GUS MORNINS 4/9/18

“Mi ambición vital ha sido siempre gastar el dinero tan rápido como lo he ganado”.
                                                                                              Edward Dmytrik
Ahora, sí. Formalmente y desde la tribuna que tan amablemente me es cedida cada martes, espero que todos hayáis tenido un verano para recordar. Por mi parte, estuve en una cabaña perdida en Asturias, muy bonita, muy tranquila, haciéndome la Senda del Oso en bicicleta y también acercándome a la tierra de mis ascendientes, en el valle de Somiedo, para hacer una excursión a buena marcha al Lago de Somiedo. De allí viene la familia de la madre de mi madre, donde mi tatarabuelo ejerció de veterinario del pueblo y donde quedó cojo de una pierna al ser alcanzado por la coz de una vaca a la que se ve que estaba haciendo la vida imposible. También he estado en un par de Paradores donde me he bañado, he comido y yantado a discreción para luego dirigir mis pasos al Alto Tajo. Como novedad, os puedo contar que he tenido que cambiar de coche (tenía un Fiat Punto con 17 años a cuestas y me dijo basta a principios de julio), así que, como no soy presumido y considero que comprar un coche es la peor inversión que se puede hacer, he optado por la comodidad y la austeridad de un Dacia Sandero Stepway que, de momento, me va muy bien para adentrarme por caminos forestales aunque el inconveniente de las vacaciones ha sido, precisamente, que una inoportuna china de la A-6 impactó contra el cristal del vehículo y tuve que cambiarle la luna delantera apenas veinte días después de estrenarlo.
Pero dediquémonos al cine que es mucho más apasionante que nuestras vidas. En esta ocasión vamos a dirigir nuestra mirada hacia Edward Dmytrik, un estupendo director que hoy precisamente habría cumplido ciento diez años. Dmytrik era ucraniano de nacimiento y emigró a San Francisco cuando tenía seis años, en 1914, debido a que las cosas en Europa comenzaban a ponerse calientes. El chico era una pieza de cuidado y el propio Dmytrik declaró que su padre le pegaba con cierta frecuencia, sobre todo desde el momento en que su madre falleció de una enfermedad pulmonar. Comenzó a frecuentar malas compañías y eso al padre le sacaba de quicio. El caso es que a la edad de quince años, en 1922, Dmytrik consiguió la emancipación de su padre y vivió solo en un apartamento que le proporcionaron los servicios sociales, y también le consiguieron un trabajo de mensajero dentro de unos estudios de cine. A partir de ese instante, Dmytrik sentó la cabeza y no sólo conservó ese trabajo sino que comenzó a sacar unas notas fuera de lo común, llegando a ganar una beca para estudiar en el Instituto Tecnológico de California donde destacó brillantemente en matemáticas y en física. Mientras aprendía ciencias en la Universidad, siguió trabajando en el cine y, una vez terminados sus estudios, se aplicó en cuerpo y alma a las películas. Fue ascendiendo poco a poco y ya en 1929 fue ayudante de montador y, en ese trabajo, estuvo en el equipo de las tijeras en películas tan conocidas como Sopa de ganso o Si yo tuviera un millón. Ascendió a montador jefe y, entre sus trabajos, figura la primera versión de Tú y yo que protagonizaron Charles Boyer e Irene Dunne.
Como el chico destacaba, en 1935 le dejaron ponerse tras las cámaras para dirigir una película de serie B, The hawk, un western de aquellos de vestuario imposible que apenas duraba 55 minutos. Y por esos terrenos estuvo moviéndose y aprendiendo a manejar la escena durante unos nueve años, hasta que a alguien se le ocurrió la genial idea de que Dmytrik fuera el director de la adaptación de una novela que se había comprado al gran Raymond Chandler y que se llamaba Adiós, muñeca y que pasó al cine con el título de Historia de un detective, con Dick Powell en la piel del mítico Philip Marlowe y Claire Trevor como la inevitable mujer fatal. La película fue un auténtico bombazo por la inmensa capacidad visual de Dmytrik porque, en el fondo, es todo un tratado de ambientes que luego se harían famosos en múltiples títulos de cine negro. De hecho, la nouvelle vague consideró que esta película no sólo es el verdadero punto de partida del cine negro, sino que en ella se dan todos los tópicos sobre los que redundarían todos los directores posteriores.
Tras el éxito, se comienza a confiar en Dmytrik, que dirigió una estupendísima película bélica titulada La patrulla del coronel Jackson, con John Wayne y Anthony Quinn en medio de la resistencia filipina tras la retirada de Batán. Había que explotar el éxito que había obtenido con Historia de un detective y se le encomendó otra película de similares características en Venganza, con Dick Powell buscando al asesino de su mujer, resistente francesa, después de la contienda mundial en la lejana Argentina. Es una extraordinaria película en la que acentúa aún más los ambientes sórdidos, oscuros y descaradamente expresionistas que impregnan al mejor cine negro.
Más tarde, obtiene otro resonante éxito con Encrucijada de odios, que durante años fue conocida como la película de “los tres Roberts”, Robert Ryan, Robert Mitchum y Robert Young. Basada en un libro de Richard Brooks, Dmytrik fue un poco más allá en el género negro poniendo en juego a una serie de personajes oscuros con un móvil que se disfrazó de racista en un crimen que, en realidad, se cometía por homofobia. Una jugada plena de habilidad en una trama absorbente en la que también vemos, de taxi-girl, a la estupenda Gloria Grahame.
