GUS MORNINS 30/6/20


“Joseph Losey es muy bueno. El sirviente es una película muy efectiva, muy bien hecha, extraordinariamente bien hecha. Y ha hecho temblar el suelo y se ha saltado unas cuantas barreras en términos morales y todo eso. Pero si lo piensas un poco, en pequeño, en tranquilidad y en significado, no te descubre nada nuevo. Te conduce por la opresión en el hogar y el peso de ese tema te hace ya querer desear salir de la sala y no volver”.                                                           Anthony Mann

Bueno, pues hoy toca felicitar a este estupendo cineasta, pocas veces tildado de autor, que hubiese cumplido los 114 años de edad. Y lo curioso es que ha sido uno de los mejores.
Su verdadero nombre era Emil Anton Bundesmann y se sabe que su padre, Emile Theodore Bundesmann era un emigrante austríaco que se casó con una judía de Georgia llamaba Berta Wachselbaum. Fue en San Diego en 1906. En 1917, toda la familia se trasladó a Nueva York y cuando Tony iba a empezar la universidad, su padre falleció y se tuvo que poner a trabajar. Atraído por el teatro, comenzó a mendigar papeles de secundario en teatros del Off-Broadway, pero Tony no dejaba de aprender todo lo que rodeaba al arte de la escena. Tanto es así que el Theatre Guild le ofrece, en 1927, la jefatura de producción, cargo que ocupó hasta 1933. Para quien no lo sepa, el Theatre Guild era el teatro subvencionado, que ponía en escena obras de autores contemporáneos para que la gente que no se podía pagar una entrada, pudiese ir a disfrutar de las obras más importantes de los autores más de moda.
Mann se independiza del teatro federal y pasa a ser director de escena en el teatro privado. En 1936 dirige Mi noche Cherokee, una obra pequeña que, sin embargo, obtiene un gran éxito y que llama la atención de David O. Selznick y, en 1938, es contratado como ayudante de dirección. Entre otras cosas, se le hizo director de pruebas y es el hombre que hizo pruebas de cámara a unas cuantas candidatas para Lo que el viento se llevó o para Rebeca.
Sus primeras películas, de mero aprendizaje, vinieron en 1942 con Doctor Broadway, una serie B con MacDonald Carey, y Luz de luna en La Habana, para que Allan Jones prolongase a su gusto el género de opereta. Mann, sin embargo, comenzaba a dar su verdadera talla dentro del cine negro, siempre en películas de muy bajo presupuesto, pero ahí dejó algunas joyitas como El gran Flamarión, en la que dirigió a Erich von Stroheim, o La brigada suicida.
Su verdadero salto a la calidad no lo da hasta Winchester 73, una película que, en principio, iba a ser dirigida por Fritz Lang, pero se cayó del proyecto y Mann, atento, pidió dirigirla. Fue el principio de su asociación con James Stewart y la película que trazó las que fueron sus señas de identidad.
Los western de Mann están muy lejos de los de Ford. Casi siempre habla sobre un hombre de pasado turbulento que quiere olvidar dedicándose a algo supuestamente honesto. Ya dejan atrás su pasado de bandoleros o asesinos a sueldos y quieren llevar una vida tranquila, cultivando una granja, llevando un comercio o un negocio y al lado de una mujer que, quizá, llegue a quererle. No lo es menos este Lin McAdams que interpreta James Stewart y que corre para vengarse de su hermano, asesino de su propio padre, interpretado con eficacia por Stephen McNally. Sin embargo, uno de los platos fuertes es la aparición de un malvado sin escrúpulos bajo el rostro de Dan Duryea.
Ahí da comienzo una de las mejores colecciones de westerns que todo el mundo desearía tener en su casa. Desde Winchester 73 hay que pasar a Horizontes lejanos, con Stewart liderando un grupo de colonos, y, por supuesto, la sorprendente Colorado Jim, en donde Stewart ofrece su cara más brutal, la más cercana a la de un auténtico asesino, enfrentándose con mucha altura a un odioso Robert Ryan. A continuación, Tierras lejanas, con Alaska de fondo y James Stewart uniéndose hasta la muerte con ese socio sin dientes que sabe interpretar tan bien Walter Brennan. Luego, El hombre de Laramie, con Stewart tratando de olvidar su pasado en medio de un lago de sal y con una brutal secuencia en la que le vuelan la mano de un disparo. El ciclo se termina con una película que Mann quería que interpretara Stewart y que, sin embargo, acabó haciendo Gary Cooper en El hombre del Oeste, con ese Link Jones que es el enlace entre la mala y la buena vida y al que el pasado reta a un desafío a muerte. Espléndida interpretación de Cooper y de Julie Adams en una secuencia que rompió todos los cánones de la época.
