GUS MORNINS 3/4/18

“El único problema que tiene Marlon Brando es que es un actor que tiene la plena certeza de que puede poner a la audiencia en pie en cualquier momento. Cuando un actor, y un gran actor como en este caso, sabe eso, está perdido”     Emily Stevens, profesora del Actor´s Studio.

Esta señora fue a dar una conferencia en mi último año de colegio. Sabía perfectamente español y era amiga de mi profesor de Lengua, un enamorado de Nueva York. Por aquel entonces, el Actor´s Studio estaba pensando en poner una sucursal en Madrid y ella vino a otear el horizonte para ver cómo estaban las cosas (de hecho, creo que hizo un principio de escuela durante un año o dos, pero luego se arrepintió). El caso es que nos habló de su experiencia en el teatro, de que había sido medio novia de James Dean y que había conocido a Alfred Hitchcock muy bien (destacó su sentido del humor). En el caso de Marlon, a requerimiento de un alumno de 3º de BUP bastante pijotero llamado Bardés que le preguntó qué opinaba de él, hizo esta afirmación.
El caso es que hoy es el cumpleaños de Marlon, ese animal de la escena. Hubiera cumplido ya los 94 años. Tampoco quiero desgranar su vida porque todos sabéis de su carácter bastante voluble, inestable y difícil que hizo que muchos directores no quisieran trabajar con él a pesar de su indudable talento. Despreciaba la profesión de actor porque no entendía que se pagaran esas millonadas que se pagaban por hacer un trabajo que, por otro lado, a él le salía de una forma bastante natural. Cuando entendió que eso no iba a cambiar, llegó a aceptar películas solamente por el salario, con la esperanza de arruinar a los productores que se atrevían a pagar esas cantidades astronómicas. Tal fue el caso de Superman cuando acabó con un salario de seis millones de dólares por catorce días de rodaje.
Era hijo de un viajante de calcio carbonatado y de un ama de casa. Su padre nunca estuvo en casa y su madre era alcohólica. Estos factores condicionaron de forma determinante el carácter de Marlon.
De hecho, la que estaba llamada a la escena era su hermana, Jocelyn (a la que recordaréis por ser la mujer de Glenn Ford en Los sobornados, de Fritz Lang) porque Marlon, un alumno terriblemente malo, lo que quería realmente era tocar la batería y los bongós, le apasionaba la percusión salsera y caribeña. Su padre se opuso frontalmente a que siguiera esos pasos y le conminó a que se uniera a las clases que su hermana estaba recibiendo en su Omaha natal. La sola presencia de este chico hizo que enseguida Stella Adler, profesora del Actor´s Studio, se fijara en él en una representación para aficionados. Se lo llevó a Nueva York y comenzó a instruirle en el arte de la interpretación.
El resto es historia, su triunfo en Broadway con Un tranvía llamado Deseo que luego prolongaría en el cine bajo la dirección de Elia Kazan (“De todos los actores que he conocido, sólo hay uno que pueda catalogarse de genio: Marlon Brando”), su irrupción en películas en las que nadie le daba un duro como Julio César (Olivier llegó a decir que “para imaginar el mérito que tiene Marlon Brando interpretando a Marco Antonio, habría que imaginarse a John Gielgud haciendo de Stanley Kowalski en Un tranvía llamado Deseo), el Oscar, merecidísimo, en la que es una de sus mejores interpretaciones, La ley del silencio…, o en Viva Zapata, donde encarna al revolucionario mejicano Emiliano Zapata dándole un toque de ternura que enriquece al personaje hasta límites insospechados…Es verdad que su inmensa capacidad para la improvisación genial llegó a ser un defecto. En algunas de sus interpretaciones tiene gestos demasiado ensimismados, como si en cada uno de ellos quisiera remarcar lo genial que era. Aunque a mí me parece que está magistral en La casa de té de la luna de agosto como ese traductor japonés que no hace más que tomar el pelo a los americanos, algunos lo ven sobreactuado y también en Ellos y ellas donde canta y baila con bastante dignidad. Sin embargo, comienza a ser bastante insoportable su repertorio de tics en películas como El baile de los malditos, o en Sayonara.
