GUS MORNINS 20/2/18
“Os
daré el mismo consejo que siempre he dado a todos mis hijos: no aceptéis
consejos de nadie”
Robert Altman
Me permitiréis que hoy
rindamos homenaje a este insólito director de cine que ha tocado el cielo y el
infierno con su obra. Hoy hubiera cumplido noventa y dos años y siempre he
sentido una pequeña conexión con él por la sencilla razón de que he tenido
amigos que se supone que sabían algo de cine que me decían, id a saber por qué,
que si yo me hubiera dedicado al cine, haría las películas de Robert Altman.
Supongo que en eso tendrá que ver cierta imagen corrosiva y de visión coral que
hay en mí. No lo sé. El caso es que, de todas maneras, creo que merece un
recuerdo.
Robert Altman nació en
Kansas City, hijo de un vendedor de seguros y de un ama de casa. Su educación
fue estrictamente católica. Cuando llegó a secundaria, tenía una cierta
fijación por la experimentación de sonidos que, posteriormente, grababa en una
cinta de audio. Entró en la Academia Militar de Lexington y, en 1945, ya
graduado como teniente, fue destinado como copiloto a un bombardero B-52. Dejó
el ejército porque estaba fascinado por las películas. Se trasladó a Hollywood
(allí consiguió un papel de extra en La
vida privada de Walter Mitty, a mayor gloria de Danny Kaye) y consiguió
colocar dos guiones escritos por él. Uno fue El guardaespaldas, una serie B dirigida por Richard Fleischer e
interpretada por el durísimo Lawrence Tierney, sobre un ex – policía que es
contratado como guardaespaldas y se pone a investigar un crimen cometido en la
fábrica de la que es propietario su protegido. El otro fue Cita en Nochebuena, de Edwin Marin, otra serie B con George Raft,
George Brent y Randolph Scott como protagonistas, sobre una misteriosa cita concertada
para dilucidar quién es el beneficiario de una cuantiosa fortuna. Poca cosa
para un hombre de su talento que no tuvo ninguna continuidad y que le obligó a
probar suerte en el campo de la publicidad para una empresa que se dedicaba a
tatuar perros (como suena). Descontento, Altman decidió comprar una pequeña
empresa en Kansas City, una productora de películas de contenido divulgativo
que era contratada para documentales, películas de entrenamiento laboral,
películas educativas, etc). Ahí aprendió a dirigir y a montar películas, y
llegó a producir cerca de sesenta y cinco películas de este tipo. Su fama
traspasó fronteras y comenzó a dirigir anuncios para televisión y de ahí llegó
un contrato para comenzar a dirigir episodios de series. No en vano Robert
Altman pertenece a lo que se llamó Segunda
generación de la televisión, al lado de nombres ilustres como Alan J.
Pakula, Stuart Rosenberg o Sidney Pollack.
Su primer largo fue Los delincuentes, en 1957, inscrito
también en la serie B pero de alto contenido social en la que describía cómo un
joven se veía envuelto en las garras de la delincuencia juvenil de finales de
los años cincuenta. El fracaso fue de tal magnitud que Altman se refugió aún
más en las series televisivas (dirigió varios episodios de la magnífica Alfred Hitchcock presenta) y no volvió a
probar suerte con el cine hasta diez años después con Cuenta atrás, una fábula de ciencia-ficción que, aprovechando la
carrera del espacio que se estaba librando en aquellos momentos, describía cómo
la NASA ponía a un hombre en la Luna sin posibilidad de volver sólo con tal de
colgarse la medalla de haber sido los primeros en haber llegado a nuestro
satélite. Lo más llamativo de la película es que está protagonizada por unos
juveniles James Caan y Robert Duvall, más tarde hermanos no-de-sangre en El padrino.
El verdadero éxito le
llegó a Altman con M.A.S.H., una
sátira sobre la guerra de Vietnam aunque ambientada en Corea sobre un hospital
de campaña del ejército norteamericano en el que hacen de las suyas unos
médicos estupendos y muy poco serios interpretados por Donald Sutherland,
Elliott Gould y Tom Skerrit. La película sorprendió por su irreverencia, por su
estilo desenfadado, por sus continuas referencias pictóricas, por su humor casi
salvaje. Tanto es así que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes y
consiguió varias nominaciones al Oscar, entre ellas mejor película y mejor
director.
A partir de ahí, Altman
comenzó a contar con más dinero para financiar sus propios proyectos. Ahí está
esa fascinante y rarísima película que es El
volar es para los pájaros, donde se describe a un criminal en serie de una
forma que nunca antes se había visto. Metió la pata hasta el fondo dirigiendo a
Warren Beatty en Los vividores (dijo
que era un magnífico actor pero que no era nada divertido trabajar con él),
consiguió un éxito moderado adaptando a Philip Marlowe con un actor en las
antípodas de lo descrito por Raymond Chandler en Un largo adiós, una estupenda película, mucho mejor de lo que
algunos han llegado a decir. Se calzó un traje de los años veinte para retratar
el periplo de unos atracadores de tres al cuarto en Ladrones como nosotros, con Keith Carradine, y se trasladó a Reno,
una ciudad que vive del juego, para hacer que George Segal y Elliott Gould intentaran
saltar la banca para saldar sus deudas en California
Split. Retrató a la perfección el más famoso festival de música country del
mundo en Nashville con un buen puñado
de estrellas girando alrededor del evento, con muchísimas historias de contar y
armando un rompecabezas imposible que, de nuevo, se vio recompensado por una
nominación al Oscar a la mejor película y a la mejor dirección y el Oscar a la
mejor canción para Keith Carradine cantando la preciosa I´m easy. Pinchó en hueso (algo normal en Altman, cuando conseguía
un éxito, la siguiente era mala de narices) con Buffalo Bill y los indios, con Paul Newman incorporando a Bill
Cody, el mítico Buffalo Bill en su última etapa en la que se ofrecía como
atracción circense disparando a troche y moche. Hizo un sensible retrato
femenino en la muy olvidada Tres mujeres
con Shelley Duvall, Sissy Spacek y Janice Rule. No dejó títere con cabeza,
dinamitando todo el postureo que conlleva una celebración en la divertida Un día de boda. Realizó la que es,
probablemente, la película más críptica que se haya hecho nunca: Quinteto, una supuesta distopía
futurista en un mundo congelado en la que unos hombres juegan al Quinteto, un
juego que nadie pudo descifrar, en el que el precio por perder la partida era
la propia vida. Lo increíble de todo es que tuviera un reparto en el que
figuraban Paul Newman, Fernando Rey, Vittorio Gassman o Bibi Andersson (una de
las musas de Ingmar Bergman). A raíz de esta película, Fernando Rey llegó a
comentar que Altman era un director muy bueno, pero con un “ego desmesurado”.
