película de “interés nacional” y
Bardem gana diversos premios como el del Círculo de Escritores
Cinematográficos.
Envalentonado, Bardem
rueda la primera de sus obras maestras: Muerte
de un ciclista. Una película que combina a la perfección el drama adúltero,
la política, el suspense y el asesinato. Maravillosa de principio a fin, con
ideas visuales de enorme interés, la película supone todo un éxito que vuelve a
ganar el Premio de la Crítica del Festival de Cannes, con unas soberbias
interpretaciones de Alberto Closas, Lucía Bosé y, por supuesto, ese crítico
teatral taimado y ladino que interpreta a la perfección Carlos Casaravilla.
Su siguiente película
es otro bombazo plenamente justiciado. Calle
Mayor, basada en La señorita de
Trévelez, de Carlos Arniches, es una extraordinaria película, reveladora
del aburrimiento que asola a la España interior, profundamente apocada dentro
de un país que se hunde en lo gris y en la crueldad de la omisión. José Suárez
realiza una adecuada interpretación como el estúpido que se presta a llevar a
cabo una apuesta llena de vileza, pero quien está realmente bien es Betsy Blair
como esa solterona que cree que ha encontrado el amor en una ciudad triste y
sumida en las sombras. Hay que destacar el trabajo de los amigotes del
protagonista, encabezados por Luis Peña y Manuel Aleixandre, o la aparición de
Lila Kedrova como la dueña del burdel de la ciudad.
En mitad del rodaje,
Bardem es detenido y llevado a la Dirección General de Seguridad de la Puerta
del Sol. La protagonista, Betsy Blair, se desplaza a Madrid y comienza a mover
a amistades para que haya una cierta presión internacional para obligar a su
liberación. Consigue adhesiones de Chaplin o de Einstein, entre otros muchos,
y, finalmente, Bardem es liberado después de dos noches. Curiosamente, nada más
salir de su encierro, la iglesia declara su apoyo al cineasta y decide
prestarle cualquier instalación que precise para el resto de tomas. La parte
positiva es que, nuevamente, Bardem gana el Premio de la Crítica del Festival
de Venecia.
En 1958, rueda La venganza, con Raf Vallone y Carmen Sevilla.
Es la primera película española nominada al Oscar a la mejor película
extranjera. Sin llegar a los límites de sus dos títulos anteriores, resulta un
interesante acercamiento hacia la enemistad de las dos Españas con un cierto
aire de reconciliación (siguiendo directrices que le habían dado los mandos del
Partido Comunista a través de la UNINCI, que era una productora de cine que, de
hecho, funcionaba como célula del partido). La película, aún así, es muy buena,
con una descripción acertada y acerada del odio de clases y de la brecha
profunda entre vencedores y perdedores. Una vez más, aunque con cierta división
de opiniones, Bardem es el ganador del Premio de la Crítica del Festival de
Cannes. Es en esta época cuando el nombre de Bardem, según la crítica
internacional, iguala su nombre al de Antonioni, Bergman o Visconti, destacando
su fuerza en el relato, su mensaje político intrínseco y su particular acierto
a la hora de escoger sus argumentos.
Bardem comienza a tener
problemas para financiar sus películas en España, así que recurre a Méjico para
rodar su propia adaptación de las Sonatas,
de Valle-Inclán. Tiene enormes problemas para rodar y la película, es cierto,
carece del acabado que caracteriza a sus obras anteriores. El plan de Bardem es
rodar las cuatro sonatas, pero, debido a los problemas, hace un híbrido y sólo
adapta la de otoño y la de estío, con María Félix y Francisco Rabal de
protagonistas.
Realiza una crítica al
mundo del toreo que tiene una gran aceptación por parte de la crítica y no
tanto por parte del público en A las
cinco de la tarde, con Francisco Rabal de torero. Mejor suerte tiene la
excelente Nunca pasa nada, una visión
del modo de vida español a través de una cabaretera francesa que pasa unos días
en el país recuperándose de una operación y se enamora de un médico y de un
maestro a la vez. Aunque la función gira alrededor de Corinne Marchand en el
papel protagonista, quien se lleva la parte del león es la estupenda Julia
Gutiérrez Caba.
A partir de aquí,
Bardem se entrega a la más descarada comercialidad. A ello colabora el hecho de
que, desde la Dirección General de Cine, el propio José María García Escudero,
que siempre le había defendido le dijo: “Mira,
Juan. Si me presentas un proyecto sobre la vida de la virgen María, no te lo
van a dejar rodar, así que vete haciendo a la idea”.
Dicho y hecho, Bardem
coge un reparto de ensueño, compuesto por Melina Mercouri, Hardy Kruger y James
Mason para rodar en Cadaqués Los pianos
mecánicos, flojísima adaptación de una novela de naturaleza escandalosa,
sobre la búsqueda de la estabilidad por parte de una mujer independiente y
moderna que no encaja demasiado con la tradición española.
Se apunta a la
coproducción bélica con un espanto titulado El
último día de la guerra, con George Maharis y María Perschy. Realiza un
vehículo para el lucimiento de la más otoñal Sara Montiel en Varietés e, incluso, se atreve con una
adaptación de Julio Verne con Omar Sharif como el Capitán Nemo en La isla misteriosa. Se asocia con Rafael
Azcona para escribir el guión de El poder
del deseo para darle un aire adulto a la figura de Pepa Flores. Aún tiene
algún destello de calidad en El puente,
con un Alfredo Landa en estado de gracia tratando de destruir el mito del
landismo. Se decanta hacia el cine más político con Siete días de enero, una descripción de la matanza de los abogados
de Atocha que obtiene un premio en el Festival de Moscú. De aquí nace la
oportunidad de financiarse para realizar La
advertencia, una película enormemente personal sobre el ascenso, algo
idealizado, de un político búlgaro en la turbulenta Europa de 1933. Se decanta
por la hagiografía de Giorgi Dimitrov, político muy del gusto de los rusos,
dando como resultado una aburrida y propagandística película de un director que
tenía suficiente talento como para huir de estos intentos.
Su carrera en el cine
se cierra con Resultado final,
intento de lanzar a la famosa Mar Flores como protagonista en una película
sobre el desencanto comunista en la Transición que, para principios de los años
noventa, resulta anticuada desde su planteamiento. Artísticamente fue un
fracaso mayúsculo (la escasa repercusión en taquilla fue debido a que todo el
mundo esperaba el desnudo de la actriz y modelo) que hizo que Bardem ya dejara
definitivamente un mundo que, según su propia biografía, acabó aborreciendo.
Como vídeo, os dejo al
propio Bardem hablando sobre su obra maestra, Calle Mayor.
Como mosaico, os dejo
con una imagen de Muerte de un ciclista.
El otro día, leí muy sorprendido, que un fulanito decía que era una película
que Hitchcock hubiera firmado….ni de coña, colega.
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