Mientras rodaba Sayonara en Tokyo, Truman Capote fue a hacerle una entrevista. Brando no salió demasiado bien parado. Capote con su reportaje sobre él, quiso decir que a menudo, los actores buenos no son inteligentes. Y aún decía más. Brando era inteligente, pero no sabía que lo era, entonces tapaba sus carencias con una especie de búsqueda incesante de su propia personalidad. A ratos era un intelectual de altura, en otros, apenas un niño, aún en otros, un ser perplejo ante la avalancha de la fama y, en resumen, un tipo sin demasiado carácter muy deseoso de llamar la atención, herencia, probablemente, recibida de la desatención de su padre y del continuo estado dipsómano de la madre.
A partir de Sayonara, el ego de Brando se agrandó hasta la saciedad. Creó su propia productora, la Pennebaker Productions, y se lanzó a producir su primera película, El rostro impenetrable. Su íntimo deseo era controlar él mismo las películas en las que participaba y aquí tuvo muchísimos problemas. Primero contrató a un director que ya había dirigido un western algo diferente titulado Compañeros mortales y que buscaba integrarse en la industria. Se llamaba Sam Peckinpah. Acabó despedido. Brando y él no se entendieron y el choque de caracteres dio como resultado que la estrella acabase cansándose del pequeño genio que aún no había hecho nada. A continuación contrató a un joven director que había dado el campanazo con tres películas como Atraco perfecto, Senderos de gloria y Espartaco. Se llamaba Stanley Kubrick. Por aquel entonces, Kubrick estaba deseoso de trabajar por cuenta ajena para hacer caja y crear sus propios proyectos (a eso obedeció el acceder a la dirección de Espartaco). A Kubrick le gustaba el proyecto de El rostro impenetrable, creía que podía ser un western diferente y comenzó a trabajar a fondo con Brando. Le estuvieron dando vueltas y vueltas al asunto y Brando también quiso manejarlo, pero no se atrevía a dar luz verde al rodaje. Al cabo de seis meses de marear la pelota, Stanley le preguntó a Marlon: Marlon…no sé muy bien de qué va esta película. Brando, intentando ejercer de productor por encima de la dirección de Kubrick, dijo: Va de que tengo que pagar a Karl Malden una millonada por cada día de retraso. Kubrick, con su habitual impasibilidad, entonces contestó: ¿Sí? Pues entonces será mejor que te busques otro director. Así que el propio Brando decidió dirigir El rostro impenetrable. A caprichos de genio incomprendido, productos de genio incomprendido. Brando se aplicó con todo lo que sabía a dirigir la película…pero tenía muy poca idea de nada. No sabía montar bien las escenas con el plano principal, creía que su sola presencia bastaba para hacer que una película fuera buena…y el rodaje se prolongó durante más de nueve meses. Karl Malden, gracias al dinero que ganó con El rostro impenetrable, se compró un gigantesco rancho al que llamó One-eyed Ranch (el título original de la película era One-eyed Jack). Rodó un metraje de más de seis horas y media en su primer montaje y su ego era tan gigantesco que no quería cortar nada. Los distribuidores se plantaron y le dijeron que la redujese a una duración normal y si no, no la exhibirían. Brando la remontó varias veces hasta conseguirla dejar en dos horas y veinte minutos.
Para todo lo que dura, El rostro impenetrable resulta un ladrillo de película. Aún hoy, algunos cinéfilos, cinéfagos y demás fauna intentan reivindicarla como un título maravilloso cuando adolece de falta de ritmo, de carisma y de empuje. Tiene algunas escenas de una cierta originalidad (es uno de los pocos westerns que utiliza el mar como escenario) pero resulta más pesado que yo mismo en brazos.
