GUS MORNINS 12/9/17
“Siempre
he sido un minimalista. Fue Bogart el que una vez dijo: Si encuentras los pensamientos adecuados, la cámara los recogerá.
Lo más importante de una cara son los ojos, y si tú puedes hacer que los ojos
hablen, tienes la mitad del trabajo hecho”.
Ian Holm
Después de tanta carne
inalcanzable, vamos a caer todos un poco al suelo homenajeando a este
grandísimo actor, feúcho y maravilloso, porque hoy le caen 86 tacos como 86
soles. Es uno de esos actores británicos, de escuela shakesperiana, con una
dicción extraordinaria, capaz de ser solvente en comedia y terrible en el
drama, de encarnar a buenos y villanos, casi nunca protagonista, pero siempre
sobresaliente.
Nacido inglés aunque de
padres escoceses que eran trabajadores de un hospital psiquiátrico, Ian Holm
sintió la llamada de la interpretación cuando vio una representación de Los miserables de Víctor Hugo a la
temprana edad de siete años. Así que con diecinueve años ya se licenció con
unas notas excelentes en Arte Dramático y su talento fue tal que entró
directamente, sin ninguna prueba y sin más credenciales que sus calificaciones,
en la Royal Shakespeare Company. Durante nueve años fue miembro fijo de la
plantilla de intérpretes dando vida, prácticamente, a las 32 obras que escribió
el bardo de Stratford-on-Avon. En 1959, de hecho, actuó junto a Laurence
Olivier en una representación de Coriolano
y el gran Olivier le hizo, en una lucha a espadas, una cicatriz en la mano que
él, aún hoy, exhibe con orgullo y declama haciendo suyo un pasaje del Enrique V. Es ése que dice: “Estas heridas recibí en el día de San
Crispín…”, cambiándolo por: “Estas
heridas recibí de Sir Laurence…”. No en vano, el papel principal de la obra
fue su primer papel protagonista en la Royal.
Después de su éxito en
1965 con el Enrique V, saltó a la BBC
para hacer una serie llamada La guerra de
las rosas, una condensación de cuatro de las obras de Shakespeare y en 1967
debutó en Broadway con la amarga obra de Harold Pinter Retorno al hogar. En 1969 probó suerte en el cine con El cañón Bofors, una historia de
crueldad militar al lado de Nicol Williamson y David Warner, ganando el BAFTA
al mejor actor secundario del año. A partir de ahí, su prestigio no hizo más
que crecer. Solo fue conocido mundialmente por el inesperado éxito que tuvo la
serie Napoleón y el amor, en la que
interpretó al Petit Cabrón (como lo llamaría Pérez-Reverte en La sombra del águila) y a partir de ahí
su fama creció exponencialmente. Se le puede ver en El joven Winston, como eficiente policía en El enigma se llama Juggernaut, de Richard Lester; como el Rey Juan
Sin Tierra en Robin y Marian; y, por
supuesto, su salto a la fama en el cine como Ash, el científico a bordo de la
nave Nostromo de Alien, el octavo
pasajero. No mucho después, su papel del entrenador Sam Mussabini en Carros de fuego, le reportó la
nominación al mejor actor secundario.
A partir de ahí, Los héroes del tiempo y Brazil, con Terry Gilliam las dos; Otra mujer, con Woody Allen a los
mandos; el galés picajoso y lleno de orgullo Fluellen en la versión del Enrique V, de Kenneth Branagh; el
Polonio del Hamlet, de Zeffirelli; el
simbólicamente llamado Doctor Murnau del Kafka,
de Steven Soderbergh; el Barón Von Frankenstein, padre del malhadado doctor, en
el Frankenstein, de Branagh; La locura del rey Jorge, con un Nigel
Hawthorne enorme; La noche cae sobre
Manhattan, con Lumet; maravilloso e intensamente amargo en El dulce porvenir, de Atom Egoyan; la
divertida Mi Napoleón, una delirante
historia que juguetea con la idea de que Napoleón no muere en Santa Elena, sino
que se le da una doble identidad y tiene que vivir como un ciudadano normal en
medio del populacho; y, por supuesto, el papel por el que, me temo, será
universal y eternamente reconocido, el Bilbo Bolsón, ya mayorcito, de El señor de los anillos y El Hobbit.
Una curiosa anécdota
sobre él es que en 1976 sufrió un ataque de pánico escénico mientras estaba
representando The iceman cometh,
también conocida en España como El
vendedor de hielo, hasta tal punto en que no quiso salir al escenario
cancelándose la representación. Desde entonces solo en tres ocasiones ha vuelto
a pisar un escenario. Se le ve nervioso, sí.
No puedo resistir la
tentación de poneros una muestra de cómo actuaba este pequeño gran actor de
1,66 de estatura en el Enrique V, de
Branagh. No he podido encontrarla subtitulada, pero el inglés es tan perfecto
que se entiende maravillosamente bien. En especial, la emocionante finalización
de la escena, cuando Fluellen (Holm) le dice a Enrique (Branagh) que, como bien
sabe, todos los caballeros galeses distinguidos en combate llevan un puerro en
el sombrero y le pregunta si él lo llevará. Enrique contesta, emocionado, que
él es galés y que lo llevará con orgullo. A lo que Fluellen repone que “ni todo el agua del Támesis podrá lavar la
sangre galesa de su Majestad” para terminar con un “Sé que sois un hombre honesto”. Si queréis y tenéis paciencia,
ojo, no se os salten las lágrimas.
Y como mosaico, para
dejarnos de tanta testosterona, aquí le tenéis al lado de Nigel Hawthorne.
Tanto talento junto a mí me pone…
Comentarios
Gracias por este regalo, en forma de vídeo, magníficas interpretaciones.
Muchas gracias por tu gus y por compatir tanto como sabes con nosotros.
Besos Galeses con sabor a puerro.
Albanta
También me gustó mucho en una película a medio camino entre el bien y el mal. No es que trate ese tema, sino que es una pelí que me parece que está regular aunque a veces pienso que está bien y otra que es más bien mala. Se trata de "Desde el infierno", la adaptación del comic de Allan Moore sobre un detective interpretado por Johnny Depp (la razón de algunos males de la película) investigando los asesinatos de Jack el Destripador en el Londres de finales del XIX.
En cualquier caso, un gran actor, otro más de la escuela británica. Que cumpla muchos más.
Quizá hasta se merezca sustituir a Monica.
Abrazos inconformes
Abrazos agradecidos