GUS MORNINS 13/2/18
“Os
diré algo. Todavía no sé qué es lo que se siente al ver tu nombre por delante
del título de cualquier película. Creo que, en el fondo, es porque ser una
estrella nunca me ha importado ni lo más mínimo. Nunca. El trabajo siempre ha
estado en primer lugar”
Martin Balsam
Si hace algunos meses
homenajeábamos al actor secundario de escuela británica en la figura de Ian
Holm, ahora es el turno de hacerlo dentro de la más estricta escuela americana
con este maravilloso actor del cual se cumplen veintidós años de su
fallecimiento. Martin Balsam era uno de esos actores seguros, sólidos, que
podían hacer cualquier tipo de papel sin parecer ridículo, que daba una enorme
textura a todas las películas en las que intervenía y en las que, aunque pueda
parecer increíble, nunca pasaba desapercibido.
En realidad, Martin
Balsam es hijo de emigrantes judíos rusos aunque su integración en la vida
americana fue total. Fue el mayor de tres hijos y su amor por la actuación se
manifestó ya en el grupo de teatro del instituto donde cursó la secundaria.
Dicen que aún se recuerdan sus actuaciones de aficionados porque se preparaba
el papel a conciencia. Aunque en sus planes estaba incorporarse al Actor´s
Studio de Nueva York, debió aplazar la prueba y posterior ingreso al producirse
el bombardeo japonés de Pearl Harbor. Balsam se alistó en la Marina sirviendo
durante cuatro años en un destructor que patrullaba por el Pacífico. Después de
la guerra, se aseguró un puesto como acomodador en el Radio City Music Hall
para pagarse los estudios en la escuela de Elia Kazan y Lee Strasberg, donde
destacó por lo concienzudo de su trabajo siendo de los alumnos más aventajados
de la época. Finalizados los estudios, desempeñó pequeños papeles en diversas
obras de Broadway, hasta que intervino en el drama de Tennessee Williams La rosa tatuada, desempeñando el papel
del camionero sin demasiadas luces que enamora a Anna Magnani. Cuando la obra se
adaptó al cine, su papel fue interpretado por Burt Lancaster.
A partir de su éxito
teatral, comenzó a intervenir en diversas obras, algunas como protagonista,
pero Hollywood también le llamó con fuerza y así, casi de tapadillo, intervino
como uno de los agentes judiciales que convencen a ese boxeador sonado llamado
Terry Malloy para que testifique contra la mafia portuaria de La ley del silencio, de Elia Kazan. Fue
reclamado también por la televisión donde se familiarizó con la emisión en
directo de espacios dramáticos y allí conoce a Sidney Lumet que le requiere
como el Jurado número 1 de Doce hombres
sin piedad. Después de trabajar en un episodio de la serie Alfred Hitchcock presenta, el maestro
del suspense no puede resistir la tentación de ofrecerle el papel del detective
Dick Arbogast de Psicosis, papel por
el que fue tremendamente recordado por sus fans. De hecho, a él le molestaba un
poco que ése fuera uno de sus papeles más afamados porque creía que había hecho
otros mejores (quizá tuviera razón) pero tuvo fama de ser un hombre afable,
siempre sonriente, que nunca dejó de firmar cuantos autógrafos le pidieron.
Era un enamorado
ferviente de Italia, y en cuanto se cansaba del trajín hollywoodense pedía a su
agente que le consiguiera algún papel en la cinematografía italiana para, según
él, “pasar unas vacaciones mientras
trabajo”, cosa que hacía con cierta frecuencia. También formó parte del
reparto de Desayuno con diamantes y
encarnó al jefe de policía que trata de intimidar educadamente a Robert Mitchum
en El cabo del terror, de Jack Lee
Thompson. Destacó como el consejero presidencial de Fredric March en la
estupenda Siete días de mayo, de John
Frankenheimer; o como el iluso médico que pretende cambiar las costumbres
sanitarias a bordo del barco férreamente gobernado por Richard Widmark en Estado de alarma (Incidente en el Bedford), de James B. Harris; consiguió su Oscar
al mejor actor secundario por la ya olvidada El payaso de la ciudad, de Fred Coe, interpretando al hermano del
protagonista, Jason Robards, y defendiéndole en su derecho a querer estar solo;
fue el representante del recientemente recordado Victor Mature en la divertida Tras la pista del Zorro, de Vittorio de
Sica; fue uno de los que huyen al lado de Paul Newman en la excelente Hombre, de Martin Ritt; interpretó al
corrupto alcalde de un pequeño pueblo del Oeste, contrario a las actitudes de
su sheriff Robert Mitchum en Un hombre
impone la ley; hizo de prohombre de falsa caridad en el clásico Pequeño gran hombre al lado de Dustin
Hoffman; interpretó a uno de los
atracadores de apartamentos de lujo en la notable Supergolpe en Manhattan a las órdenes de Sean Connery; fue el
fatalmente resfriado señor Green, conductor de metro, en la trepidante Pelham 1,2,3, uno de los papeles de los
que estaba más orgulloso; dio vida a Bianchi, representante de la compañía de
trenes del Orient Express en Asesinato en
el Orient Express; también fue uno de los redactores-jefe del Washington
Post en la investigación de Todos los
hombres del Presidente, formando equipo con Jason Robards y con ese otro
monstruo de la interpretación secundaria que era Jack Warden; en su última
época, Martin Scorsese le otorgó un cameo como juez en su versión de El cabo del miedo, mientras su papel se
lo daba a Robert Mitchum y Robert de Niro y Nick Nolte protagonizaban la
historia y estuvo en activo hasta el final de sus días, que ocurrieron en
Italia, mientras estaba de vacaciones en una residencia de verano en donde le
sorprendió un ataque fulminante al corazón con la edad de 76 años.
