EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XXV)
BUSCANDO A NEMO
(Finding Nemo). USA, 2003, Dir: Andrew Stanton, Lee Unkrich. Animation (101
min)
El capítulo de hoy de “El cine en cien películas”, con el
que además cubrimos el primer cuarto de la serie, tiene un carácter muy
especial. A la vez, soy consciente de que uno de los más grandes retos a los
que me he enfrentado hasta ahora en esta misma serie. No parece en efecto tarea
fácil intentar glosar la historia del cine de animación en unas pocas líneas,
máxime cuando, como dije al principio, se trata de un género tan especial para
todos (que levanten la mano aquellos cuya primera experiencia con el Séptimo
Arte no haya sido con una peli de dibujos). Máxime cuando el nacimiento del
género es incluso anterior a la invención del propio cinematógrafo.
La idea de recrear imágenes a través del movimiento es muy,
muy antigua. No nos remontaremos a la prehistoria ni a las pinturas rupestres
que no intentan otra cosa sino representar el movimiento y el proceso de la caza
desde el avistamiento de la presa hasta su definitiva captura; tampoco a los
criptogramas encontrados en el Antiguo Egipto o en Roma que persiguen el mismo
fin, ni siquiera hará falta que nos vayamos al siglo XVII con la invención de
la primera linterna mágica a cargo del alemán Athanasius Kircher. Por supuesto,
todos estos hallazgos son claves en la evolución posterior de la animación
cinematográfica, como también lo son las aportaciones de la cultura oriental,
los juegos de sombras y la proyección de siluetas.
Precisamente, los juegos de sombras son el germen del
paraxinoscopio, invento del francés Émile Reymaud en 1888, siete años antes de
la revolución de los Lummière. Las primeras imágenes en movimiento que
proyectaba el nuevo artilugio estaban acompañadas de música y sonido, y
provocaban efectos de ilusión óptica. Pioneros como Max Fleischer, Emile Chol o
Winston McCair contribuyeron bien a través de avances técnicos, bien a partir
de hallazgos narrativos, a la evolución de este tipo de películas. A destacar
el papel de George Melies, padre del
arte cinematográfico y uno de los primeros en introducir “efectos especiales”
en las películas a partir de la sobreimpresión animada, o el del turolense
Segundo de Chomón, todo un artesano que desarrolló toda su carrera en Francia,
y que se ocupaba de colorear a mano todos y cada uno de los fotogramas de sus
cortometrajes y películas. La primera película animada de la que se tiene
constancia es la argentina El apóstol (1917),
aunque desgraciadamente se perdió muy pronto, ya que el celuloide sobre el que
se grabó fue reutilizado para la ¡¡ fabricación de peines¡¡.
Pasada la prehistoria del género, llegamos a la década de
los treinta con una primera época de oro. Y ahí, surge, claro, el nombre del
dibujante y productor Walt Disney. Nacido en 1901 en Chicago (y no en Mojacar
como reza la leyenda urbana), Disney revolucionará definitivamente la industria
de los dibujos animados gracias a su olfato comercial y a su carácter
emprendedor. El futuro creador del ratón Mickey comienza trabajando para
publicidad y más tarde se hace un hueco en la productora Ad Film donde aprende
el oficio. Más tarde, ya en Hollywood funda en 1293 junto a su hermano Roy su
propia compañía, el Disney Brothers ´Studio desde que el lanzará sus primeros
cortometrajes. Uno de ellos tiene como personaje principal a Oswald en quien se
inspiraría después para crear al ratón Mickey. Después, en la década de los
treinta aparecerían otros personajes como Pluto, Goofy o el pato Donald; por
entonces, el estudio cuenta ya con 800 trabajadores distribuidos de manera
industrial en diversos departamentos que se ocupan tanto de la parte artística
como de la técnica. Tras diversos cortometrajes de éxito (muchos de ellos
galardonados con el premio de la Academia de Hollywood), en 1937, se estrena el
primer largometraje de la factoría, Blancanieves
y los siete enanitos, adaptación del famoso cuento de los hermanos Grimm
que se convierte en un éxito inmediato. Aquí encontramos ya los ingredientes
que se convertirán en el futuro en indispensables sellos de identidad marca de
la casa; importancia de la música y las canciones, argumentos edulcorados que
suavizan los de los clásicos en los que se inspiran. La película consiguió una nominación al Oscar
en la categoría de Mejor Banda Sonora y un premio honorífico a Disney por su
contribución artística.
