GUS MORNINS 3/1/17
“El
mundo se divide en dos categorías: los que tienen el revólver cargado y los que
cavan. Tú cavas”. (El bueno, el feo y el malo, de Sergio
Leone)
Sí, amigos, porque el
amigo Leone nació en tal día como hoy, casi empezado el Año Nuevo de 1929, hace
la friolera de ochenta y siete años. Aquel día nació un artesano del cine que,
más tarde, creó todo un estilo propio de rodar y de entender las películas. No
siempre acertado, no siempre brillante pero, sin ninguna duda, diferente,
difícil de imitar a su altura y muy ambicioso.
Sergio Leone se crió
viendo cine porque su padre era también director bajo dos nombres artísticos,
Vincenzo Leone y Roberto Roberti. Su padre tuvo una carrera de “hombre para
todo” en el cine italiano hasta que en 1943 Benito Mussolini le citó para que
le diera la opinión sobre un guión que el Duce había escrito. El bueno de
Vincenzo le dijo la verdad y, desde entonces, no dirigió ni una sola película
más.
El caso es que Sergio
comenzó aprendiendo el oficio desde abajo, trabajando como segundo y tercer
ayudante de dirección interviniendo en películas como Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, en la que trabajó con
apenas diecinueve añitos. Más tarde, en vista de su dominio y de que consiguió
aprender inglés se movió hacia superproducciones estadounidenses que se rodaban
en los míticos estudios de Cinecittá haciendo de puente entre el director y la
multitud de extras italianos. Su nombre aparece en películas como Quo Vadis?, de Mervyn LeRoy; Helena de Troya, de Robert Wise (donde
aparecía una jovencísima Brigitte Bardot); Ben-Hur,
de William Wyler o Historia de una monja, de Fred
Zinnemann.
En 1959, con treinta
años, es cuando se le da la oportunidad de ponerse por primera vez tras la
cámara en Los últimos días de Pompeya,
sustituyendo al director de la película, Mario Bonnard. Sergio dirige las
secuencias que quedan para terminar la película con más entusiasmo que pericia
y lo hace sin acreditarse. Yo sí que he visto la película y, la verdad, da un
poco de vergüenza ajena pero Sergio aún está aprendiendo el oficio.
Viendo que el chico
tiene su aquél, consigue firmar El coloso
de Rodas dentro de aquellas producciones italianas (que, a menudo contaban
con actores españoles) de tercera y cuarta categoría que intentaban sumarse a
la moda del péplum que películas de
enorme presupuesto como Ben-Hur o Espartaco habían puesto en el candelabro
(o candelero, según sea). El caso es que Leone dirige con cierta gracia y se
piensa de nuevo en él para sustituir a Robert Aldrich que no sé qué se le había
perdido para rodar Sodoma y Gomorra,
que se peleó con todo el mundo y más y se fue a Estados Unidos para abordar su
éxito de ¿Qué fue de Baby Jane?
Mientras un italianito desconocido se quedaba en Roma rodando más o menos un
tercio de la película.
Ahí es cuando Leone se
da cuenta de que el western no tiene
identidad en Europa, no es un género autóctona. Todo se rige por las normas del
western americano e intenta dotar de
elementos propios al Oeste europeo, con paisajes europeos y un lenguaje muy
cercano al operístico. Así nace su Trilogía del Dólar.
La primera de ellas fue
Por un puñado de dólares, en la que
contrató a un desconocido que había tenido un éxito moderado en una serie de
vaqueros en los Estados Unidos y vagabundeaba intentando encontrar trabajo.
Leone le hizo una oferta no demasiado generosa desde Europa y el chico, con el
improbable nombre de Clint Eastwood, se trasladó hasta el desierto de Tabernas,
en Almería, donde ese director italiano bastante desconocido pretendía copiar las
reglas y argumentos del Yojimbo, de
Akira Kurosawa pero trasladándolo al Oeste. Así nació una película magnética en
la que no se sabe hasta qué punto Leone sabía el impacto que tendría. De
repente, el nombre de Leone y de Eastwood están en boca de todos. La película
recibe una publicidad inesperada porque el propio Kurosawa impone una demanda
al italiano por plagio. Cuando el Tribunal falla, Leone tiene que pagar una
cuantiosa indemnización al japonés pero la película ha obtenido tantos
beneficios que no le cuesta ningún trabajo. Toda la crítica especializada habla
de ese estilo contemplativo, exasperadamente anclado en el primer plano, en la
atención a los ojos de los personajes, siempre crispados y esperando algo tan
doloroso como la muerte, con la música de Morricone en el fondo y el desierto
español, árido y prosaico, inundando toda la imagen. El éxito está servido.
