GUS MORNINS 18/9/18
“Lo
último que hice con mi mujer fue casarnos”
Jack Warden en “Justicia para
todos”
Nuevamente volvemos a
homenajear a uno de esos secundarios de leyenda que realizó unas cuantas
interpretaciones memorables. Y nos referimos al gran Jack Warden, uno de esos
actores sólidos, siempre seguros, que no hacía un gesto de más, pero que daba
entender muchas cosas con sus maneras siempre entrañables, por muy dramático que
fuera su papel, y con una versatilidad envidiable. A mí, personalmente, es un
actor que siempre me ha gustado muchísimo y es todo un honor rendirle este
pequeño homenaje el día en que hubiera cumplido la respetable edad de 98 años.
Jack Warden era de
sangre irlandesa y, por tanto, bastante pendenciero en su juventud. Tanto es
así que fue expulsado de su escuela por pelearse a puñetazos repetidamente. Como era lo único que el chico sabía hacer decidió hacerse
boxeador profesional con el sobrenombre de Johnny Costello dentro de la
categoría de peso welter. Nunca pasó de ser un púgil de segunda fila aunque
como anécdota cabría señalar que llegó a medirse con otro joven que acabó
también siendo un excelente actor secundario dentro del cine y que peleaba bajo
el nombre de Charles Durning. El combate lo ganó Warden.
Como tenía que darse de
tortazos bastante a menudo, no ascendía en el ranking profesional y las bolsas
no eran demasiado cuantiosas, abandonó pronto el deporte profesional y trabajó
como guardaespaldas de un mafiosillo de tercera que regentaba un night-club y
ahí, claro, lo que no le gustó fue el ambiente. Así que, ni corto ni perezoso,
se enroló en la marina mercante. Corría el año 1938. Cuando Estados Unidos
entró en guerra, Warden no se lo pensó dos veces y se alistó voluntario en la
101 División Aerotransportada y era uno de los elegidos para desembarcar el
mítico día D. Un accidente en uno de los ensayos de salto en paracaídas cambió
totalmente su día. Se rompió una pierna tres días antes del desembarco y se le
rebajó de servicio durante una temporada. No invadió Normandía, pero sí que
estuvo en la no menos mítica batalla de Bastogne, donde la 101 División
Aerotransportada se convirtió en “Los bastardos apaleados de Bastogne”
realizando una defensa heroica en las Ardenas. Warden salió ileso.
El caso es que,
mientras convalecía de su fractura en la pierna, su compañero de hospital era
un soldado apasionado del teatro y le comenzó a pasar libretos de obras
simplemente como entretenimiento. Warden quedó impresionado y se hizo la
promesa de convertirse en actor cuando terminara la contienda.
En 1947, con la
licenciatura en el ejército en el bolsillo, solicitó entrar al entonces
incipiente Actor´s Studio de Lee Strasberg y Elia Kazan y, a pesar de no tener
ninguna experiencia, fue aceptado. A ello ayudaba no sólo su tremenda
naturalidad, sino también su imponente presencia física con una anchura de
hombros impresionante en su 1,80 de estatura. Muy pronto comenzó a recibir
ofertas para unirse a compañías teatrales y aceptó la de una compañía tejana que
se llamaba Dallas Company 47, una compañía que, dentro de su repertorio, tenía
todas las obras estrenadas por Tennessee Williams hasta la fecha. Estuvo
durante cinco años con ellos hasta que, por fin, Broadway le llamó para ser el
protagonista de Sueño dorado, de
Clifford Odets (en la que interpretaba a un violinista que termina por ser
boxeador) y al hijo del personaje de Eddie Carbone en Panorama desde el puente, de Arthur Miller.