A finales de los años cuarenta, Edward Dmytrik fue acusado de comunista por el Comité de Actividades Antiamericanas y llamado a declarar. Testigo hostil, fue condenado a dieciocho meses de prisión. El caso de Dmytrik es muy particular porque, cuando cumplió algo menos de la mitad de la condena, no pudo aguantar más y decidió reconocer que pertenecía al Partido Comunista y delató a tres miembros de los afamados “Diez de Hollywood” (uno de ellos era él mismo). En concreto, fueron los guionistas John Howard Lawson, Adrian Scott y Albert Maltz. No contento con ello, llegó a declarar que los dos últimos le habían presionado para que colocara mensajes de propaganda izquierdista en sus películas. Dmytrik fue perdonado y salió de prisión. Muchos años después, cuando ya se había retirado del cine, fue a una mesa redonda del Festival de San Sebastián donde también se hallaba uno de los condenados, el guionista Walter Bernstein. En medio de la conferencia, Bernstein dijo a Dmytrik que era “un gilipollas y un hijo de la grandísima puta por lo que hizo”. La mujer de Dmytrik, Jean Porter, salió entre lágrimas de la sala.
Después de un tiempo en el purgatorio, Dmytrik volvió a dirigir y volvió a la serie B. De allí le rescató Stanley Kramer para que rodase la versión cinematográfica de la obra de Herman Wouk El motín del Caine. Dmytrik lo hizo como nadie. Sacó la trama de la sala judicial casi en su totalidad y realizó un gran clásico con interpretaciones míticas como las de Humphrey Bogart y José Ferrer, sorprendentes como la de Fred McMurray y aceptables como la de Van Johnson. Todo un éxito que hizo que Dmytrik volviera a ganar confianza en el negocio.
Como curiosidad podríamos decir que a partir de esta película, Dmytrik siempre incluyó algún personaje con el brazo impedido (cortado, escayolado, inerte o similar) como símbolo de lo que él mismo sintió cuando se vio obligado a delatar a sus compañeros del Partido Comunista. En este caso, si recordáis la película, os daréis cuenta de que, sin venir a cuento para nada, el personaje de José Ferrer, el abogado y aviador Barney Greenwald, tiene un brazo escayolado. Y no se ofrece ninguna explicación sobre ello.
A partir de aquí, Dmytrik hizo un puñado de buenas películas de muy merecida fama. Ahí está Lanza rota, versión en clave de western de la fantástica Odio entre hermanos, de Joseph L. Mankiewicz que, a su vez, era una versión de El rey Lear, de Shakespeare; Vivir un gran amor, basada en un relato de Graham Greene con Van Johnson y Deborah Kerr en los principales papeles, primera versión de aquella El fin del romance, de Neil Jordan, con Ralph Fiennes y Julianne Moore; Cita en Hong Kong, una estupenda película de aventuras con Clark Gable más conquistador que nunca; la sobresaliente La mano izquierda de Dios, con Humphrey Bogart de falso sacerdote y jugándose el destino de sus fieles a los dados; la desconocida y más que aceptable La montaña siniestra, drama alpino con Spencer Tracy enseñando a escalar a Robert Wagner; la aclamada El árbol de la vida, una película que lo tenía todo para triunfar y que el inoportuno accidente automovilístico de Montgomery Clift devaluó notablemente haciendo que Dmytrik falseara más de la mitad del metraje con Clift cogido de lejos o con dobles; la estupenda El baile de los malditos, con Marlon Brando como nazi y Montgomery Clift y Dean Martin intentando encontrar un sentido en sus vidas a punto de partir hacia el frente; la maravillosa El hombre de las pistolas de oro, con ese trío de ases compuesto por Henry Fonda, Anthony Quinn y Richard Widmark; La gata negra, una película que sorprendió con la audacia de poner en la trama un fondo de lesbianismo, primera de la historia del cine, con un reparto de campanillas compuesto por Capucine, Laurence Harvey, Anne Baxter, Jane Fonda y Barbara Stanwyck; la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián que supuso la fantástica Espejismo, con Gregory Peck y Walter Matthau en los principales papeles.
A partir de aquí, los ecos de lo que había hecho se convirtieron en insoportables mesas redondas sobre la delación y su nombre salía a relucir a la primera de cambio. Harto de todo ello, Dmytrik se refugia en Europa, donde decae mucho su estilo y en el que parece que no sabe sujetar bien las tramas que le interesan, cayendo en un aire algo chapucero, incompleto y muy por debajo de su talento. Ahí están la muy mediocre La batalla de Anzio, o el absurdo completo que fue juntar a Sean Connery y Brigitte Bardot en un western en España con el título de Shalako; o el festival de erotismo de bajo nivel que se atrevió a realizar con Richard Burton con la leyenda de Barba Azul mientras el afamado conquistador daba buena cuenta de mujeres de la talla de Sybil Danning, Marilu Tolo, Raquel Welch o Nathalie Delon.
Su última aportación al cine fue la flojísima Víctimas del terrorismo, con George Kennedy de protagonista, una película justamente olvidada que no añade nada a su trayectoria.
Bien es verdad que Dmytrik pareció darse cuenta de ello y en el año 1975 pidió consejo a su buen amigo Garson Kanin (autor del libreto de Nacida ayer y del guión de La costilla de Adán, por ejemplo) porque veía que en Europa no estaba haciendo nada salvable y no quería regresar a Estados Unidos donde el ambiente se le presentaba tan enrarecido. Kanin le sugirió que volviera a los Estados Unidos a dar clases de cine. Y efectivamente, desde 1976 fue profesor de Teoría del Cine y Producción Cinematográfica en la Universidad de Texas y en 1981 consiguió la cátedra en la Universidad del Sur de California (la única universidad pública de los Estados Unidos), cargo que desempeñó hasta dos años antes de su fallecimiento, ocurrido de fallo renal, en 1999, a la edad de 91 años.
Siempre consideró que su mejor película fue Encrucijada de odios porque hizo una película muy aceptable en apenas veinte días de rodaje con un presupuesto mínimo. Y además consiguió una nominación al Oscar a mejor director.
Lo cierto es que Dmytrik fue un director sólido, seguro, más allá de su delación (cada uno tendrá su opinión sobre ello) sabía dirigir muy bien, con un pulso muy adentrado en el vigor. Siempre le perjudicó mucho lo que hizo aunque él aseveró que fue lo correcto en repetidas ocasiones. Yo lo que quiero es dejar que veáis una muestra de lo que era capaz de hacer. Aquí tenéis a Bogart, Johnson y MacMurray en su primera reunión a bordo de cierto barco al mando del inestable Capitán Queeg.


