GUS MORNINS 31/1/17
“Toda
actriz tiene que encarar el hecho de que hay gente joven más bonita y más
preparada empujando por detrás. Una vez que te has desprendido de la vanidad
del éxito, es cuando empiezas a hacer papeles asombrosos. Y sabes que eres
insustituible”.
Jean Simmons
Hoy hubiera cumplido
ochenta y siete años. Fue una actriz de quitarse el sombrero, quizá no
demasiado aprovechada por el cine. También por decisión propia porque quiso
criar ella misma a sus hijos a la vez que quiso desintoxicarse de las copas que
llevaba de más y eso la mantuvo alejada de las pantallas durante varios años.
Se casó con Stewart Granger y con Richard Brooks. Era simpática, viva, sensual
y sexual. Y no se le hizo toda la justicia que merecía. Creo que todos a los
que nos gusta el cine de verdad la echamos de menos. Allí va mi artículo.
Publicado también en su momento en un diario de Albacete (si es que toda España
me quiere).
JEAN SIMMONS: LA DELICADA MANO EN UN ÁNFORA
El prestigioso guionista William
Goldman (autor de, entre otras, Dos
hombres y un destino, de George Roy Hill; o de Marathon Man, de John Schlesinger) ha sostenido siempre que “todos los guionistas, cuando escribimos,
tenemos en la cabeza al actor o a la actriz que pone cara a los personajes que
creamos. Yo hace años que todas mis protagonistas femeninas han tenido las
maneras y el rostro de Jean Simmons”.
Yo no soy guionista pero he de
confesar que allá como a los dieciocho años, le puse los cuernos a Audrey
Hepburn con Jean Simmons (luego llegó Ingrid Bergman). Y hay que reconocer que
Jean tenía mucho ángel pero es que, además poseía un no sé qué morboso que
hacía que la imaginación volara muy bajo, casi por debajo de la cintura, como
si fuera una de esas chicas (que todos hemos conocidos alguna vez) que se
mostraban modosas y formales y, una vez que conseguías traspasar las almenas de
su aparente y fortificada distancia, conseguían que los niños se convirtieran
en hombres y los hombres, en niños (Los
profesionales dixit, dirigida por el marido de Jean, afortunado él, Richard
Brooks, encima se casaba con hombres con los que yo no podía competir). Por
otro lado, Jean Simmons era una extraordinaria actriz, de rígida formación
clásica (no puedo imaginar a ninguna otra Ofelia para Hamlet mejor que ella) que, sin embargo, salvo raras excepciones
fue muy desaprovechada en el cine con una filmografía pequeña, de muy pocos y
selectos títulos.
Estrella juvenil en los años
cuarenta, David Lean en Cadenas rotas;
Powell y Pressburger en Narciso negro
y, sobre todo, Olivier en Hamlet
hacen que Hollywood vuelva los ojos hacia esta actriz de rara intensidad
dramática, de perfecta declamación y de voz un tanto peculiar y, cómo no, es
Otto Preminger, de la mano de Howard Hughes, quien atisba sus enormes
posibilidades con un papel tremendamente difícil en Cara de ángel, en la piel de una mujer mimada y desequilibrada,
capaz de hacer cualquier cosa con tal de retener al hombre que ama, Robert
Mitchum. La interpretación de Simmons es cruel y atractiva, en el mismo filo de
la locura, con una extensa gama de matices que la convierten en una malvada
inolvidable que nadie se atrevería a rechazar.
Más tarde, aprovechando su
matrimonio ideal con Stewart Granger que acabó como el rosario de la aurora
debido a las continuas infidelidades de él, algún lumbreras se empeñó en que
fuera la Reina Isabel I de Inglaterra en sus años jóvenes, en La reina virgen, de George Sidney y,
claro, eso no se lo creía ni el más pintado. Para mí que Jean Simmons hubiera
sido una perfecta Ana Bolena, pero la Reina Isabel era tarea para alguien un
poco menos atractivo y bastante menos femenino, como Bette Davis por ejemplo,
por muy buen reparto que la pusieran alrededor y por más que se empeñaran en
defender la castidad de una reina a través de un imposible romance de juventud.
Pero la cámara se enamoraba de
ella tanto como yo y la pusieron como protagonista de grandes producciones de
calidad más que discutible como la aborrecible La túnica sagrada, de Henry Koster; Sinuhé, el egipcio, de
Michael Curtiz (uno de los mayores fiascos de casting de la historia del cine); o la espantosa Desirée, también de Koster con un Marlon
Brando buscando su derrota como improbable Napoleón.
