EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (X)


Es usted muy joven, señor. No tiene usted ni idea de lo que un hombre puede ser capaz de recordar. 


CIUDADANO KANE (Citizen Kane). USA, 1941. Drama. Dir: Orson Welles, con Orson Welles, Joseph Cotten, Everett Sloane, Dorothy Comingore, Ray Collins, Agnes Moorhead (119 min).

1 de mayo de 1941; en Nueva York tiene lugar un acontecimiento llamado a cambiar para siempre el curso de la Historia. De la Historia del Séptimo Arte cuando menos. Ese día, y con dos meses y medio de retraso con respecto a la fecha prevista inicialmente, se estrena en el RKO Palace de Broadway Ciudadano Kane, primera película de un jovencito de 25 años de nombre Orson y de apellido Welles, que con el tiempo habrá de ser considerada por los críticos de todo el mundo como la mejor obra cinematográfica jamás realizada. Sí, porque ya se sabe que a Ciudadano Kane se la suele conocer como la película de los críticos que desde siempre la han encumbrado de manera casi sistemática al puesto número uno de sus listas o encuestas dedicadas a premiar la excelencia. El film ha estado liderando durante más de medio siglo el top ten de las mejores películas de todos los tiempos que renueva década a década la prestigiosa revista británica “Slight and Sound” con la participación de cerca de 900 personalidades ligadas de una u otra manera al mundo del cine en todo el planeta, no sólo críticos sino también programadores y exhibidores (en la última actualización del ranking que data de 2012 la opera primera de Welles ya había sido desbancada de la primera posición por Vértigo, la obra maestra de Alfred Hitchcock).

No sabemos si Ciudadano Kane es o no la mejor película de la historia, pero en cualquier caso tampoco estamos aquí para averiguarlo. Ni somos críticos, ni, como ya repetí hasta la saciedad, esta sección pretende ser un “top ten” al uso ni nada que se le parezca mínimamente. No sabemos si estamos ante la mejor película o no de su director (ni siquiera personalmente me atrevería a decir si es o no la mejor de la carrera de un genio tan extraordinario), pero sí evidentemente la que más trascendencia tiene en la historia del cine por marcar un antes y un después dentro de la misma. Welles introduce en su relato elementos y recursos técnicos nunca vistos hasta entonces, y el film se convierte en una colección de hallazgos visuales que en ningún momento dejan de servir como complemento dramático a la narración; por decirlo de otra manera, la forma se acopla siempre al fondo de una manera perfecta.

Nacido en Kenosha, Wisconsin el 6 de mayo de 1915, Orson Welles muestra desde el primer momento su vocación por las artes – odió toda su vida las matemáticas- y a los 16 años ya lo podemos ver subido a las tablas de un escenario. Durante un viaje a Irlanda es contratado por el Gate Theatre de Dublin, conocido por sus representaciones de Shakespeare, y allí entra en contacto con John Houseman con el que inicia una sólida amistad y con quien funda en 1937 el famoso Mercury Theater. Es el comienzo de la leyenda. Con su nueva compañía, Welles interviene en diversos programas radiofónicos adaptando para las ondas clásicos de la literatura como Los miserables o Jane Eyre. El guión radiofónco de esta última será, por cierto, el sustrato de la posterior versión cinematográfica que interpretará Welles en 1943 a las órdenes de su amigo Robert Stevens, futuro responsable de Mary Poppins y otros éxitos de la Disney (aquí esta versión se conoció bajo el título de Alma rebelde). En 1938, el Mercury firma un contrato con la cadena CBS para poner en marcha un programa que ha pasado ya a la historia. El 30 de octubre, víspera de Halloween, tiene lugar en Nueva Jersey la emisión de la archiconocida dramatización de la obra de H.G. Wells La guerra de los mundos, con la que Orson y los suyos consiguen atemorizar a todo un país que da por cierta la noticia de una invasión alienígena a nuestro planeta.