No contento con ello, Brando se embarcó en encarnar al oficial Fletcher Christian de la marina británica en el remake que hizo la Fox sobre Rebelión a bordo. Otro desastre que está muy bien detallado en mi obra magna El sueño americano. Brando se hizo con el control de la película. Consiguió que despidieran al director, Carol Reed, y que trajeran a Lewis Milestone, mucho más manejable. El presupuesto se disparó hasta la locura y la película vuelve a mostrar al Brando más irritante, más egocéntrico y más derrochador de su carrera. La última escena, en la que Christian muere agonizante por las quemaduras, fue dirigida por el propio Brando mientras Milestone rabiaba de furia en su camerino. Tanto esta producción como la monumental Cleopatra acabaron por terminar con el studio system y encumbraron a las estrellas por encima de los propios creadores del cine.
En los sesenta, Brando fue considerado veneno para la taquilla. Hay dos honrosas excepciones en las que se puede volver a disfrutar del mejor Marlon. Una de ellas es la encarnación del sheriff Calder en la terrible y durísima La jauría humana, de Arthur Penn. La otra es en una de sus mejores y más contenidas interpretaciones: Reflejos en un ojo dorado, de John Huston, al lado de Elizabeth Taylor. El resto de su filmografía en los sesenta oscila entre la flojera, la tontería e, incluso, la provocación como ocurrió en Candy, de Christian Marquand, película en la que intervino para demostrar que él podía actuar horriblemente mal en películas que estaban por debajo de su talento.
Parecía que los setenta iban a ser otro fiasco pero en El último tango en París, Brando demostró cuánto talento era capaz de destilar más allá de la naturaleza polémica de la película. (Permitidme que esas recientes declaraciones de Bertolucci diciendo que violaron a Schneider en la escena de la mantequilla no me las crea…como si no conociéramos a Bertolucci). Su interpretación de ese hombre autodestruido, Paul, resulta fascinante en muchas de sus secuencias. La otra película que le volvió a encumbrar definitivamente fue, por supuesto, El padrino, de Francis Ford Coppola, con la que consiguió su segundo Oscar (consiguió un total de nueve nominaciones), probablemente uno de los personajes más señeros de toda la historia del cine. Después de su inolvidable y sombría aparición como el Coronel Walter A. Kurtz de Apocalypse now comenzó la tomadura de pelo y, quizá, salvo su intervención magistral y muy corta en Una árida estación blanca, de Euzhan Palcy, lo demás es directamente olvidable y, como mucho, pintoresco, como su aparición de psicólogo que aprende de su paciente en la aceptable Don Juan de Marco.
A Brando le gustaban las motos y, de joven, uno de sus pasatiempos consistía en llevar a Montgomery Clift en el asiento trasero de su motocicleta aterrorizándolo.
Debido a su desprecio por la profesión, desdeñó algunos de los papeles más impresionantes del cine. Le parecía que no tenía que actuar en determinadas películas según su apetencia. Ahí están sus míticos rechazos a películas como Lawrence de Arabia, o Dos hombres y un destino, en el que hubiera sido su encuentro con Paul Newman (las malas lenguas dicen que se acojonó y que no le hacía ninguna gracia estar dentro del mismo plano con Paul) para aceptar hacer algo tan discutible como Queimada, de Gillo Pontecorvo. Sin embargo, aceptó la humillación de una prueba para El padrino para demostrar a Coppola que él era el mejor candidato.
Cuando firmó para escribir su autobiografía Las canciones que mi madre me enseñó, puso como condición no hablar ni de sus amores, ni de sus películas. A la editora le llevó meses convencerle de que, si quitaba las dos cosas, su libro no iba a tener ningún interés. Al final accedió a hablar de sus películas, pero no de sus amores.
Le gustaban las exóticas. Ahí están sus matrimonios con Anna Kashfi, Louise Castañeda y Taritatum Terapiia. Bien es verdad que Brando practicaba el amor libre y, según dicen, su isla de Tetiaroa en la Polinesia, está llena de hijos suyos. También se le conocen aventuras homosexuales, especialmente con su amigo Wally Cox, actor secundario en algunas de sus películas como Morituri (una película que también me gusta bastante).
Todos recordamos el asesinato del novio de su hija Cheyenne por parte de su hijo mayor, Christian, a los que tampoco hizo demasiado caso.
