GUS MORNINS 5/9/17

“Ser un sex symbol es peor que ser un convicto. La mente es una zona mucho más erógena”                                                           Raquel Welch


Ay, Raquel, Raquel, si hubieses dicho eso unos cuantos años antes (ahora ya no porque tienes el arroz más pasado que una paella catalana), hubiese volado a Hollywood para conocerte y comprobar de primera mano si te ponía mi inigualable inteligencia. Además el idioma no sería problema porque te llamabas realmente Raquel Tejada y eras hija de boliviano y nieta de españoles. Si es que las españolas estáis de toma pan y moja, para qué os voy a contar.
El caso es que nuestra Raquel cumple 77 años. Cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando a todos los púberes de mi generación nos ponía palote con solo pasearse por la pantalla. Tengo que reconocer que mis primeras fantasías eróticas se pasearon en torno a Raquel Welch y Ursula Andress. Sí, qué le voy a hacer. Lo que pasa es que solo quería sexo con ellas. En cuanto a amor, ya me iba por las nubes y prefería a Jean Simmons, a Joan Bennett, a Ava Gardner…en fin, qué malo es soñar.
El caso es que Raquel era el hijo de Armando Tejada, un ingeniero boliviano afincado en los Estados Unidos. Era buena estudiante (haciendo malo aquello de que las guapas suelen ser tontas) y en el colegio la llamaban “Birdlegs” (patas de pájaro) porque era delgaducha y bastante alta para su edad. A raíz de una proyección escolar de esa maravillosa película que es Las zapatillas rojas, se despertó su pasión por el ballet y comenzó a estudiarlo con encendidos elogios por parte de su profesora, Irene Clark. Para mejorar su interpretación lírica, se matriculó en los cursos dramáticos de la Universidad Estatal de San Diego. Se presentó a tres concursos de belleza y ganó los tres. Más que por su belleza por su aplomo a la hora de moverse, como si supiese muy bien lo que había que hacer y cuándo había que hacerlo. El amor se cruzó en su camino y se casó con apenas diecinueve años con James Westley Welch, un antiguo compañero de colegio y un avezado pescador. El caso es que Raquel se casó porque se había quedado embarazada del tipo de la caña.
Con un niño en el hogar, Raquel no abandonó sus sueños. Siguió estudiando y consiguió trabajo como locutora en una emisora radiofónica para anunciar el parte metereológico. Vino su segunda hija, Tahnee, posteriormente actriz de cierto éxito temporal, y el amor se fue acabando porque su marido no veía con buenos ojos sus veleidades artísticas. Después de tres años de matrimonio, se divorciaron.
Así, Raquel, con la maleta llena de sueños, se instaló en Dallas sirviendo copas en un local nocturno mientras perfeccionaba sus estudios de modelo (la escuela de modelos de Dallas es la más importante de los Estados Unidos) para completar su formación y, por supuesto, criaba a sus dos vástagos. Todo el mundo veía en ella a una futura estrella y la animaron a trasladarse a Hollywood. Cuando el ex marido se enteró de que Raquel se iba con los niños a la fábrica de sueños a probar suerte, se alistó en los marines y se fue a Vietnam.
Allí se puso en manos de un agente llamado Noel Marshall, el cual supo ver en ella un enorme potencial. La enseñó a posar frente a las cámaras y a moverse por delante de la escena acaparando toda la atención posible por su innegable belleza. Noel tenía a un agente de prensa encargado de promocionar a sus futuras estrellas y Raquel se enamoró de él. Se llamaba Patrick Curtis. Actor de breve carrera (era el niño que luce en brazos de Olivia de Havilland en Lo que el viento se llevó) parece ser que tuvo ángel mientras fue joven y, superada la adolescencia, ese encanto se evaporó, lo que le llevó a reconvertirse en agente de prensa. Cuando conoció a Raquel, formó su propia productora, la Curtwell. A pesar del romance, no se casarían hasta cinco años después.
Raquel apareció en la portada de varias revistas europeas y rodó dos peliculitas sin nombre (una de ellas al lado de Elvis Presley, Roustabout) que no hicieron nada por promocionar su carrera. A la tercera fue a la vencida y Raquel apareció  como protagonista en un musical juvenil titulado A swinging summer, donde compartía escena con grupos de la época como los Righteous Brothers o Gary Lewis and the Playboys. La película no tuvo demasiado éxito, pero le sirvió para presentar credenciales y hacer una prueba como una de las chicas que aparecían en aquella réplica americana a James Bond que se llamó Flint, agente secreto, con James Coburn. No pasó la prueba, pero Darryl Zanuck, el productor, se fijó en ella y le dio el único papel femenino en la estupenda Viaje alucinante, de Richard Fleischer. La película fue un éxito por la originalidad, por entonces, del argumento, pero no se destacó a Raquel especialmente, más que nada porque tenía que competir en pantalla con actores de la talla de William Redfield, Stephen Boyd, Edmond O´Brien, Donald Pleasance o el gran Arthur Kennedy y su lucimiento físico se reducía a un maravilloso y ajustado traje de goma para las secuencias “submarinas”. Así que Patrick Curtis y Noel Marshall consiguieron colocarla como lo que querían, símbolo sexual de la prehistoria, en la alucinante Hace un millón de años, producida por la Hammer y rodada en Canarias, donde Raquel lucía un biquini de piel y enseñaba las razones por las cuales Dios existe. La película era espantosa, históricamente nula, histéricamente infantil y dirigida con los pies de un ente anormal…pero estaba ella y ella la convirtió en un éxito sin precedentes…con la ayuda de los efectos especiales diseñados por el gran Ray Harryhausen (recordemos, en la película los dinosaurios coincidían con los humanos en la prehistoria).
A Raquel le gustaba Europa y se quedó todavía a rodar alguna película más aprovechando que estaba subiendo a la cresta de la ola. La comedia Dispara fuerte, más fuerte, no lo entiendo, al lado de Marcello Mastroianni (una de esas cositas que a los italianos les hace tanta gracia pero que a nosotros nos parece directamente una rallada), una película de episodios en Francia y otra más encarnando a una prostituta en El oficio más viejo del mundo.
