EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (IX)
Cuando, durante el
día,estoy nervioso e inquieto suelo evocar los recuerdos de la infancia para
calmarme. Aquella noche también lo hice
FRESAS SALVAJES (Smultronstället)
Suecia, 1957. Drama. Dir: Ingmar Bergman con Victor Sjöstrom, Ingrid Thulin,
Bibi Andersson, Gunnar Björnstrand (90
min)
En este 2018 conmemoramos el centenario del nacimiento de
uno de los más grandes realizadores europeos de la historia del cine. Ingmar
Bergman, paradigma por excelencia del cine de autor, es seguramente el director
que mejor ha sabido plasmar en la gran pantalla la angustia vital del ser
humano y sus dudas existenciales. Junto a Kurosawa, Godard o Fellini, Begman
era la estrella de los cine fórums estudiantiles de los 60 y los 70, sus
películas suscitaban debate y controversia, siendo objeto además de minuciosos
análisis por parte de los más sesudos críticos. La intelectualidad más progre
lo elevó a la categoría de director de culto, pero para las nuevas generaciones
puede que el fenómeno Bergman sea ya algo superado, como si el cine hubiese
perdido definitivamente su capacidad para generar ideas y pensamientos. Pocos
directores habrán despertado desde luego tantos prejuicios a lo largo de la
historia del cine como los que haya podido despertar Herr Ingmar.
Sería absurdo que negáramos que el cine de Bergman es
difícil, porque, las cosas como son, estaríamos faltando a la verdad. Es lo que
tiene estar hablando constantemente de metafísica y tratar temas elevados como
el de la culpa o el del silencio de Dios.
No obstante, tampoco es para tanto y las películas del sueco son menos
crípticas de lo que en principio pudiera parecer. Quizá baste tener un poco de
paciencia y entrar en ellas sin los complejos que proyecta el sacralizado
apellido de su autor. Para comprender un
poco mejor la personalidad y la obra de éste basta con acercarse a esa
magnífica autobiografía que publicó en 1987 bajo el título de La linterna mágica, uno de los más
imprescindibles libros sobre cine jamás escritos. En ella, Bergman nos habla de
su atormentada infancia, marcada por las tensas relaciones que mantuvo con su
padre, un estricto pastor luterano que le educó en la represión y en conceptos
tan básicos de su fe como el pecado, la culpa o el castigo. Esta etapa en la
vida del cineasta le inspirará después en obras tan personales como Fanny y Alexander (1982), uno de los
títulos más populares de su filmografía.
Pero Bergman es ante todo un hombre de teatro, la pasión que
le acompaña durante toda la vida. El joven Ingmar se instala en Estocolmo a
mediados de la década de los 30, y comienza a dedicarse al teatro universitario
(en esa época entabla amistad con el actor Erland Josephson que en el futuro se
convertirá en uno de sus más estrechos colaboradores). En la época de la
Segunda Guerra Mundial es ya ayudante de dirección en el Teatro Nacional de la
capital y más tarde comienza a ejercer el control sobre sus propios montajes
para el teatro municipal de Malmoe donde adapta textos de Strindberg, Ibsen o
Chejov. En 1942 entra a trabajar como revisor de guiones para la prestigiosa
Svenks Filmindustri que tres años más tarde le ofrece rodar sus dos primeras
películas, Crisis y Llueve sobre nuestro amor. Este último
es un precioso melodrama que, salvando las distancias, podría pasar hasta por
un guión de Frank Capra .En esta primera etapa, podríamos denominar de
juventud, el realizador se curte con películas que giran en torno a la pareja y
a sus problemas para comunicarse, caso de Juegos
de verano (1950) o Un verano con
Mónica (1952). Es la época del Bergman menos oscuro y más desinhibido que
se permite el lujo de rodar incluso ¡¡¡ comedia¡¡. Si Llueve sobre nuestro amor parecía tener conexiones con el cine de
Capra, Una lección de amor remite
directamente – o al menos a mí me lo parece- a una de esas “screwball” que
hicieron furor en la época dorada de Hollywood, con humor, diálogos mordaces,
dobles sentidos y el tema de la guerra de sexos flotando en el ambiente. Es una
de esas comedias, Sonrisas de una noche
de verano(1955) la que da a conocer internacionalmente a Bergman de una
forma más definitiva, con un premio en Cannes que permite al cineasta comenzar
a plantearse una serie de proyectos más ambiciosos. El primero de ellos será la
emblemática El séptimo sello (1956),
que contiene el icono sin duda más reconocible de la filmografía del autor, con
esa imagen que muestra al grandísimo Max Von Sidow embutido en unas mallas de
caballero medieval echando una partidita de ajedrez con la mismísima Muerte. A
esta época, más espiritual y metafísica. pertenecen también obras como El manantial de la doncella (1960),
basada en una leyenda tradicional escandinava, la excepcional Como en un espejo (1962) o Los comulgantes (1963) tal vez mi
Bergman favorito de este periodo junto a la película que hoy comentamos. Las
dos primeras ganan el Oscar a Mejor Película Extranjera en sus respectivos años
(su tercera y última estatuilla en la categoría la conseguirá por Fanny y Alexander).