Durante las décadas de los cuarenta y los cincuenta, la
Disney se consolida como uno de los grandes estudios cinematográficos en
Estados Unidos alrededor del cual se desarrolla todo un boyante emporio
económico y financiero. En 1955 se inaguró en California Disneyland, el primer
parque de atracciones creado por la compañía, al que seguirían después otros en
todo el mundo. En el terreno artístico, también es una época de apogeo con el
estudio apostando por adaptaciones de cuentos para niños como Pinocho (Ben Sharpeen, Hamilton Luske,
1940) o Dumbo (Ben Sharpeen, 1941),
la primera producción Disney hablada enteramente por animales. Después será el
turno de La Cenicienta (1950) y
versiones de clásicos literarios adaptados al público infantil como Alicia en el país de las maravillas
(1951), Peter Pan (1953), o algo más
tarde, El libro de la selva (1967).
La producción dysneyana se ralentiza a partir de la década de los sesenta,
debido entre otras causas a la llegada de la televisión. En estos años, la
factoría impulsa las películas que combinan imagen real con animación, con
buenos resultados de público y de crítica – véase el caso de Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964)-,
una fórmula que continuará con éxito en los setenta con películas como La bruja novata (1971), también de
Stevenson o Pedro y el dragón Elliot
(Don Chaffey, 1977).
La hegemonía de Disney en las citadas décadas coincide en
Estados Unidos con la época dorada del departamento de animación dela Warner
Brothers que los estudios habían creado a comienzos de los treinta. Personajes
como Bugs Bunny, Porky o el Pato Lucas, surgidos de las mentes y de las plumas
de dibujantes y creativos como Tex Avery o Chuck Jones, suponen el perfecto
contrapunto iconoclasta y gamberro a los Mickey o Donald, mucho más
políticamente correctos desde todos los puntos de vista. En la época de la
televisión, hay que hablar asimismo de la sociedad formada por los productores
William Hanna y Joseph Barbera, que venían de la Metro, creadores de
inolvidables series para la pequeña pantalla. Posteriormente, algunas de ellas
serían llevadas al cine, unas con mayor fortuna (Los Picapiedra, Brian Levantt, 1994) que otras (El oso Yogui, Eric Brevig, 2010).
Mientras en Europa, los grandes dominadores de la animación
son los países del Este y del llamado eje soviético, con Checoslovaquia a la
cabeza; sobresale la obra del maestro Jri Trinka, considerado el Walt Disney
europeo, aunque sus técnicas de trabajo y sus temáticas tienen que ver más bien
poco con las del productor norteamericano. Trinka, antiguo ilustrador de cuentos
infantiles, adquiere cierto renombre en la animación con marionetas, y siembra
las bases de lo que será la posterior eclosión de la “stop motion”. No
obstante, la gran potencia universal en el mundo de la animación durante los
años centrales del siglo XX junto a Estados Unidos es Japón. La gran tradición
del anime “nipon”, que arranca a
comienzos del siglo pasado y llega hasta nuestros días, vive uno de sus
principales hitos a mediados de la década de los ochenta con la fundación de
los estudios Ghibli por parte de los realizadores Isao Tahakata y Hayao
Miyazaki. El primero es el autor de La
tumba de las luciérnagas (1988), una conmovedora y emotiva y obra maestra
que narra la dura historia de dos hermanos residentes en Kobe obligados a
sobrevivir a las bombas y al horror durante los últimos meses de la Segunda
Guerra Mundial. Por su parte, Miyazaky, creador de la mítica serie televisiva Heidi, está considerado el padre de la
animación japonesa gracias a su estilo inconfundible que se mueve entre lo
tenebroso, lo surrealista y lo naif. A él le debemos películas como Ponyo en el acantilado (1988), La princesa Mononoke (1997) o El viaje de Chihiro, que en 2002 se
convierte en la primera producción animada en hacerse con el Oso de Oro de
Berlín.
