GUS MORNINS 24/1/17
“El
truco está en no convertirse en nadie más. Tú eres otra persona cuando estás
enfrente de una cámara o encima de un escenario. Hay otros que llevan a esa
persona durante todo el tiempo. Eso, para mí, no es actuar. Lo que hay que
hacer es coger lo que el escritor ha escrito y ponértelo en la mente. Eso es
actuar. Lo que no es actuar es coger lo que el escritor ha escrito y tratar de
investigar qué es lo que ha querido decir. Eso es de locos”. Ernest
Borgnine
Sí, y esas palabras hay
que acogerlas como el consejo de un centenario porque tal día como hoy Ernest
Borgnine hubiera cumplido cien años. Un actorazo. Tanto es así que, el otro
día, un conocido actor me hablaba de que no comprendía cómo los jovencitos de
ahora que actúan en cualquier serie de televisión…no lo conocen. A él se le
ocurrió sacar el tema de este actor para ilustrar lo que es un buen secundario
y se quedó solo. Nadie le conocía. Tenían que buscarlo en la wikipedia. Sí,
señor, Así estamos. Así que, con vuestro permiso, y para los miles de trillones
de jóvenes que visitan diariamente estas páginas, me atreveré a reproducir un
artículo que hice sobre él hace ya cuatro años en cierto diario de Cádiz.
ERNEST BORGNINE: EL FEO QUE QUISO SER MALO
Lo mejor del estilo
interpretativo de Ernest Borgnine era que no importaba realmente el carácter
que imprimía a sus personajes. Debajo de todos ellos yacía una seguridad
latente de que había bondad en ese profesional que se dedicaba a actuar porque
le encantaba, porque sabía que, a pesar de su físico que le limitaba a la hora
de escoger sus papeles, algo podía aportar. Ernest Borgnine era un actor
sincero, sin dobleces, sin engranajes tras la piel. Sus ojos eran tiernos y
mordientes, acogedores y crueles, brutales y maravillosos. Sus mejillas
mofletudas eran las de un hombre terriblemente duro, sobrecogedoramente
sensible, socarronamente hábiles. Su barriga era el distintivo de su
diferencia, lo que hacía que pudiera ser el feo, pero que también pudiera ser
el malo.
Bestial fue su encarnación del
sargento de prisiones que espera pacientemente la hora de su enfrentamiento con
Frank Sinatra en De aquí a la eternidad,
de Fred Zinnemann, porque, diablos, parecía que sus puños fueran roca maciza,
incapaces de deshacerse de tanto golpear huesos sin conmiseración. Y acompañaba
con su físico cercano a la maldad dando vida a gente de vida disipada, de
gatillo fácil y muerte rápida en Johnny
Guitar, de Nicholas Ray; o en Veracruz,
de Robert Aldrich; o en Conspiración de
silencio, de John Sturges.
Pero es que este muchacho feo, de
maneras algo toscas pero de cariño despertado también podía ser Marty, ese carnicero que sabe que no es
agraciado en el físico pero que lucha porque cree que tiene derecho a encontrar
una mujer lo suficientemente buena como para que él sea feliz. Sin tapujos, ni
falsas apariencias. Siendo el carnicero que siempre ha sido, siendo la buena
persona que, en realidad, fue Ernest Borgnine. Si él ha querido entrar alguna
vez en nuestros corazones, lo hizo con este maravilloso personaje que vagaba durante
una noche para saber que las estrellas también caminan por la acera.
Perdido en múltiples papeles
secundarios, fue el más valiente de los guerreros del norte en Los vikingos, de Richard Fleischer,
encarando a la muerte con la espada en la mano y deseoso de acudir al banquete
de Odín con una cerveza tibia. Luego se hizo el compinche de Alan Ladd en esa
estupenda versión en clave de western
de La jungla de asfalto y que tan
notablemente fue dirigida por Delmer Daves con el título de Arizona, prisión federal. Más tarde se
volvió loco porque el desierto quema el pensamiento y volver a casa resentido
es la mecha que acaba dejándote sin agua en El
vuelo del Fénix, de Robert Aldrich y, también con Aldrich, encargó una
misión suicida a un puñado de desahuciados del ejército, escoria de cañón y
pólvora a punto de estallar en Doce del
patíbulo.
