GUS MORNINS 6/2/18
“En
un principio, no me gustaba John Ford. Su material, por ejemplo. Los cómicos
personajes secundarios, la brutalidad, las relaciones entre hombre y mujer con
ellas siempre guardándoles las espaldas…Pero poco a poco, me fui dando cuenta
de que poseía un total dominio de la experiencia cinematográfica. Su cámara era
invisible, su puesta en escena era perfecta, mantenía un tono fantástico en la
superficie al hacer que todas las escenas fueran igual de importantes. Esa
maestría sólo es posible si se ha visto todo el cine del mundo. John Ford es el
Georges Simenon de los directores de cine.”
François Truffaut
Cita que viene al pelo
a propósito del gus del maño de ayer. El caso es que hoy se celebra el
cumpleaños de François Truffaut, en concreto hoy hubiera cumplido ochenta y
seis años. Habría que recordar que Truffaut tuvo una infancia muy difícil,
marcada por la delincuencia juvenil, su escaso aprovechamiento de los estudios,
su hogar desestructurado. Fue reconocido por un tal Roland Truffaut aunque
parece ser que su verdadero padre se llamaba Roland Levy, un dentista judío de
Bayona al que Truffaut vio una vez de lejos. Su madre se llamaba Jeanine de
Montferrand, secretaria del periódico L´Illustration,
a la que, posteriormente, siempre intentó retratar a través de algún personaje
de sus películas.
El cine fue el elemento
que salvó a Truffaut de caer en las garras demoníacas de la delincuencia libre.
Al principio, fue un apasionado de la Literatura. Lo leía todo. Y, arrastrado
por la imaginación que le despertaban esas obras que leía, comenzó a ir al
cine. Así descubrió a los grandes genios, viéndose hasta veinte películas a la
semana. Sus preferidos eran Renoir, Rossellini, Vigo, Buñuel, Hitchcock,
Bresson, Welles, Nicholas Ray, King Vidor, Max Ophuls, von Sternberg y von
Stroheim.
En 1947, con apenas
quince años, funda un cine-club en París. Allí comienza a conocer a gente
interesante, entre ellos, al que, posiblemente, sea uno de los mejores críticos
de la historia del cine, André Bazin. El cine-club quiebra porque Truffaut no
puede pagar las películas que alquila y su padre adoptivo le envía a un
correccional como venganza por hacerse cargo de sus deudas.
Con la promesa de
alistarse en el ejército y con el aval del propio André Bazin, Truffaut sale
del correccional y se alista en las Fuerzas Armadas francesas. Resulta
destinado a Alemania, primer paso para, después, enviarle a Indochina. Truffaut
huye espantado y deserta. Nuevamente, André Bazin sale al paso, visita a
psiquiatras amigos suyos y se certifica la inestabilidad del carácter del joven
Truffaut, que es licenciado con deshonor. Bazin le da trabajo como crítico de
cine en Travail et culture y en 1953
entra en la nómina de la mítica Cahiers
du Cinema. Hasta 1959 publica reflexiones y críticas, tanto en esta
publicación como en Le Parisienne.
Mientras tanto, va conociendo a otros jóvenes, que, como él, tienen una mirada
parecida sobre el cine. Creen que el cine debe huir del academicismo y del
convencionalismo y que el séptimo arte debe ser un reflejo de la vida,
enfocando cada historia desde una perspectiva mucho más cercana, más realista,
tratando de rodar siempre en escenarios naturales, con un gran sentido de la
improvisación, sin avisar a los transeúntes de que se estaba rodando nada, con
una enorme naturalidad tanto en la narración como en la historia. Así fue
naciendo un movimiento como la nouvelle
vague, clave en la renovación de la historia del cine, un puñado de jóvenes
turcos, bastante osados, que trataron de hacer un nuevo cine clásico, con
elementos de reflexión inusitados e historias de todos los días.