El comienzo de los ochenta es un periodo de vacas flacas
para el género en Estados Unidos y en Hollywood. Con la Disney en sus horas más
bajas, un antiguo dibujante de la factoría del ratón Mickey, Don Bluth,
aprovecha para abrirse paso y hacerse un nombre entre el público y contentar a
los críticos. Bluth se asocia con
Amblin, la productora de Steven Spielberg y con la Universal, para firmar películas
como Fievel y el nuevo mundo (1996),
que tendrá una secuela en 1991, Fievel
va al Oeste, o En busca del valle
encantado (1988). Todas ellas repiten la fórmula tradicional de los viejos
éxitos disneyanos, llenos de encanto y de una buena dosis de sentimentalismo. Por
su parte, Jim Henson Frank Oz renuevan el concepto del cine de marionetas en Cristal Oscuro (1982), mientras Robert
Zemeckis experimenta combinando animación con imagen real en Quién engañó a Roger Rabbit (1988), con
unos resultados que no pueden ser más espectaculares. Sin duda, dos grandes
hitos en la animación ochentera, estos dos últimos.
Sin embargo, la gran revolución estaba todavía por llegar;
la era de la digitalización y el 3D estaba a la vuelta de la esquina. La era Pixar. John Lasseter había dado nuevos
aires a la compañía cuyo germen estaba en The Graphics Group, una división
ligada a la factoría de George Lucas. Al tiempo que Pixar empieza a dar sus
primeros pasos, a finales de los ochenta se produce lo que se ha dado en llamar
la segunda edad de oro de Disney. Películas como La Sirenita (John Musker, Ron Clemens, 1989) o Aladdin (del mismo equipo, 1992) contribuyen al mencionado
renacimiento de los estudios. En 1991, La
bella y la bestia (Gay Trousdale, Kirk Wise) se convierte en la primera producción animada en optar al Oscar a
Mejor Película (la Academia se decantará por darle el premio a El silencio de los corderos de
Johnattan Demme); tres años después El
rey león (Rob Minkoff) logrará situarse como uno de los films más
taquilleros de todos los tiempos.
Corren buenos tiempos para las llamadas pelis de dibujos,
pues además de entre la feroz competencia que se va a establecer a partir de
este momento entre los grandes estudios, todavía hay quien se atreve a ir por
libre. Tim Burton produce la obra maestra Pesadilla
antes de Navidad (Henry Shelick, 1993); el realizador de Burbank, que se
dio a conocer en los circuitos cinéfilos con el cortometraje Vincent (1982) volverá posteriormente
al género para dirigir La novia cadáver
(2005) y Frankenweene (2012).
Mil novecientos noventa y cinco fue el año en el que vio la
luz Toy story, dirigida por el
propio Lasseter, el primer largometraje de Pixar que sorprendió por su peculiar
estilo narrativo, el tratamiento de los personajes – diferente a todo lo que se
había visto hasta entonces- y en especial la pretensión de querer llegar no
solo a un público exclusivamente infantil. Los chicos del flexo sentaban las
bases de lo que sería su política de trabajo posterior, y Disney tomó nota.
Desde entonces, ambas compañías comparten una relación en calidad de socios
subsidiarios (incluye tareas de promoción y distribución de una hacia la otra)
que ha pasado por momentos de cierta tensión. El hecho evidente es que Pixar
cambió para siempre el concepto de animación, y no sólo a niveles técnicos, ni
organizativos. Es evidente que hoy nos sentamos a ver una película de animación
con muy distintas expectativas a las que teníamos cuando nos sentábamos a ver
una película del género hace veinte o treinta años.
Lo mejor de Pixar es que mantuvo durante un tiempo al
espectador en una especie de montaña rusa. Qué será lo próximo, con qué nos
sorprenderán esta vez, se preguntaba este ante la perspectiva de un nuevo
estreno. A las tres primeras entregas de Toy Story – se anuncia una cuarta en
2019- le sucedieron éxitos como Buscando
a Nemo (Andrew Stanton, Lee Unkrich, 2003), Los increíbles o Ratatouille,
dirigidas ambas por Brad Bird en 2004 y 2007 respectivamente. En 2008, Stanton
dirige WALL-E, considerada una de
las mejores películas de su año (se quedó fuera del quinteto finalista al Oscar
a Mejor Película cuando todo el mundo la daba como fija, y dicen las malas
lenguas que debido a ello la Academia se replanteó a partir del año siguiente aumentar
el número de aspirantes al premio a mejor película).