Pero volvió a trabajar con John
Sturges en una injustamente olvidada película de aventuras como Estación Polar Cebra y se metió en la
piel de un ruso que, por debajo de una capa de afabilidad, escondía más
secretos que balas. Luego Sam Peckinpah supo ver en él al hombre ideal con el
que caminar hacia la muerte en medio de un Grupo
salvaje y William Holden supo que el final sería menos doloroso si tenía a
su mano derecho con él, disparando como escorpiones a todas las hormigas del
basurero. Cruel como nadie, en un papel de sanguinario obcecado y brutal fue su
cometido en El emperador del Norte,
dirimiendo con Lee Marvin una partida de ajedrez sobre vías de tren en el que
la astucia era el peón y la tortura, el jaque. También hizo de maestro de
ceremonias del género de catástrofes con ese policía arisco y desconfiado que
sabe tomar la responsabilidad cuando es necesario en La aventura del Poseidón, de Ronald Neame y tuvimos la certeza de
que siempre estaríamos seguros junto a él. Y como Peckinpah le había tomado la
medida, también le encomendó el papel del grotesco sheriff de Convoy, no sin cierto sentido del humor,
no sin fuerza incontenible en cada uno de sus puñetazos.
Luego ya vino el declive,
perderse entre producciones televisivas variadas, coproducciones europeas y la
seguridad de que su vejez era más un carnet de estilo que una exhibición
interpretativa. Hace bien poco, apareció en Red,
de Robert Schwentke y, fuera buena o mala la película, el corazón parecía
agrandarse cuando ese anciano de más de noventa años, nos daba una buena
porción de su cariño para decirnos que aún pertenecía al grupo salvaje, que aún
se llamaba Marty, que aún era el malvado Shack buscado derrotar a un emperador
y que aún tenía muchas caras por descubrir muy cerca de una estación polar.
Ése fue el hombre que nos hizo
temer, el hombre que nos hizo amar, y el hombre que enterneció todos nuestros
pensamientos, cualquiera que fuese su personaje. Se llamaba Ernest Borgnine. Y
yo ahora, cogería un arma y me pondría a su lado en un heroico desfile con
redoble de tambor para acribillar a unos cuantos salvajes.
No mucha gente sabe que
el nombre de la película De aquí a la
eternidad viene de unos versos de un poema de Rudyard Kipling, en concreto
de La grosería de los caballeros y
que viene a decir algo así.
Dimos esperanza y honor
y perdimos amor y verdad,
Caemos por la escalera,
peldaño a peldaño,
Y la medida de nuestro
tormento es la medida de nuestra juventud
Dios nos ayude porque
hemos conocido lo peor demasiado jóvenes
Nuestra vergüenza es
limpiar el arrepentimiento del crimen que motivó la sentencia
Nuestro orgullo es
saber que el orgullo no tiene espuelas
Y nuestra maldición se
mantendrá hasta que los extranjeros nos enjuicien,
Y muramos. Y nadie
podrá decir que morimos.
Somos pequeños corderos
que han perdido su camino,
Somos ovejas negras que
se han convertido en ceniza.
La grosería de los
caballeros se va de juerga,
De aquí a la eternidad.
Que Dios tenga piedad
de nosotros.
Y, ante la ausencia del DJ titular, ruego al Dj suplente que suba este mosaico con dos actores que nos deletrearon bien a las claras el verbo "amar"
Comentarios
Me ha encantado el poema. Otra lección aprendida contigo.
Besos. low
Muy completo el resumen que haces de su carrera.
Como anécdota final, Ernest puso voz al personaje "Tritonman" de Bob Esponja; como todos ya sabréis, Tritonman y Chico percebe son los únicos humanos que viven en Fondo de Bikini y son 2 héroes jubilados que ya han perdido la forma física y tratan de vivir en tranquilidad. Pero siendo los ídolos de Bob, que los visita regularmente, difícil lo tienen...
