GUS MORNINS 27/2/18
“Actuar
es como el sexo: Tienes que hacerlo pero no tienes que hablar sobre ello”
Joanne Woodward
Sí, amigos, y es que
nuestra admirada Joanne cumple hoy, con plena salud y sonrisas, la nada
desdeñable edad de ochenta y ocho años, así que yo creo que es bastante justo
dedicar un gus a esta maravillosa actriz.
Joanne nació en un
pueblecito de Georgia, Thomasville, a apenas diez kilómetros de la frontera del
estado de Florida. Hija de Wade, un respetable administrador del sistema
escolar estatal de Georgia, y de Elinor, un ama de casa. La pasión por el cine
la aprendió de su madre, que estaba tan enamorada de las películas que llevó a
Joanne a todos los cines habidos y por haber hasta el punto de que, en 1939,
cuando Joanne sólo contaba nueve, se cogió a la niña y juntas acudieron al
estreno de Lo que el viento se llevó
en Atlanta, capital del estado de Georgia. Ahí ocurrió una famosa anécdota y es
que la pequeña Joanne, fascinada con el desfile de limusinas que iban parando
poco a poco en una interminable cola a la puerta del cine, se saltó las medidas
de seguridad, abrió la puerta de una limusina y se metió dentro, sentándose en
las rodillas de Laurence Olivier que se encontraba acompañando a su mujer,
Vivien Leigh. Laurence Olivier recordó ávidamente esta anécdota cuando llegó a
coincidir con Joanne en el reparto teatral de la obra Vuelve, pequeña Sheba.
Joanne creció como una
auténtica belleza y ganó un par de concursos, pero desde edad muy temprana hizo
saber a su madre que ella lo que quería realmente era actuar. Su padre se opuso
vehementemente, su madre la apoyó aunque le confesó que estaba aterrorizada
ante la perspectiva. Consiguió entrar en la Universidad Estatal de Louisiana y
allí consiguió su licenciatura en Arte Dramático con unas notas excelentes. De
allí, ya se trasladó a Nueva York donde entró como alumna de Sanford Meisner,
uno de los más reputados directores teatrales que seguía las enseñanzas del
Actor´s Studio de Elia Kazan.
En el despacho de su
agente conoció al amor de su vida Paul Newman, que al verla por primera vez
dijo: “Caramba, qué chica tan bonita”.
Ambos habían acudido allí para hacerse con un papel en la producción teatral de
Picnic, de William Inge. Paul fue
rechazado, en cambio Joanne se hizo con el papel que, luego en el cine,
interpretó Kim Novak. Aún así, Paul se quedó tan prendado de ella que la visitó
en todos los ensayos y así, en los descansos, “charlaron de todo y también de nada” y nació el amor. Paul estaba
casado aunque ya separado de su primera mujer y ésta se negaba a concederle el
divorcio. Concertó una entrevista con ella y le vio tan agobiado, que al fin
accedió. Una semana después de haberse firmado el divorcio, Paul se casó con Joanne
(Joey para los amigos y para él) en Las Vegas.
Con Paul tuvo tres
hijas: Elinor, Melissa y Claire. El resto ya es parte de la leyenda.
En cuanto a su carrera,
no es una actriz de una extensa filmografía, entre otras cosas porque ella
siempre prefirió actuar en el teatro. Consideraba que era el único medio en
donde se aprendía algo, te ayudaba a pagar las facturas y era tan apasionante
que el público dejaba de pagar las suyas para poder ir. Realizó su debut en una
película titulada Cuenta hasta tres y reza,
de George Sherman, al lado de Van Heflin y ya en un papel protagonista como la
mujer de un pastor de creencias al borde del fundamentalismo protestante que
debe trasladarse a otra ciudad para ejercer su profesión. No era demasiado
buena. Sin embargo, su siguiente intento, aunque inscrito en la serie B, ya
tuvo mucha más entidad. Un beso antes de
morir, compartiendo cartel con Robert Wagner, un inquietante thriller sobre un hijo de papá
millonario que se dedica a matar a las mujeres que se liga hasta que llega una
que se lo hace pensar dos veces. Este papel le llevó a aceptar el ofrecimiento
para uno de los mejores trabajos de su vida: Las tres caras de Eva, un apasionante retrato sobre una mujer con
graves desórdenes de personalidad que se desdobla hasta en tres mujeres
diferentes ante la mirada de su atónito marido y el estudio de un fascinado
psiquiatra. Cómo olvidarse de su primer emparejamiento con Paul Newman en
pantalla en El largo y cálido verano,
de Martin Ritt, o en las adaptaciones de El
ruido y la furia, con Yul Brynner; Piel
de serpiente, con Marlon Brando y Desde
la terraza, otra vez con Paul. Se fue a París con su marido y con Sidney
Poitier para hacer esa estupenda disección sobre los músicos de jazz exiliados
en Europa que es Un día volveré;
probó suerte con mucho oficio y mucha clase en Samantha; estuvo al lado de Henry Fonda perpetrando una partida de
cartas con mucha miga en la brillante El
destino también juega; quiso probarse con Sean Connery en Un loco maravilloso y fue dirigida por
Paul Newman en una atrevida película titulada Rachel, Rachel en la que se ponía de manifiesto la frustración del
ama de casa americana consiguiendo una nominación por este trabajo.