Con esos dos papeles
llamó la atención de Hollywood y no dudaron en contratarle para aparecer como
uno de los soldados camaradas de Montgomery Clift y de Frank Sinatra en De aquí a la eternidad, de Fred
Zinnemann. Su rol era pequeño, pero Warden exhibió una seguridad tan aplastante
que fue pasando de papel en papel cimentándole un enorme prestigio a pesar de
sólo hacerse cargo de personajes secundarios. También trabajaba con asiduidad
en televisión lo que le hace un nombre popular. Aparece en la estupenda La noche de los maridos, de Delbert Mann,
y es el jurado número 7 de Doce hombres
sin piedad, de Sidney Lumet (el jurado que sólo quiere terminar la
deliberación para irse a ver a su equipo favorito de béisbol, papel que en la
versión televisiva española interpretaría Sancho Gracia). También es el
marinero de confianza de Clark Gable en la muy estimable Torpedo, de Robert Wise, el médico de La taberna del irlandés, de John Ford y el Sargento Welsh en la muy
aceptable El ataque duró siete días,
de Andrew Marton, primera versión de la afamada La delgada línea roja, de Terrence Malick, en la piel del personaje
del que se haría cargo años más tarde Sean Penn. A partir de ahí su estrella en
el cine decayó un poco y se refugió, sobre todo, en la televisión, y en una
versión teatral de Muerte de un viajante,
de Arthur Miller que duró varios años en cartel. Pero en 1975 consigue una
nominación al Oscar al mejor actor secundario por su papel en Shampoo, de Hal Ashby y Alan Pakula le
reclama como el redactor jefe del Washington Post al lado de Robert Redford,
Dustin Hoffman y, sobre todo, Jason Robards y Martin Balsam en Todos los hombres del presidente. Luego, otra nominación por El cielo puede esperar, de Warren
Beatty, en la piel de ese entrenador que desea que el protagonista sea la
reencarnación de otro jugador que murió en trágicas circunstancias. También fue
el médico participante del misterio de Muerte
en el Nilo, de John Guillermin y una de sus mejores interpretaciones fue el
juez tronado, al que le importa todo tres narices y que busca la muerte con
todo lo que hace de Justicia para todos,
de Norman Jewison. Inolvidable resulta como el Presidente de los Estados Unidos
que busca consejo en los dichos hortoagrícolas de Peter Sellers en la
inolvidable Bienvenido Míster Chance
y que cree que esos dichos son metáforas brillantes sobre la situación
económica del país.
En 1981 llega otra de
sus interpretaciones maravillosas. El compañero para todo de Paul Newman en la
extraordinaria Veredicto final, de
Sidney Lumet, el tipo que hace todo el trabajo sucio, le sopla la traición al
protagonista, le asiste como procurador y siente una honda amistad por él. Una
auténtica joya. Es uno de los invitados clave en September, de Woody Allen, y es el compañero de armas de Sean
Connery en la mediocre Más fuerte que el
odio, de Peter Hyams. Repite con Allen en su estupendo papel de Balas sobre Broadway y también, en una
aparición casi especial y llena de sentido y peso, como el ciego narrador de la
parte final de Poderosa Afrodita y
también es el narrador que encandila a todos los que se acercan a escucharle en
la increíble historia de Cosas que hacer
en Denver cuando estás muerto. En el 2000 se retira de toda actuación. Con
ochenta años a las espaldas, Warden considera que ya ha hecho bastante y decide
retirarse a descansar a su apartamento en el centro de Nueva York para, según
sus palabras, “ver todo el teatro del que sea capaz”.
Lo cierto es que Jack
Warden fue un actor extraordinario, uno de esos con el que muchos directores
desean contar porque tenía peso, tenía carisma, tenía verdad, un punto
entrañable, otro muy duro y un par de acentos en el cariño que ponía en todo lo
que hizo.
Fue muy apreciado entre
sus compañeros. Alababan de él su enorme profesionalidad, su estricta
puntualidad en los rodajes, siempre con el texto del día bien aprendido y
ensayado. Ningún director se quejó jamás de él y Woody Allen lo consideraba uno
de los más grandes actores a los que tuvo el placer de dirigir junto con Gene Hackman.
Os dejo con un modesto
homenaje a su figura. No es muy bueno, pero no he podido encontrar nada mejor.
Y como mosaico, ahí lo
tenéis. Grande y no siempre demasiado reconocido. El inmenso Jack Warden.
Comentarios
Abrazos secundarios
Justo homenaje a todos en general y a Jack en particular.
Siempre se aprende algo con este gus, gracias.
Besos Presidenciales
Albanta