Abrazos subacuáticos
Grande Ernest (en algún sitio lo vi sin la segunda "e", Ernst...que los americanos son muy complicados metiendo tanta consonante junta). Necesario el repaso, impresionante actor y no creo que sea tan olvidado, es cierto que hay mucha incultura en las nuevas generaciones (no sólo cinéfila), pero es un actor claramente reconocible en cuanto muestra ese rostro de bruto entrañable.
Mmmm, otra cosa. entregaron los premios Feroz, poco que decir sobre los premiados, casi todos me parecieron merecidos (bueno el comentario de Raul Arévalo que decía que había pasado de realizar una buena opera prima a una película totalmente sobrevalorada), creo que este año el nivel era considerablemente alto y "Tarde para la ira" me parece la mejor de las nominadas. Tampoco mucho que comentar sobre la alfombra roja, ninguna cosa lo suficientemente sorprendente como para dedicarle un gus especial. Sin embargo, creo que hay que comentar que el buen rollo tiene un límite y que se pueden hacer muchas bromas sin ridiculizar a nadie.
Antonio de la Torre fue el conductor de la gala, y se le vio bastante incomodo, con todo lo peor fue el guion. No porque no tuvieran gracia algunas bromas, sino porque no se puede basar todas las intervenciones en meterle un zasca a alguien, en algún caso demasiado envenenado.
Los premios los entrega la Asociación de informadores de cine, o algo parecido. No sé si Bardés está entre los votantes. Se supone que son para que los críticos de cine establezcan unos premios mucho más merecidos que los de los Goya porque no se fiarán de los criterios de estos, siempre sujetos a amiguismos y demás, pero a la vista de nominaciones y premiados no parece que haya una diferencia grande entre los preferidos por los que saben de verdad (los críticos) y los estómagos agradecidos.
Sigo....
Además hubo otras dos intervenciones con buen rollo pero evidente mal gusto (y no comento lo de Angel Martín porque ya me pareció demasiado vergonzante). Julian Lopez entregó los premios de mejor trailer y mejor cartel publicitario, sus bromas sobre lo ridículo que era tener esas dos categorías eran muy graciosas, pero en el fondo ridiculizaba el trabajo de gente que también es profesional en lo suyo y despreciaba en gran parte el valor que una campaña bien realizada tiene para que las "grandes creaciones" lleguen al público. Con todo se podía pasar.
Lo peor de la noche fue la aparición de Eva Hache. Muy simpática y pizpireta se quejaba de que Antonio de la Torre le hubiese quitado su trabajo, pero se encendía de forma pretendidamente graciosa porque la hubiesen escogido para dar un premio no ya menor, sino directamente absurdo. El premio especial se otorga a aquellas películas minoritarias que merecen reconocimiento por sus valores artísticos. Estoy de acuerdo en que a lo mejor es un sin sentido, si realmente se le debe reconocer lo suyo sería nominarlas con las de difusión mayoritaria, pero....Ahora bien, una cosa es esa y otra hacer gracias sobre que te toca dar un premio sobre una película que no fue a ver ni el tato, que vaya mierda de momento, que fijaos que la premiada el año pasado fue "B, la película" que no me jodas, que jijiji, jajaja....En fin ya que estoy aquí, la premiada es: "La muerte de Luis XIV", recoge el premio su director, Albert Serra....Os podéis imaginar a ese hombre que subió todo digno y evidentemente mosqueado, al que le faltó poco para hacer un Labordeta y mandar a todos a tomar por culo. "Seguid haciendo risas mientras otros seguimos intentando hacer un cine en serio" O algo así fue su comentario. Bien es verdad que el hombre tenía una pinta de egocéntrico que echaba para atrás, pero lo que no se debe hacer, no se debe hacer.
En fin, que así fueron las cosas...estoy seguro que los cortogrameros hubiésemos hecho un guion tanto o más ácido pero sin que nadie se hubiese ofendido...Tienen mucho que aprender algunos.
Abrazos mosquedaos