El objetivo de la compañía está muy claro; desde el
principio se lanzó a una búsqueda de eso que en marketing se denomina un “Four
Quadrant”, es decir el modelo de película ideal que satisfaga a los cuatro
principales cuadrantes demográficos que existen (hombres, mujeres, público
infantil y juvenil, y adultos). Gracias a esta política fabrican joyas como Up (Pete Docter,Bob Peterson,2009), permitiéndose
el lujo de dedicar los minutos iniciales a dar una lección de cine y de montaje
para desarrollar una historia algo más convencional centrada en la aventura el resto del metraje.
Otro efecto beneficioso que trajo consigo la irrupción en
escena de Pixar fue comprobar como a partir de entonces se avivaba la
competencia. Desde comienzos de la centuria, las grandes compañías ponen en
marcha su maquinaria para estrenar al menos una película de dibujos al año
(especialmente en las campañas de verano o Navidad). Llegó un momento en el que esta competencia
fue tal que no quedó otro remedio que instaurar una categoría dentro de los
Oscars para premiar a la mejor cinta de animación, inexistente hasta 2002 (la
primera ganadora fue El viaje de Chihiro). Y así ahora ahí tenemos a Dreamworks (con
éxitos como las sagas de Schrek o Cómo entrenar a tu dragón), o a
Illumination (con la franquicia Gru, mi
villano favorito, y sus famosos Minions) intentando con mejor o peor
fortuna conseguir su parte del pastel luchando a brazo partido con los creadores
de Toy Story. Ahí está también la
británica Aardman con sus logros en el terreno de la stop motion (Las aventuras de Wallece y Gromit, Rebelión en la granja) o el encanto de
la cinematografía francesa apostando por una animación más tradicional (Kiriku y la bruja, Ernest y Celestine).
Por supuesto, Disney sigue aumentando su lista de clásicos; entre los últimos, Frozen (Chris Berry, Jennifer Lee,
2013), uno de los grandes fenómenos del cine de animación en lo que llevamos de
siglo.
Pero no solo del público infantil vive la animación; en los
últimos tiempos; aunque, en el fondo, todos llevemos un niño dentro, los
adultos también podemos disfrutar de este tipo de películas. Tiene que ver
mucho con ello el auge del cómic y la novela gráfica. De tener una presencia
casi testimonial en las carteleras (no podemos obviar el impacto de la
canadiense Heavy Metal que en 1981
se atrevió a introducir escenas pornográficas en un film de dibujos), hemos
pasado a una relativa normalización del género en la actualidad. Destaquemos
títulos como la israelí Vals con Bashir
(ArI Folman, 2008) o la francesa Persépolis
(Marjane Satrapi, 2009). En España tenemos el ejemplo de Chico y Rita (Fernando Trueba, 2010).
Ocho años después del tremendo impacto que provoca Toy story, los chicos de Lasseter
deciden ir un paso más allá y superarse estrenando Buscando a Nemo, el cuarto de sus largometrajes. Parece que desde el principio la compañía pretende ir más allá del entretenimiento y la aventura para centrarse
en intentar ganar la emoción del público familiar al que no deja de lanzar
mensajes de una forma velada y nada conservadora. A través de la rivalidad
entre Woody y Buzz por ganarse el corazón del niño Andy, veíamos cómo Toy Story abordaba de un modo sutil el
tema de los celos en la infancia. Mientras, Monstruos SA (Pete Docter, Lee Unkrich, David Silverman, 2001) se ocupaba
de la problemática de los miedos durante la niñez, y Bichos, una aventura en miniatura (John Lasseter, Andrew Stanton,
1998), una especie de remake animado de Los
siete samuráis de Akira Kurosawa, parecía estar proponiendo una reflexión
en torno al fenómeno del “bullyng”. Con Buscando
a Nemo, Pixar se adentra por primera vez en el mundo de las relaciones
entre padres e hijos y la aventura de crecer, argumentos sobre los que volverá
a insistir en algunos de sus títulos posteriores como Del revés (Peter Docter, Ronnie Del Carmen, 2015) o la reciente Coco (Lee Unkrich, Adrian Molina,
2017).
