GUS MORNINS 20/11/18
“Cuando era niño,
conocí a hombres que aceptaban esa clase de trabajo…y ninguno volvía. Y los
pocos que sí volvían, lo hacían rotos. Su cabello se volvía blanco y sus manos
parecían papeles de lija. No sabéis lo que es el miedo. Pero ya lo conoceréis.
Te agarra. Te agarra como si fueras un bote de cristal. Y una vez que lo hace,
ya es para toda la vida. Hasta pronto, chicos, y buena suerte” El salario del miedo, de Henri Georges
Clouzot
Es
tiempo de homenajear a este cineasta, Henri Georges Clouzot, porque hoy hubiera
cumplido 111 años. Y además es un director maldito porque en su tierra,
Francia, ha sido sistemáticamente ninguneado porque fue uno de los pocos que
declaró abiertamente que había sido colaboracionista bajo la ocupación nazi.
Esa consideración la arrastró durante toda su vida y fue menospreciado por
todos los jóvenes turcos de la nouvelle
vague aunque hizo películas de un inmenso valor, que iban más allá de toda
tendencia política. Fue un realizador a tener siempre muy en cuenta, conocido
como “El Hitchcock francés”.
Henri
Georges Clouzot fue un estudiante brillante que se licenció en periodismo en
París. Nada más terminar sus estudios, encontró trabajo en Berlín como
supervisor de doblajes. Allí hizo buenas amistades y vivió la ascensión al
poder del nazismo. Probablemente, aunque esto no está comprobado, esas
amistades fueron las que le convencieron de que Hitler era la mejor solución
para Europa. En 1934 ya estaba dirigiendo en París un par de melodramas que no
tenían la menor importancia, pero que le sirvieron para aprender el oficio de
director y también el de guionista, sin demasiado éxito. Llegó la guerra y, en
1942, ya bajo la ocupación, el Ministerio de Propaganda alemán bajo el mando de
Josef Goebbels creó la productora Continental Films, ideada para sustituir toda
la producción americana que, por aquel entonces, inundaba los cines franceses.
Clouzot se subió al carro proclamando su lealtad al régimen nazi y consiguió
dirigir una película que llamó la atención de la crítica y del público. Se
trata de El asesino vive en el 21, un
policiaco con abundantes toques de comedia que descubrió a un director que no
dudaba en ridiculizar algunos estereotipos franceses, con un policía
imaginativo que se infiltra en una pensión disfrazado de sacerdote ya que se
sabe que un asesino en serie vive allí, pero no se tiene idea de cuál de los
huéspedes es el sujeto. Exenta de mensaje político, la película es divertida,
con un misterio atrayente, con personajes muy caracterizados y al borde del
ridículo y con una osadía sexual bastante descarada para la época.
Aupado
por las buenas sensaciones, Clouzot dirige El
cuervo, una extraordinaria película de misterio en la que se retrata la
miseria moral de los personajes que habitan una pequeña villa francesa. La
película trata de un misterioso informante anónimo que se dedica a hacer
públicos los secretos más reprochables de cada uno de los habitantes. El
médico, la dueña de la taberna, el maestro…los poderes fácticos del pueblo son
delincuentes que han callado su delito y que tratan de llevar una vida basada
exclusivamente en las apariencias. Con este entramado, la película fue acusada
de colaboracionista, algo que Clouzot siempre negó porque, para él, el cine era
una cosa y la política, otra. Siempre proclamó a los cuatro vientos que sus
películas no llevaban ningún mensaje de tipo político dentro, eran simplemente
historias morales en las que el espectador se podía posicionar de un lado o de
otro, pero nada más. Cineastas como Steven Spielberg y William Friedkin han
declarado que Clouzot es una de sus influencias más preclaras y que, desde
luego, piensan que es exagerado tachar su obra de colaboracionista o afín a los
nazis cuando no contienen más que dilemas de tipo moral.
Como
resultado de la polémica, las autoridades decidieron marginar a Clouzot de la
producción francesa de la época y le costó volver a ser admitido. Después de
cinco años de ostracismo, Clouzot volvió con una maravilla titulada En legítima defensa (Quai des Orfevres),
una película de cine negro que descubre a un fantástico inspector de policía,
algo desastrado, pero honesto hasta la médula, que trata de desentrañar un
crimen en el que está implicada una cabaretera de buen corazón. Sorprende que
Clouzot, con esas ideas cercanas al fascismo, incluyera el hecho de que el
policía es mostrado como el padre de un hijo negro, ya que, antes de ser
policía, había servido en el ejército en Argelia y, por supuesto, es un padre
cariñoso, totalmente integrador, positivo y, también, bastante pobre
económicamente. En cualquier caso, la película es estupenda, con secuencias
excepcionales como los interrogatorios a dos sospechosos, en dos oficinas
diferentes, con el policía yendo de una a otra con auténtica profesionalidad
para encontrar los puntos flacos en las respectivas declaraciones.