Tras el tremendo impacto de La guerra de los mundos, Orson Welles aterriza en Hollywood y en la RKO que le propone rodar su primera película bajo unas condiciones de trabajo inmejorables. Pese a no tener ningún tipo de experiencia previa en el mundo del cine, el recién llegado dispone de carta blanca por parte de los estudios para desarrollar su proyecto de la forma que quiera. Es algo inusual en el Hollywood de aquellos tiempos que además se pone a los pies de un novato. Welles confesará más adelante que nunca gozó de tanta libertad en Hollywood como en la etapa en la que rodó Ciudadano Kane. Aunque bien recibida por la crítica, en su estreno, la película resulta ser un fracaso de taquilla; nadie se fija en ella hasta que una década más tarde la reivindican los autores europeos y la cinta vuelve a proyectarse en los cines estadounidenses. Welles se gana en poco tiempo la imagen de caprichoso “enfant terrible” que se mueve a contracorriente de la industria. Y Hollywood le da definitivamente la espalda. “Yo quería a Hollywood, pero Hollywood no me quería a mí” confesará posteriormente en las entrevistas. La misma RKO, que sólo un año antes le había ofrecido el oro y el moro, masacra el montaje final de su segunda película, El cuarto mandamiento (1942), eliminando escenas y añadiendo otras que el autor no había previsto inicialmente (tiene narices que aun así continúe siendo una obra maestra).

Así pues, ese joven talento que acababa de poner patas arriba el arte y el lenguaje cinematográficos se vería obligado a marchar fuera de Estados Unidos para poder continuar desarrollando la mayor parte de su carrera. Durante la década de los cuarenta, el cineasta rueda en su país de origen joyas como La dama de Shangai (1947) o Macbeth (1948), siempre con un presupuesto menor que el deseado. En líneas generales, su perfil ya no encaja en el Hollywood de la época, demasiado sometido a la figura y a la tiranía del productor. Sus proyectos resultan demasiado personales y ambiciosos y necesita ejercer sobre ellos un control absoluto, y cansado de la situación Welles se autoimpone el exilio. En los decenios siguientes, el director encontrará cobijo en cinematografías como la francesa o la española que le financiarán obras maestras como El proceso (1962) o Campanadas a medianoche (1965). Curiosísimo es el caso sin duda de Othelo (1952) que se presentó en Cannes bajo bandera de Marruecos, después de haberse frustrado la participación francesa en el film semanas antes del comienzo del rodaje en el país magrebí (en realidad, fue el propio Orson quien debió autofinanciarse el film en una suerte de rocambolesco malabar). Sólo regresara a Estados Unidos en una ocasión para rodar la magistral Sed de mal (1958) reclamado por el protagonista del film, Charlton Heston.
Yo soy uno de los que opina que Orson Welles es, junto a Stanley Kubrick, la personalidad más arrolladora que ha dado el mundo del cine. Todo en él tiende al exceso, y al igual que sucede con Kubrick, su puntilloso virtuosismo puede incluso llegar a resultar irritante para más de uno. Creo también que a este hombre le ponía realmente cultivar esa imagen de genio maldito que trasladaba también a su faceta de actor. Así, Welles, se reserva siempre el papel de antagonista o antihéroe, personajes de marcada ambigüedad, carácter atormentado, y con un puntín de arrogancia que puede derivar incluso en violencia. Sirvan como ejemplo los casos del Edward Rochester de Alma rebelde, el Harry Lime de El tercer hombre (Carol Reed, 1949) o el Quinlan de Sed de mal.

Entre estos personajes se encuentra, por supuesto, también el Charles Foster Kane que Welles interpretó en su opera prima. Detrás del nombre de Kane se esconde la figura de William Randolph Hearts, magnate de la prensa y los medios estadounidenses a quien como es natural no le hacía ninguna gracia lo de verse ridiculizado en la gran pantalla, y menos en la primera película de un advenedizo.  Hearts sacó toda su artillería pesada para tratar de evitar que tuviese lugar el rodaje del film; al no poder conseguirlo, luchó hasta el final para impedir que se exhibiera e incluso hubo varias intentonas por quemar el negativo original. Todavía, a día de hoy, no se sabe a ciencia cierta cómo la noticia de que se estaba preparando una película sobre su vida pudo llegar a oídos de Hearts, aunque todo apunta a que el guionista de la misma, Hermann J Mankiewiczk, que había escrito películas para los Marx y era hermano del futro responsable de Eva al desnudo o La huella, tuvo algo que ver en el asunto. Mankiewicz era un asiduo de las fiestas que el magnate daba en su palacete, y al parecer tenía algún que otro problemilla con el alcohol. Así que es más que probable que el que se fuera de la lengua fuera Mankiewicz quien con su guión, por cierto, se hizo con el único Oscar que consiguió la película en una edición en la que contaba con nueve nominaciones a la estatuilla (la ganadora absoluta aquel año fue Qué verde era mi valle de John Ford). También continúa existiendo demasiada incertidumbre acerca de la verdadera autoría de ese guión. Durante años se pensó que el propio Welles había colaborado de forma activa con Mankiewiczk (se habría inspirado a su vez en la figura del millonario Howard Hughes); sin embargo, en 1971, la crítica Paulina Kael publicó una investigación que desmontaba esta teoría y afirmaba que Welles no había escrito una sola línea del libreto.