La filmografía del realizador se completa en los años
siguientes con títulos tan imprescindibles como el perturbador drama
psicológico Persona (1966) o Secretos de un matrimonio (1973),
epopeya intimista que aborda la progresiva destrucción de una pareja. En esta época, Bergman viaja a Estados Unidos
para rodar la única producción norteamericana de su carrera, La carcoma (1972) con Elliot Gould al
frente del reparto, y se instala también durante un tiempo en Alemania donde
filma tres largometrajes más, El huevo
de la serpiente (1977), Sonata de
otoño (1978) y De la vida de las
marionetas (1980). Tras rodar la autobiográfica Fanny y Alexander, el director dedica los últimos años de su vida al
teatro y la televisión, y se despide definitivamente de la profesión con otra
rotunda obra maestra, Saraband
(2003), secuela de Secretos de un
matrimonio que sigue a los protagonistas del original treinta años después.
Así que nos encontramos con un currículum impresionante
coronado por una cosecha de premios y reconocimientos también relevante. Bergman
consigue como dijimos hasta en tres ocasiones para su país el Oscar a la mejor
película extranjera, optando en más de una edición al premio al mejor guión
original y a la mejor dirección. Dos de sus films – Gritos y susurros de 1972 y la citada Fanny y Alexander- compiten por el Oscar a mejor película con
producciones de Hollywood, llevándose las dos incluso algún premio técnico
añadido. A los premios de la Academia
norteamericana hay que sumar varios Globos de Oro, Baftas, Césars… En 1998, la
Academia del Cine Europeo decidió otorgarle un premio especial por toda su
trayectoria.
Como hombre de escena que es, Bergman traslada al lenguaje
cinematográfico la técnica y los recursos típicos del teatro, y el resultado es
un estilo perfectamente reconocible que concede importancia y peso a los
diálogos, con un sentido muy particular de la puesta en escena. Muchas de las
tramas se ambientan además en ese universo, y es frecuente que en las películas
del sueco nos encontremos con que los protagonistas son actores, payasos,
juglares y gente en general ligada al mundo del espectáculo. El sueco sabe
rodearse de un fiel equipo de colaboradores que trabaja con él de forma asidua,
destacando en el apartado técnico la figura del operador de cámara Sven
Nykvist, uno de los mejores de la Historia, y en el artístico, una serie de
actores y actrices que se pueden considerar bergmanianos por antonomasia. Ya
hemos citado a Max Von Sydow y a Erland Joshepson entre ellos; entre ellas cabe
mencionar a Bibi Andersson, Ingrid Thulin o Liv Ullman que durante un tiempo fue
además pareja sentimental del cineasta.