Truffaut se va
fogueando en la técnica. En 1954 ya dirige un cortometraje, Una visita y en 1956 se marcha a Italia
para trabajar de ayudante de dirección de Roberto Rossellini, con el que
trabará una buena amistad. A pesar de que en 1958, la nouvelle vague ya había tenido su carta de presentación con la
maravillosa Ascensor para el cadalso,
de Louis Malle, es cierto que François Truffaut otorga su carta de naturaleza,
con el estilo bien definido y realista, mucho más social, de Los cuatrocientos golpes, casi una
autobiografía de su propia infancia. Truffaut consigue el premio a la mejor
dirección del Festival de Cannes y todo el mundo tiene en boca su nombre. A
partir de ahí, se le colocó casi al mismo nivel que a Ingmar Bergman en la
cinematografía europea.
Pocos cineastas a nivel
mundial han tenido una filmografía tan sólida como la del maestro francés. Se
atrevió a adaptar al novelista negro David Goodis en la fantástica Tirad sobre el pianista, con Charles
Aznavour de protagonista. Uno de sus mejores amigos de por aquél antes,
Jean-Luc Godard, le pide de rodillas y llorando que le deje dirigir para su
debut cinematográfico el guión que Truffaut previamente había escrito con el
título de Al final de la escapada.
Truffaut se lo permite y, durante años, profesaron admiración mutua, hasta que
Godard comenzó a cargar contra Truffaut por su falta de implicación ideológica
en sus películas: “Sólo escribes
historias”. Truffaut le contestó diciendo que Godard era “un pedazo de mierda, fría y cobarde, que te
escudas en tu ideologismo coyuntural para que la élite te aprecie mientras tu
vanidad crece sin medida”. Eso marcó su definitivo distanciamiento y no
volvieron a hablarse nunca más.
Truffaut, después de Tirad sobre el pianista, dirige Jules y Jim, una delicada historia de
amor triangular en la que conoce y se enamora de Jeanne Moreau. (Truffaut se
había casado cinco años antes con Madeleine Morgenstern, madre sus dos hijas).
A ésta siguieron películas impresionantes como La piel suave, su pequeña fuga hacia un sistema de producción ajeno
con la estupenda (incluso con su estética trasnochada) Fahrenheit 451 (en cuyo rodaje sostuvo un idilio con Julie
Christie), su particular homenaje a Hitchcock con La novia vestía de negro, también con Jeanne Moreau, la segunda
parte de Los cuatrocientos golpes con
la maravillosa Besos robados, la
agobiante y negra La sirena del
Mississipi, donde conoce y entabla una relación con Catherine Deneuve, esa
maravilla que es El pequeño salvaje,
la tercera parte de Los cuatrocientos
golpes con Domicilio conyugal, el
impecable retrato romántico de las hermanas Bronté en Las dos inglesas y el amor, la comedia que destila Una chica tan decente como yo, en la que
aprovecha para poner a caldo a los hombres; esa auténtica obra de arte que es La noche americana en la que él también
interpreta un papel, el de director de una película en pleno rodaje con un
guiño cinéfilo poniéndose un sonotone en el oído para homenajear a Buñuel y, de
paso, liándose también con la bellísima Jacqueline Bisset. Con La noche americana, Truffaut es
galardonado con el Oscar. Y a raíz del estreno de esta película es cuando
Godard comienza a soltar improperios contra él (envidia?). A continuación,
después de dos años de pensárselo, Truffaut rueda y descubre a Isabelle Adjani
en la detallista Diario íntimo de Adele
H. Y después de rodar La piel dura,
le llega la oferta de Steven Spielberg para interpretar a un científico francés
con “mirada de niño” en Encuentros en la
tercera fase. Desde el estreno de esta película, el rostro de Truffaut es
familiar para todos. Y aprovecha para hacer El
amante del amor, sobre la obsesión de un hombre con las mujeres, e
interpreta un inquietante personaje en su siguiente película que no es más que
una muy estilizada visita al universo de Henry James en La habitación verde, en donde reflexiona en profundidad sobre el
amor, la amistad y la muerte. Quizá una de sus películas más flojas sea El amor en fuga, apenas un refrito de
algunas de las secuencias que jalonaban las tres primeras partes de Los cuatrocientos golpes para explicar
la madurez de su protagonista, Antoine Doinel, interpretado por Jean-Pierre
Leaud. Sin embargo, no fue más que un intento de coger suficiente capital como
para abordar su siguiente película, que requería una cierta inversión al estar
ambientada en la Francia ocupada. Se trató de El último metro, el particular homenaje de Truffaut al mundo del
teatro (formando una trilogía con los homenajes a la Literatura en Fahrenheit 451 y al cine en La noche americana) siendo galardonada
con diez Césares del cine frances y la nominación al Oscar. Se fue al melodrama
con La mujer de al lado (en donde
conoció a Fanny Ardant, la mujer que compartió con él los últimos años de su
vida y con quien tuvo una hija) y al mundo del misterio con todo un homenaje a
la mujer valiente y terca en Vivamente el
domingo, también con Fanny Ardant (bellísima) como protagonista.
