GUS MORNINS 9/6/20
“Siempre
tuve una gran sensación de inseguridad en mi vida. Hasta que llegué al
estrellato y supe realmente lo que era la inseguridad”
Robert Donat
Vamos a acordarnos hoy
de este actor al que no se le suele nombrar. De hecho, estoy completamente
seguro de que es un nombre absolutamente desconocido para las nuevas
generaciones de cinéfilos aunque era un actorazo impresionante, ganador de un
Premio de la Academia, con una capacidad camaleónica deslumbrante y, eso sí, al
que le gustaba mucho más el teatro y el cine y posee una filmografía
sorprendentemente corta. Tal día como hoy falleció hace 62 años.
Robert Donat poseía una
voz muy agradable, fruto de que a la temprana edad de 11 años ya recibió clases
de dicción y modulación de la misma. Destacaba, desde niño, por su desenvoltura
a la hora de recitar cualquier poema o cualquier texto clásico y, debido a que
todo el mundo le aplaudía entusiasmado en sus representaciones familiares, eso
le animó a dedicarse a la actuación. Aún así, tenía otro problema. Era asmático
crónico y eso, con el paso de los años, le otorgó una voz algo quebrada pero
extraordinariamente interesante. A los 16 años, el joven Donat ya estaba
representando a Shakespeare en una compañía de repertorio haciendo giras por
toda Inglaterra, hasta que en 1924, con 19 años, ya se enroló como miembro
estable de la Compañía Teatral de Liverpool.
Destacó de tal manera
que Alexander Korda le contrató para hacer tres películas culminando con el
papel de Thomas Culpepper, amante de la reina Katherine Howard en La vida privada de Enrique VIII, que
dirigió el propio Korda y que significó el Oscar al mejor actor para aquel
torbellino llamado Charles Laughton. Ahí ya se pudo apreciar que Donat se movía
bien en el estilo dramático y en algún que otro registro cómico, centrando su
actuación en un tono deliberadamente menor y usando la voz como el principal
instrumento de su genio.
Era muy diestro
manejando la espada, así que Hollywood no tardó en aprovecharse del fin de su
contrato con Korda para que protagonizara el papel principal, el de Edmundo
Dantés, en una de las mejores versiones que se hayan hecho nunca de El conde de Montecristo, de Rowland Lee,
al lado de Louis Calhern. Su maestría con la esgrima fue tal que llegó a estar
contratado para hacer el papel principal de una película que se estaba
preparando con el título de El capitán
Blood. Un accidente en un brazo le impidió hacer el papel y nació una
estrella con el nombre de Errol Flynn.
No le gustaba a Donat
la experiencia en Hollywood. Entre otras cosas, comprobaba que, cuando era
seguro para encabezar un reparto, sorprendentemente era sustituido y se caía de
los rodajes en aras de dar oportunidad a otros que estaban mejor relacionados
que él, que sólo tenía su arte como defensa. Volvió a Inglaterra, y allí, un
director llamado Alfred Hitchcock le quiere como protagonista para su película 39 escalones. Hitchcock quedó encantado
con su trabajo porque Donat resolvía especialmente bien las escenas que
funcionaban como interludio cómico y era absolutamente creíble en el agobio del
protagonista que no es más que un precedente clarísimo del Cary Grant de Con la muerte en los talones. Habría que
decir que Hitchcock se cuidó de que Donat no conociera a Madeleine Carroll,
coprotagonista femenina. Y, de hecho, gran parte de la película permanecen
esposados, de tal manera, que el propio Hitchcock escondió las llaves de las
esposas para obligarlos a convivir y conocerse a pesar de ser auténticos
extraños. La película funcionó como un gran éxito y es una de las mejores del
maestro inglés en su etapa en Gran Bretaña.
Hitchcock quedó tan
encantado del trabajo de Donat que trató de trabajar más veces con él. De
hecho, fue el protagonista previsto para Rebeca,
pero Donat cayó enfermo y tuvo que ser sustituido de urgencia por Laurence
Olivier. El caso es que el éxito de 39
escalones hizo que Hollywood le reclamara de nuevo y Donat consiguió su
primera nominación al Oscar con La
ciudadela, de King Vidor, al lado de Rosalind Russell, en la piel del
doctor Andrew Welsh, un recién licenciado que se instala en una ciudad minera
de Gales, en un papel de grandes posibilidades dramáticas. La película funcionó
extraordinariamente bien (en el reparto también se hallaban Ralph Richardson y
Rex Harrison) y eso hizo que no se dudara a la hora de ofrecerle su siguiente
papel. El del Profesor Chipping de Adiós,
míster Chips.
Con esta película,
Robert Donat se alzó con el Oscar a la mejor interpretación masculina del año
1939. Eso, aparte de sonar rimbombante, no es baladí. Se lo quitó de las manos
al gran favorito del año. Clark Gable por Lo
que el viento se llevó. Durante muchos años, Donat fue conocido por este
hecho y, hay que reconocerlo, su interpretación de ese Profesor que se pasa la
vida en su escuela de élite, queriendo a sus alumnos como si fueran sus propios
hijos (precursor del Tyrone Power de Cuna
de héroes) ya ha pasado a la historia del cine.
