GUS MORNINS 6/11/18

“Es el sexo. El sexo es el juego. El matrimonio es la penalización. Una y otra vez, hacemos lo mismo en cada aniversario de boda, coleccionando 200 ofensas, 200 silencios y 200 cicatrices en los lugares más profundos”
                                                                 Laurence Olivier en “La huella”
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que hoy se conmemoran los diecisiete años de la muerte de su autor teatral, Anthony Shaffer, vamos a recordar un poco esa obra maestra que es La huella, la maravillosa película de Joseph L. Mankiewicz que protagonizaron de forma indeleble Laurence Olivier y Michael Caine.
Vayamos por partes. Lo primero de todo, el autor. Anthony Shaffer era el hermano gemelo (gemelo idéntico) de Peter Shaffer, a la sazón también autor teatral y mucho más recordado por Amadeus y también Equus, aquella desasosegante historia sobre un joven que, sin venir demasiado a cuento, ciega a siete caballos en lo que parece ser un arrebato de locura. Lo cierto es que Anthony Shaffer, además de ser autor teatral, también adaptó los guiones de las películas que tanto furor hicieron sobre Hercules Poirot y Agatha Christie desde mediados de los setenta hasta mediados de los ochenta. Parte del guión de Asesinato en el Orient Express es suyo, sustituyendo al fallecido Paul Dehn, y enteramente suyas son las adaptaciones de Muerte en el Nilo, Cita con la muerte y Muerte bajo el sol, todas ellas protagonizadas por Peter Ustinov en la piel del inmortal detective excepto la del tren que, como bien sabéis, la interpretó el mejor Poirot de la historia que no fue otro que Albert Finney.
Habría que destacar que Anthony Shaffer fue el segundo marido de Diane Cilento, que venía de un matrimonio fallido con el gran Sean Connery. A Diane, también actriz, la recordaréis como la Catalina de Medicis en El tormento y el éxtasis, de Carol Reed. En 1971, Anthony Shaffer ganó el premio Tony al mejor autor teatral del año por el estreno en los escenarios, precisamente, de La huella que fue estrenada en 1970 en el Music Box Theatre con Keith Baxter (lo recordaréis por ser uno de los protagonistas de Campanadas a medianoche, de Orson Welles) y por Anthony Quayle (el jefe de la operación de Los cañones de Navarone) consiguiendo un éxito de tal calibre que permaneció tres años en cartel, con un total de 1222 representaciones. En España se estrenó en Barcelona con José María Pou e Imanol Arias, y en Madrid yo tuve el inmenso placer de verla en el Teatro Arlequín de la Gran Vía con Agustín González y Andoni Ferreño.
Es mejor no nombrar la desdichada adaptación que de la obra se hizo no hace muchos años, con guión de Harold Pinter, dirección de Kenneth Branagh y con Jude Law y Michael Caine. A la historia que se conoce y que es original (despachada en algo más de 45 minutos) se añade un componente homosexual como sugiriendo la irremediable atracción entre Andrew Wyke y Milo Tindle, algo que desvirtúa en gran manera la obra original que, ante todo, trata sobre el postureo, el fingimiento vital de muchas personas y, sobre todo, el arribismo social, uno de los temas favoritos de Joseph L. Mankiewicz.
Por último, habría que destacar dos guiones originales firmados por Shaffer. El primero, el más afortunado y que, con el tiempo, también se está convirtiendo en un clásico, es el de Frenesí, para Alfred Hitchcock. Y el segundo, es una cosa rara, a medias del cine de terror y de la inquietud que pretende emanar y que se llama El hombre de mimbre, de Robin Hardy, con Christopher Lee, Britt Ekland, Ingrid Pitt y su esposa Diane Cilento.
Lo cierto es que, cuando se abordó la adaptación cinematográfica de la exitosa obra de Anthony Shaffer, uno de los mayores retos que se le plantearon a Joe Mankiewicz fue la elección de los intérpretes. Él quería actores de primera clase y los que habían hecho la obra teatral, aunque excelentes, no tenían tirón en la taquilla. La elección de Olivier fue segura desde el primer momento dado que el propio Mankiewicz consideraba toda una injusticia que el actor y director fuera recientemente despedido del National Theatre of England y planteó su película como una reivindicación del gran actor que era. En el papel de Milo Tindle, Mankiewicz pensó en primer lugar en Albert Finney, que rehusó el papel por una incompatibilidad, y luego en Alan Bates que, sorprendentemente, lo rechazó alegando que era “indigno para un actor de su categoría”. Esa afirmación la hizo Bates al ir a ver la obra teatral y comprobar que el personaje de Milo Tindle moría al final del primer acto. Sin esperar al segundo, Bates se marchó del teatro indignado porque le hubieran ofrecido ese papel. Cuando se estrenó la película, lamentó amargamente su error. Michael Caine fue la tercera opción, que lo aceptó entusiasmado y, sin ningún problema, se dispuso a hacer frente a un monstruo como Olivier.
Uno de los problemas con los que se encontró Caine fue que no conocía a Olivier y éste ya era “Sir”. Según las normas de protocolo británicas, lo normal sería dirigirse a él como “Sir”, “Lord” o “Milord”. El primer día de rodaje, sin que Caine tuviese oportunidad para nada, Olivier se le acercó y le dijo: “Déjate de tonterías y llámame Larry”.
Mankiewicz siempre dijo que los primeros días de rodaje encontró la interpretación de Caine extraordinariamente buena, pero que Olivier no parecía encontrarse cómodo. Lo achacó a su reciente despido del National Theatre después de veinte años de dirección. Al tercer día, Olivier paró el rodaje y dijo: “Un momento, ya lo tengo”. Y, tras una pausa, regresó con un bigote. El problema era que Olivier no podía dar forma a su personaje porque no le convencía su aspecto. Su método era totalmente contrario al Actor´s Studio. Él trabajaba los personajes de fuera a adentro. Si no lo veía por fuera, difícilmente se podía meter en su interior.
La risa que suena en el interior del marinero carcajeante es la del propio Laurence Olivier.
En cierta escena, Olivier arrambla con un tablero de ajedrez. En esa escena, Olivier se hizo una herida y se puede apreciar claramente cómo se mira la mano y, sin chistar, acaba la escena.
En otro momento, Olivier dispara con un revólver al retrato fotográfico de quien se supone que es su mujer. Se utilizó, con su permiso, el rostro de Joanne Woodward.
Joe Mankiewicz afirmó orgullosamente que fue la única película en la que todo su reparto fue nominado al Oscar. Años después ocurrió lo mismo con Give´em hell, Harry, una película en la que sólo salía un actor, James Whitmore, incorporando al presidente Harry Truman. También puede valer el hecho de que en 1966 fuera nominado todo el reparto acreditado de ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Mike Nichols, es decir, Richard Burton, Elizabeth Taylor, Sandy Dennis y George Segal, pero aquí cabría decir que no es así, puesto que salen dos actores más, uno de ellos en figuración y el otro con una línea de diálogo, concretamente en la escena del bar.
Durante el rodaje, se celebró la ceremonia de entrega de los Oscars correspondiente al año 1971 y el director de fotografía Oswald Morris ganó por el trabajo que había realizado en El violinista en el tejado, de Norman Jewison. Al día siguiente, se presentó en el plató con el Oscar y Mankiewicz le dio la enhorabuena y le dijo dónde quería las posiciones de cámara para las tomas del día. Morris las puso en lugares totalmente diferentes. Cuando volvió Mankiewicz le preguntó por qué no había seguido sus indicaciones. Morris le contó que eran mejores esos lugares, que tenían más luz y quedarían mucho mejor. Mankiewicz, que no se callaba ante nadie, le dijo: “Mira, Oswald, yo tengo cuatro como ése –señalando al Oscar de Morris- y la cámara irá donde yo diga”.
Para aumentar el despiste de la audiencia, Joe Mankiewicz ordenó colocar una serie de nombres para dar a entender que había más actores en la película. Cabría destacar que uno de esos supuestos actores es Eve Channing, una mezcla de los nombres de Eve Harrington y Margo Channing, personajes protagonistas de su película Eva al desnudo. Otro de ellos es Alec Cawthorne, un anagrama de “Or Michael Caine”.
Lo cierto es que La huella  es una obra maestra que profundiza en la venganza meditada, en la humillación irreparable y en el enfrentamiento social entre dos hombres que consideran el juego como una forma de vida incomparable. La interpretación de Olivier y de Caine es magistral (recomendadísima en versión original para escuchar no sólo sus inflexiones de voz, sino también su fingimiento) y es todo un disfrute verla, aunque eso sí, no hay que hacer como Alan Bates, hasta el final.
Os dejo precisamente con el final del primer acto. Dos actores en estado de gracia.


