EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XI)
Han pasado más de
cuarenta años, pero hasta el día de mi muerte siempre recordaré cada segundo de
aquella mañana de enero.
ADIÓS, MUCHACHOS
(Au revoir, les enfants) Francia,1987. Drama. Dir: Louis Malle, Int: Gaspard
Manesse, Raphaël Fetjo, 104 min.
A pesar de ser coetáneo de directores como Rohmer, Godard o
Truffaut, y de desarrollar su carrera prácticamente en paralelo a la de estos
autores, Louis Malle siempre rechazó la idea de ser considerado un miembro más
de la Nouvelle Vague. Es cierto que muchos se empeñan en considerarlo como tal
por esa mera cuestión generacional, pero durante toda su vida, Malle nunca dejó
de sentirse un verso suelto, un espíritu libre que no se casaba con nadie; en
definitiva, Malle también era de esos que jamás hubiese querido pertenecer a un
club que le admitiese como socio. Su filmografía en solitario arranca con la imprescindible Ascensor para el cadalso que data de
1957, dos años antes del pistoletazo de salida oficial del movimiento
nuevaolero con la emblemática opera prima de François Truffaut,Los cuatrocientos golpes.
En realidad, la llegada de Malle al mundo del cine se había
producido algo antes. En 1956, su nombre aparece en los créditos de Un condenado a muerte se ha escapado en
calidad de ayudante de dirección de Robert Bresson, y ese mismo año codirige
junto al célebre oceanógrafo Jacques Cousteau el documental sobre los fondos
marinos El mundo del silencio, la
primera pieza del género en ganar la Palma de Oro en Cannes (y la única hasta
la llegada de Michael Moore que se hizo con el mismo trofeo en 2004 con Fahrenheit 9/11).
De las profundidades abisales, Louis Malle emerge hasta las
calles de París para abordar en Ascensor
para el cadalso una historia que remite a clásicos del cine negro como Perdición (Billy Wilder, 1944) o El cartero siempre llama dos veces (Tay
Garnet, 1946); la sinopsis nos presenta a una pareja de amantes que planea
quitarse de en medio al marido de ella para vivir libremente su amor sin contar
con que el destino también cuenta y a veces le gusta hacer de las suyas. En el
film, ya pueden observarse algunas constantes de la posterior obra de su autor
como su pasión por el cine de género y por el jazz, su obsesión por temas como
la fatalidad, así como su mirada crítica hacia la clase burguesa, a la que, por
cierto, pertenecía su familia (era nieto del fundador de una de las industrias
azucareras más importantes del país). Estamos, sin duda, ante una de las
incontestables obras maestras de la Historia del Cine, en la que destaca la
presencia de la bella Jeanne Moureau, que se convertirá con el tiempo en una de
las musas del director, y la inolvidable
banda sonora compuesta por el maestro del jazz Miles Davis a golpe de
improvisación. Davis se encontraba de gira con su grupo por Francia cuando,
reclamado por el propio Malle, cayó de rebote en el proyecto comprometiéndose a
completar el score en prácticamente un par de días. El resultado es asombroso,
y no me puedo resistir a cerrar el gus de hoy con él.
Después de Los
amantes, estrenada en el mismo año de su debut y también con la Moureau en
el papel principal, Malle deja huella en el cine de la época con títulos como Zazie en el metro (1959), entrañable
tragicomedia cercana a los supuestos de la nouvelle vague, o El fuego fatuo(1963), demoledor drama psicológico con tintes
existencialistas. No obstante, la década de los sesenta nos muestra también al
Malle más comercial con films como Una
vida privada (1961) a mayor gloria de la estrella Brigitte Bardot o Viva María (1965).En los setenta, el
director recupera su status de cineasta comprometido al que incluso le persigue
la polémica. En El soplo al corazón
(1971) narra la relación incestuosa entre una madre y su hijo, y a pesar de que
la película no establece ningún tipo de juicio moral y evita hablar de
culpables y de víctimas,no agrada entre los sectores más conservadores de la
sociedad francesa. En 1974 adapta un
guión del futuro Premio Nobel Patrick Mondiano, Lacombe Lucien, en el que narra la historia de un joven campesino
que termina convirtiéndose en un colaboracionista de los nazis durante la
ocupación del país durante la II Guerra Mundial.