Era un veterano
practicante de Kung-Fu (decía que le relajaba), le encantaba, de vez en cuando,
volver al Actor´s Studio para impartir alguna clase; se le conocía, a través de
un artículo publicado en el New York Times, como El Barrymore del Bronx; tenía muchísimos amigos en la profesión
debido a su carácter agradable y su extrema profesionalidad. Y, sobre todo,
porque no se le conoce ninguna mala contestación a ningún director o a nadie
con quien trabajó. Sidney Lumet decía que era uno de los mejores actores que
había conocido y que, si hubiera podido, siempre le habría tenido en sus
repartos. Creo que nadie puede decir nada mejor para un actor.
Aquí le tenemos
recogiendo su Oscar con sencillez, muy contento y con una sonrisa de júbilo de
manos de Lila Kedrova, que el año anterior había ganado su Oscar a la mejor
actriz secundaria por Zorba, el griego
y que esa temporada había intervenido en Cortina
rasgada, de Alfred Hitchcock interpretando a una patética dama que pide
refugio en los Estados Unidos a la pareja de espías encarnada por Paul Newman y
Julie Andrews.
Y como mosaico aquí le
tenéis, en medio de un reparto irrepetible.
Arriba, de izquierda a
derecha: Colin Blakely, Michael York, John Gielgud, Albert Finney, George
Colouris, Sean Connery, Martin Balsam, Jean Pierre Cassel, Anthony Perkins y
Dennis Quilley.
En medio, de izquierda
a derecha: Vanessa Redgrave, Rachel Roberts, Lauren Bacall, Jacqueline Bisset,
Ingrid Bergman y Wendy Hiller.
Sentado: Sidney Lumet.
Aprende, Kenneth.
Comentarios
Es muy curioso el caso de los secundarios. Muchos ni recuerdas que han ganado el Oscar. El otro día saldé una deuda con una película ochentera maravillosa o al menos a mí me lo pareció, "Al filo de la noticia", con un triángulo amoroso bastante particular. Aquel año el secundario lo ganó Connery, que esta muy bien en la de De Palma pero era un poco lo que tocaba, a mí lo de Albert Broocks en la peli que digo me parece espectacular sencillamente. Y este año, a ver, ayer precisamente vi "The Florida project" y Dafoe merece que a Rockwell se le pongan por corbata unos segunditos al menos. La peli por cierto es también estupenda.
Y sí, Kenneth debería aprender algo del viejo Sidney, sí.
Abrazos secundarios
Desde luego, sí, el favorito de aquel año era Tom Courtenay (de hecho, algo dice Lila Kedrova cuando los presenta: "Es la apuesta de mi familia") y que ganara Balsam debió de constituir toda una sorpresa teniendo en cuenta que "El payaso de la ciudad" era una película modesta sin grandes aspiraciones en comparación con "Doctor Zhivago".
En cuanto a lo de Brooks...sí, está muy bien, pero eso no va en menoscabo del Oscar a Connery que creo que también estaba eminente. Y, lo siento, no coincido para nada con tu apreciación de Dafoe y de "The Florida project" (ya están diciendo por ahí que es una versión de "Los cuatrocientos golpes"). El jueves diré más en el blog. Dafoe me parece que está bien, se le ve seguro, relajado, a gusto, con peso...pero a distancia de Rockwell.
Abrazos con textura.
Hay secundarios y secundarios. Dafoe, Rockwell o Harrelson son casi principales (muchas veces hemos tenido duidas de donde acaba el protagonista y donde empieza el secundario), pero los secundarios e verdad son, como dice el Lobo, los que dan textura. Los que hacen creíbles la escena como acompañantes de la acción. Un policía por aquí, un maestro de escuela por allá, un vecino que protesta, un compañero de trabajo, el camarero del bar don de para el protagonista en varias ocasiones...Eso son los que conforman el mundo en el que se desarrolla la historia, no participan de ella directamente salvo de forma tangencial y son los que hacen reales las escenas, los que aportan comicidad, algo de dramatismo, sensatez, o simplemente cotidianidad (cot"indiana"idad si lo hace uno de Donosti que yo me sé).
En esos estaba Martin Balsam, Walter Brenan, Thelma Ritter, Edmond O´Brien, Thomas Mitchel, Ned Beaty, J.T. Walsh, Jane Darwell...O en España Laly Soldevilla, Rafaela Aparicio, Jose Orjas, Alfonso del Real, José Lifante, Valeriano Andrés,...Todos ellos daban textura.
Luego estaban los otros, los que con capacidad protagonista no siempre asumían ese papel e interpretando a un secundario de la trama eran hasta capaces de opacar al principal. El mejor ejemplo es Michael Caine, una carrera (sobre todo en recta final) plagada de secundarios dando más lustre que textura porque cuando aparecen en pantalla se comen vivo a quien les apetezca...Donald Sutherland, Bruce Dern, Nick Nolte, Elliot Gould, James Caan, Cristopher Plumer....Sobrados aunque aparezcan de manera casi anecdótica.
Gran recuerdo de Balsam...un actorazo, me encantó siempre, quizá donde más en "Un hombre", pero siempre me dejó buen regusto.
Abrazos primarios