Y como mosaico, Dmytrik, no podía ser de otra forma.





Comentarios

CARPET_WALLY ha dicho que…
Que gran Gus.

Lo primero y lo más importante, yo también tengo un Dacia Sandero Stepway (en mi caso rojo), cuando me preguntan porqué me decidí por este coche siempre contesto que no sabía si comprarme el Dacia o un Iphone X, el precio era similar pero el Dacia tenía más prestaciones. Yo estoy encantado, es un coche barato, cómodo y va como la seda. Lo tengo desde hace 2 años y sin problema.

Y Dmytrik, pues a vueltas con el tema de siempre (de últimamente) el talento como artista o su discutible vida personal. Este verano era noticia que la última película rodada por Kevin Spacey había recaudado en taquilla la interesante cantidad de 540€. No sé si la película merecía tanta consideración, pero si "Yucatán" recauda mas de eso ya estaríamos siendo injustos.

Es obvio que lo bueno o lo malo que tenga una película no se debe valorar en función de las decisiones personales de cada uno de los intervinientes (actores, directores o scripts). En el caso de Edward es evidente que sus films estaban muy por encima de la consideración ética que se pueda tener de su comportamiento. Hay que estar ahí para ver lo que uno haría.

Personalmente, tanto "El motín del Caine", como "El hombre de las pistolas de oro" o "La gata negra" son películas que me parecen buenísimas. Las vi de muy jovencito y forman parte de mis mejores recuerdos cinéfilos. Bien por Edward.

Abrazos jugando con bolas
INDI ha dicho que…
pues resulta que yo también tengo un Dacia, aunque no el Sandero, sino el Logan MCV (vamos, un sandero pero con la parte trasera familiar), y corroboro lo que dice Carpet, coche barato, fuerte, sin tonterías tecnológicas y que gasta poco. Tiene ya 3 años y por ahora todo genial.

Referente al gus de hoy, echaba de menos las clases magistrales que nos da el compañero los martes.

Abrazos motorizados

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