Además de su actividad
como cineasta, Truffaut escribió el que, posiblemente, sea el mejor libro sobre
cine nunca escrito. El libro de cabecera de cualquier cinéfilo que se precie: El cine según Hitchcock, quinientas
preguntas que dirigió al gran maestro repasando toda su obra al milímetro. Un
maravilloso regalo que nos dejó el hombre que amaba todas las películas.
De vídeo os dejo la
primera secuencia de La noche americana
en la que se nos descubre la magia y la mentira del cine, la excepcional
sinfonía del movimiento que siempre se nos aparece bajo la atenta mirada de un
gran director.
Comentarios
De Truffaut lo compro todo, hasta lo malo, o hasta lo menos bueno. Recuerdo haber tenido una pelotera con un conocido a propósito de "Una chica tan decente como yo" que él decía que no le tenía nada que envidiar a una de Ozores, y yo le replicaba que ojalá en España se hubiesen hecho películas así en la época del ínclito. Me gustaría también reivindicar su faceta de actor que comenzó con un cameo en "Los cuatrocientos golpes" montado en la atracción de feria a la que se montaba Antoine en su día de pirola. Y la humanidad que transmitía en "El pequeño salvaje" o lo divertido que estaba en "La noche americana" o el detallazo de tito Steven por darle el papel de "Encuentros en la tercera fase".
Felicidades, tito François, donde quiera que estés.
Abrazos corriendo por la playa
Ya os he hablado de "La noche americana" varias veces y soy incapaz de evitar mi apasionamiento incluso con una secuencia tan corta como la que ha traído el Lobo. Me gusta tanto, no sólo descubre las entretelas de una película es que lo hace con una ternura, un cariño, una elegancia y una delicadeza que demuestra claramente el amor que Truffaut le tenía al cine. Y eso lo transmite en cada momento. Lo hace en todas sus películas, pero nunca como en esta donde te cuenta todo lo que hay detrás de una película.
Me pasa cuando veo alguna película regulera que recuerdo este filme y perdono muchas imperfecciones de las que detecto pensando en el cariño y el trabajo que lleva detrás. Soy mucho más benevolente que con la escena chapuza donde pienso que el director o los actores o algún técnico no ha puesto el empeño necesario.
Ahora se lleva mirar en el fondo de las personas para apreciar o despreciar su arte. Yo no sé si el tito Fransua era un cabroncete, un misógino (no lo parece a la vista de sus films) o un tipo despreciable, yo sólo sé que disfruto viendo su cine y me creo (me hace) mejor persona. Verdaderamente, sin embargo, Hitch parece que era un cerdo bastante despreciable y sin embargo no se puede desperdiciar ni un sólo fotograma de sus películas.
Y supongo que lo que digo es meterme en un jardín, pero creo en el cine como arte, como disfrute, y en la vida privada que cada uno pague con lo que haga, carcel, indemnizaciones, escarnio público...pero no le neguemos lo que aporta si lo hay.
En fin, que me interrumpían y me he deslizado a zonas pantanosas sin querer.
Abrazos, muchos.
Me pasa lo que al maño que me gusta todo del tito François, hasta lo que se considera menos brillante.
Felicidades donde quiera que estes y gracias por darnos tanta magia en forma de imágenes.
Y gracias por el Gus.
Besos americanos.
Albanta