Gus mornins, 24/06/20


Caravaggio me enseñó todo lo que sé

(Vittorio Storaro)

Guuuus mornins, cinéfilos.

Después de pasar la noche más corta y especial del año, y con la advertencia de que no olvidéis a vuestros Juanitos y Juanitas, en el gus de hoy vamos a tratar de mantener algo de la magia de este día. El de hoy será un gus lleno de luz y de color porque nos toca felicitar a uno de los grandes magos de la fotografía en el cine, el italiano Vittorio Storaro que hoy nos llega a los ochenta años.

Además de ser una de las grandes referencias en su profesión, Storaro alcanza los ochenta convertido en todo un teórico del cine. A fin de cuentas, siempre ha despreciado el concepto de “director de fotografía” prefiriendo el término sajón “cinematographer” que viene del griego, “kinos” movimiento, y “grafos”, escritura. La cámara, ha dicho él, es como la literatura y tiene su propia gramática, el ritmo, el plano, el encuadre, los ángulos.

Nacido en Roma en 1940, Storaro estaba predestinado a dedicarse al cine, su padre era proyeccionista, y él creció viendo películas. Desde muy joven, se siente atraído por el mundo de la fotografía y explora las posibilidades expresivas del color, toda una constante de su obra.

Mientras trabaja con Bertolucci en El último tango en París, por ejemplo, estudia a Caravaggio y a Platón. Para Storaro, la sala de cine reinventa el famoso mito griego en el que los espectadores somos los prisioneros de la caverna, siempre curiosos ante las sombras que se proyectan en la pantalla. La sociedad con Bertolucci había comenzado unos años antes en El conformista donde Storaro realiza un trabajo elegante que remata una puesta en escena luminosa.

Para Storaro, cada película, como cada persona, desprende y necesita su propia atmósfera. De ahí que el blanco inmaculado de El conformista no tenga nada que ver con los apagados ocres que aparecen en El último tango en París para recrear con toda crudeza la historia de autodestrucción de Paul, el personaje interpretado por Marlon Brando.

A mitad de los setenta, Hollywood tienta a Storaro que se ha hecho un nombre dentro del cine europeo gracias a los títulos citados o al clásico de Dario Argento El pájaro de las plumas de cristal. Tras desestimar propuestas como las de El gran Gatsby o Jesucristo Superstar, finalmente Francis Ford Coppola le hace una oferta que no puede rechazar. Y aunque en un principio se muestra reacio a participar en Apocalypse now, consciente del inmejorable trabajo que ha hecho Gordon Willis para los Padrinos, el director italo-estadounidense le convence que él es la mejor opción. Storaro se sumerge en un rodaje que como al resto del equipo que participó en aquella locura le deja exhausto, pero que siempre considerará como una de las grandes experiencias de su vida.

El resultado es impecable y se traduce en el primer Oscar para Vittorio. Dos años más tarde llega el segundo gracias a Rojos de Warren Beatty ( y eso que entre los finalistas están trabajos de la categoría de Excalibur o En busca del arca perdida).

El tercer Oscar del italiano llega de la mano de El último emperador de Bernardo Bertolucci, un trabajo en el que se mezcla lo espectacular y lo íntimo. Con el de Parma, Storaro viene dando lo mejor de sí desde la década anterior con colaboraciones indiscutiblemente brillantes como la de Noveccento. Seguirá a la misma altura en los noventa en films como El cielo protector o Pequeño Buda.

Tanto Coppola como Beatty siguen contando con él. Todos recordamos el fiasco de Corazonada, pero no podemos olvidar el especial acabado visual que tiene la película gracias a la magia de Vitorio. Para Francis Ford también iluminará Tucker, un hombre y su sueño. Con Warren por su parte consigue su hasta hoy última nominación en Hollywood con la foto de Dick Tracy, otro fracaso que sin embargo también se recuerda por su colorida puesta en escena.

Cuando Carlos Saura le cuenta que está preparando ya a finales del XX una película sobre uno de nuestros pintores más universales, Storaro no se lo piensa dos veces y accede a colaborar en Goya en Burdeos. Es el comienzo de una gran amistad, y el italiano continúa trabajando para el aragonés filmando sus últimos documentales como Flamenco o Tango.

El último nombre que Storaro ha añadido en su agenda de directores que le reclaman para participar de manera continua en sus películas es el de Woody Allen. El genio neoyorkino, que mima mucho el trabajo fotográfico de sus obras y ha trabajado con los más grandes en el gremio (desde Gordon Willis a Sven Nykvist pasando por Vilmos Zgsimond o Javier Aguirresarobe), no podía dejar de contar con Storaro para iluminar su cine. Vittorio se ha puesto a las órdenes de Woody en los cuatro últimos films del realizador: Café Society, Wonder Wheel, Día de lluvia en Nueva York y El festival de Riskin, todavía pendiente de estreno debido al polémico “Allengate”

Así pues, seguiremos atentos a la pantalla, esperando nuevos trabajos de este auténtico genio del cine que sigue investigando las posibilidades expresivas de su oficio. A los ochenta. Dejando que el cine sea ese faro de luz que guía e ilumina nuestras vidas. Tanti auguri, maestro.






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