Y todo desde una perspectiva original y poco vista hasta ese
momento. El tema no es desde luego nuevo en el cine animado, y todos sabemos
del “trauma” con el que crecimos las generaciones que fuimos testigos –
mediante una elipsis eso sí- de la muerte de la madre de Bambi (David Hand, 1942). Buscando a Nemo se abre con una elipsis similar que evita que
seamos testigos de la muerte de la madre y de los hermanos del protagonista. En
la primera escena, previa a los títulos de crédito, nos encontramos con Marlin
y Coral, los padres de Nemo, dos peces payaso emocionados ante la idea de
empezar una nueva vida; acaban de mudarse a una nueva casa- un arrecife con
vistas al océano, y pronto van a ser padres. De repente, son sorprendidos por
una enorme barracuda que les ataca y amenaza con devorarles. Como consecuencia
del ataque, Merlin queda inconsciente, y tras despertar horas después descubre
que tanto su esposa como sus hijos han desaparecido. El pez se acerca al lugar
donde su esposa había depositado los huevos de sus crías y contempla que hay un
superviviente al que, según deseo de su esposa, pondrá por nombre Nemo y al que
promete que nunca dejará de proteger.
Una nueva elipsis nos sitúa a continuación en el primer día
de escuela del pequeño Nemo. A raíz del incidente que acabamos de presenciar,
Marlin se ha convertido en un padre sobreprotector que cuida en exceso a su
hijo que, como consecuencia del ataque que sufrió siendo una larva, presenta
una pequeña deformación física en una de sus aletas.. El principal consejo que
recibe Nemo por parte de su progenitor en ese primer día de colegio es el de no
sobrepasar los límites del arrecife y nadar en mar abierto ante el temor de que
corra la misma suerte que su madre y hermanos. Naturalmente, el pequeño desoirá
dicho consejo. El pececillo se topa con unos compañeros que se encuentran en
los límites del arrecife fanfarroneando y apostando quién es capaz de nadar más
distancia a mar abierto. Tratando de imitar sus bravuconadas, Nemo no solamente
sale al mar abierto sino que se aproxima hasta casi la superficie para tocar
con su “aleta de la suerte” la cadena de amarre de un bote que se avista en el
horizonte. Cuando vuelve para reunirse con sus compañeros, un buceador aparece
por detrás y lo atrapa en una pequeña red. Todo ello ante la mirada de Merlin,
que previamente había regañado a su retoño recibiendo por parte de este un “te
odio”. El buceador, con Nemo ya en su haber, sube al bote, pero en su huida no
puede evitar que sus gafas caigan al mar.
Es entonces cuando Marlin se lanza a una desesperada búsqueda
de su hijo a través del ancho mar. En su camino se cruza con Dory, una
pececilla optimista y de buen corazón que tiene problemas de memoria a corto
plazo, y que se ofrece a ayudarle en su misión. Marlin y Dory encuentran
primero a un trío de tiburones en plena terapia por intentar dejar de ser
depredadores (al más puro estilo Alcohólicos Anónimos). Dory encuentra las
gafas del buzo y, a pesar de sus problemas de amnesia, lee el nombre y la
dirección que hay escritos en ella y logra memorizar los datos. El captor de
Nemo es un tal P Sherman cuyo domicilio se encuentra en la ciudad australiana
de Sidney.