La influencia del cine de Ingmar Bergman en el cine
posterior es también evidente y llega prácticamente hasta nuestros días. La
huella del realizador escandinavo está presente en films como Rompiendo las olas (Lars Von Trier,
1996) o La cinta blanca (Michael
Haneke, 2009) si bien en ambos se filtra a su vez el influjo que sobre el
director ejerció el maestro danés Carl Theodor Dreyer. Billie August, autor de
la inolvidable Pelle el conquistador
(1987), fue el encargado de llevar, primero a la televisión y después al cine, las
memorias de los padres de Bergman según un guión del mismo Ingmar titulado Las mejores intenciones (1992), y la
propia Liv Ullman ha recogido el testigo de quien fue su mentor dirigiendo en
estos últimos años películas como Infiel
(2000). No obstante, si hablamos de herencias y legados del cine de Bergman, no
podemos dejar de mentar, claro, el nombre de Woody Allen, considerado el
discípulo más aventajado del maestro a quien homenajea siempre desde una
perspectiva muy particular, ya sea además a través del drama o de la comedia.
De esta forma, títulos como Interiores
(1978) o Maridos y mujeres (1992)
pueden entenderse como versiones más o menos explícitas de Gritos y susurros y de Secretos
de un matrimonio respectivamente. Y ahí tenemos el caso de La comedia sexual de una noche de verano
con un título que nos suena bastante a otro del que ya hemos hablado, o el de Desmontando a Harry que cuenta en clave
cómica la historia de un escritor que debe viajar a su antigua universidad para
recibir un homenaje, casi el mismo argumento que el que presenta la película de
la que hablamos a continuación.
Tras el éxito de El
séptimo sello, Bergman comienza a trabajar en el guión de Fresas salvajes durante una pequeña
convalecencia hospitalaria. El título original Smultronstället no hace referencia solamente a la fresa silvestre,
sino también al lugar y a la estación en la que nace el fruto. Este detalle es
importante para entender uno de los sentidos del film como es el elogio a la
juventud y al “carpe diem”. Para dar vida al protagonista del film, Bergman
recurrió a Victor Sjöstrom, el director sueco más importante del período mudo,
autor entre otras de obras maestras como La
carreta fantasma (1921) o El viento
(1928). Junto a él, nos encontramos con intérpretes habituales de la
filmografía bergmaniana como Ingrid Tulin, Gunnar Björnstrand o Max Von Sidow
que aparece de manera fugaz dando vida a un gasolinero.
El personaje central de Fresas
salvajes es Isak Borg, un médico y profesor ya jubilado de 78 años que en
el comienzo de la película está a punto a emprender un viaje a la Universidad
de Lund para recibir un homenaje que el centro le brinda por toda su carrera.
En última instancia, Borg decide hacer en automóvil el trayecto que separa su
casa de Lund. También a última hora se apunta al viaje, Marianne, la nuera del
anciano, que lleva unos días viviendo junto a éste y su ama de llaves después
de haber discutido con su marido que se niega a darle descendencia. La
maternidad será un argumento recurrente en la obra de Bergman, que de hecho le
dedica al tema una película entera, En
el umbral de la vida (1958) que se desarrolla íntegramente en la sala de
partos de un hospital.
Isak y Marianne nunca se han llevado lo que se dice demasiado
bien, y durante los primeros kilómetros del viaje se dedican a lanzarse una serie
de reproches que se aliviarán en parte cuando el profesor propone desviarse del
camino y visitar la casa donde transcurrió su infancia. Los recuerdos se
agolpan entonces en la mente del viejo docente que como el personaje principal
del dickensiano Cuento de navidad
llega a ser testigo de momentos de su vida anterior. Bergman articula la
película en torno a esos momentos oníricos que tan pronto adquieren el carácter
de un sueño agradable como el de una pesadilla macabra. El film se había
iniciado con una de esas pesadillas, de ecos surrealistas y buñuelianos, en la
que el protagonista, tras perderse en una ciudad desierta, presenciaba su
propio funeral, y debía además zafarse de su propio cadáver que intenta
arrastrarle hacia el ataúd. Sin embargo,
la película se cierra con la imagen del mismo personaje disponiéndose a
zambullirse en un plácido sueño después de una jornada intensa e inolvidable, y
con la imagen de sus padres vivos y felices todavía en la cabeza. No obstante,
en esa placidez podría estar también implícita la inminencia de la muerte,
quién sabe si lo que más ansía ya Isak en ese momento es poder reunirse por fin
con esos padres.