La gestación de Ciudadano Kane llegó a convertirse en uno de los secretos mejor guardados del Hollywood de la época. Temiendo precisamente la ira y las represalias de Hearts, Welles blindó por completo el set de rodaje (la película se grabó entre los meses de julio y octubre de 1940 en escenarios de California y Nueva York) e hizo todos los posibles por evitar que se filtrara información acerca del mismo, aunque acabamos de ver que no acabó de conseguirlo del todo. El secretismo que rodeó el rodaje del film contribuyó aún más a agrandar su leyenda. Sobre este tema se han escrito multitud de libros y ensayos, y hay una película que ilustra muy bien este proceso. Se trata de RKO 281. La batalla por Ciudadano Kane que rodó en 2000 el director Benjamin Ross con Liev Schreiber y Melanie Griffith al frente del reparto.

Ciudadano Kane se abre con una impresionante panorámica que nos descubre Xanadú, el majestuoso castillo en el que han transcurrido los últimos años en la vida del protagonista. La cámara revolotea y se posa en la verja que rodea el edificio desde donde se ve un cartel en el que puede leerse la inscripción “No trasspasing”, plano que también sirve para clausurar el film. Muchos han querido ver un significado psicológico en esta imagen en la que se asocia lo infranqueable de Xanadú con la parte inaccesible que presenta nuestro subconsciente. A esta imagen, le sigue la célebre secuencia en la que el protagonista exhala el último suspiro en su lecho de muerte, dejando caer la pequeña bola de cristal que evoca la cabaña donde vivía con su familia durante su infancia, y pronunciando la enigmática palabra “Rosebud”. La escena da pie a un noticiero en el que se repasa brevemente la vida del fallecido, aportando información que después se desarrollará en el resto del metraje a través de sucesivos flasbacks.

Hay algo incompleto, no obstante, en esta biografía que guarda un secreto irresoluble. ¿Qué es “Rosebud”? En la vida real, sabemos que “Rosebud” (capullo de rosa) era el apelativo cariñoso con el que William Randolph Hearts se refería a las partes íntimas de su amante, la actriz Marion Jones a la que quiso encumbrar a la cima del éxito, de la misma manera en la que Kane quería en la ficción hacer pasar a Susan Alexander por diva de la ópera. En la ficción, es la pieza del puzzle que falta para completar el retrato de Kane. Puede que la vida de un hombre no pueda resumirse en una sola palabra, pero puede que haya excepciones como la que nos ocupa. El misterio se resuelve casi al final en un plano que no desvelaré por si acaso alguien se ha dado recientemente un golpe en la cabeza, y necesita volver a ver la película como consecuencia de un ataque de amnesia.

Mucho antes incluso de que se inventasen los McGuffins, Orson Welles convirtió a “Rosebud” en el primer McGuffin de la historia del cine. No fue, como dijimos, su único hallazgo. Ciudadano Kane supone el nacimiento de un nuevo lenguaje cinematográfico gracias al empleo de recursos nunca vistos hasta entonces en la pantalla al servicio del desarrollo de una historia. La cámara llega hasta lugares hasta donde nunca antes había llegado y nos ofrece ángulos y perspectivas inéditas. Se refuerza el concepto de la profundidad de campo con el objeto de lograr intensidad dramática. Cada movimiento de cámara, cada encadenado, cada picado y contrapicado se convierten en golpes maestros propios de un prestidigitador. Para lograr la excelencia formal, Welles se rodea de un equipo técnico insuperable del que forman parte el camarógrafo Gregg Toland o el músico Bernard Hermann, dos de los grandes del cine en sus respectivos campos. Mención especial merece también el prodigioso montaje de Robert Wise, quien más tarde se pasaría a la dirección y dejaría para la posteridad obras inolvidables como West Side Story (1961) o Sonrisas y lágrimas (1965).
Y si para el apartado técnico no puede haber más que alabanzas, qué decir del interpretativo. Welles reclutó a sus compañeros del Mercury quienes, como se encarga de recordarnos un rótulo una vez finalizado el film, hacen aquí su debut para la gran pantalla. Ahí están el citado John Houseman, Everett Sloane, Ruth Warrick, Paul Stewart o la gran Agnes Moorhead en un papel breve pero memorable (“Tengo su maleta hecha. Lleva preparada una semana”). Ahí está por supuesto Joseph Cotten, que al parecer iba a interpretar originariamente al personaje principal, y está soberbio en el papel de Jedediah Leland, el amigo de juventud de Kane a quien éste termina repudiando después. Como curiosidad, Alan Ladd, futura estrella de Raíces profundas (George Stevens, 1953), tiene una pequeña intervención en la decisiva escena final dando vida a un reportero, aunque ni siquiera aparece en los créditos.