Entre medias, habría que destacar otras películas suyas como Música y lágrimas, biografía de ritmo endiablado para contar la historia de Glenn Miller; o Cazador de forajidos, un western que podría entrar en su ciclo de grandes historias del Oeste si no fuera por lo atípico de su reparto, con Henry Fonda y Anthony Perkins, y por que se aparta del esquema habitual de pasados y venganzas convirtiéndose en una historia de profesor-alumno. Por supuesto, habría que destacar una de las mejores películas de guerra jamás hechas como es La colina de los diablos de acero, junto con Casco de acero, de Sam Fuller, posiblemente el mejor acercamiento que se ha hecho nunca a la Guerra de Corea con un Robert Ryan desolado y perdido, frente a un enemigo que no se ve y que termina diciendo al viento los nombres de un puñado de héroes que han muerto tratando, simplemente, de salvar el pellejo, probablemente, el mayor de todos los heroísmos.
En 1960 se encarga de una gran producción como es Cimarrón. Con todos los medios e incluyendo algunas escenas fantásticas, la película se desploma en taquilla y defenestra a Mann, que busca refugio en Europa. Encuentra trabajo de la mano de Kirk Douglas que quiere encargarle la dirección de Espartaco, pero, al cabo de una semana de rodaje, al actor no le gusta nada lo que está haciendo y lo despide (toda la secuencia de la cantera es suya) y Samuel Bronston le echa una mano para que se haga cargo de El Cid, para Charlton Heston y Sophia Loren. Más tarde, Bronston le vuelve a llamar para que dirija La caída del Imperio Romano, con Stephen Boyd, Christopher Plummer, Sophia Loren y Alec Guinness, pero la recepción de la película es fría al optar Mann por mostrar una Roma oscura, triste, a punto de afrontar su destino como civilización en absoluta decadencia. Aún así, la película es estupenda, con momentos realmente extraordinarios, con secuencias intimistas que delatan a un director sensible y con pulso.
Douglas no se olvida de que le debe una película y le encarga la realización de Los héroes de Telemark, excelente película de acción sobre el comando que se introdujo en las instalaciones noruegas para retrasar la fabricación de agua pesada y, por tanto, de los avances alemanes por conseguir la bomba atómica.
Aún le quedaría un cartucho más a Anthony Mann aunque no llegó a quemarlo del todo. En Berlín le sorprendió un ataque al corazón mientras en 1967 rodaba al lado de Laurence Harvey y Mia Farrow la película Sentencia para un dandy, una trama de espionaje bastante críptica, muy en la línea de John Le Carré, que estaba acabada en sus dos tercios cuando Mann fue a dirigir películas al mejor plató del mundo. Harvey, más mal que bien, se comprometió a acabarla y el éxito fue más bien escaso.
De su vida particular os puedo contar más bien poco. Sí, se casó con nuestra Sarita Montiel mientras ella le conocía en Estados Unidos rodando Veracruz, de Robert Aldrich; Yuma, de Sam Fuller y Dos pasiones y un amor que dirigió el propio Mann, pero no ha trascendido nada de lo que hicieron o dejaron de hacer. De hecho, la propia Sarita en sus falsísimas memorias, ni siquiera le nombra, pero, eso sí, decir que se había líado con Severo Ochoa no falta.
Como vídeo os dejo un pequeño resumen de esos cinco westerns psicológicos que rodó con James Stewart de protagonista y con esos paisajes abruptos, rocosos y afilados que, de alguna manera, reflejaban la personalidad de ese hombre que busca una segunda oportunidad.

Y como mosaico, ahí lo tenéis con Sara.  


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