Y como mosaico, ellos dos. Magistrales, actorazos, únicos.






Comentarios

dexterzgz ha dicho que…
Un gus fantástico, desde luego con mucha más enjundia y contenido que el de ayer. Me encantan estos guses de los martes llenos de anécdotas y sabiduría que nos va esparciendo por aquí el maestro.

Y qué decir de "La Huella", que es un películón y que no hay forma más brillante de cerrar una carrera. Y qué decir de Mank, uno de mis favoritos, el hombre del teatro filmado. No sé si tiene alguna película mala, y eso que Bardés le pone pegas a "El americano tranquilo". Se ve que era todo un carácter y que tuvo que luchar siempre con el productor de turno.

Y qué decir de esos dos genios de la pantalla como Caine y Olivier. Yo igual digo una blasfemia, pero me quedo con el primero. Por cierto que a Jude Law le deben haber visto cara de Caine, que no solo hizo su papel en el remake de "La huella" sino también en el de "Alfie".

Abrazos en el laberinto
CARPET_WALLY ha dicho que…
Pues es verdad que es un gus fantástico, como acostumbra este Lobo sabio.

A mi "La huella" me dejó impactado cuando la vi, que sería yo muy jovencito, 13 o 14, y me costaba entrar en esa historia un poco engolada de mucha palabrería y poca chicha, ero a mi fue precisamente ese final del primer acto, el que a Bates le hizo abandonar el teatro, lo que me atrapó hasta el final. Aquellos dos tipos que jugaban y se la jugaban continuamente en un duelo de inteligencias y de mala leche me la jugaron también a mi.

Y Olivier y Caine están inmensos, a mi me cae muy bien Caine (aunque ahora que sé que es brexista, un poco menos) pero Olivier parece el típìco señoritingo británico estirado y petulante, pero cuando te engancha ya no ves a Sir Lawrence, ves a Heathcliff, ves a Max de Winter, ves al príncipe de Carpacia intentando ligarse a una corista, al cruel Craso derrotando a Espartaco o al terrible nazí dentista que torturaba al corredor de maratón. Por no hablar de sus Chespires, claro.

En fin, una peli mítica y dos actores excepcionales. Como el gus de hoy...también hoy.

Abrazos ¿falsos?

Anónimo ha dicho que…
Gran Gus y una gratificante y excelsa posibilidad de ver a estos dos monstruos juntos, personificando una historia impecable.

Incalculable la suerte que tenemos de poder aprender, bastante, sobre cine cada martes.

Besos que dejan huella
Albanta

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