Retorna a Estados Unidos, ya convertida en una estrella, y rueda la simpática Guapa, intrépida y espía y se empareja con Edward G. Robinson para un atraco de altos vuelos en Raquel y sus bribones, otra de esas películas en las que Hollywood intentaba imitar a los italianos y sus gracietas para que se les fuera la mano un poco y se salieran de los corsés típicamente americanos. Stanley Donen la requiere, después de su boda, para Bedazzled, al lado de Dudley Moore, en lo que fue la primera versión de Al diablo con el diablo, una película que no hizo honor al genio de Donen. Da muestras de lo buena actriz que podría haber sido en Bandolero, un western genuino al lado de James Stewart y el pillín de Dean Martin que no dejó de coquetear con ella durante todo el rodaje. Hizo de mujer fatal en La mujer de cemento para ponerle las cosas difíciles al detective de Miami Tony Rome, interpretado por Frank Sinatra (que llegó a aborrecer a Raquel, diciendo que era la tía más maleducada que había visto en su vida).
Cambió de registro con Cien rifles, rodada en España, con Jim Brown de coprotagonista (dicen las malas lenguas que Jim Brown fue algo más que coprotagonista). Una película que levantó ciertas ampollas (estamos hablando de 1968) porque incluía una escena de amor entre Raquel y Jim, el amor interracial se abría paso en Hollywood y eso no gustaba nada a los sectores bienpensantes. El caso es que Raquel, aquí, se convierte con cierta credibilidad en una revolucionaria, mexicana, agresiva y bastante despiadada sin dejar de ser ardiente y sensual. Cuando parecía que Raquel iba a convertirse en una actriz de cierta entidad cometió uno de sus mayores errores. Aceptó interpretar el papel principal de Myra Breckinridge, una delirante película en la que encarnó a un transexual que, en su condición de mujer, se enamora de otra mujer y, claro, ya es tarde. La película fue un fracaso a pesar de las presencias de Mae West (con la que Raquel llegó a tirarse de los pelos) y John Huston y la crítica se cebó con Raquel hasta la saciedad. Su carrera nunca llegó a recuperarse del todo.
Huyendo del fiasco, Raquel se fue a Chipre a rodar La amante, un drama con Alan Bates de compañero donde, nuevamente, demuestra que podía actuar bien y otro western en Almería, Ana Coulder, en la piel de una mujer que busca al hombre que la violó y mató a su marido. Con buenos mimbres, la película fracasó de nuevo.
Vuelve a Estados Unidos y rueda la trepidante El turbulento distrito 87, al lado de Burt Reynolds y Tom Skerrit, una película de mucho ritmo y cierto humor, que trataba de quitar solemnidad a las producciones de “realismo sucio” que Sidney Lumet y William Friedkin estaban poniendo de moda. Luego rodó Kansas City Bomber, una película de razonable éxito en la que encarnaba a la estrella absoluta del rollerderby, un deporte que estaba de moda por entonces y que era algo así como el fútbol sobre patines. Raquel se negó a ser doblada y se fracturó la muñeca. La película, por supuesto, pasó al olvido tan rápido como el deporte en el que se basaba.
Por aquella época se divorcia de Patrick Curtis. Mientras se resolvía la burocracia y dejaba de aparecer en titulares, se fue a Europa a rodar para Edward Dmytrik la espantosa Barba Azul, con Richard Burton. No sé si habéis visto la película, pero resulta patética ver a un actor como Burton hundido entre las tetas de Sybil Danning, Nathalie Delon o Raquel Welch para acabar asesinando a todas.
Aprovechando la estancia en Europa, Raquel interviene en una de sus mejores películas aunque fue un rotundo fracaso cuando se estrenó: El fin de Sheila, con un reparto que incluía a James Coburn, James Mason, Richard Benjamin o Dyan Cannon y con un guión escrito por el compositor Stephen Sondheim y el actor Anthony Perkins. Un misterio en forma de gymkhana muy bien resuelto por su director, Herbert Ross y que resulta apasionante por su trasfondo lúdicamente misterioso.
Recala en España para rodar las dos partes de Los tres mosqueteros a las órdenes de Richard Lester con un reparto de campanillas que incluía a Michael York, Oliver Reed, Frank Finlay, Richard Chamberlain, Christopher Lee, Charlton Heston y Faye Dunaway e, incluso, gana un Globo de Oro a la mejor actriz secundaria por su interpretación de Constanza, la novia de D´Artagnan, en lo que fue la primera parte. Regresa a Hollywood para rodar Fiesta salvaje, de James Ivory, la descripción de la fiesta orgiástica que Roscoe “Fatty” Arbuckle realizó en su casa en la que se violó a una chica con una botella y acabó muerta, hundiendo para siempre la carrera del orondo cómico, aquí interpretado por James Coco. Pasa a hacer una película sobre conductores de ambulancia que, a pesar del título, no tenía mucho de comedia titulada El Madre, la Melones y el Rueda, aparece episódicamente en la adaptación de Mark Twain El príncipe y el mendigo y su carrera como actriz protagonista termina al lado de Jean Paul Belmondo en El animal, la historia de un especialista de cine que se enamora de la estrella de la película.
A partir de aquí, Raquel ha pasado por la etapa de ser una show-woman de considerable éxito, de tener un éxito multitudinario en el teatro con Applause bailando y cantando y ganando un Tony, casándose de nuevo con un albañil más feo que la madre que lo parió llamado André Weinfeld, del que se divorció en poco tiempo, apareciendo en múltiples producciones televisivas más que olvidables y visitando el cine solo de pasada en plan cameo en Agárralo como puedas presentando la ceremonia de los Oscars en la que el Teniente Devlin la lía gorda, o haciendo de madre de cualquier protagonista. El caso es que ella fue la que heredó el título de Ava Gardner de “El animal más bello del mundo” y fue conocida en todo el mundo como “El cuerpo”. Superad eso, gañanes. Aquí la tenéis cantando un blues con otra chica de rompe y rasga diciendo que es toda una mujer.