P. Shermann resulta ser un dentista cuya consulta está
presidida por un enorme acuario que acaba siendo el destino de Nemo. El pequeño
es el regalo que Sherman le tiene reservado a su sobrina Darla, una niña
caprichosa y cuya afición máxima es maltratar a las mascotas. En el acuario,
Nemo conocerá a sus nuevos amigos, Gluglu, un globo tropical obsesionado con la
limpieza y los gérmenes, Peach, una estrella de mar que vigila todo lo que pasa
en la consulta o Gill, el veterano jefe de la panda que acaba teniendo una
relación casi paternal con el protagonista. Con todos ellos, Nemo tratará de
organizar por dos veces un plan de fuga. Aprovechando el tamaño del recién
llegado, este se meterá en el filtro de limpieza del tanque para bloquear su
funcionamiento; ello obligará al dueño a limpiar manualmente el acuario y a
sacar momentáneamente a sus inquilinos que aprovecharán la circunstancia para
escapar.
Mientras, Marlin y Dory siguen su gran aventura oceánica. En
su periplo se topan con un banco de peces que les indica la dirección que deben
tomar para llegar a Sidney, atraviesan un bosque de medusas, viajan junto a un
grupo de tortugas marinas que siguen la corriente del este australiana y hasta
son engullidos por una ballena. En el transcurso del viaje por la corriente
australiana junto a las tortugas de mar, Marlin cuenta a una de ellas la
historia de la búsqueda de Nemo. Gracias al boca a boca entre las distintas especies,
esta historia atraviesa el océano y llega hasta Nigel, un pelícano que reside
en la bahía de Sidney y que conoce a los ocupantes del acuario de Sherman
puesto que frecuenta a menudo su consulta. Nada más conocer que Merlin y Dory
están buscando a Nemo, Nigel corre a la consulta del dentista para desde la
ventana dar cuenta de la noticia al pequeño pez payaso. Cuando Merlin y Dory
llegan a Sidney se encuentran con el pelícano que les lleva en su boca hasta el
lugar donde se encuentra Nemo. La llegada del ave provoca un pequeño alboroto
en la consulta y Nemo logra salir por uno de los desagües hasta el mar. Sin
embargo, Marlin cree que su hijo ha muerto, porque este se estaba haciendo el
muerto para intentar salvarse.
Nigel devuelve al mar a Marlin y a Dory, y ambos se despiden
apenados. Ella entonces se encuentra a Nemo, y tras unos instantes de
vacilación en los que no recuerda lo que acaba de vivir junto a su padre, le
reconoce. Los dos corren gritando el nombre de Marlin que por fin se encuentra
con ellos. Pero todavía queda un último peligro un pesquero captura en sus
redes un banco de peces y tanto Nemo como Dory quedan atrapados. El
protagonista pide que todos los peces naden hacia abajo para tensar la polea de
la que pende la red. Finalmente, son liberados y se produce el reencuentro
definitivo.
El público y la crítica se rindieron a Pixar tras el estreno
de Buscando a Nemo, alabando no solo
la perfección técnica del film sino también la brillantez del argumento, de los
diálogos y de la construcción de personajes. A esas alturas, el cine de
animación no le tenía que envidiar nada en todo eso al cine de imagen real; una
vez más, Disney había sido pionero, y, sin mas lejos, El rey León había sido diez años antes una obra maestra en
cuestiones de planificación y “storyboard”. Buscando a Nemo consiguió el Oscar a la Mejor
película de animación de un total de 4 nominaciones, las otras fueron las
correspondientes a mejor guión original, mejores efectos de sonido, y mejor
banda sonora que corrió a cargo de Thomas Newman, autor de un excelente score
marca de la casa. La película fue incluida además por la BBC en su
controvertido ranking de mejores films del siglo XXI (puesto 96). El crítico de
Fotogramas, Sergi Sánchez llegó a decir que, más que una película, Buscando a Nemo era un milagro. Los creadores
de ese milagro eran Andrew Stanton y Lee Unrkrich; la autoría de un film de
dibujos se suele atribuir a dos o más personas, ya que junto al nombre del
creativo normalmente se incluye el del / los director/es de animación. Stanton
había debutado junto a Lasseter en Bichos,
una aventura en miniatura (1998) y estrenaría años más tarde WALL-E (2008). Se encargó además de,
Buscando a Dory (2018), divertida secuela de la cinta que nos ocupa, aunque
unos peldaños por debajo de ella. Por su parte, Unkrich ya era también un habitual de la factoría con
títulos como Toy Story 2 (1999) o Monsters SA (2001) – posteriormente intervendría
en Toy Story 3 (2010) y en Coco (2017). El film está dedicado a
Gordon McQueen supervisor de animación de la compañía fallecido durante el
proceso de producción (el personaje de Rayo McQueen de Cars llevaría posteriormente ese apellido en su honor).