Acabó odiando a Chaplin durante el rodaje de La condesa de Hong Kong a pesar de la adoración que le profesaba. Lo mismo le ocurrió con un buen puñado de directores como Sidney Furie, con el que trabajó en Sierra prohibida, o en su último trabajo, The score, no permitiendo que le dirigiera Frank Oz y haciendo escenas improvisadas con Robert de Niro, un actor al que admiraba profundamente.
Llegó a las manos con Richard Burton porque, en cierta ocasión, él y su mujer, Liz Taylor, le invitaron a pasar unos días en su famoso yate. Brando, sin cortarse ni un pelo, empezó a ligarse a Liz en presencia de su marido. A Burton no se le subía nadie a las barbas y parece ser que Brando se llevó un par de guantazos bien dados. A pesar de eso, Burton creía que Brando era uno de los mejores actores de la historia.
Rechazó aparecer en El compromiso, de Elia Kazan, porque habían asesinado a Martin Luther King y eso, para él, era suficiente como para no volver a aparecer en una película de blancos. Muy bien, muy bien, no estaba.
Charlton Heston llegó a decir que Brando era el mejor actor de su generación pero que era incapaz de separar sus creencias de su trabajo. ¿Qué se puede esperar de un actor que llega a rechazar un papel porque alega que cómo puede trabajar en una película cobrando un buen sueldo mientras hay gente muriéndose de hambre en la India?, decía. Lo cierto es que Heston no criticaba sus creencias. Lo que hacía cada uno con su dinero era cosa de cada cual. Si tanto le preocupaba el hambre en la India, que donara su sueldo o lo repartiera por allí. Por el contrario, Marlon sí donó su salario íntegro a la causa del anti-apartheid muchos años después, cuando hizo Una árida estación blanca.
Jack Nicholson siempre dijo que su espejo era Marlon Brando. La famosa vía de Mulholland Drive fue famosa porque allí vivían tres de los actores más rebeldes de Hollywood y decían que era un camino sembrado de minas. Los vecinos eran Jack Nicholson, Marlon Brando y Warren Beatty.
Cuando obtuvo el papel de Vito Corleone, comenzó a discutir con Coppola sobre quién debería interpretar a Santino Corleone. El ojo de Brando era tan malo que trató de imponer a Burt Reynolds. Coppola tenía mucho carácter y no se dejó amilanar por Brando lo cual, sorpresivamente, gustó al propio Brando.
Dos años antes de rechazar su Oscar por El padrino, pidió a la Academia que le hiciera una réplica del que había ganado por La ley del silencio porque se lo habían robado. Cuando la Academia se lo envió, lo utilizó de tope para una puerta.
La Academia le propuso para recibir un Oscar especial por toda su carrera con la única condición de que tenía que ir a la ceremonia a recogerlo. Rehusó a aceptar diciendo que, con esa condición, la Academia demostraba que le interesaba más vender la ceremonia que honrar una trayectoria artística.
Sus interpretaciones de Stanley Kowalski en Un tranvía llamado Deseo, de Terry Malloy en La ley del silencio, de Vito Corleone en El Padrino y de Paul en El último tango en París están consideradas de las mejores de todos los tiempos y siempre entre las cincuenta más destacables de la historia.
Parece ser que en la última etapa de su vida grabó una serie didáctica junto con Jon Voight, Sean Penn y Nick Nolte bajo el título de Mintiendo toda una vida sobre las técnicas de interpretación. Estas cintas, hoy en día, están desaparecidas y nadie sabe quién las posee. Supongo que esas grabaciones valen millones.
Lo cierto es que Brando ha sido una de las grandes personalidades de la Historia del Cine. Su estilo ha sido inimitable y, aún hoy, permanece como uno de los mejores actores que ha dado el cine y el teatro. Dotado de una enorme intuición (yo siempre he dicho que era un actor tocado por la mano de Dios), supo siempre dar a sus papeles un enfoque, cuando no acertado, siempre diferente y, si acertaba, entonces se elevaba a alturas inalcanzables. Él no estaría de acuerdo…pero la deuda que el cine tiene con él…seguramente es impagable.
Ahí lo tenéis en un breve vídeo demostrando su sapiencia con las congas. Una curiosidad muy curiosa.