Y como mosaico, ella. Las manos quietas, caballeros.


Comentarios

INDI ha dicho que…
creo que nos has dejado mudos con el pedazo de gus que te has currado, lobo. O es eso o es que la Welch la que nos ha dejado pasmados, sin ser capaces de decir nada más que "ole, ole y ole". Pedazo de mujer.

Abrazos deslumbrados
CARPET_WALLY ha dicho que…
Mudos, si. Así parece que nos quedamos ayer tras el espectacular recorrido por la espectacular Raquel. Pero no fue, al menos en mi caso, porque no pudiéramos articular palabra o que tuviéramos las manos ocupadas por tan hermosa visión y no fuéramos capaces de aporrear el teclado, al menos con los dedos. Yo si escribí y dije unas cuantas cosas que sin duda algún duende cibernético consideró, con acierto, poco adecuadas para el nivel que el Lobo había impuesto y decidió hacerlo desaparecer, como comprobé a mediodía cuando descubrí que mi comentario no estaba donde yo lo había puesto. En esos casos una madre siempre viene bien, pues descubriría en un periquete que lo inencontrable se encontraba en otro lado donde jamás habríamos buscado, pero como no teníamos ninguna a mano pues perdiose para siempre. ¿Para siempre?, parece mentira que no me conozcáis, como si yo pudiera quedarme con las ganas de decir algo por mucho duende que intente acallarme.

Resumo que decía yo que entre Raquel y Ursula me quedaba con la Welch, a pesar de que ninguna, como a Bardés fueran mis preferidas por aquellos entonces, como no lo eran las maggioratas italianas, salvo la Cardinale (mucho más atractiva y con más clase, para mi). En mi caso es un reconocimiento explícito de que me parecen mucha mujer, demasiado para mí, sobre todo antes que no había esponjado (ni engordado, ni tenía tripón ni nada) y era un alfeñique. De la filmografía de la Welch que, tan bien, desgranaba Bardés sólo había visto tres o cuatro pelis además de la del bikini prehistórico, “Un viaje alucinante”, la minusvalorada “El fin de Sheila” y la extraña pero interesante “El turbulento distrito 87”. Comentaba también, que nunca me pareció destacable por sus dotes artísticas, pero lo cierto es que alfeñique o no sus voluptuosas formas minimizaban la atención sobre otros aspectos menos físicos.

Y por último pedía a Alban que en el gus de hoy mantuviera en alto el estandarte, frase que sin duda podría malinterpretarse, pero yo me refería más a que siguiera en la línea de la belleza de las tet…letras, del nivel cula…cultural y de preciosos escot…escritos.

Abrazos elevados, enervados, álgidos…palotes

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