Cansado de la controversia que levantan estos dos últimos
films, Malle decide largarse una temporadita a los Estados Unidos donde entre
otras cosas conocerá a la que a partir de 1980 se convertirá en su segunda
esposa, la actrizCandice Bergen, conocida por la exitosa serie de televisión Murhy Brown y por ser una de las
protagonistas junto a Jaqueline Bisset de la estupenda Ricas y famosas (George Cukor, 1981). Allí también rodará varias películas
entre las que destacan La pequeña
(1978) con una jovencita y desconocida Brooke Shields, Mi noche con André (1981), una de las joyas más desconocidas del
autor, y sobre todo Atlantic city
(1980) que nos deja para la posteridad la imagen de una sensual Susan Sarandon
perfumándose en la ventana su cuerpo con aroma de limón ante la atenta mirada
de un voyeur llamado Burt Lancaster. La película, de nuevo a vueltas con el
género noir, le vale a Malle su primer León de Oro en el Festival de Venecia.
A mediados de los ochenta Malle vuelve a su país y se
enfrenta al mayor reto de su carrera; rodar la película que retrata su infancia
y para la que se ha estado preparando psicológicamente más de media vida. No es
de extrañar viendo el resultado lo difícil que tuvo que ser para el director
contar una historia como ésa. Malle recorre el camino inverso al de su
compañero de generación François Truffaut, quien sí supo y pudo relatarnos su
niñez en su primer film. Porque aunque realmente la última película de la carrera
del cineasta es la chejoviana Vania en
la calle 42 (1994), y todavía, antes de su prematura muerte en 1995 a los
63 años, tendrá tiempo de dejarnos 2 películas más, Milou en Mayo (1990) y Herida
(1992), el verdadero testamento cinematográfico del francés se llama Adiós muchachos.
Es la voz del propio Malle la encargada de cerrar esta
película con las palabras que reproduje en el encabezado. A mediados de los
ochenta, el cineasta puede por fin trasladarnos a la Francia ocupada del 43 y
hacer que nos situemos en ese patio de colegio donde vivió uno de los
acontecimientos más traumáticos de su infancia y de su vida. Julien Quentin,
alter ego de Malle en el film, es un niño inteligente y bastante mimado al que
sus padres, en realidad su madre pues del padre apenas se nos cuenta nada,
envían junto a su hermano a pasar el curso al Colegio del Carmen, un pequeño
internado católico al sur de París, cerca de Fointenebleau. Allí ,Quentin
conoce a un muchacho llamado Jean Bonnet, un nuevo alumno con quien enseguida
traba amistad. Avanzadas las clases, una fría mañana de enero, varios miembros
de la Gestapo irrumpen en las aulas tras recibir un soplo que asegura que en el
centro se esconden judíos. Los alemanes detienen a varios alumnos, Bonnet entre
ellos, así como al padre superior del colegio acusado de dar cobijo al enemigo.
Uno de los profesores logra huir por el tejado. Escoltados por los nazis, y
tras recoger sus enseres, los detenidos salen al patio del colegio para abandonar
el lugar ante la mirada del resto de alumnos que forma en filas frente a ellos
sin salir todavía del asombro. El padre Jean encabeza la marcha, mientras un
coro de voces infantiles le despide de forma espontánea, “Au revoir, mon pere,
au revoir, mon pere”. Al llegar a la puerta, el religioso se gira hacia ellos y
les responde “Au revoir, mes enfants, a bientôt”. El último en salir es Bonnet;
su amigo le despide tímidamente con la mano. No importa las veces que veas ese
final, siempre te emociona y consigue que se te erice la piel.