Ciudadano Kane es, sí, la película de los críticos, pero tal vez no merecería un calificativo tan frío y tan cerebral que sin duda ha perjudicado la apreciación que a lo largo del tiempo se ha tenido de ellas. En este caso, tal vez los arboles nos hayan impedido ver el bosque y nos hayan privado de comprobar el tremendo impacto emocional que tiene una historia como ésta. La de un niño al que le roban su niñez, nada menos. Ciudadano Kane es al cine lo que el Quijote es a la literatura. O aún peor. Es esa pieza que se exhibe en una exposición, y que se ve pero no se toca. Y algo de eso hay sin duda; la última escena del film remite a la imagen del faraón egipcio enterrándose en la pirámide junto a sus riquezas, aunque en este caso, la única "riqueza" de la que fue privado Kane en vida desaparece con él. Porque de eso, del olvido es de lo que nos habla la película, de cómo los objetos que nos sobreviven subrayan nuestra condición efímera y de paso. No hay prueba mayor de que estamos ante una obra viva, y no ante una mera reliquia de museo.




Comentarios

César Bardés ha dicho que…
Siempre me ha caído bien Orson Welles. Tal vez fuera por su desmedido amor por España (este año me hice una foto en Ronda, al lado de la placa que conmemora el lugar donde están enterradas sus cenizas), tal vez fuera porque, como dice Guillermo Cabrera Infante, "a partir de la aparición de Ciudadano Kane, el cine debería ser fechado A.W. y D.W. (Antes de Welles y Después de Welles). Lo cierto es que era excesivo, pero si a alguien se le puede calificar de genio es a él, porque su perfil se asemejaba más al de un hombre del Renacimiento que al de un joven tocando todos los palos del arte audiovisual a mediados del siglo XX.
En cuanto a lo de la autoría del guión de "Ciudadano Kane", es cierto que Pauline Kael publicó un estudio...en el que se olvidó de mencionar que ella había trabajado para William Randolph Hearst. Muchos testigos, entre ellos Joseph Cotten, el mejor amigo de Orson, desmintieron tal extremo sin negar en ningún momento la autoría de Herman Mankiewicz. De hecho, Herman era un alcohólico consumado y muchos de ellos dudaban de que fuera capaz de hacer un guión de la extensión del de Kane. Sin embargo, reuniendo la declaración de esos testigos, sí que se puede afirmar que la estructura del guión era totalmente de Mankiewicz (esos testigos que, a su vez, recuerdan sus momentos al lado de Kane), por otro lado, muy al gusto de las películas de su hermano Joe. Pero los distintos episodios que ocurren y que relatan dichos testigos parece ser que fueron obra de Welles. Es cierto que coincidieron poco (apenas un par de reuniones para pulir algunos aspectos del guión) pero, según parece, los folios que Mankiewicz iba enviando a Welles según iba escribiendo, muy a menudo, eran un batiburrillo indescifrable que Welles se encargaba de poner en orden y de modificar a su conveniencia. De todas formas, después de doce o trece películas que llegó a realizar, todas ellas con el guión escrito por el propio Welles, me parece absurdo cuestionar su autoría por parte de Kael.
Por otro lado, siempre me ha emocionado ese telegrama que Cotten envió a la familia de Welles cuando éste falleció. Decía así:
"Cuando pienso en ti, querido amigo, todo lo que me es arrebatado, me es devuelto". Creo que había un auténtico cariño entre ellos.
Por otro lado, sé que Welles bebía como un cosaco y que se cuidaba más bien poco. En Madrid son famosas sus idas y venidas por distintos restaurantes en los que se apretaba un cordero entero para el cuerpo. Tanto exceso es lo que hizo que falleciera tan joven (tenía setenta años cuando murió). También es famoso por tener una de las suertes más adversas de la historia del cine con un buen puñado de proyectos inconclusos o abortados por distintas circunstancias. Ahí está el ejemplo de "The deep" (que años más tarde rodaría Philip Noyce con Nicole Kidman y Sam Neill con el título de "Calma total"), en el que, en medio del rodaje, se le muere el protagonista, Laurence Harvey. O la preparación del "Julio César" cuando se entera que Joe Mankiewicz está preparando otra versión con Brando, Gielgud, O´Brien, Mason, Kerr, Garson y Calhern. O su última obra, aún por estrenar, "El otro lado del viento", atrapada en una maraña de derechos y especulaciones por culpa de una producción iraní que se ahogó en plena revolución de Jomeini...Sí, Welles era fascinante, era único y era genial. Tal vez por eso no querían trabajar con él.
Dicho esto...me gusta mucho "Ciudadano Kane", pero yo soy del equipo que prefiere "Sed de mal", a la que considero su mejor película.
Abrazos periodísticos.
CARPET_WALLY ha dicho que…
Joder, si "Ciudadano..." es mucho más que una película, este gus es mucho más que un gus, mucho más que un artículo más de la lista de película memorables que nos estás preparando. Mucho tendrás que esforzarte para mantener el nivel amigo...¡que barbaridad!. Es difícil hablar de una película tan comentada, es complicado encontrar cosas que no se hayan dicho, es muy difícil conseguir que el lector quiera ver de nuevo la película, pero mucho más complicado es emocionar a quien lo lee y a mi, al menos, han estado a punto de brotarme las lágrimas.