Siempre he pensado que en Pixar, al lado de técnicos y
animadores debe trabajar codo con codo un selecto grupo de pedagogos. Solo así
se entiende su éxito, solo así puede entenderse que siempre hayan preferido a
los cuentos de hadas y princesas típicas de Disney, las fábulas animadas, con
animales hablando e interactuando entre sí, reproduciendo comportamientos y
arquetipos humanos. Y no solo animales, muñecos, coches e incluso avatares de
videojuegos son algunos de los protagonistas de las fantasías Pixar. La
tradición animal se remonta a títulos de la era Disney como El libro de la selva (1967), 101 dálmatas (1961) o Los aristogatos (1970), pero la factoría
de Lasseter va un paso más allá. En el caso de Nemo, contamos con la belleza
adicional de los fondos y los escenarios marinos, realzada además por el efecto
del 3D.
En resumen, que con sus escasas concesiones al
sentimentalismo de otras épocas, con sus altos y sus bajos – que los tiene-
Pixar ha conseguido hacer de la animación un género mayor. Y mientras sigan con
su magia, seguiremos confiando en ellos y esperando con ansiedad sus nuevos
estrenos. Mientras el niño que llevamos dentro no nos abandone…. seguiremos
nadando.
Comentarios
Por lo demás, hay que reconocer que es una película maravillosa, divertida, con todos los ingredientes necesarios para ser una película de acción, de cariño, de magia y de mar.
Habría que destacar que, más o menos, desde "El libro de la selva", los dibujos suelen ser doblados por actores de éxito y que, además, los creadores artísticos acostumbran a extraer las facciones de sus dibujos de esos mismos actores. En esta ocasión tendríamos que Dory es Ellen de Generes, Marlin es Albert Brooks; Gill, el pez-jefe de la pecera, es Willem Dafoe, Peach es Allison Janney, reciente ganadora del Oscar a la mejor secundaria; Nigel es Geoffrey Rush y que por ahí también andan Elizabeth Perkins (la chica de "Big") y Eric Bana.
Gran gus, Dex, de fantasía.
Abrazos acuáticos.
Dice el tío que es casi imposible resumir la historia de la animación en tan poco espacio y va y lo hace y desdice su propia afirmación. Eres el Pixar de los guses, amigo.
Ha dado la casualidad que mis críos han tenido su infancia en esa etapa dorada que comenta Dex por lo que he podido disfrutar de algunas de las mejores películas del año en una época en la que la paternidad te aleja de los lugares de ocio habituales y por supuesto del cine para adultos (para el público adulto quiero decir, que el porno...).
Así, cuando mi hijo tenía apenas 3 añitos decidimos llevarle al cine a disfrutar de una de las maravillas animadas del año. Mi peque era un crío muy despierto y ya gozaba en video de Fievel, de Piecitos y sus amigos ("En busca del valle encantado"), del zorro Robin Hood, o de las maravillosas aventuras de una especie de Daniel el Travieso, animado en Stop motion, pingüino que respondía al nombre de "Pingu". Así que su madre y yo entendimos que la pantalla grande le alucinaría...y vaya si lo hizo. Una gran sala oscura y un enorme monstruo verde lanzando un grito aterrador produjeron un efecto bastante previsible, el pobre peque se asustó. Le saqué a los pasillos para tranquilizarle y lo conseguí con facilidad al explicarle que "Sreck" era un simple dibujo animado y que sus aventuras le encantarían (yo hablaba de oídas, pero posteriormente me di cuenta de que no mentía). Mi hijo ya bastante contento me decía agarrado de mi mano, en una escena que jamás olvidaré: "esto del cine me gusta mucho...pero vámonos a casa mejor". Obviamente atendí a tan adorable petición.