Vuelve a coincidir con
su marido en el ambiente que más le gustaba a él: las carreras de automóviles
en la mediocre 500 millas; consigue
el premio de interpretación en el Festival de Cannes con otra madre atribulada,
viuda, que debe sacar adelante a sus dos hijas en otra película dirigida por
Paul Newman, El efecto de los rayos gamma
sobre las margaritas; consigue otra nominación al Oscar con su retrato de
la mujer media, frustrada, sin demasiado amor en su vida y que decide revisar
su vida de arriba abajo en Sueños de
verano, deseos de invierno, de Gilbert Cates; es la encargada de iniciar un
nuevo caso del mítico Lew Harper en Con
el agua al cuello, de Stuart Rosenberg; intervino en la divertidísima (una
película que merecería la pena rescatar) De
miedo también se muere, la única incursión en la dirección de Burt
Reynolds; volvió a dejarse dirigir por Newman en dos películas seguidas, la muy
olvidable Harry e hijo y la
extraordinaria y casi desconocida El zoo
de cristal, basándose en la obra de Tennessee Williams al lado de John
Malkovich y Karen Allen. Fue la mujer paciente que, a través de los años, se ha
erigido en la voz de la conciencia y del equilibrio en su marido en la
estupenda Esperando a Mr. Bridge, al
lado de Paul Newman y dirigidos por James Ivory y puso la voz (ésa que en
castellano llevó las cuerdas vocales de Nuria Espert) para la narración de la
adaptación de Edith Wharton La edad de la
inocencia, de Martin Scorsese.
Más prestigio que
comercialidad en su carrera, pero siempre, siempre, la seguridad de que Joey
era una grandísima dama de la escena.
Aquí la tenemos
recibiendo el Oscar de manos de John Wayne, absolutamente emocionada.
Comentarios
Me ha encantado este gus, ya lo supondrás...
Felicidades querida Joanne, siempre te tendré una sana envidia y admiración. Creo que mi Paul tuvo mucha suerte al cruzarse en tu camino. Creo que se lo pusiste fácil, fíjate lo que voy a decirte, tanto o más que tú con él.
Besos
low
Otra cosa es que a veces el matrimonio ha escondido u oscurecido la profesión de la mujer, pero en el caso de la Woodward no ha sido así, o no exactamente. Ella nunca eligió ser una estrella rutilante y como dices prefería el teatro que el cine y además era mujer que prefería la discreción al boato. Ella consiguió el equilibrio, el bueno de Paul tampoco era amigo del relumbrón, pero en su caso le fue imposible evitarlo.
Abrazos de solomillo mejor que de hamburguesa
Ya puestos a decir los que nos sale del hig...digo lo que nos dá la gana, os confesaré que a mi esta mujer nunca me ha parecido guapa me pasa también con Lucía Bosé o Angela Molina que todo el mundo aprecia su belleza...menos yo.
No obstante, gracias por el Gus y por su recuerdo, que graciosa correteando por el pasillo para recoger su Oscar. No se si habreis visto el vídeo que sigue y como iba la gente de arreglada a los concursos...
Gracias por el Gus, Lobo.
Besos enjoyados.
Albanta
Vi