La
película fue galardonada con el premio al mejor director del Festival de
Venecia. Envalentonado con el éxito, Clouzot decide ajustar cuentas repartiendo
cartas por igual a colaboracionistas y resistentes. Rueda Manon, adaptación de la famosa novela Manon Lescaut, del Abad Prevost y que ha dado lugar a muchas
adaptaciones cinematográficas y hasta operísticas. El argumento, en esta
ocasión, gira en torno a un activista de la resistencia que salva a una chica
de ser linchada en un pueblo porque se ha descubierto que es colaboracionista.
Lo que, en principio, es un acto de salvación, Clouzot lo convierte en un acto
de perdición porque el activista se la lleva a París y allí la induce a la
prostitución. Quizá Clouzot decía a la cara a muchos franceses que no todos
habían sido miembros de la resistencia y que había más colaboracionistas de lo
que ellos mismos creían (recientemente, se han publicado estudios demostrando
que, efectivamente, es así. Entre otros, el mismo presidente Mitterrand).
Como
la película levanta ampollas, Clouzot vuelve a estar al margen. Apenas rueda un
melodrama de encargo que ni siquiera se estrena fuera de Francia. Pero tres
años después consigue la que, probablemente, sea su obra maestra. Se casa con
la actriz Vera Clouzot y la incluye en el reparto de El salario del miedo. Si hay algún manual sobre el suspense, es
esta película. En un país, aparentemente, sudamericano, se acumulan los
exiliados en un pueblo miserable que no tiene ni las calles asfaltadas. Allí
coinciden dos franceses, uno de ellos un vividor, posiblemente un proxeneta
huido, y otro un miembro de la Mafia marsellesa; un alemán, tal vez un nazi en
fuga; un italiano, simplemente un tipo que intenta buscarse la vida. Todos
ellos revolotean alrededor del único entretenimiento de la ciudad que no es más
que una taberna de aguardiente barato en la que trabaja una chica ingenua que
mendiga algo de amor. A varios cientos de kilómetros, una compañía americana
trabaja en unos pozos de petróleo y se declara un incendio en uno de ellos. El
incendio es de tal magnitud que necesitan de una fuerte explosión para acabar
con él. La única solución es la nitroglicerina. Se habilitan unos camiones con
las medidas de seguridad más arcaicas posibles. Y, tras un proceso de
selección, se selecciona a estos cuatro hombres para llevar dos camiones. Por
el camino, se encontrarán con todo tipo de dificultades. Carreteras en muy mal
estado, piedras debidas a desprendimientos, obras que obligan a maniobras
imposibles…El suspense en cada curva está asegurado y Clouzot consigue una obra
casi perfecta. Tanto es así que muchos críticos han llegado a decir que, de
tanto suspense, casi estás deseando que alguno de los camiones explote de una
vez. Una auténtica maravilla. En el reparto, Yves Montand, Folco Lulli, Peter
Van Eyck y Charles Vanel. Un lujo.
La
película asombra en Europa. Y es la única película que consigue tanto la Palma
de Oro en el Festival de Cannes como el Oso de Oro en el Festival de Berlín.
También consiguió el BAFTA a la mejor película extranjera y el reconocimiento
unánime de la crítica internacional…excepto los chicos de la nouvelle vague, que no aceptaban un cine
tan “preparado” como el de Clouzot. Ni siquiera la adoración que un joven
François Truffaut sentía por Hitchcock mitigaba esa opinión.
Con
el éxito a sus espaldas, Clouzot arrebata los derechos al mismísimo Hitchcock
para rodar Las diabólicas, de Boileau
y Narcejac, autores de Vértigo y que
encantaban al maestro del suspense. El caso es que Clouzot consigue una obra
absorbente, sórdida, llena de guiños al terror, con unas interpretaciones
fantásticas de Simone Signoret, Charles Vanel y Paul Meurisse y, en un tono
menor, Vera Clouzot. La película gana el Premio Louis Delluc a la mejor
película francesa de aquel año y el Premio del Círculo de la Crítica de Nueva
York (precursores del Globo de Oro) a la mejor película extranjera. Con
calidad, Clouzot empezó a cerrar bocas que le juzgaban solo por sus opiniones
políticas.
Giró
espectacularmente su carrera hacia el documental con uno de los mejores que se
han rodado nunca: El misterio Picasso,
aproximación a la creación por parte de Pablo Ruiz Picasso en el que, además,
se puede ver cómo pinta sus obras. Una de ellas, fantástica, sobre un cristal
transparente para poder ser recogido con la cámara. Una auténtica maravilla de
documental y el mejor que se ha rodado nunca sobre el gran genio.