No sé qué parte de culpa tiene aquella impresión de que me haya salido muy poco cinéfilo, le gustan las películas pero no ir al cine, pero luego, cuando su hermana ya era un poco mayor hemos disfrutado de muchísimas películas animadas en sala grande, como digo en la edad dorada del género. Muchas de las películas comentadas por Dex y alguna más menos notables: varias secuelas de "En busca del valle encantado", las versiones cinematográficas de "Doraemon", "Monstruos contra alienígenas" y un larguísimo etcétera.
En toda esa lista "Buscando a Nemo" ocupa un lugar destacadísimo, sobre todo para mí. En seguida te das cuenta de que no estás viendo una película infantil, aquello era un peliculón disfrazado de cine para niños. Ritmo, guion, buenos gags, buenísimos personajes, tramas paralelas de interés y calidad similar, un animación perfecta, imágenes inolvidables, mensajes tan importantes para los niños (no desobedezcáis a vuestros padres) como para los adultos (no sobreprotejáis). El valor de la amistad, el de luchar hasta el fin por el objetivo, no desanimarse, la colaboración y el trabajo en equipo,…hay tantos valores positivos en la película. Y los guiños cinéfilos y esa impresionante Dolly, uno de los mejores personajes del Cine con mayúsculas, capaz de olvidarte al instante pero alguien en quien puedes confiar internamente…y que habla ¡¡¡balleno!!!, eso es imapagable.
Sólo se me ocurre decir…”Sigue nadando, sigue nadando…”.
Abrazos encantadísimos.
Buscando a Nemo es una maravilla de esas que de vez en cuando surgen con todos los ingredientes para convertirla en un clásico. Pero si he de quedarme con una peli de dibujos yo me quedo con El Rey León. Supongo que el ser fan de Elton John tiene mucho que ver.
Besos
low
Sobre los doblajes que hablaba el lobo, en España, este Nemo también tiene en el doblaje a actore sde éxito, algo que comenzó, creo que en "Alladín", donde Josema Yuste se hacía cargo del Genio que en USA había doblado Robin Williams.
Yo no dudaría en decir que gran parte del encanto de Dory se lo debemos a Anabel Alonso. hace poco hablando de Anabel, mi hija era incapaz de localizarla en su memoria por el nombre, me preguntó una película suya y le dije "es Dory" y ella la identificó al instante. Uno se imagina perfectamente a la Alonso dejandose llevar por la gran corriente.
Jose Luis Gil es Marlin, pero no me gusta tanto, y Gurruchaga dobla tanto al tiburón Bruce como al profesor de la escuela, el maestro Raya. Con todo la voz de Ramón langa (Bruce Willis) le da a Gill un tono muy apropiado al personaje. Nigel que es doblado por Manel Fuentes y Peach, la estrella de mar, por Blanca Portillo creo que no funcionan tan bien.
Creo que Florentino Fernandez con "Gru", "Robots", "Kung Fu Panda" o "Valiant" es también un gran acierto, pero no podemos decir lo mismo de Fernando Tejero en "El espantatiburones" o Paco León en "Madagascar".
Abrazos re-doblados
He de reconocer, que no soy muy fan de este genero. Para mi supuso un trauma ir al cine a ver "sólo" este tipo de pelis mientras mis ojos paseaban ansiosos por el resto de la cartelera y dejaba de lado películas que me habría apetecido ver..como era de las madres que no dejaba a sus hijos, salvo fuerza mayor, pasé muchos años sin ir al cine a ver películas de adultos, como dice Car, y creo que aun no me he recuperado del disgusto.
Aunque...siempre estará en mi corazón "Toy Story", Andy tiene la misma edad que mi hija Alba y con él fuimos creciendo hasta llegar a la universidad con la consiguiente llorera.
También recuerdo Mulán, es que en casa somos muy feministas, el rey León..que causó las delicias de Albi, su primera peli fué una reposición de 101 Dálmatas, salió prendada
"Buscando a Nemo" es una de nuestras favoritas.
Esto sí que es una buan inclusión, Maño..
Mi hija Sonia ha pasado el fin de semana en Mañolandia haciendo el recorrido de la película de "Nuestros Amantes" que cuenta con nuestro rendido fervor.
No vayais a ver "Las distancias", es un truño infumable.
Besos buscadores.
Albanta