Y como mosaico, ahí le tenéis, con Elia Kazan, Julie Harris y James Dean, de visita al plató de Al Este del Edén.






Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Brando...bello entre los bellos. Yo veo sus interpretaciones como si fueran poemas. Algunos de sus papeles, por duros que fueran, tenían un halo de ternura. Me gusta que hayas nombrado La casa de té de la luna de agosto porque es una peli que me encanta y entre sus interpretaciones también destacó La ley del silencio. A mí sí me gusta El rostro impenetrable, precisamente es uno de esos papeles que comentaba antes que me transmite poesía. Igual estoy diciendo una burrada...era así lo veo yo. Me encanta también La condesa de Hong Kong. Un actor muy versátil. Un grande. He disfrutado con tu homenaje cargado de anécdotas para mí desconocidas.

Besos impenetrables.

low
CARPET_WALLY ha dicho que…
Reconozco que hay actores mayúsculos y que el mayor de todos es probablemente Marlon y sin embargo es un tipo que me desagrada. Puedo ver sus películas y disfrutar e incluso alucinar con su actuación, creerme su locura autodestructiva en "Apocalipsys Now", su nihilismo desesperante en "El último tango", su control absoluto en "El padrino", su fuerza desatada en "Un tranvía llamado deseo" o su aparente fragilidad emocional dominada por su determinación en "La ley del silencio" o tantos papeles impactantes. Sin embargo nunca me cayó demasiado bien, casi deseaba que lo hiciera mal ( esas cosas absurdas de los maniáticos) aunque casi nunca me dio ese gusto.

No es el único, Bardem es otro que también me resulta desagradable en pantalla y que también suele dejarme con las ganas de pillarle actuando de pena. Cosas que pasan.

El caso es que lo de Brando es, como dices, uno de los más grandes de la Historia del cine y negarlo es absurdo. y efectivamente el cine tiene una deuda con el impagable, el cine y los espectadores, entre los cuales me encuentro y como no cobro lo que él cobro por sus 15 minutos de "Superman" se me hace doblemente impagable.

Como impagables son vuestros guses, así da gusto y no las mierdas que se leen por aquí los viernes.

Abrazos con camiseta

INDI ha dicho que…
Vuelve uno después de unos días de fiesta y se encuentra con un gus sobre el genial y grande Brando, uno de los más grandes actores, quizás el más grande. Su papel de Vito Corleone es puro CINE con mayúsculas. Y como no, "La ley del silencio", película a la que le tengo un especial cariño, siempre me cautiva.

Abrazos post-festivos
dexterzgz ha dicho que…
Pues si me tengo que quedar con una interpretación del Sr Brando lo tengo muy difícil porque tiene muchas. De la primera época quizá me quedaría con el Kowalski de "Un tranvía llamado deseo", pura animalidad y puro deseo. Y de la segunda, con el Paul de "El último tango en París", por encima del Vito Corleone, que me parece un trabajo más de composición y "especulativo". Por lo demás, pues sí debía ser un tipo bastante desagradable, pero, anda que no hay tíos así.

Excelente gus

Abrazos sin que parezca un accidente

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