Continúa con El bueno, el feo y el malo donde
consigue la participación de tres actores americanos. Repite con Eastwood,
contrata a Lee Van Cleef (que solo se había hecho cargo de papeles secundarios
en Hollywood, como uno de los matones de Lee Marvin en El hombre que mató a Liberty Balance, de John Ford) y se trae al
que, en teoría, tiene más prestigio, el actor del Método, Eli Wallach. El resto
también es historia. Morricone compone la que, quizá, sea la banda sonora más
famosa del western europeo que la
prensa ya se ha encargado de bautizarlo como spaghetti-western y que comienza a tener imitaciones, más bien
penosas, en todas partes (aún recuerdo el exitazo enorme que consiguió en
España la saga Trinidad, con Terence Hill y Bud Spencer).
La tercera y última de
estas películas, fue La muerte tenía un
precio, con Lee Van Cleef y Clint Eastwood de nuevo en los papeles
protagonistas y toda una radiografía de los cazarrecompensas y de la
competencia entre ellos. Quizá sea la más “española” de las películas de Leone
porque dos tercios del equipo era español y parecía que Leone iba a afincarse
en España para seguir en la misma línea pero el temperamento un tanto ambicioso
y voluble le llevó a querer y desear más. Así que cogió a su equipo, un guión
co-escrito con Bernardo Bertolucci y comenzó a rodar Hasta que llegó su hora en Arizona, en los mismos escenarios donde
situaba sus westerns John Ford.
Con un reparto
impresionante que incluía a Henry Fonda, Claudia Cardinale, Charles Bronson
(sustituto de Clint Eastwood que prefirió dedicarse a otras cosas y no
encasillarse en el papel del “hombre sin nombre) y Jason Robards, Leone hace su
obra maestra del western contando
también con actores secundarios propios del género como Jack Elam y Woody
Strode. Impone una estética de guardapolvos largos, de exasperante lentitud,
llevando hasta el extremo su obsesión por captar primerísimos planos de los
protagonistas cuando están al borde de la muerte y, desde luego, también su
estilo operístico, único y genial siempre con el gran Morricone al fondo. La
estructura operística resulta especialmente notable en esta película al
estructurarlo todo en cuadros escénicos que culminan con escenas de violencia,
como último redoble de una orquesta compuesta por revólveres en si menor. Todo
en ella resulta especialmente desolador e inquietante, equívoco, historia de
una venganza que también rumia el espectador a la vez que el protagonista,
Bronson.
Se toma un tiempo de
respiro porque cree que está más que preparado para dirigir una ambiciosa
historia sobre unos gángsters en América, pero nadie cree en él y, por
contrato, vuelve a dirigir casi siete años después una película bastante
inferior a su nivel habitual como es Agáchate,
maldito con James Coburn y Rod Steiger. En realidad, la historia no es
suya, entra en el rodaje para sustituir al director que se había elegido
previamente (Sam Peckinpah) y la película resulta una de las más impersonales
de su carrera.
El productor Arnon
Milchan le da la oportunidad de rodar su ansiado proyecto sobre gángsters en
América con el título de Érase una vez en
América, pero las cosas, desde el principio, se le tuercen a Leone. Su
deseo es que los personajes de jóvenes sean interpretados por Gerard Depardieu
y Richard Dreyfuss y en la parte en la que ya tienen una edad avanzada sus
papeles sean asumidos por Jean Gabin y James Cagney. Milchan se niega, Dreyfuss
decide que está metido en las drogas hasta las cachas y rechaza intervenir en
la película, Cagney no está nada convencido. Con Robert de Niro y James Woods,
Leone rueda en 1984 su gran película sobre los locos años veinte y treinta y,
efectivamente, hace una obra maestra pero le queda demasiado larga y le dice a
Milchan que quiere estrenarla toda seguida en sus cuatro horas y media. Milchan
se niega en redondo y contrata a un montador ajeno a la producción para reducir
su duración a una película de dos horas y media. Leone mantiene los derechos
para Europa y consigue estrenarla aunque en dos partes. Lo cierto es que Leone,
de nuevo, tenía razón. En Europa la película es saludada como una de las más
grandes del cine contemporáneo mientras que en Estados Unidos es un sonoro
fracaso. Incluso Woods, años después, ironizó con el comportamiento de los
críticos que, cuando vieron la película recortada, dijeron que era una de las
peores que habían visto nunca pero que, cuando la vieron completa, dijeron que
era una de las mejores que habían visto nunca. Cosas de los críticos que están
como un cencerro de chivo.