Lo cierto es que las cosas no sucedieron exactamente tal y
como se nos cuentan en la película. Malle pasó por diversos centros católicos
parisinos a lo largo de su infancia, y uno de ellos fue, en efecto, el Colegio
del Carmen que fue clausurado por los nazis en enero de 1943 tras descubrir la
existencia en él de refugiados semitas. Sin embargo, el pequeño Louis nunca
tuvo un amigo judío durante su estancia como se nos describe en el film. Hans
Helmunt Michel, el chico en el que está basado el personaje de Bonnet, llegó al
internado donde estudiaba Malle apenas iniciado el curso del 43 después de
haber pasado toda una serie de calamidades y penurias. Su padre, un médico
judío de Frankfurt, se suicidó cuando el pequeño sólo contaba tres años y su
madre acabaría siendo arrestada años después en París por la policía francesa
en la célebre “redada del Velódromo de Invierno”. Hans pudo escapar junto a su
hermana menor y encontrar refugio en el hogar de una amiga de la familia que
más tarde conseguiría que lo admitieran como alumno del Colegio del Carmen por
mediación de su director.
No obstante, como dije, a diferencia de Quentin y Bonnet,
Malle y Michel nunca cultivaron ningún tipo de relación. Es más, según
confesaría el primero años más tarde, jamás sintió ni afinidad ni simpatía por
su nuevo compañero. Y en cierto modo parece lógico que a alguien tan resabiado
como Malle le tocara un poquito las narices la llegada de otro chaval que
pudiera superarle en inteligencia y llegar incluso a ser más listo que él. Y es
por ello también normal que aquella mañana de enero comenzase a anidar en el
corazón del futuro cineasta cierta desazón, una espinita clavada en lo más
profundo por haber desperdiciado la ocasión de acercarse a alguien que
realmente hubiese necesitado su amistad y su apoyo. Como vemos, esa espinita
tardó demasiado tiempo en ser arrancada.
Ya en los comienzos de su carrera, Malle baraja la
posibilidad de llevar al cine este episodio autobiográfico, pero se da cuenta
de que no puede. Le cuesta demasiado, el dolor sigue vivo y la herida tardará
en cicatrizar. El cineasta recorre el camino inverso al de su compañero de
generación, François Truffaut, quien sí supo y sí pudo plasmar su niñez en su
celebrada opera prima. Y tampoco es que esa niñez fuese un lecho de rosas.
Además su director añade un título más al subgénero de “cine de colegios” que tan bien se le da al cine francés con
grandes películas y obras maestras que van desde Cero en conducta (Jean Vigo, 1933) hasta Hoy empieza todo (Bertrand Tavernier, 1999), La clase (Laurent Cantet, 2008) o En la casa (François Ozon, 2012), pasando como es natural por la
mencionada Los cuatrocientos golpes.
A su vez, la huella del film de Malle está presente por ejemplo en otra
entrañable película chilena, Machuca
(Andrés Wood, 2004), con un argumento muy similar, ambientado esta vez en los
tiempos de la dictadura de Augusto Pinochet.
Au revoir les enfants
es uno de los mayores éxitos en la carrera de su autor. Ganó el León de Oro en
Venecia y se hizo con siete Césars del cine francés de un total de nueve
nominaciones. Era la principal favorita para conquistar el Oscar de su año en el
apartado de Mejor Película de Habla no Inglesa, pero por esas cosas raras que
siempre pasan en los premios de Hollywood en esta categoría, acabó perdiendo la
estatuilla en beneficio de la danesa El
festín de Babette, película notable, pero evidentemente de una calidad
cinematográfica inferior a la de esta auténtica obra maestra. Lo que de verdad
nos enseña una película como ésta es a aprender del carácter purificador que a
veces tiene el cine que puede convertir una realidad triste en algo mágico y
poético. Esta historia entrañable, verdadera (aunque fuese mentira) y emotiva
confirma además a Louis Malle como uno de los grandes humanistas de la Historia
del Séptimo Arte. Y se revela, por supuesto, como uno de
los mejores cantos a la amistad jamás filmados.
Comentarios
En fin, tampoco decía nada muy interesante, ya me conocis. señalaba que además de "El festín de Babette" ese año estuvo peleando el oscar, incomprensiblemente para mi, Garci con su "Asignatura pendiente".
Que "la pequeña" sería una película que hoy no se hubiera pòdido rodar.
Que las pelis de coles son un género en si mismo...desde "The faculty", hasta "la ola" pasando por "Escuela de rock" o "Los chicos del coro".
Y que Dex es tan grande como su historia del cine.
Abrazos aplicados.
Carpet