Da
el salto a la coproducción con una película que, aunque de menor calidad que
sus tres anteriores trabajos, es muy aceptable: Los espías, con un reparto internacional que incluía a Peter
Ustinov, Curd Jurgens, O.E. Hasse (el malo de Yo confieso, de Hitchcock), Sam Jaffe y Vera Clouzot. La trama
giraba alrededor de un psiquiatra que se pone de acuerdo con un espía profesional
para secuestrar a uno de sus pacientes en la carísima clínica que regenta a
cambio de un rescate. El paciente resulta ser un científico nuclear y, como
consecuencia del secuestro, los espías comienzan a proliferar para, a su vez,
llevárselo a su bloque. Una película notable.
Otra
película a tener en cuenta es la que rodó en 1960 con Brigitte Bardot como
estrella y con el título de La verdad.
Aquí Clouzot da un nuevo giro de tuerca a las películas de misterio y no le
importa el quién, algo que ya se sabe desde el principio de la película, sino
el por qué. El asesinato de un artista a manos de una chica espectacular se
convierte en un puzzle que tratan de componer la policía y los abogados, con
una resolución que, desde luego, es una sorpresa. Pasa por ser una de las
mejores películas de Brigitte Bardot.
La
salud de Henri Georges Clouzot siempre fue bastante precaria. Sufría de
tuberculosis desde pequeño y, regularmente, tenía nuevos brotes de la
enfermedad. Después de su experiencia con la Bardot, estuvo cuatro años sin
volver a trabajar, acuciado por la tisis. Cuando creyó estar recuperado,
contrató a Romy Schneider y a Serge Reggiani para hacer todo un tratado sobre
los celos en la pareja titulado El
infierno, pero nunca la terminó. Reggiani tuvo un ataque al corazón y fue
reemplazado por Jean Louis Trintignant, pero a los cinco días de incorporarse,
el propio Clouzot tuvo su ataque al corazón, probablemente motivado por la
excesiva medicación que tenía que tomar y por las dificultades por llevar adelante
el rodaje. La película nunca se concluyó aunque Claude Chabrol se atrevió a
hacer en 1994, treinta años después, con el mismo título y con Emmanuelle Beart
y François Cluzet y tratando de respetar al máximo las indicaciones que había
dejado escritas Clouzot en su guión.
A
partir de aquí, Clouzot sólo dirigió tres documentales para televisión
referidos a la música clásica. En concreto a las figuras de Verdi, Mozart y
Dvorak. Y también un último largometraje: La
prisionera. No deja de tener mucho interés esta película a pesar de que se
nota que Clouzot ya está en declive. Se trata de un pintor, artista de éxito,
que se codea con la élite intelectual. Otra artista comienza a notar algo raro
en la actitud del pintor. Nota algo así como la tentación de la oscuridad en su
comportamiento. La película gira en torno a la investigación sobre su
personalidad y ante la duda de si ella está enamorada de él o, simplemente,
fascinada por el mal que parece habitar en su interior. Es otra película y otro
tipo de misterio. No tuvo éxito de público, pero sí de crítica, que la valora
como una obra meritoria y llena de sutilidad.
Alfred
Hitchcock tuvo siempre un gran respeto por Henri Georges Clouzot. Cuando vio su
versión de Las diabólicas confesó que
él la hubiera dirigido de otra manera, pero que, sin duda, la versión de
Clouzot era para tenerse muy en cuenta.
Podría
encuadrarse a Clouzot como un representante muy destacado del cinema de qualité francés, ese cine que
se hizo entre Renoir y la nouvelle vague
y en el que también aparece un nombre prestigioso como es el de Robert Bresson.
No revolucionó el lenguaje cinematográfico, pero sí destacó por la descripción
de un puñado de ambientes sórdidos y ambivalentes, con una perspectiva muy
negativa de la sociedad que le tocó vivir. En cualquier caso, muchos
historiadores sitúan el verdadero nacimiento del cine polar francés en su labor, como si fuera un antecedente muy
directo del gran Jean Pierre Melville. Aún así, siguió sin ser un profeta en su
tierra hasta que Chabrol lo reivindicó con la adaptación de su película
inconclusa El infierno.
Como
clip os dejo una muestra de lo que hizo con el fantástico documental sobre
Picasso. Como anécdota os diré que las obras que pintó Picasso para la película
fueron destruidas después del rodaje, quedando impresas en celuloide en lo que
fue un intento de elevar al cine como arte a un valor similar al de las
pinturas.
Y
como mosaico, ahí os lo dejo, dando instrucciones en pleno rodaje. De izquierda
a derecha, Peter Van Eyck, Henri Georges Clouzot, Folco Lulli e Yves Montand
tratando de ganarse El salario del miedo.
Comentarios
Lo que hace Clouzot con esta película es simplemente magistral, los camiones son infames, casi destartalados, los caminos realmente impracticables, numerosas dificultades añadidas y los actores mostrando realmente el rostro del pánico en cada maniobra.
Es cierto que "Las diabólicas" es rematadamente buena, infinitamente mejor que la versión con Sharon Stone y la Adjani, sin embargo, sus momentos terroríficos que los hay y muy buenos no pueden competir con el miedo real que pasas viendo conducir esos camiones.
Un gran gus, como no.
Abrazos sudando frio