Estalla la guerra y, a
pesar de ello, Donat prefiere regresar a Inglaterra antes que quedarse en los
mucho más seguros Estados Unidos. En 1942 interpreta al Primer Ministro más
joven de la historia de Inglaterra, William Pitt, en El vencedor de Napoleón, dirigida por el gran Carol Reed, un biopic en toda regla que narra la vida
de un hombre que llegó a la cima política con apenas veinticuatro años (a pesar
de que en la época, Donat ya tenía 37). Luego, Las aventuras de Tartu, la historia de un espía inglés que se
presenta como voluntario en la Segunda Guerra Mundial y hace estragos entre los
nazis a pesar de no tener más experiencia que la de desactivar bombas. Al final
de la guerra, interpreta Separación
peligrosa, a las órdenes de Alexander Korda, un melodrama que cuenta la
forma en que cambian las personas cuando hay una guerra de por medio, con
Deborah Kerr compartiendo reparto.
Pasa a interpretar
algún papel secundario pues el teatro cada vez le absorbe más y su salud se
agrava por causa del asma. Hace Capitán
Boycott, secundando a Stewart Granger en la descripción de la rebelión
irlandesa contra los terratenientes británicos dando lugar al linchamiento del
capitán al que hace referencia el título, dando lugar a ese término tan
utilizado hoy en día como es “boicot”. Pasa a ser de nuevo protagonista en lo que
fue la primera versión de El caso Winslow,
titulada Pleito de honor y prueba con
la dirección en su única incursión tras las cámaras con un melodrama titulado La cura del amor, en la que interpreta a
un hombre que, tras la guerra, vuelve a casa para retomar la relación con la
novia que dejó cuando tuvo que marcharse y, a la vez, comienza a enamorarse de
otra persona. La película es excelente y debería rescatarse del olvido.
Interpreta otro biopic, en esta ocasión el de William
Freese-Greene, uno de los pioneros del cine, en La caja mágica y, después de Lease
of life, el retrato de un hombre que hace un repaso a su vida en base a lo
que ha podido hacer por el resto de las personas que lo han conocido, acepta el
papel de un chino mandarín convertido al cristianismo por las bondades de
Ingrid Bergman en la estupenda El
albergue de la sexta felicidad. Esa es su última película y, curiosamente,
la última frase que pronuncia delante de una cámara es: “No nos volveremos a ver de nuevo. Eso creo. Hasta pronto”.
Entre sus otros
trabajos, podemos recordar que grabó el poemario de T.S.Eliot que dio lugar al
musical Cats. De hecho, parece ser
que Andrew Lloyd Webber tuvo la idea después de escucharlo.
Entre sus actuaciones
en el teatro cabe destacar un Romeo y
Julieta, de Shakespeare, el estreno de El
discípulo del diablo, de George Bernard Shaw al lado de Stewart Granger.
Formó parte de la Old Vic y compartió cartel con nombres tan ilustres como John
Gielgud, Jessica Tandy, Alec Guinness, Peter Finch, Claire Bloom y Phillyda
Law, entre otros. Estuvo en una histórica versión del Mucho ruido y pocas nueces, de Shakespeare que duró tres temporadas
en el West End.
En el plano anécdotico,
podemos apuntar que falleció muy joven, con apenas 53 años, muy pocos días
después de haber rodado su último plano en El
albergue de la sexta felicidad.
Era uno de los actores
favoritos de Peter Sellers que llegó a decir que le consideraba algo muy
cercano a Dios.
Profesaba una enorme
admiración por Charles Chaplin, Paul Muni y Spencer Tracy. Y decía que Greta
Garbo era el rostro más bello que había visto jamás.
Cuando falleció, dejó
una herencia de setenta mil dólares. No demasiado para la época aunque una
buena cantidad, que dejó a sus tres hijos.
Era el actor favorito
de Judy Garland, que le escribió una carta entusiasta después de ver su
actuación en El Conde de Montecristo.
También es el actor
favorito de Frank Langella.
Detestaba que alguien
se refiriera a él como una “estrella”.
Una de las
particularidades que había que tener en cuenta cuando era seleccionado para una
obra de teatro es que debía haber una unidad de oxígeno al lado del escenario
debido a su problema de asma.
Evitó deliberadamente
integrarse en la comunidad de Hollywood. Detestaba el ambiente y, en su mayor
parte, a las personas que la integraban.
Como vídeo, os dejo un
pequeño homenaje a este extraordinario actor, nunca suficientemente recordado.
Y como mosaico, ahí lo
tenéis, haciendo gala de sus habilidades con la espada frente a Sidney
Blackmer, el malvado Mondego, en El Conde
de Montecristo.
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