Haces bien en compararla con "El Quijote", "Ciudadano kane" no es la película que más me gusta de todas las que he visto, como la novela de Cervantes no es la que más me gusta de todos los libros que he leído y sin embargo...Ese "sin embargo" es lo que nos cuentas con tanta precisión como emoción. Es mucho más que el prodigio técnico, es mucho más que contar las cosas como nunca nadie antes lo hizo, es mucho más que una metáfora crítica sobre el poder, la codicia y la ambición, es mucho más que una película. Es cada una de esas cosas y muchas más.

Sorprende que un tipo que "teóricamente" no sabía mucho de cine fuera capaz de realizar este film como lo realizó. Una cosa es tener un buen guión y lo tenía sin duda, ya fuera Mankiewiczk o quien fuera el que lo escribiera, y otra cosa es "ver" cómo había de contarse y entrecomillo ese "Ver" porque parece propio de una revelación. Como bien dices Wells inventa en cada momento recursos técnicos inéditos en la época o si existían los pone al servicio de la "emoción" de la historia.

A mi siempre me ha apasionado esa parte de la dirección de cine, el uso de la técnica para generar una emoción concreta a la escena. Siempre pongo como ejemplo (a mi hija principalmente cuando hablo con ella de estas cosas, pero también a amigos is la charla surge) ese momento mágico de "Los puentes de Madison" en que Clint espera bajo una lluvia torrencial que Meryl salga del coche. La escena tiene una fuerza brutal de por si, pero perdería emoción si el esperase en la calle bajo un cielo soleado o iluminado por una farola en una noche primaveral. Pongo de ejemplo esa escena por que no todo el mundo ha visto o recuerda bien alguna de las escenas de "Ciudadano Kane" porque Wells a sus 23 años y sin "idea" de cine no da puntada sin hilo y desde ese plano de Xanadú en el inicio todo lo que se nos muestra nos cuenta algo. Los miles de cajas apiladas de objetos variopintos que se nos enseñan haciendo un recorrido inacabable y con un plano casi cenital mostrando aquella ansiedad por poseer, por tenerlo todo aunque no sirviese para nada, que demostraba Kane. Los espejos de la casa en la escena en que Kane es abandonado por su esposa...

Todo lo que utiliza Wells es por algo y para mi verla es, como ya he dicho, mucho más que ver una película es participar de una maravillosa experiencia en la que juego a percibir que quiso decir Orson, además de lo que aparece en pantalla con la forma en que rodó la escena. Si lo hizo así fue por algo.

Enorme Dex...lo de hoy ha sido brutal.

Abrazos grandiosos
Anónimo ha dicho que…
Gran lección magistral la que nos has regalado hoy, maño. Me gusta Ciudadado Kane pero aún me gusta màs El tercer hombre. Desconocía muchas de las anécdotas que nos has contado y he disfrutado aprendiendo contigo.

Un beso

low
Anónimo ha dicho que…
No podía faltar esta película y su autor en este reapaso cinematográfico.

Se ve la dedicación que estás realizando en este repaso y no puedo más que agradecerte, agradeceros cada cita en la que aprendemos tanto y tango.

Gran, gran Gus.

Besos rendidos.

Albanta

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