Después de eso, Leone y
decide narrar la más cruenta de las batallas de la Segunda Guerra Mundial en Stalingrado pero ni siquiera llega a
rodar un metro de película. Se le despide forma fulminante al comprobar que, ya
antes de rodar, se ha pasado de presupuesto. Leone comienza a tener problemas
con la industria a gran escala y es vilipendiado y acusado de trabajar en
contra del mismo negocio que le ha encumbrado. Todo termina con un infarto
agudo de miocardio que se lo lleva a los sesenta años, dejándonos muy huérfanos
de miradas intensas, de paroxismos imposibles y de enormes e interminables
duelos que son prólogos y arias previas a la misma muerte.
Como canción creo que
no hay nada mejor que recordar ese momento romántico entre Robert de Niro y
Elizabeth McGovern en Érase una vez en
América y que aquí traemos en memoria del maestro Sergio. Felicidades y no
seamos ingratos.
AMAPOLA (José María
Lacalle y Albert Gamse)
Amapola, lindisima
amapola
Sera siempre mi alma
Tuya sola
Yo te quiero amada niña mía
Igual que ama la flor la luz del día
Sera siempre mi alma
Tuya sola
Yo te quiero amada niña mía
Igual que ama la flor la luz del día
Amapola,
lindisima amapola
No seas tan ingrata
Mirame
Amapola, amapola
Como puedes tu vivir tan sola
No seas tan ingrata
Mirame
Amapola, amapola
Como puedes tu vivir tan sola
Amapola,
lindisima amapola
No seas tan ingrata
Mirame
Amapola, amapola
Como puedes tu vivir tan sola
No seas tan ingrata
Mirame
Amapola, amapola
Como puedes tu vivir tan sola
Y el mosaico, como no podía ser menos, es con el propio Leone, esta vez en compañía con otro monstruo del cine italiano. ¿Alguien sabe quién es?...Venga, os lo voy a poner fácil. Es un director que tuvo un día muy particular con Marcello y Sophia...¿ya?
Comentarios
La verdad que leyendo tu gus de hoy estoy empezando a pensar si no he sido demasiado malo en delegar los guses de la semana en los tres tenores. Porque claro hay gente que se lo toma en serio y te despacha por menos de nada un señor artículo sobre la vida y obra de Sergio Leone (y quien dice Leone dice Minelli, Kubrick o el homenajeado de turno), y quizá hasta le arruino las vacaciones y todo. Uno que tiene conciencia.
Con respecto a don Sergio, hace poco disfruté en pantallón de "El bueno, el feo, el malo" que me parece la mejor de la trilogía del dolar. Con un Eli Walach espectacular sencillamente. Y qué decir de "Erase una vez en América" que no hayamos dicho aquí ya, querido Nodless.
En cuanto a la foto, no sé, el de la derecha es Alex de la Iglesia, y el otro,mmm, italiano, dices, mmm,... Begnini?
Abrazos scolares
Menudo gus, ya quisiera Leonidas una crónica así de sus 300. A mi me cansa un poco el estilo Leone, la verdad, hay imagenes muy potentes y sus películas western me dejan un buen regusto pero la parsimonia de primerisimos planos me agota mientras veo sus películas, con todo estoy con Dex en que "El bueno, el feo y el malo" tiene muchos puntos que hacen que me parezca también la mejor.
Y "Erase una vez..." es otro mundo, demasiado inacabable, cierto es...4 horas terminan convirtiéndose en un ladrillo bastante duro si además añadimos anuncios al festejo con cortes publicitarios de 6 minutos o más...pero es tan mágica.
Leí hace poco que la atención del cerebro humano sólo se mantiene constante durante un máximo de 90 minutos y que por ello la mayoria de los espectáculos solían durar ese tiempo (teatro, películas, deportes...), pero se ve que el mundo está cambiando y que ese tiempo se ha quedado en nada, que somos más de maratones y que la duración (como en el sexo) está sobrevalorada. Conciertos épicos de más de 4 horas, partidos de tenis infinitos, películas que si bajan de 2 horas y media son casi serie B...
Lo de Gracián de "Lo bueno si breve, dos veces bueno" está en horas bajas. Salvo en este gus donde todo se nos hace tan corto y tenemos tantas ganas de más.
Abrazos muy, muy cercanos
Besos llenitos de almíbar.
Pero: maño, ayer escribí un comentario muy interruptor sobre tu gus y cuando fui a publicarlo se me borro! Me negué a volver a escribirlo con el cabreo que llevaba pero que sepas que disfruté con tu gus ruso
Y donde dice Low dice encanto.
Más besitos...
low
Y Eastwood. Adoro a Clint, el actor. Y me gusta Clint, el director, a pesar de algunos títulos aburridos (¿pero finalmente el avión aterrizo en el río? es que me dormí antes de esa escena). Es curioso ver qué diferente les ha ido a Eastwood y Bronson, en este caso las comparaciones son realmente odiosas.
Abrazos apresurados