Altman comenzó los
ochenta con Salud, otra película
coral en torno a un congreso que puso de vuelta y media a todo el sistema
sanitario estadounidense con Carol Burnett, Glenda Jackson, Lauren Bacall y
James Garner. Sin embargo, el gran fracaso del que tardó mucho en recuperarse
fue con el desastre de Popeye, debut
en el cine de Robin Williams, que arrastró muchísimos problemas en la
producción y que no fue a ver nadie. Por eso, los ochenta fueron un calvario
para Altman, con películas muy por debajo de su talento, de bajísimo
presupuesto y con escaso éxito. De todas ellas, merece rescatarse Deshechos, casi una obra de teatro
filmada con Matthew Modine, en la que se describe la ansiedad y la falsa
ilusión de unos soldados que ya han completado su período de instrucción y
esperan la orden de embarque para Vietnam. Tres
en un diván fue un completo fracaso con Jeff Goldblum y Glenda Jackson y
aún más Van Gogh, con Tim Roth
intentando dar vida al inmortal pintor.
Altman tenía siete
vidas como un gato y resurgió de sus cenizas con dos películas en los noventa:
una fue El juego de Hollywood,
maravillosa disección sobre el mundo de los ejecutivos de Hollywood con Tim
Robbins de protagonista y toda una retahíla de nombres famosos incorporándose a
sí mismos. Consiguió su cuarta nominación al Oscar. La otra fue Vidas cruzadas basada en el libro de
Raymond Carver Atajos, con todo un
universo de constelaciones para unas vidas perdidas, fracasadas, ignoradas o
cobardes que conforman todo un fresco sobre una sociedad que, sencillamente,
nunca se interesa por los demás. Con dos éxitos seguidos, Altman tenía que
conseguir dos fracasos seguidos. Uno fue Pret
a porter, donde intentaba ridiculizar el mundo de la moda aprovechando que
estaban en candelero Claudia Schiffer, Cindy Crawford y compañía. Pretendía ser
una comedia pero no tenía ninguna gracia. El otro fue Kansas City, un testimonio de amor a su ciudad natal a través del
jazz…que tampoco la tenía en ningún aspecto. A partir de ahí aceptó dirigir a
Kenneth Branagh en una adaptación de John Grisham titulada Conflicto de intereses, dirigió a Glenn Close en una estupenda
película que no tuvo ningún éxito, Cookie´s
fortune, trató de hacer que Richard Gere fuera un actor en una comedia aceptable
como era El doctor T y las mujeres y
obtuvo su último gran éxito y una legión de seguidores en la excesivamente
sobrevalorada Gosford Park, con la
que consiguió su quinta nominación al Oscar. La Academia, finalmente, le
recompensó con un Oscar especial a toda su carrera.
Como vídeo, os dejo
esta belleza que es la canción de Keith Carradine (compuesta por él mismo) para
Nashville. La escena está referida a
que Geraldine Chaplin y Shelley Duvall creen que la canción va dirigida a ellas
cuando, en realidad, está dirigida a Lily Tomlin. Disfrutadla.
Comentarios
La verdad es que como muchos yo descubrí a Altman en los noventa con "El juego de Hollywood" y "Vidas cruzadas", sin saber que antes ya había visto de crío su "Popeye" - en un cine de verano de Salou- y que era el director de "M.A.S.H" (aunque a mí siempre me gustó más la serie). Qué duda cabe que es un tipo irregular, pero a la vez muy interesante, tuvo el mérito de estar arriesgando y probando cosas toda su vida. Que le salieran bien o mal eso ya es otra historia. Un verdadero espíritu independiente. No has nombrado la que es su última película que para mí tiene momentos deliciosos. Ver a Meryl arrancándose por country en "El último show" no tiene precio.
Abrazos con los morritos calientes
Gracias por traernos a Altman y su trayectoria que será de todo menos previsible.
Me pasa como a Dex era fan total de la serie M.A.S.H y la sigo prefiriendo a la película.
La conjunción de Meryl y Altman, dos personas que se atreven con todo, da lugar a una entrañable película que pone un punto diferente sobre lo que supone la maternidad para algunas personas, ya hemos hablado de ello, me gustó la película.
Besos guerreros.
Albanta
Me gustó bastante "M.A.S.H.", por encima de la serie que tiraba más de comicidad convencional que de lo corrosivo de la peli (Sutherland era mucho Sutherland). Y me gustó y me sorprendió también bastante "El doctor T y las mujeres".
En todo caso, no está de más recordarle y reconocerle su valentía.
Abrazos jugando al golf esperando el helicóptero