Una película menor pero muy
inquietante de aquellos desastrosos años fue Pasos en la niebla, de Arthur Lubin, nuevamente con su marido
Stewart Granger en la que caminaba peligrosamente por la sugeridora posibilidad
de una psicopatía incurable o de una inocencia imposible. Lo maquiavélico de la
trama hace que merezca una revisión para adentrarnos en la espesa y misteriosa
niebla londinense donde la muerte puede llegar impulsada por la ceguera de un
amor que siempre ha tomado el camino equivocado.
Con Ellos y ellas comienza la recuperación al descubrirse como una
actriz versátil que se ajusta perfectamente al papel de Sargento del Ejército
de Salvación, una puritana recalcitrante y que, a la vez, se nos aparece como
una muy aceptable bailarina y cantante y que asombra por su capacidad de
convertirse en una mujer sensual de pasiones desatadas en cuanto toma un par de
dulces de leche bajo el poderoso influjo de la luna cubana. Y no saben lo que
yo hubiera dado por agarrarla de la cintura y bailar con ella en una cantina de
La Habana.
Luego, trabaja con Wyler poniendo
un inusual empuje a su papel de mujer valerosa y decidida en Horizontes de grandeza al tiempo que se
divorcia de Stewart Granger. En el rodaje de El fuego y la palabra, conoce a su segundo marido, el gran Richard
Brooks y hace con él una fantástica película que habla sobre la fe, el engaño,
la salvación, la charlatanería y la interpretación que, en manos de su
compañero en la película Burt Lancaster, alcanza cotas inimaginables. La
actuación de ella es toda una lección de delicadeza dentro de un personaje
clave en el desarrollo fuertemente dramático de la historia que pone de
manifiesto la sensibilidad de una actriz que, con 31 años, llegaba a la cima de
su carrera.
Recién acabado el rodaje, se casa
con Brooks y tiene una hija, y a los pocos días de nacer recibe la llamada de
Kirk Douglas, que ya estaba inmerso en el rodaje de Espartaco y que no estaba nada satisfecho con el trabajo de la
candidata inicial para el personaje de Varinia, la modelo alemana Sabine
Bethmann (que llegó a rodar algunos planos) y, al grito de: “¡Por favor, Jean! ¡Mueve el culo hacia
aquí!”, le rogó que aceptara el papel. Y la decisión de Douglas fue
acertada porque la actriz compuso un bellísimo personaje, de frágil belleza
pero de una fortaleza interior y de una extraña sensualidad que hace que sea
imposible no seguir enamorado de ella. Además de todo eso, da una dimensión
fantástica al Marco Licinio Craso que interpreta Laurence Olivier y todo ello
realzado con la atinada visión de los momentos íntimos de la historia a través
del cuidado que Stanley Kubrick puso en la dirección interpretativa (que mimó
hasta el exceso en todos los papeles interpretados por actores británicos) y
que encuentra su más perfecta definición en la imagen con la que la representa
Saul Bass en esos irrepetibles títulos de crédito con los que cuenta la
película: una mano que, casi con ternura, sostiene un ánfora a punto de verter
el oro transparente del agua de su cariño, la cortina de cristal tras la que se
halla una mujer que sólo busca el verdadero amor de su vida en un mundo
demasiado difícil, el tremendo cuidado de la servidumbre de quien espera al
hombre que la saque del trabajo y de la esclavitud.
Pero aún teníamos que verla en un
registro puramente cómico, una asignatura pendiente que aprobó con nota en el
papel de una cotilla oportunista con un puntito de mala leche en la maravillosa
Página en blanco, de Stanley Donen,
luciendo una espléndida figura y arrancando risas cada vez que abre la boca.
Parecía que, a partir de aquí, iba a desarrollar una brillante carrera pero
ella decidió desintoxicarse del alcohol que la hundía en un infierno, y cuando
pudo conseguirlo, prefirió ser esa gran mujer detrás de un gran hombre como su
marido y dedicarse a él y a su hija recién nacida, Kate, y desde el año 1961,
Jean Simmons tan sólo rodó diez películas de la que, obligatoriamente, hay que
destacar su abrumador papel en el drama Con
los ojos cerrados, que Richard Brooks escribió expresamente para ella,
describiendo la realidad de una mujer que se ha prolongado en su matrimonio por
inercia, que se ha dado cuenta de que no es imprescindible para nadie y que
sale en busca de un camino que haga que, al menos una parte de su vida, sea su
deseo y no su final. Una interpretación al borde de la madurez que hace que
apreciemos su enorme talento como actriz y su impresionante presencia como
mujer.