El paso del tiempo, la fugacidad de la vida, otro tópico en
la filmografía de Bergman como también lo es la presencia de espíritus y
fantasmas. Los recuerdos han convertido a Isak en un espectro que vaga por los
escenarios de su memoria, en contraposición, la trama introduce a tres jóvenes
autoestopistas que se suman al viaje junto a los protagonistas representando la
imagen del “carpe diem”. Frente al
pesimismo existencial tan presente en otras películas del autor, aquí nos
encontramos con una película esperanzadora y hasta optimista. No sólo resulta
una de las obras más hermosas de Bergman sino también una de las más humanas y
estimulantes, ideal por tanto para iniciarse en la obra de uno de los
titanes del cine, y comprobar en suma cómo todos los temores que inspira su
nombre resultan también en parte injustificados.
Comentarios
De sus películas, siempre me quedaré con "Fresas salvajes", me parece su mejor película aunque admire profundamente otras como "El séptimo sello", o "El silencio" (la tercera pata de una trilogía que se completaba con otras dos obras maestras como "Como en un espejo" y "Los comulgantes"); o "Gritos y susurros" (terrible, pura verdad en un marco impresionante, con una fotografía de interiores que es arte); o "Sonata de otoño" (su soñado y sonado encuentro con Ingrid); o "El manantial de la doncella" o la turbadora "Persona"...me fascina, más por el intento que por el resultado, "El huevo de la serpiente" que es su particular aproximación al cine negro; y me quedé maravillado cuando, bien joven, me acerqué al cine Tívoli de Madrid para disfrutar las cuatro horas de "Fanny y Alexander".
Para completar la recomendación de "La linterna mágica", efectivamente un libro extraordinario, también recomendaría "Imágenes", que es un poco sus memorias a través de sus películas, cómo nacieron, cómo las dio forma y cómo le llenaron el alma o, sencillamente, le vaciaron la ilusión. Habría mucho que hablar de Bergman, pero hay que reconocer que ha sido, si no el mejor, sí uno de los mejores.
Abrazos trascendentes.
De pequeño, muy de pequeño (8-9 años), vi "El séptimo sello" y no entendí nada (supongo que es normal) pero me quedé impactado. Aquello era otro mundo, lo "clásico" dominaba mi mundo de espectador, había buenos, había malos, algunos menos buenos y otros que no eran tan malos como parecía. Las historias tenían un inicio, un desarrollo y un final...comprendía todo. Pero llegó Bergman y no sabía que contaba pero sus escenas, su "trascendencia", sus metáforas me hacían vivir momentos únicos. El caballero jugando al ajedrez con la muerte ha pasado a la historia porque es un estímulo brutal, una imagen única, genera un montón de preguntas sólo con verlo....
Desde entonce Bergman es para mi mucho más, puedo ver su cine como un reto, como un intento de estar a la altura. Sé que a mucha gente no le resulta tan árido y que comprenden tanto la intención como sus historias sin demasiadas dificultades, para mi son muchas veces un libro cerrado, pero un libro que estoy deseando abrir y empaparme con él...es como un libro de poesía al que no entiendo la mitad de los poemas, eso en los que ni la métrica llevan una rima consonante ni los versos parecen desvelar el secreto...Y aun así, los lees y los relees disfrutando de cada palabra.
Incapaz de seguirlo, pero incapaz de dejar de sentirlo...eso es para mi Bergman.
Abrazos emocionales
He de reconocer que me dejaron Saraband e intenté verla en varias ocasiones sin éxito, porque me dormía.
También era la época de la crianza a lo bestia y cuando llegaba rendida por la noche y lo intentaba... no había manera. Le dará la oportunidad que merece cualquier día de estos.
Muchas gracias Maño, por empear asi la semana.
No sé si lo he comentado...pero el viernes me voy a Berlin con las amigorras.
Besos sesudos (con el ceño fruncido en pose pensativa)
Albanta