En su serena ancianidad, Jean
Simmons siguió teniendo su cara de
ángel. Yo, en mi agobiada madurez, sigo soñando con ella y con su sonrisa y con
su cuerpo húmedo bajo la manta de un gladiador que quiso ser libre y fue
leyenda y que supo conquistarla sin decir ni una palabra. Ahora que Jean
Simmons se ha ido, dejaré de escribir para ver si, en mis estúpidos sueños, mi
silencio da algún resultado.
A WOMAN IN LOVE (de “Ellos y ellas”) (Abe
Burrows/Jo Swerling)
Sky: Your eyes are the eyes
of a woman in love
and oh how they
give you away
of a woman in love
and oh how they
give you away
Why try to deny
you’re a woman in love
when I know very well
what I say
you’re a woman in love
when I know very well
what I say
I say, no moon in the sky
ever lent such a glow
some flame deep within
made them shine
ever lent such a glow
some flame deep within
made them shine
those eyes are the eyes
of a woman in love
and may they gaze
evermore into mine
of a woman in love
and may they gaze
evermore into mine
tenderly gaze evermore into mine
Sarah: And what about you
it’s got you too.
it’s got you too.
your eyes are the eyes
of a man who’s in love
of a man who’s in love
Sky: that same flame deep within
made them shine
made them shine
Sarah: your eyes are the eyes
of a man who’s in love
of a man who’s in love
Sky: woman in love
Together: and may they gaze
evermore into mine
Crazily gaze evermore
into mine.
evermore into mine
Crazily gaze evermore
into mine.
UNA MUJER ENAMORADA (Abe Burrows/Jo Swerling)
Sky: Tus ojos son los ojos
De una mujer enamorada.
Y ellos te llevan en volandas.
¿Por qué intentar negar
Que eres una mujer enamorada
Cuando sé muy bien
Lo que digo?
Yo digo que no hay luna en el
cielo
Que haya prestado tanta luz
Con algún fuego en su interior
Que la haga brillar.
Esos ojos son los ojos
De una mujer enamorada
Y me hipnotizan para siempre
Dentro de mí.
Tiernamente me hipnotizan para
siempre en mí.
Sarah: ¿Y qué pasa contigo?
Tú también los tienes.
Tus ojos son los ojos
De un hombre que está enamorado.
Sky: Ese mismo fuego
Es lo que los hacen brillar
Sarah: Tus ojos son los ojos
De un hombre que está enamorado.
Sky: De mujer enamorada.
Juntos: Y puede que ellos nos
hipnoticen
Para siempre en mi interior
Locamente nos hipnoticen
Para siempre en mi interior.
Y después de este romántico momento
entre Brando y Simmons, ruego al DJ suplente que suba este mosaico en el que,
creo, hay clase a raudales.
Comentarios
He encontrado otra imagen que se corresponde mucho mejor con el artículo, donde Jean sale guapa, con clase,sensual, mojada y...desnuda en Espartaco, pero lo mismo no te parece correcto para este espacio, aunque la foto es elegante y nada sórdida. La voy a colgar porque me parece una imagen bella, si prefieres que la retire me lo dices y lo hago.
A ver tampoco somos Instagram que tengamos que autocensurarnos por mostrar un pecho...¿o si?.
Es cierto que la Simmos era una mujer maravillosa, aunque a mi me recordaba demasiado a Audrey muchas veces (quizá la elegancia) aunque es cierto que su belleza es un poco más carnal que la de la Hepburn. Hablas al de "Desiree" y seguramente con razón, pero yo la descubrí allí y también me quedé embobado, para mi esa peli siempre tendrá un valor especial.
Abrazos clasistas
Abrazos cambiantes
Mucha clase la que tiene el gus de hoy. Muy grande, felicidades maestro. Además de su gran carrera en el cine, en la tele creo recordar que ganó un Emmy por su papel en El pájaro espino, y también salía en Norte y Sur.
Abrazos apresurados